Elecciones 2022 en Brasil: el regreso de Lula

¿Cuáles son las opciones para los brasileros?

En esta exhaustiva nota, presentamos un análisis estructural que analiza las distintas tendencias y actores de la política brasileña, de cara a las próximas elecciones del próximo 2 de octubre. ¿Hay un Lula más corrido hacia al centro, más socialdemócrata? Lula se propuso construir un frente democrático contra Jair Bolsonaro, por eso la vicepresidencia se pensó para un candidato complementario como Alckmin, con llegada a los sectores empresariales y financieros. La gestión de Bolsonaro colocó a Brasil en el extremo derecho en términos ideológicos, con retrocesos y temores institucionales, económicos y sociales. Pero los mitos que lo hicieron atractivo se van diluyendo: el voto al ultraderechista, para estas próximas elecciones, lo vuelve a explicar el antipetismo. El rechazo con el que se mide a los candidatos es muy alto en ambos casos, en Bolsonaro y en Lula. Tal vez el líder petista pueda convencer al electorado de que él reconciliará al país en esta situación extrema de crisis. ¿La economía define?
Por Ana Krochik Bircz

Los brasileros hoy están temerosos por el futuro, asustados por el pasado, enojados y decepcionados por el presente. La volatilidad del voto es alta. Las elecciones próximas serán definidas por el electorado de centro y el posible regreso de Lula indica un freno a la extrema derecha en un Brasil que resiste. La polarización no implica que ese “centro” no sea importante, todo lo contrario. Lula y Bolsonaro deben convencer a un electorado, preso de la desconfianza y de la desilusión, que se pregunta ¿quién es el “menos ladrón”? La imagen del ladrão acompaña a ambos y en el caso de Bolsonaro, también la de maluco (loco), incluso entre sus partidarios. La corrupción, que fue el eje de su discurso triunfal en las elecciones del 2018, puede ser, en las próximas elecciones, el motivo de su derrota. Las encuestas muestran que su popularidad descendió debido a que perciben al gobierno bolsonarista como agresivo, desorientado, violento y sin escrúpulos. Preocupa mucho el tema institucional. La derecha contemporánea, dentro de la cual podemos incluir a Bolsonaro, puede inclinarse, si lo necesita, por prácticas antidemocráticas o militaristas, disfrazadas con declamaciones libertarias y antisistema. El antipetismo es un partido fuerte.

¿Hay un Lula más corrido hacia al centro, más socialdemócrata? En el horizonte actual aparece apuntando a la moderación, buscando no solo ganar, sino sostener la gobernabilidad en el futuro. En el intento de unir partidos con diferencias ideológicas profundas enlazados por un bien común, sumó a Geraldo Alckmin como candidato a vicepresidente. Alckmin era un antiguo enemigo político de Lula desde 1995, pero abandonó recientemente el partido de la SDB (Social Democracia Brasileña) para concretar una alianza con el presidente del PT (Partido de los Trabajadores). Lula se propuso construir un frente democrático contra Jair Bolsonaro, por eso la vicepresidencia se pensó para un candidato complementario como Alkmin, con llegada a los sectores empresariales y financieros que estructuran el poder. Necesita conquistar los votos moderados y reducir la resistencia hacia su figura.

El rechazo con el que se mide a los candidatos es muy alto en ambos casos, en Bolsonaro y en Lula. Tal vez el líder petista pueda convencer al electorado de que él reconciliará al país en esta situación extrema de crisis. Es un líder progresista histórico, fundador del Partido de los Trabajadores, que gobernó el país en dos oportunidades con grandes logros medibles. En esta ocasión debe agradar no solo a los partidarios, sino también a los empresarios, al centro y a los indecisos para reducir la probabilidad de que el programa petista sea más radical o contrario al mercado. A pesar de la crisis política de los años posteriores a sus gobiernos, la fortaleza del líder del PT consistirá en su capacidad de articular un mensaje conciliatorio.

¿Es posible quebrar la polarización? Ninguno de los precandidatos de la llamada “tercera vía”, como Joao Doria, Ciro Gomes y el juez y exministro de Justicia, Sergio Moro y otros; logró sobresalir. Doria y Moro ya desistieron de sus proyectos, muy distantes de los dos primeros candidatos, según las encuestas. Esta opción se nutre del rechazo a la política tradicional, pero no logró avanzar. Hay una enorme cantidad de población a la que no le gusta ninguno de los dos candidatos ya definidos, pero no tienen las mismas ideas entre ellos. Hay una potente coalición política histórica en el Congreso, la del “centrao”, sin identidad ideológica específica, pero necesaria para equilibrar la gobernabilidad del país y muy influyente. Sin embargo, para estas elecciones, no fue posible quebrar la polarización entre Lula y Bolsonaro en la apuesta por un candidato moderado. El duelo entre ellos dos está garantizado y confirmado, por lo menos en la segunda vuelta.

Es interesante el caso del exjuez Sergio Moro: estuvo al frente de la megacausa de anticorrupción del Lava Jato, escándalo que unió a la petrolera estatal Petrobras con constructores privados, principalmente Odebrecht, y con los más importantes políticos de varios países latinoamericanos. Si bien la investigación sobre Lava Jato fue necesaria y dio resultados concretos en un país donde la corrupción es histórica y endémica; también fue sospechada por sesgo político desde su inicio, en el 2014, porque instaló una agenda política neoliberal al vincular corrupción con estatismo y con políticas redistributivas populistas. A partir de allí el exjuez adquirió fama de personaje público virtuoso e incorruptible y, aunque había advertido que no le interesaba la política, posteriormente aceptó ser ministro de Justicia del gobierno de Bolsonaro, a quien había ayudado a ganar las elecciones del 2018, al enviar a prisión a Lula y proscribirlo por corrupción pasiva. Más tarde se demostró que Moro se había vinculado extraoficialmente con los fiscales, para orientar la investigación y filtrar información a la prensa favoreciendo el resultado mediático de las elecciones de ese año. Su trabajo como juez fue cuestionado por el STF (Supremo Tribunal Federal), el que anuló varias de sus condenas, entre ellas, la de Lula, por considerarlo parcial y con excesos procesales. Moro condenó a Lula a nueve años de cárcel en el 2017 e impidió así que participara de las elecciones, a pesar de que era el candidato presidencial favorito. La designación de Moro como ministro de Justicia de Bolsonaro era incompatible con sus antecedentes como juez. Su salida del gobierno de Bolsonaro, en abril de 2020, se precipitó cuando intentó investigar los hechos de corrupción de la familia del presidente actual. Acusó a Bolsonaro de interferencia política en la investigación policial y presentó su renuncia. En la actualidad, Lula ha recuperado todos sus derechos políticos porque en marzo de 2021, el Supremo Tribunal de Justicia de Brasil consideró que el Tribunal de Curitiba, con Sergio Moro al frente, no era el órgano competente jurídicamente para definir la causa de Lula.

A menos de tres años de gobierno del presidente de extrema derecha, Brasil pasó de ser una potencia emergente y respetada, con probabilidades de ser la quinta economía del mundo, a recibir serias y continuas críticas internacionales por temas vinculados con el medio ambiente, derechos humanos, conflictos institucionales y por incoherente gestión de la pandemia. En el actual escenario, de profunda recesión y alto desempleo (14 millones de desempleados) se estima que Lula tiene amplia mayoría en el electorado femenino, entre los más jóvenes, entre los más pobres ——con ingresos menores de 400 dólares— y entre los negros. Regionalmente, también en el nordeste de Brasil se afianza la candidatura del líder del PT.

El legado de Lula

A Lula y al PT se le atribuye el período de bienestar entre el 2003 y el 2016, que condujo a Brasil a un proceso de mayor inclusión social y reducción de la pobreza. El expresidente, uno de los políticos más populares de Brasil y miembro fundador del Partido de los Trabajadores, dejó el cargo con un índice de aprobación del 90%. Con las medidas de alivio a la pobreza trasladó 35 millones de personas a la clase media. El gobierno del PT se caracterizó por la distribución progresiva del ingreso y el posicionamiento de los trabajadores. Realizó un importante y también criticado aumento del gasto social a través de programas de transferencias monetarias, siendo el más importante el del Bolsa Familia (PBF), con cobertura nacional. Los indicadores sociales del período lo demuestran por la disminución del porcentaje de la población que vivía en pobreza extrema y por el aumento sistemático del salario mínimo por arriba de la inflación. Estos estímulos generaron mejoras que provocaron, a su vez, fuertes tasas de crecimiento en el consumo, el crédito y en la demanda. A pesar de lograr incluso una mayor formalización en el mercado de trabajo, no se llegó a combatir la pobreza estructural.

También es importante considerar que la llegada del Partido de los Trabajadores al gobierno, en el 2003, coincidió con una fase espectacular de la economía mundial con un contexto favorable a Brasil, en un ciclo alcista en la demanda de materia prima, debido a la expansión asiática. En términos geopolíticos, la política exterior se benefició con las relaciones Sur-Sur y la incorporación de Brasil como país emergente, formando parte del grupo BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica). Cuando el economista británico Jim O’ Neill, en el año 2001, inventó el grupo BRIC para sus inversores, describió a los países integrantes como los próximos gigantes económicos. Brasil tuvo y tiene todavía la posibilidad de ser una dinámica potencia regional y mundial. Lula es el favorito y lidera las encuestas en intención de voto. Tiene un piso muy consolidado, incluso se atreve a pedir debate televisivo.

Jair Bolsonaro: promesas, investigaciones y amenazas

En política exterior, la mayor dependencia económica del comercio y de la inversión china provocó reacciones negativas en los grupos antiglobalistas que defienden el vínculo con Estados Unidos y su ideología, creando tensiones. Se cuestiona el control chino sobre la infraestructura y áreas de energía por el avance de la ruta de la seda. Las relaciones con Rusia en este momento, a pesar de la coyuntura, son intensas por ser socios en el grupo BRICS, lo que provoca malestar en Estados Unidos y en Europa Occidental. Con Bolsonaro, la política exterior había pasado del multipolarimo a una alineación con Trump, con la reproducción del discurso antichino del expresidente norteamericano. La nueva derecha nacionalista brasileña se inspira en los movimientos conservadores y populistas estadounidenses. La representan actores políticos destacados entre los militares de alto rango, empresarios, otros políticos y los propios hijos de Bolsonaro. China es el mayor socio comercial de Brasil, el destino de un tercio de sus exportaciones y un gran inversor, con lo cual la relación sino-brasileña es objeto de controversias partidistas dentro del actual gobierno.

La gestión de Bolsonaro colocó a Brasil en el extremo derecho en términos ideológicos, con retrocesos y temores institucionales, económicos y sociales. Los mitos que lo hicieron atractivo se van diluyendo. Con la intención de ser reelegido, después de dos años sin partido, se afilió al Partido Liberal. El voto al ultraderechista, para estas próximas elecciones, lo vuelve a explicar el antipetismo. En el 2018 capitalizó el sentimiento de protesta, anticorrupción y odio, que hoy, en el 2022, lo incluyen a él y a su familia, comprometida en causas judiciales probadas. Son preocupantes las amenazas y el intento de desorientar y desacreditar el proceso electoral. Declara que no aceptará el resultado de las elecciones electrónicas en caso de que sean desfavorables para él, al estilo Trump. Las urnas electrónicas se usan en Brasil desde 1996. Si Bolsonaro no es elegido presidente, perdería los fueros de privilegio y aumentarían las posibilidades de ser investigado judicialmente. Tanto él como sus hijos y otros miembros de su entorno están enfrentados con el TSE (Tribunal Superior Electoral), lo investigan en el STF y se formó una CPI (Comisión Parlamentaria de Investigación) debido a las acusaciones por el desmanejo de la pandemia y la crisis sanitaria. Las provocaciones del presidente ante las investigaciones se leen como un riesgo institucional para la democracia por la creciente politización de las Fuerzas Armadas.

La alianza que empoderó a Bolsonaro prometió políticas económicas liberales, seguridad, políticas conservadoras en temas sexuales, sociales y religiosos. Para avalar estas promesas incluyó miembros militares en su gobierno, la fórmula para las elecciones de octubre incluye al general Walter Braga Neto como vicepresidente. En respuesta a las amenazas golpistas del gobierno, empresarios, juristas, artistas y personalidades de varias áreas de la sociedad civil, firmaron un manifiesto en defensa de la democracia y el estado de derecho. Ahora, muy cerca de las elecciones, sus asesores le aconsejan moderar su perfil autoritario y su retórica de odio, pero, aunque lo intenta, Bolsonaro no logra asumir el papel de moderado. Adaptó su discurso en las últimas semanas para tratar de frenar su pérdida de popularidad en vísperas de su intento de reelección. El encanto inicial del “outsider” ya no es el mismo.

El núcleo duro del electorado bolsonarista está formado por hombres blancos, de clase media alta, y representa una tendencia antisistema y antipolítica que, en las elecciones del 2018, expandió el número de los legisladores en la bancada evangélica, denominada la BBB (Buey, Biblia y Bala). Este grupo económicamente poderoso capitalizó el descontento y ejerce un importante control en el Congreso. El militar supo subirse a la ola nacional populista que recorre el mundo y se mostró como el líder que conseguiría restaurar el “orden y el progreso” —como se lee en la bandera brasilera— y que fue el slogan de su campaña anterior. Hoy nos podemos preguntar si es realmente un presidente “antisistema” que podrá mantenerse dentro de los límites de la ley.

Acusado de negacionismo y de sostener la imagen del estereotipo de fortaleza masculina, minimizó el riesgo que representa el virus del COVID 19. La investigación parlamentaria en curso denunció su pésima gestión al promover remedios inútiles, muy en sintonía con su personaje de hombre fuerte y haciendo perder el tiempo con teorías conspirativas. La investigación demostró un escandaloso descontrol con la instalación de una guerra cultural contra los científicos y la ciencia. Propuso tratamientos sin bases médicas y cometió infracciones contra las medidas sanitarias de la Organización Mundial de la Salud. La mayor parte de los cuidados preventivos estuvo a cargo de los estados federales enfrentados, a los que criticó duramente, como también reaccionó ante las investigaciones y a los investigadores.

Esta postura negacionista también se observa en los temas medioambientales, muy vinculados con la economía. Bolsonaro presionó para abrir las tierras protegidas a la agroindustria y a la minería, lo que incrementa la deforestación anual promedio en la Amazonia brasileña, respecto a la década anterior, con efectos negativos para el cambio climático. La Amazonia es la mayor selva del mundo y un gran depósito de carbono. Se argumenta, además, que se han cometido crímenes de lesa humanidad contra poblaciones que dependen de la selva tropical. En la actualidad, el tema se convirtió en una gran preocupación que obliga a los políticos de los países democráticos a definir sus posturas y sus programas. Durante el gobierno de Bolsonaro se desfinanció a los organismos tutelares del medioambiente.

Popularidad digital: la peligrosa viralidad

Con el crecimiento y perfeccionamiento de fórmulas de comunicación dentro de mecanismos manipuladores y amplificadores, tanto en los medios tradicionales (televisión, radios, diarios), como en los digitales, se incurre en mentiras, desmentidas y afirmaciones oportunistas. Decidir cuál es la verdad es un acto de fe, casi religioso, vinculado con las propias creencias. Lo malo vende mucho más que lo bueno y favorece teorías conspirativas de odio y noticias falsas. En tiempos de extrema polarización política, no es raro que los vehículos de información se alineen ideológicamente. ¿Cómo controlar y castigar los contenidos tóxicos —premiados por los algoritmos— y la desinformación? Las plataformas digitales tienen el enorme poder de dirigir gustos, opiniones, intereses y estados de ánimo. Es un gran negocio ya que las pantallas y la publicidad permiten vender bienes o conceptos formadores de opinión. Lo peligroso es que se otorga a las noticias un sesgo de confirmación: si cuentan lo que yo pienso, entonces, es verdad lo que cuentan.

El PL (Partido Liberal) de Brasil reforzó la estrategia digital del actual presidente en la bancada líder de seguidores en Twitter, la plataforma más indicada para las batallas de las narrativas. Los diputados con más seguidores son los oficialistas, incluido el líder del grupo, Eduardo Bolsonaro, el hijo del presidente. Para los activistas digitales de la nueva derecha, las noticias falsas y la desinformación se han convertido en un arma de guerra y en la forma de confundir y presionar el debate público en las redes sociales. El STF ha abierto también en este tema, varias investigaciones sobre Bolsonaro, su familia y otros aliados involucrados en lo que se llama el “Gabinete del Odio” por maniobras de difusión política de fake news y desinformación, contrarias a la libertad de expresión.

Un país muy desigual

A pesar de ser un país muy rico y megadiverso, Brasil es muy desigual con altas disparidades regionales en un continente cada día más desigual. En las raíces históricas de dicha desigualdad podemos hacer referencia a un largo pasado de tres siglos de esclavitud que originó una gran población analfabeta y sin ciudadanía. Recién en el año 1888, con la Ley Áurea, promulgada por la princesa Isabel, Brasil fue el último país de América Latina en abolir oficialmente la esclavitud. No fue un acto de altruismo ni tampoco resultado de luchas o rebeliones, como en otros países. Fue la consecuencia de interpretar los intereses económicos y sociales de la época; a los esclavos ya no los necesitaban debido a los cambios en las relaciones y las condiciones de producción. Ya no eran económicamente viables. Nunca se rindió cuentas de los crímenes cometidos. Se calcula que un 40% de los africanos secuestrados y llevados a América en condición de esclavos, comercializados en el Atlántico, quedaron en Brasil. Después de ser liberados se encontraron a la deriva, sin tierras, sin educación y sin dinero. Según los censos, más del 50% de la población en Brasil, se percibe negra, mulata e indígena.

Hoy, herederos de esa situación, muchos millones de afrobrasileños viven precariamente, como un siglo atrás, manteniendo las desigualdades abismales mediante una especie de apartheid informal, “favelado”, a merced del narcotráfico. La política pro-armas de Bolsonaro, con su lamentable sesgo racial, todavía no da el resultado esperado en el tema de seguridad porque los muertos pertenecen a escalones inferiores en las cadenas de la narcocriminalidad. El mestizaje entre europeos, africanos e indígenas dieron estructura a la percepción y a la naturalización de la desigualdad y el estatus asociado a un pasado brasileño etnofóbico. Tal como afirma el economista hindú Amartya Sen, premio Nobel de la Paz en el año 1998, “la pobreza es una forma de esclavitud”.

¿La economía define?

Bolsonaro asumió el 1 de enero de 2019 con una economía debilitada por la recesión que se profundizó durante el gobierno de Temer. El ministro de Economía, Paulo Guedes, que ilusionó al Brasil de Bolsonaro, es un liberal monetarista egresado de la Universidad de Chicago. Su programa de austeridad fiscal incluyó reformas laborales, previsionales y privatizaciones como la de Electrobras, la mayor empresa de energía de Latinoamérica, con la idea de privatizar Petrobras en el futuro. La agenda neoliberal redujo también las inversiones públicas y detuvo el Programa Bolsa Familia, con la intención de achicar el Estado.

Actualmente, Bolsonaro avanza en el plan social llamado Auxilio Brasil, que reemplaza al Programa Bolsa Familia del PT, con el que estima beneficiar a 20 millones de familias. Al estar en el poder antes de las elecciones tiene ventajas estratégicas, como la posibilidad de aumentar el gasto público. En julio, Brasil tuvo deflación, de 0,68 por ciento, impulsada por la caída de los precios en los combustibles y en la energía eléctrica, luego de que el Gobierno lograra aprobar una ley para eliminar parte de los impuestos cobrados por los Estados a las naftas y al etanol para financiar la salud y la educación. A su vez, las políticas de ayuda social con fines electoralistas provocaron que funcionarios de Economía del gobierno de Bolsonaro renunciaran, ante el incremento del gasto público, traicionando las medidas fiscalistas ortodoxas respecto al techo de gasto del Estado.

A pocas semanas de las elecciones presidenciales y solo hasta fin de año, Bolsonaro decidió comenzar a distribuir la ayuda social de emergencia votada recientemente en Diputados. Es una decisión excepcional para su ideología y la ley electoral no lo permite. Pero es evidente que está enfocado en ganar las elecciones y no en un programa de combate a la pobreza estructural. Si bien Lula da Silva tiene el apoyo del electorado más pobre, no es posible evaluar el impacto que puede tener el plan Auxilio Brasil que se convirtió en la esperanza de Jair Bolsonaro.

* Lic. en Economía (UBA). Doctoranda en Ética y Economía de la UNLAM, con tesis sobre el Proyecto Neoliberal en Brasil en proceso.