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Sergio Langer: “Judíos” de origen humorístico…

Humorista gráfico, judío (muy judío, casi súper judío) y aspirante a caza nazis. Talentoso observador de la realidad, comprometido y ácido. Creativo, lúcido y locuaz. Su obra se puede resumir en la palabra “jutzpé” (en idish, como le gusta a él). ¿Y qué es "Jutzpe"? Lo que le sobra a Langer: atrevimiento, audacia, insolencia, impertinencia, irreverencia y descaro.
En esta íntima y cálida entrevista con Nueva Sión, nos habla de su familia, de su vocación, del odio a su maestro de acordeón y de su libro recientemente publicado: “Judíos”.
Por Erick Haimovich y Enrique Grinberg

NS: ¿Cuál es el primer recuerdo judío que tenés?
SL: ¿El primer recuerdo judío que tengo? No sé cuál podría ser el primero, te puedo dar una batería de recuerdos que tengo. Podría ser el olor a la papa hervida… se cocinaba mucha papa en mi casa y el olor a la papa hervida era algo muy característico. Por otro lado, mi mamá hablaba en idish con mi papá. No sé cuándo los escuché hablar en idish por primera vez, era un sonido familiar. También el mercado al que íbamos a comprar, era todo moishe. Estaba el panadero, que vendía los pletzalaj, cuya cara y la de su hijo me acuerdo perfectamente. Estaba Shíe, el que vendía fiambres… ¡de hecho había un fiambre que se llamaba Cracovia! Dentro de ese paisaje estaba mi abuelo, que iba al shill, el seder de Pesaj…
Recuerdo cuando fue la Guerra de los Seis Días, yo tenía ocho años, había discos sobre Nasser en idish. Eran discos triunfalistas, por haber ganado la guerra. Yo fui a una primaria judía desde primer grado, al Peretz, pero no al Peretz “de los linke”, como decía mi mamá, sino al que quedaba en Once. Después de vivir bajo el régimen comunista, no querían saber nada.

NS: ¿Y la primera vez que escuchaste algo sobre la Shoá, un tema recurrente en tu obra y que se lleva un capítulo entero en el libro que acabás de publicar?
SL: Esa es una pregunta que me atrapa en una telaraña de muchos recuerdos. No hubo una primera vez… yo sentía que tenía una madre que era diferente a todas las demás. Me acuerdo de un libro: Peregrinación por territorios ocupados, mi mamá me decía: “cuando leas ese libro vas a ver lo que me pasó”. Yo intenté leerlo un par de veces pero era un aburrimiento. Yo prefería ver las fotos de los campos, ver testimonios de los campos más top (risas).
También me gustaba ver películas de guerra, la serie “Combate”, y mi vieja se volvía loca, porque se escuchaban tiros y a ella no le gustaba, obvio.

NS: Esto significa que del tema de la Shoá se hablaba en tu casa…
SL: A ver, hablar se hablaba. Pero nunca hubo un clima de debate familiar. No era una familia muy normal porque mi viejo estaba poco tiempo, porque tenía un negocio en el sur. Y encima murió cuando yo tenía 12 años, mi hermano 14 y mi hermanita 7.
Pero mi vieja hablaba, porque seguía con la sensación del sobreviviente, decía, y con orgullo que había sobrevivido porque no se había dejado morir… como si lo hubiera decidido… era una mujer muy fuerte, se armó una coraza de hierro para no derrumbarse, creo…
Miraba libros sobre los sobrevivientes, leía todo lo que podía, para entender. A los 11 años me leí el libro El gran proceso, de Silvano Santander. Me fascinaba el juicio a Eichmann, como lo atraparon y la historia de los nazis en el Sur. De hecho, tenía una carpeta donde ponía recortes de diarios y revistas. Por ejemplo notas sobre Bormann, Mengele… Quizá en el fondo quería ser un cazador de nazis, ir a buscarlos a Bariloche, a San Pablo, a donde sea y llevarlos a Israel a que los juzguen.

NS: ¿Cómo Simón Wiesenthal?
SL: Sí, claro, cuando cumplí 40 años, pensé, “tengo que hacer un libro para dedicárselo a Wiesenthal”. Mi primer libro, editado por Ediciones del Rojas (Eudeba), “Langer, Blanco y negro”, tenía esta dedicatoria: “A Simón Wiesenthal, mi superhéroe más querido”. Creo que lo que más me motivó a terminar el libro fue que no se me muera Wiesenthal en el camino, por eso me apuré a terminarlo. Se lo hice llegar a través de Sergio Wieder, junto a una carta donde le puse que le tenía un cariño especial, que era arquitecto como él y que cuando era chico quería ser un “cazador de nazis” como él. Lo más glorioso fue que Wiesenthal me contestó. Para mí significó haber tocado un lugar importante en mi vida. Esta historia, con las cartas escaneadas y traducidas, aparecen en una parte del libro que acabo de publicar.

NS: En el prólogo de tu libro decís que sos “judío y humorista” y que “Si la suma de estos dos factores determina la pertenencia a un género, tal vez haya que redefinir el género o definir este libro como degenerado”. ¿Por qué no podría decirse que es un libro de humor judío?
SL: Porque no me lo propuse, surgió la idea al ver que tenía una cantidad de chistes sobre el tema, básicamente sobre la guerra en Medio Oriente. Si bien me gusta el humor judío, con sus clichés, sus estereotipos, sus códigos y sus cultores, personalmente nunca me interesó hacerlo… pero cuando se aprobó el proyecto, aparte de la historieta “La Vida es Bella” y una buena cantidad de humor e historietas que ya tenía hecho, me puse a laburar sin ningún preconcepto, todo lo que me venía a la mente con la mayor libertad posible y siempre con mi propia mirada, mi propia experiencia con lo judío. Como bien dice Florencia Werchovsky en la contratapa: “(…) no se encontrarán en estas páginas aquellos chistes benévolos sobre la cultura judía (los clásicos de viejos amarretes y madres expertas en extorsión afectiva) sino una colección de piezas que desafían la forma en que los judíos nos vemos y somos vistos”.

NS: ¿Para quién está dirigido el libro?
SL: Yo creo que básicamente para judíos que tienen la cabeza muy abierta, que pueden ser de distintas generaciones. Es ese público, más que el de un festival de historietas. Pero tampoco quiero discriminar con esto, porque mucha gente que no es judía que se va a interesar. Fijate en el título: Judíos. Esa palabra tiene una suerte de atracción, es como algo maldito. Porque mucha gente cree que si le decís “judío” lo estás hiriendo.

NS: Existe un fenómeno, que se está dando en Argentina en particular y también en muchos países del mundo, de aparición de lo judío en la opinión pública
SL: Claro, como algo cool y fashion. Existen eventos típicos de las grandes ciudades, donde el gourmet judío se mezcla con lo griego, lo rumano y el sushi. En determinadas capas medias y altas se empieza a poner de moda lo judío, de modo que ser judío ya no es tan estigmatizante. Yo no sé si esto va a perdurar, es una moda, una tendencia…
En relación al libro, lo saco ahora porque sencillamente llegó el momento de publicarlo. Se dio en este momento, no hice ningún estudio. Estoy contento del resultado. Es algo que me trascendió.

NS: ¿Cómo está organizado el libro Judíos, que acabás de publicar?
SL: Me costó mucho organizarlo. Los agrupé por temas y los ordené por capítulos: uno dedicado a chistes de judaísmo en general; otro sobre Medio Oriente; otro sobre Shoá; otro con documentos y testimonios de mi vida, más autobiográfico; y por último un breve capítulo de bocetos, donde se puede ver el proceso de realización de algunos de mis dibujos. Entre cada capítulo hay un separador con unas estrellitas de David que parlotean entre ellas.

NS: En el libro aparecen el Golem, Superman, Moshé Dayán, Wiesenthal… ¿Cuál es tu personaje favorito de la historia judía?
SL: Seguro Wiesenthal. Igual, los otros personajes me parecen más que interesantes. El Golem me es muy interesante porque es el antecesor de los superhéroes. Incluso más para atrás, el antecesor de los superhéroes es Moshé Rabenu. Los que crearon Superman eran judíos y toman la historia de Moshé: a Superman lo ponen en cohete porque el planeta iba a ser destruido. A Moisés lo ponen en una canastita para salvarlo.

NS: Hace unos años, por algunos de tus dibujos, recibiste una oleada de mensajes que te acusaban de antisemita. ¿Qué significó eso para vos y para tu carrera?
SL: Algunas me paralizaron y otras entendía de dónde venía. La primera acusación vino de una publicación comunitaria, un pasquín llamado Comunidades, allí me acusaban de racista y de antisemita por una historieta que salió en Barcelona y que hasta el día de hoy me pregunto por qué. Fue un mal trago para mí, reconozco y me hago cargo de muchos chistes míos, que podrían herir los sentimientos de alguien, incluso los hay arbitrarios y hasta ofensivos, pero en el conjunto de mi obra, suman… son como bombas de profundidad, misiles inteligentes al corazón de la bestia racista que anida en el inconsciente de las capas medias, en sus prejuicios alimentados por los medios de comunicación, en la corrección política que es el maquillaje del doble discurso. Yo apunto contra eso. ¿Hace falta que diga que no soy racista? ¿Que soy judío y que muchas veces me meto en la carne de un antisemita y dibujo desde ahí?
Hay mucha gente que no entiende mis chistes, no maneja los códigos de la historieta, o la ironía, la parodia, el humor negro… y lee en forma literal lo que viene servido. Bueno, lamento decirles que este libro no es para esa gente. Mi lector, el que disfruta mis laburos, también se ríe de sí mismo y disfruta del humor negro. El tema es cuando sacan de contexto mis chistes, los recortan de la totalidad y dicen: “Miren a este judío que se auto odia, miren la mierda que hace, y eso que tuvo una madre que pasó la Shoá, pobre esa madre si supiera lo que terminó haciendo su hijo. ¿Se imaginan?” Si yo soy antisemita, qué le queda a Ramón Camps. También me acusaron cuando hice unos chistes sobre los bombardeos de Beirut en 2006 por parte de Israel: “Opinar contra el gobierno era hacerle el juego a ‘nuestros enemigos’”, que es lo que pasó el año pasado cuando Gaza fue arrasada: no podés ser crítico porque te condenan a ser antijudío, una dinámica propia de los fachistas, donde se clausura el debate y sin debate, triunfa la intolerancia y la violencia.

NS: En distintos chistes aparece tu mamá como personaje. ¿Cuáles son los recuerdos que tenés de ella?
SL: Mi vieja era una tipa muy castigada. De hecho, en algún dibujo pongo que yo la quiero abrazar y no puedo, porque en el medio hay un montón de cadáveres. Eso lo pude hacer después de una constelación, que es una terapia que hice, donde ponés en escena a tu familia. Cuando fui, primero no me animaba a hacerlo, porque veía cómo los demás ponían en escena a sus propias familias. Todas las historias me pegaban, porque estaba el padre que no le dio bola a la hija, o el padre que no escuchaba a la madre, y así un montón de historias… Cuando finalmente se puso en escena a mi familia, la mujer que hizo de mi madre no podía hablar, se puso a llorar. Yo la escena la vi desde afuera, porque en la escena había uno que hacía de Sergio. Ahí me di cuenta que la distancia que tuve con mi madre era porque ella no podía, o porque yo necesitaba mucho de ella, pero ahora de adulto la puedo perdonar por no haberme dado lo que necesitaba, básicamente porque no pudo.

NS: ¿Qué creés que te legaron tu mamá y tu papá?
SL: ¿Cómo puede ser que yo quería dibujar y me contrataron un profesor de acordeón? Siempre lo conté con algo humorístico, porque el tipo me gritaba, me agarraba los dedos, estuvo a un paso de pegarme… Entonces, ¿cómo mi vieja permitía eso? Pero era tanto mi necesidad de amor, quería agradar a mi madre, sobre todo porque era una mujer que había sufrido muchísimo.
Este libro es un homenaje a esa gran mujer, pero también una despedida. Finalmente te podés despedir de alguien cuando cerrás un capítulo. Ahora ya puedo entender todo lo que pasó, y verdaderamente no importa si me puso un profesor de acordeón cuando no lo quería, porque a la larga me sirvió para hacer catarsis con esos momentos de mi infancia.

NS: En tu libro usás distintas idiomas: castellano, idish, hebreo, alemán… ¿Con cuál de esos idiomas te sentís más cómodo?
SL: Obvio que el castellano (risas). Aunque si alguien me quiere ordenar algo o me quiere pegar, que me lo diga en alemán y directamente me arrodillo. El idish es el idioma de mi infancia.

NS: El libro lo terminaste de armar en marzo de este año, pero lo empezaste hace aproximadamente dos años. Esto significa que en el proceso de realización del libro pasaste por una guerra en Medio Oriente y el atentado en Charlie Hebdo. ¿Influyeron estos acontecimientos en el libro?
SL: Yo entregué el libro en julio de 2014, pensando en que podía salir para Rosh Hashaná. Pero justo se desató la ofensiva de Israel sobre Gaza. Todos los días se veían imágenes terribles de los bombardeos, centenares de víctimas civiles, notas en las redes, acusaciones de uno y otro lado, era un escenario muy complejo para sacar el libro y la decisión de la editorial fue esperar y sacarlo cuando se aquietaran las agua. Y las aguas creo que nunca se tranquilizaron, porque después apareció el ISIS a cortar cabezas, después vino Charlie Hebdo, después Nisman, y después ya no sabemos qué viene… Así que al libro le agregué como 30 páginas más, e incluso rehíce el prólogo.

NS: ¿Conociste a los humoristas que fueron asesinados en el atentado a Charlie Hebdo?
SL: Sí, conocí a Charb, el director, hace 15 años, en Cuba, en un festival de humor, donde éramos parte del jurado junto al gran humorista gráfico Wolinski, que también murió en el atentado. A la revista la conocía. De hecho, hubiera estado honrado de trabajar ahí. Y seguramente si hubiera estado en Francia y hubiera trabajado en la Charlie Hebdo, me hubieran matado.

NS: En el prólogo de tu libro decís que “los únicos límites para el humor son los límites del horror. Es decir, ninguno”…
SL: Y sí, porque mientras el horror no tenga límites, mientras sigamos viendo cómo decapitan a gente inocente por Youtube, ¿por qué el humor tiene que tener límites?