Avances, fracasos y perspectivas en las negociaciones

De los Acuerdos de Paz a la paz

Desde el histórico viaje del presidente egipcio Sadat a Jerusalén, hace 39 años, cuando se anunció la firma de los acuerdos de paz de Camp David, han existido múltiples intentos de firmar acuerdos de paz duraderos entre Israel y sus vecinos árabes en general y, en particular, con los líderes palestinos. ¿Existen verdaderas posibilidades de concretarlos? ¿Por qué lo que fue posible en 1978 se ha tornado después impensado?
Por Enrique  Herszkowich *

La paz y el orden. Relaciones exteriores y política interna
Hacia los últimos años de la Guerra Fría, los regímenes árabes habían comprendido, lo admitieran o no, que la cuestión ya no era cómo borrar a Israel del mapa, sino cómo sobrevivir junto al Estado Judío. El principal desafío de estos regímenes ya no era una confrontación regional (una nueva guerra árabe-israelí), sino su supervivencia en el poder: la resolución de las tensiones internas de sus propios países, y la renovación y legitimidad de sus mandatos, que no podían sostenerse sólo mediante la represión.
De esta manera, los acercamientos y los discursos moderados de la década del 90, enmarcados en los Acuerdos de Oslo, tenían que ver con las adaptaciones que el fin de la Guerra Fría demandaban, más que con un cambio de opinión o mayor simpatía hacia Israel. Es decir que los discursos más o menos agresivos contra Israel hablaban más de sus necesidades domésticas (incluyendo su necesidad de acercamiento a Estados Unidos, devenido única potencia mundial), que de sus simpatías por el sionismo. En otras palabras, la paz entre Estados era tanto un problema de política internacional como, sobre todo, de política doméstica.
En el caso de Israel también podríamos pensar la relación entre la cuestión internacional y las necesidades de la política interior. La primera dificultad, sin embargo, sería establecer criterios claros de qué territorios se consideran parte de la política doméstica.
Según afirma Shlomo Ben Amí, el primer gobierno en firmar la paz -el de Menahem Beguin- logró al terminar con la amenaza egipcia convertir el problema de los territorios de Judea y Samaria en una cuestión interna. Mientras recibía el premio Nobel de la Paz por la firma del acuerdo con Egipto, anexó Jerusalén, incorporó las Alturas del Golán a la administración israelí, y fomentó la colonización de Cisjordania, ignorando todos los aspectos del acuerdo relacionados con la cuestión palestina.
Casi treinta años más tarde, otro halcón, Ariel Sharón, volvió a definir qué era política doméstica y qué no, cuando planteó la diferenciación entre el problema de Cisjordania y Gaza, con el plan de desconexión (la retirada unilateral de 2005), que incluyó el desmantelamiento de 21 asentamientos israelíes en aquel último, sin ningún compromiso de revisar la política de asentamientos en la Ribera Occidental del Jordán.
En otras palabras, pareciera que los territorios de Cisjordania, donde la población israelí no deja de aumentar (23% entre 2011 y 2015, sin contar Jerusalén oriental), son considerados, más allá de las palabras y de la ley internacional, parte irrenunciable del territorio israelí y, por lo tanto, un problema de política interior.

Coaliciones estables o coaliciones extensas. Grande no es igual a fuerte
Mientras que el argumento tradicional de las derechas es que una imagen fuerte en la política exterior fortalece la seguridad y la estabilidad interior, en los principales acuerdos de paz firmados por Israel observamos el paso inverso: es la fortaleza y la estabilidad de la coalición gobernante la que permite avanzar en acuerdos importantes en política exterior.
En 1977, los acuerdos de Camp David pudieron ser llevados adelante por un Menahem Beguin que contaba con 43 diputados propios, de los 61 necesarios para formar su gobierno. Una situación similar fue la que permitió a Itzhak Rabin, una década y media más tarde, firmar los Acuerdos de Oslo. A pesar de la enorme polarización de la sociedad israelí, que en pocos años le costaría la vida, el Primer Ministro laborista contaba con 44 diputados propios, quienes, junto con los 12 diputados del Meretz lo colocaban en una situación de gran fortaleza política.
Es decir que en ambos casos, una fuerte base de sustentación les permitía, tanto a Beguin como a Rabin, obtener sólidas alianzas de gobierno capaces de avanzar en los procesos de paz con Egipto y la OLP respectivamente.
Contrariamente, los gobiernos posteriores a los Acuerdos de Oslo se caracterizaron por una fragmentación parlamentaria que obligaba a extensas coaliciones, con múltiples y variados partidos para sostenerse. Tales coaliciones terminaron inmovilizando a primeros ministros que debían satisfacer, bajo amenaza de obligadas elecciones anticipadas, ‘revoluciones laicas’ y sistemas educativos ortodoxos al mismo tiempo.
Fue el caso, por ejemplo, de Ehud Barak, quien, mientras estallaba la segunda intifada, contaba con sólo 25 diputados propios (en Nueva Sión de octubre/noviembre 2013 planteamos un análisis similar que incluía también la situación y la responsabilidad del líder palestino de entonces, Yasser Arafat).
El actual primer ministro cuenta con 30 diputados de su partido, el Likud. Es decir que para formar gobierno debe lograr mantener una alianza con múltiples partidos, con diferentes exigencias y gran capacidad de presión, que no de dejan de competir entre sí, condicionando la continuidad del Gobierno como si tuvieran mucha más representatividad de la que tienen en el electorado.
Así, jactarse de conformar una alianza heterogénea y con múltiples partidos, más que fortaleza, indica una gran debilidad en el actual gobierno: cualquiera de los seis partidos de la coalición, aun con pocos diputados, puede hacerlo caer.

Mientras tanto, la derecha
El actual gobierno de Israel se ha propuesto, justamente, aumentar su margen de apoyo en la Knéset. Sin embargo, nada indica que de esa manera el Primer Ministro tendrá más margen para encarar decisiones de largo plazo.
Por otra parte, los integrantes de la coalición no parecen muy inclinados a ninguna decisión que modifique el statu quo, es decir, la tensa situación promovida por el control israelí de Cisjordania, el crecimiento de los asentamientos, y el malestar de la población palestina, sin incluir las cuestiones internas de la sociedad israelí. Mientras el Ministro de Educación Bennet (Habait Haiehudí, 8 diputados), acusa a quienes hablan de un Estado Palestino de dividir el país, e insta a hacer demostraciones de fuerza que eviten que el mundo “huela la debilidad” de Israel, compite con el nuevo Ministro de Defensa, Avigdor Liberman (Israel Beitenu, 6 diputados), para demostrar quién es el más firme garante de la seguridad del país.
El futuro del gobierno depende entonces de las pensiones para inmigrantes de la ex URSS, del presupuesto para las instituciones ortodoxas, del servicio militar para los jaredíes, tanto como de la definición de Israel como Estado judío, Estado sólo para judíos, o de la separación o confusión entre los asuntos del Estado y las definiciones religiosas.
El escenario internacional, con la inestabilidad y amenazas que sufren los regímenes de Egipto y Jordania, así como la guerra civil en Siria y la compleja intervención en ella de Estados Unidos, Rusia e Irán, no le exige a Israel inminentes cambios de rumbo.
Sin embargo y por otro lado, la renuncia del exministro de Medio Ambiente, Avi Gabay, en protesta por el nombramiento de Liberman, que ‘generará una mayor radicalización y creará más divisiones’, la salida del ex ministro de Defensa, Moshé Yaalon (Likud) quien, advirtiendo contra los ‘elementos extremistas y peligrosos que se hacen cargo del país’ y las ‘manifestaciones de extremismo, violencia y racismo’, se negó a apoyar a un soldado acusado de ejecutar a un prisionero y a sancionar al subjefe del Estado Mayor, Yair Golan, por hacer analogías entre Israel y la oscura era europea de entreguerras’, o las recientes declaraciones de Zeev Sternhell acerca del peligro del chauvinismo y el extremo nacionalismo, que pueden derivar en formas fascistas, demuestran que hay fuertes voces que luchan por cambiar el rumbo de la política israelí, y retomar iniciativas que puedan conducir a una paz interna y externa basada en la justicia y en los valores éticos del sionismo, y que mejore la vida de la sociedad en su conjunto.

* Profesor de Historia de Medio Oriente (UBA).