Elecciones en Estados Unidos

El fenómeno Donald Trump

Este año, el predominio inesperado del presunto candidato Republicano, Donald Trump, ha transformado las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos en una de las más comentadas, y quizás menos entendidas, de los últimos tiempos. Su falta de decoro durante la campaña, sus políticas extremadamente reaccionarias hacia inmigrantes latinos y musulmanes, y su llamado a repensar antiguas alianzas globales han dejado al mundo frente a una extraña mezcla de fascinación, perplejidad y preocupación.
Hay varias preguntas importantes. Primero, ¿cuán generalizado ha sido su apoyo, y cuán cerca está realmente de convertirse en el presidente número 45 de los Estados Unidos? Segundo, aunque no llegara a ser elegido presidente, ¿cómo se explica su sorprendente y alarmante popularidad? Tercero, de especial interés para el público de Nueva Sión, ¿cuál ha sido la reacción de la comunidad judía estadounidense frente a su candidatura, y cuán probable es que voten por él versus su rival Demócrata en las elecciones de noviembre? Y finalmente, mientras tanto, ¿qué está pasando dentro del partido Demócrata?
Por Jonathan Wheeler y Victoria Wigodzky *

Para empezar, algunas características básicas del sistema electoral estadounidense para entender su impacto en estas elecciones. El voto en Estados Unidos no es obligatorio. Inclusive los niveles más altos de votación en la elección general no tienden a superar el 60 por ciento de todo el electorado elegible. Entre enero y julio, los candidatos a presidente son elegidos a través de un proceso de primarias, extremadamente complejo y descentralizado, durante el cual los estados eligen ‘delegados’ que irán a una ‘convención’ donde cada partido ratificará a los candidatos nominados que los electores seleccionaron. Sin embargo, cada estado establece distintas reglas que regulan la manera en la cual los votos del electorado durante las primarias serán traducidos en votos en la convención.
Teniendo esto en cuenta, es posible que Trump haya generado más artículos en el mundo sobre su candidatura que el número de votos que ha recibido durante las primarias. Al 31 de mayo, había recibido sólo 11,5 millones de votos, o 41,6% de todos los votos registrados en las primarias republicanas. Sin embargo, se estima que sólo un 20% de todos los electores elegibles votarán en las primarias republicanas, lo cual significa que menos de un 9% de toda la población estadounidense habrá votado por Trump.
Trump ha podido conseguir la candidatura a pesar de haber ganado una mayoría relativa de votos, porque las primarias republicanas comenzaron con un total de 19 candidatos, lo cual dividió el campo electoral del partido conservador. Además, varios estados asignaron sus delegados en base a un sistema de ‘ganadores absolutos’ (winner takes all). Entonces, si bien Trump ganó el estado de Florida con solo 46% del voto, recibió la totalidad de delegados de ese estado (99 de los 1237 que necesitaría ganar para ser seleccionado el candidato Republicano).
Esto no significa que no tenga un alto nivel de popularidad, o posibilidades de ganar. La mayoría de su apoyo proviene de sectores blancos, mayoritariamente hombres, de clase media-baja, rezagados y alejados del ‘sistema’, que sienten un marcado deterioro en su posición económica y social en la sociedad estadounidense, especialmente desde la Gran Recesión del 2008. Han sido aquellos más perjudicados por la pérdida de puestos de trabajo en el sector industrial, cuyo principal culpable consideran haber sido los acuerdos de libre comercio firmados por gobiernos tanto republicanos como demócratas desde la década de los 90.
Este sector cree que la ‘inmigración descontrolada’ –especialmente la presencia de más de 11 millones de inmigrantes predominantemente latinos— le ha quitado injustamente el trabajo y ha deprimido el salario mínimo. Finalmente, temen y resisten cambios sociales ‘liberales’ (en el sentido norteamericano de la palabra) que desde su perspectiva erosionan la tradicional estructura social que había posicionado al ‘hombre blanco trabajador’ en la cúpula del escalafón social estadounidense durante toda su historia. Estos avances van desde el matrimonio igualitario y la incipiente ampliación de derechos para personas trans, el aborto no punible y una mayor igualdad salarial para mujeres, hasta el más reciente movimiento Black Lives Matter que lucha contra las políticas y prácticas racistas de las fuerzas de seguridad.
En este contexto, Donald Trump promete ‘To Make America Great Again’ (Volver Hacer de América un Gran País) y habla en términos inquebrantables y beligerantes, con promesas de representar a aquellos que fueron abandonados y decepcionados por el liderazgo de ambos partidos, engañados por los grandes medios y ‘abusados’ por el resto del mundo.

Los dos polos del ‘voto judío’
La misma beligerancia ha aplicado Trump en sus esfuerzos por ganar el ‘voto judío’, posicionándose como un ‘halcón’ y aliado incuestionable de Israel, y gran crítico de las negociaciones del gobierno de Obama con Irán. Ha buscado un fuerte contraste con el actual Presidente, a quien se refirió en un discurso en marzo de 2016 frente al American Israel Public Affairs Committee (AIPAC) como ‘quizás lo peor que le haya pasado a Israel’. El grupo lobby conservador lo premió con un fuerte aplauso.
Históricamente, sin embargo, los judíos norteamericanos han constituido uno de los grupos de electores más leales al partido Demócrata. En cinco elecciones presidenciales entre 1992 y 2008, entre un 76 y un 80% del voto judío fue destinado a un candidato demócrata. Ese número bajó a un 69% en la reelección de Obama en 2012. Esta tendencia se puede explicar por un cambio significativo en la población judía estadounidense que se ha ido dividiendo en dos polos ideológicamente opuestos: un sector de judíos seculares ‘progresistas’, con una población en declive, y un sector de judíos conservadores y ortodoxos, cuya población crece cada año.
Para el primer grupo, Trump es inaguantable, especialmente sus comentarios sobre las prohibiciones hacia musulmanes y la expulsión de inmigrantes indocumentados. Ven la horrorosa reflexión de la retórica nazi de la Alemania de 1930 y muchos se han movilizado para que la historia no se repita, inclusive no siendo el blanco de la prometida represión étnica y religiosa de Trump.
Pero para muchos en el segundo grupo, lo que más importa es la actitud de Trump hacia los judíos, y especialmente hacia Israel. Para ellos, claramente Trump se ha posicionado hacia la derecha de Hillary Clinton, alguien que, irónicamente, muchos consideran bastante “halcón” en la política de Estados Unidos hacia Israel. No obstante, si Clinton logra hacer campaña fundada en su ideología y su record histórico como una incuestionable aliada de Israel, debería poder ganar el voto judío frente a Trump.

El efecto Sanders
Ahora bien, Clinton enfrenta un problema: la inesperada resiliencia de la campaña del senador Bernie Sanders, quien se auto-describe como un ‘demócrata-socialista’ y ha ganado considerable popularidad entre electores jóvenes y demócratas de centroizquierda, cuyo apoyo Clinton necesita desesperadamente para consolidar al electorado Demócrata frente a Trump en noviembre. Si bien Sanders es el primer candidato judío a presidente, para uno de los dos principales partidos políticos, que ha ganado las primarias en varios estados, no ha logrado el apoyo contundente que se esperaría entre los judíos norteamericanos (salvo aquellos sectores más progresistas de la comunidad). Gran parte de este fenómeno se puede explicar por su visión más crítica hacia Israel en su relación con los palestinos.
La presencia de Sanders ha obligado a Clinton a ajustar algunas de sus posturas para atraer a los sectores más jóvenes y progresistas, lo cual seguramente se verá reflejado en la Convención Demócrata en julio. Para ese entonces, Sanders utilizará su influencia como ‘segundo ganador’ para incidir sobre la plataforma política que el partido adoptará durante la Convención. Si bien muchas de las pugnas internas se darán alrededor de la agenda económica nacional, Sanders ha nombrado gente en el comité responsable de elaborar la plataforma política que han sido públicamente críticos de la actual política israelí y han apoyado la causa Palestina de alguna u otra manera.
Estos aliados de Sanders representarán las perspectivas de un gran número de activistas jóvenes y/o de izquierda –especialmente del mencionado movimiento Black Lives Matter – que perciben importantes similitudes entre la lucha palestina por recibir mejor trato y condiciones humanitarias, y su propio activismo en contra de las tácticas policiales represivas que atentan las vidas de la comunidad afroamericana y otras minorías de Estados Unidos.
La gran incógnita en noviembre será si Clinton puede demostrar que entiende estas preocupaciones, y que cuenta con políticas nacionales e internacionales para abordarlas efectivamente. Tendrá que enfrentar este gran reto sin espantar a electores más de centro, descontentos con el establishment del partido, que podrían lanzarse hacia el ‘abrazo del oso’ de Trump.

* Jonathan Wheeler es Licenciado en Ciencias Políticas e Historia de la Universidad de Michigan y Victoria Wigodzky es Master en Políticas Públicas con enfoque en Relaciones Internacionales de la Universidad de Princeton. Ambos se desempeñan como consultores para organizaciones sociales.