Judaísmo:

“Convivir con la diversidad, nuestro vital desafío”

En su carácter de Presidente de la B'nai B'rith Costa Rica (Logia Guésher) y Codirector del Board of Deputies de la B'nai B'rith Internacional -Distrito XXIII-, Moisés S. Fachler fue invitado a participar de uno de los plenarios del 9º Encuentro de Dirigentes y profesionales de Instituciones y Comunidades Judías Latinoamericanas y del Caribe, organizado por The American Jewish Joint Distribution Committee y la comunidad judía de Guatemala durante los días 29, 30 y 31 de octubre, 1º y 2 de noviembre de 2003 -en la ciudad de Antigua, Guatemala-. Fachler supo volcar, en su alocución, con palabras simples la complejidad del momento por el que atraviesan todas las comunidades judías del planeta. Un tema para reflexionar y seguir conversando. El subtitulado pertenece a la edición de Nueva Sión.

Por Moisés S. Fachler

Amigas y amigos, permítanme ustedes iniciar mi intervención de esta mañana partiendo del enunciado mismo del tema de la Sesión Plenaria.
Como judío costarricense, cabalmente judío y cabalmente costarricense, sostengo que aprender a convivir con lo diverso constituye para la Judeidad -tanto en Israel como en la Diáspora- una necesidad vital, y no sólo una opción entre otras tantas.
Ante la obcecada reticencia que se opone a una auténtica y dinámica integración, y a una eficaz convivencia en el seno de muchas comunidades judías ¿resulta acaso sorprendente que tantos y tantos judíos, en su mayoría jóvenes, asuman su judaicidad como una pesada carga y no como un preciado privilegio?
Déjenme serles puntual, porque el tema se las trae.
Recuerdo que en muchos rincones de la judeidad de los años ´70, comenzó a expenderse (en sinagogas, escuelas y centros comunitarios) un cóctel de efectos letales, mortíferos. Un cóctel que fue desplazando, insensiblemente, a la educación propiamente judaica, basada en principios y en valores históricos y éticos. Un cóctel compuesto por dos estupefacientes, a saber:
1. La insistencia acrítica e irreflexiva, motivada por la falta de espacios de intercambio y discusión, sobre aspectos estrecha y meramente coyunturales de la vida judía contemporánea en Israel y la diáspora.
2. Una inflación de exigencias basadas en una Halajá inmutable, atemporal -una Halajá redactada y promulgada por la Divinidad, no inspirada por ella- y en una liturgia minuciosa y omniabarcativa, infiltradas en cada aspecto de la vida personal, matrimonial y familiar.

Una equivocada autopreservación

Las instituciones judías se abocaron a la exclusiva tarea de salvaguardar las tradiciones ceremoniales judías en desmedro de la transmisión, la enseñanza y la difusión de los tesoros históricos y éticos del judaísmo. Y ello derivó fatalmente en una judaicidad fundada en el imperio de la autopreservación a cualquier costo, y no, por cierto, en el de una pulsión de búsqueda espiritual.
Bajo semejantes circunstancias, el redescubrimiento permanente y monocorde -por vía de los «datos estadísticos duros»- del consabido incremento de los matrimonios interconfesionales, y de la disminución del número de niños que recibían una educación judía tradicional, vino como anillo al dedo para agitar fantasmas y para instrumentar estrategias y metodologías de preservación tan onerosas como erróneas.
Hoy sabemos que esos cuadros estadísticos y demográficos, muy frecuentemente dibujados y esgrimidos desde anacrónicas nociones raciales, en nada ayudan -salvo a recaudar fondos a partir de los temores de desaparición-. En nada ayudan, por ejemplo, a que la juventud judía desee mantenerse dentro de los límites de una judeidad entendida como conglomerado de sobrevivientes -como si se tratase de una especie biológica en vías de extinción-, y no de los de un concepto de judaísmo como propuesta ética radical, original y proactiva, productora de un sentido trascendente de la vida, y producto a su vez de una riquísima historia tres veces milenaria.
Tengamos por cierto, amigas y amigos, que las juderías de nuestros países (Costa Rica entre ellos) seguirán marchitándose en tanto sus pretendidos líderes persistamos en desconocer, con vocación suicida, que cada generación ha de reinventar el judaísmo por su cuenta y riesgo.
Que, en lugar de lamentar la indigencia espiritual y la falta de atractivos legítimos de las instituciones -no debidas, por cierto, a la declinación de algún anacrónico rigorismo religioso-, deberemos aprender de una buena vez a mejorar la calidad de nuestras organizaciones, fundándonos en verificaciones cualitativas antes que en apreciaciones cuantitativas.

Errores y más errores

Craso error es suponer factible y conducente el acercar a quienquiera al judaísmo a través de coacciones, coerciones y demás violencias semejantes. Sólo el respeto, la consideración y el respeto son los medios apropiados. La violencia psíquica y moral jamás ayuda, y colapsa siempre los caminos del encuentro auténtico y deseable. Nadie experimenta un cambio genuino bajo la brutalidad de coacciones y coerciones extrínsecas o intrínsecas. Aunque en contados casos alguien pudiere aparentar un cambio bajo semejantes circunstancias, tarde o temprano deberá afrontar una conflictiva íntima creciente, que lo llevará al derrumbe, al abandono y al rechazo de la judaicidad tan perversamente impuesta.
Rav Tzvi Yehuda Kook (1890-1983), padre espiritual del Gush Emunim e hijo del primer Gran Rabino de Éretz Israel -el célebre Rav Avraham Itzjak Kook (1865-1935)-, escribió: «¡Incrementad las fuerzas positivas y creativas! ¡Reducid las tensiones negativas!» (LeNetivot Israel, 1:31). Y enseñaba que la principal labor de redención habría de verificarse siempre a través de lo positivo, y que la violencia y la agresión sólo podían influir en una fracción minoritaria y, por cierto, menos meritoria de la judeidad. Podemos estar seguros, amigas y amigos aquí presentes, que en algunas juderías latinoamericanas, y ciertamente en la de Costa Rica, operan fuerzas que, abierta y desvergonzadamente -según los criterios políticos tradicionales-, podrían identificarse con la fracción ultraderechista del Gush Emunim.

Parejas “mixtas”

Los matrimonios interconfesionales, que la pereza de nuestro pensamiento nos lleva tantas veces a denominar matrimonios mixtos -como si no todos lo fuesen- constituyen un fenómeno que alcanza hoy dimensiones inéditas. ¿Qué hacemos, y qué haremos ante él? ¿Lo fustigaremos, lo escarneceremos, lo condenaremos al más cruel de los ostracismos? Para aceptarlos, ¿exigiremos de ellos y de sus descendientes el cumplimiento de pautas y preceptos que nosotros mismos no estamos dispuestos a adoptar en nuestras vidas?
El qué hacer, en estos casos en los que se juegan intimidades, afectos, vidas y destinos humanos, constituye la pregunta por la ética de nuestro proceder dirigencial. ¿Responderemos, como lo hemos hecho hasta ahora, con amenazas y anatemas contra los miembros judíos de las parejas? ¿Seguiremos consintiendo las ofensas y los vejámenes groseros y gratuitos contra sus cónyuges y sus hijos? ¿O asumiremos el desafío de inventar e implementar con ellos espacios para que se alojen y se nutran con la savia inagotable y generosa del judaísmo?
Tanto en Costa Rica como en los demás países del territorio que se extiende entre el norte sudamericano y México -el Caribe incluido- vivimos con particular intensidad otro fenómeno, producto de las peripecias históricas de nuestro Continente a partir de su descubrimiento europeo.
Otro fenómeno que es menester incluir en nuestra agenda, a la par del de los matrimonios interconfesionales: el de los criptojudíos y sus descendientes.
Recordemos, por ejemplo, los estudios que viene realizando la investigadora israelí Shulamit Halevi acerca de ellos. Recordemos que ellos han debido ser sido autodidactas en materia judaica, y que lo que están buscando son sus raíces. ¿Qué hacemos, y qué haremos con ellos? ¿Ignorarlos, ahuyentarlos, rechazarlos, hostigarlos?
¿Darles la espalda con nuestros recelos proverbiales? ¿O, peor aún, los autorizaremos a acercarse a nosotros, pero sólo bajo la excluyente exigencia de conversiones siempre revocables, tuteladas por espías implacables, que los convertirían (y convierten) en rehenes de por vida?
También en este caso el digno desafío de hoy puede ser el de inventar e implementar con ellos espacios apropiados junto al nuestro.

Convivencia

Otro capítulo de nuestras hondas dificultades de conciencia se inscribe en el riñón mismo de nuestras juderías. Ortodoxos, conservadores, reconstruccionistas, liberales, arreligiosos… ¿Hay espacios para la convivencia de todos ellos, y para el intercambio bajo un mismo techo?
No me refiero aquí, por cierto, a espacios para que recen juntos -algo carente de sentido, de modo especial para los arreligiosos, que constituyen un sector claramente mayoritario y que no rezan-, sino a espacios sociales, de diálogo, de reconocimiento y de aprendizaje mutuos. En Costa Rica, al menos, la respuesta es rotunda. No los hay. En la actualidad, nada menos que en la libre, democrática y abierta República de Costa Rica, no existen espacios de intersección para que judíos ortodoxos, conservadores, liberales, reconstruccionistas y arreligiosos (¡y sus eventuales amigos no judíos!) convivan, se conozcan, intercambien y aprendan unos de otros. Existen, sí, ámbitos pequeños y -por desdicha- cuasi ignotos para los matrimonios interconfesionales y sus descendientes. No existen -y esto es grave- espacios judíos no religiosos o arreligiosos en la judería costarricense. No me refiero a espacios antirreligiosos, sino arreligiosos, en los que el factor religioso y sus variantes no cieguen y no clausuren el diálogo posible. A esta falta de espacios contribuyen decisivamente la ignorancia, la desidia, el desdén, las insólitas pretensiones de exclusividad de unos y la extremada laxitud o de falta de compromiso judío de otros. Y la intransigencia. ¡Y la hipocresía!
Todo ello, no obstante, si de veras anhelamos persistir en nuestra judaicidad, y sobrevivir y mejorar como judíos y como seres humanos, estamos «condenados» al éxito, a seguir inventando e intentando construir los espacios apropiados.

El mundo gentil

Por último, pero no menos importante, amigas y amigos queridos, resulta imprescindible incluir en nuestras agendas comunitarias, sin falta y sin demora, la dimensión de las relaciones de las juderías con los sectores gentiles, mayoritarios, de las sociedades de las que formamos parte.
Junto a ellos padecemos y gozamos los vaivenes sociales, económicos, políticos y culturales. Con ellos formamos, querámoslo o no, un todo solidario, como el fiel lo es de la balanza. Hemos de considerar aquí dos aspectos complementarios:
1. La integración a nuestras sociedades nacionales, a través del intercambio, la cooperación y la incorporación de los valores, usos y costumbres compatibles con nuestra judaicidad.
2. La disposición y la apertura necesarias para contribuir al crecimiento y al desarrollo de esas mismas sociedades, desde la base y perspectiva de esa misma judaicidad.
He aquí, en apretada síntesis, los dos ejes en torno a los cuales es dable y deseable hacer girar esta tercera dimensión (extrínseca) de nuestra convivencia con la diversidad.

Vivir en la diversidad

Aprender a convivir en la diversidad y con la diversidad -en este mundo globalizado, en este siglo 58 de nuestro calendario hebreo, en esta centuria número 21 de la era común, en la que se vive, se crece y se progresa por la diversidad y para la diversidad- constituye un imperativo categórico para nuestras juderías. Hemos de enfatizar lo común, lo que nos une. Y hemos de reconocer, de considerar y de respetar lo que nos separa. Nos separan nuestras particularidades, y también nuestras singularidades. Nos une nuestra común pertenencia al pueblo judío, nuestra renovada vocación de pertenecer a él.
Aprender a convivir en la diversidad, y con, por y para ella representa, hoy más que nunca -y cabe reiterarlo- una profunda necesidad vital judía, tanto en la Diáspora como en el mismo Estado de Israel.
Representa un imperativo emanado no sólo de las condiciones que impone el mundo del presente y del futuro, sino del carácter intrínseca y constitutivamente plural del Judaísmo, desde hace tres mil años hasta la eternidad.
Me anima la convicción de que la no-convivencia, o las dificultades para convivir con las diferencias (intrínsecas y extrínsecas) afecta y afectará cada vez más decisiva y perniciosamente la continuidad de las juderías. Pienso firmemente que la decisión de sobrevivir o de perecer se halla en nuestras manos, en nuestras mentes y en nuestros corazones, dentro de la esfera de nuestra responsabilidad.
Sepamos elegir.