Entrevista a David Fisher, documentalista israelí, invitado especial del BAFICI 2022.

«La pregunta es cómo los seis millones se constituyeron un símbolo»

Del 20 de abril al 1 de mayo se llevó a cabo la edición 2022 del BAFICI, el festival de cine independiente más importante del país, y escenario ineludible para conectar con lo mejor de la producción nacional e internacional de la cinematografía que se realiza por fuera de los grandes estudios de la industria. Y en ese escenario, Israel ha tenido siempre un lugar destacado, incluyendo la reconocida "Policeman" (Nadav Lápid, 2013) que se alzó con el máximo galardón de este festival. En esta edición uno de los invitados de honor fue David Fisher, el documentalista israelí que presentó una retrospectiva con siete producciones y además integró el jurado internacional con auspicio de la Embajada de Israel en Buenos Aires. Nueva Sión lo entrevistó, abordando puntos neurálgicos de su film "Una cifra redonda", en el que el documentalista se enfoca en la cifra de asesinados en la Shoá; y también de su documental “Lo enterraron pero vive”, en el que se interna en el destino incierto de Dani Sa´il, uno de los líderes del movimiento de los "Panteras Negras" de los años setenta.
Por Enrique Grinberg y Leonardo Naidorf

Y todavía, el número más grande hasta hoy
Que encarna la esperanza, pero también ilustra la tragedia
es aquel, que al mencionarlo todo hombre se pone en posición de firme
y es…seis millones
Yo también, como todos los judíos,
me interesó por los números 24 x 7 x 12 meses.
(Hadag Najash, “Números”)

“Inicialmente postulé mí último trabajo, «The Arround Number» (Una cifra redonda», que aborda la pregunta sobre cómo se consolidó el número de seis millones para identificar las víctimas judías durante la Shoa. Ocurrió que a los curadores les gustó mucho y me dijeron que habían descubierto que tenía una obra anterior sobre el tema que era Seis millones y uno, en la que contaba la historia de mi padre, sobreviviente de la Shoa. Les gustó y ahí me preguntaron qué más tenía. Así fue que, lo que originalmente era la postulación de una película, se transformó en una invitación a realizar una retrospectiva de siete producciones”, nos cuenta Fisher en un bar de Palermo. La invitación se extendió a ser parte del jurado del festival.

La relación con Argentina de quien fuera director durante nueve años del Instituto del Cine Israelí (NFCT) no es nueva. Su esposa es nacida aquí, hizo Aliá a través del movimiento Baderej. Sin embargo, alega que el más interesado en venir siempre es él, aunque hasta esta oportunidad sus visitas anteriores fueron en plan familiar ( la primera en 1972), con recorridos por varias zonas del país. En algunas de esas visitas comenzó a juntar material para uno de sus próximos proyectos, vinculados a una parte de la vida del intelectual y Premio Nobel Elie Wiesel, que incluye también a Jacobo Timerman.

Al respecto de tu última obra, que generó polémica, hace unos años el escritor argentino Martin Kohan señaló, en relación al número de desaparecidos durante la última dictadura militar en Argentina, que 30.000 es el número que permite mantener la pregunta abierta para seguir buscando. ¿Esta reflexión aplica al sentido que le diste al número de seis millones para las víctimas judías de la Shoá?

El número en sí no es relevante, no es lo que a mi me importa en este caso. Mi pregunta es cómo alguien define algo y logra que el resto lo tome, tanto los judíos como el resto del mundo. Cómo es que logra que eso se transforme en un símbolo e incluso que se convierta en sagrado. Y en tanto sagrado, eso define qué se puede preguntar y qué no. Eso es lo que me interesó. Mi film anterior es sobre el diario de mi padre durante la Shoá y lo llamé “Seis millones y uno”. Ya ahí mostraba una preocupación por el número. Mi padre estaba en el último campo que fue liberado al fin de la guerra. Auschwitz fue liberado en enero y el de mi padre en mayo, el último día de la guerra. El fue de los últimos en salir. Caminó treinta pasos y se sentó a esperar su muerte porque ya no tenía fuerzas para nada más. Allí lo recogió un jeep norteamericano, lo llevó al hospital y gracias a eso siguió vivo. Pero él seguía viviendo en un umbral entre la vida y la muerte. Si efectivamente murieron seis millones de judíos en la Shoá, de haber muerto él hubiese sido el número seis millones uno. Cuando yo era chico mi padre no estaba en casa. Salía el domingo por la mañana y regresaba el sábado. A veces transcurrían dos semanas sin que volviera. Trabajaba lejos manejando tractores  y grandes máquinas. No éramos ricos, pero gracias a eso nunca nos faltó nada. Sin embargo, en mi vida como niño mi padre no existía. Mucho tiempo después entendí que él no soportaba el llanto de los bebés, aún si no eran de él. Eso le recordaba a los trenes que iban a Auschwitz, a su pequeño hermano que tenía ocho años, un infierno. Mis padres me amaron y yo a ellos, pero ellos convivían con ese trauma.

 ¿El cine fue tu terapia?

 El cine fue la posibilidad de crear, de darle vida a la fantasía. De recrearlos, traer a mis padres a la vida. Cuando realicé el primer film sobre mi familia se lo llevé a una psicóloga para que me diera su evaluación sobre lo que era producto de mi vida personal y lo que era una creación fantasiosa, quería despejar esa confusión.

 ¿Existe el límite?

Sí y no. El límite no existe, se va creando a medida que iniciás la búsqueda. A veces pasás esa frontera, a veces nunca la alcanzás. Pero en mi caso siempre continué la búsqueda y trato de reflexionar todo el tiempo sobre dónde está ese límite. Toda mi trayectoria fue buscar, y por eso es que llegué a la pregunta por el número de seis millones, porque no me gusta dar nada por sentado. Yo sigo buscando entender a mis padres, y toda esa información que recibí sobre la Shoa desde que era chico en cada acto. “Seis millones”, “seis millones”…¿de dónde salió ese número? ¿Quién fue el primero que lo dijo? ¿Quién lo fijó? Quise ir hasta el fondo para poder entender, y la única forma de entender es hacerse preguntas.

En hebreo hay una familiaridad entre los verbos entender y construir

 Seguro, y por eso agradezco no haberme metido con el asunto de cuál fue el número real. Para eso se necesitan 400 historiadores distribuidos por varios países, y aun así es imposible poder determinar el número exacto. El mito de que los alemanes eran puntillosos y anotaban todo es sólo un mito. No sabían y no anotaban. Muchas veces un comandante nazi pasaba un reporte de cuanta gente enviaba en los trenes y ponía tres mil, cuando en realidad era trescientos, porque en definitiva solo le agregaban un cero.

¿Cómo te parece que las nuevas generaciones israelíes asumen el tema de la Shoa y su memoria?

Ahí hay unos cuantos dilemas. Un tema es la verdad histórica y otro es la memoria sobre el tema, no siempre son lo mismo. Si lo que buscás es la verdad histórica, incluso en mi película lo abordo: una persona va a Yad Vashem, el organismo más grande sobre la Shoá y se va con un número más preciso. Pero es eso, un número. Si yo fuese un historiador que doy clases en la universidad utilizaría el número más exacto que encuentre. Pero para la memoria colectiva ese número no me sirve. Y ahí hay un conflicto: para hacer memoria sobre la Shoá ¿es mejor utilizar el número sobre el que hay consenso colectivo o me planto en un rigor historiográfico? He hablado con historiadores renombrados que me reconocieron que no se habían planteado esta tensión y que no tienen una posición tomada al respecto. Hasta el día de hoy nadie investigó cómo fue que se llegó al número de seis millones. No hay acuerdo sobre cuál es el número histórico, entonces se acordó que seis millones era útil. Pero ¿quién lo fijó?, eso sí es relevante saberlo, pero todavía no lo sabemos. Tampoco hay criterio único sobre el período que abarcó la Shoá. 


La pregunta abierta

 En relación a la pregunta que da origen al documental “The round number”, Fisher hace un pequeño recorrido por la pesquisa entre referentes de la historiografía, quienes no sólo no otorgan una conclusión clara y absoluta sino que, por el contrario, alimentan la vigencia de la pregunta.

Afiche de «El número redondo»

DF: Están los que plantean que se inicia en 1933 cuando Hitler llegó al poder. Otros dicen que arrancó en 1938 con la kristallnacht. Otros en 1939 cuando se inició la guerra con la invasión de Alemania a Polonia. En 1941, cuando se desató la Solución Final. A partir de cuándo se comienza a contar, no hay un criterio unificado, cada uno con su verdad. Un historiador inglés muy prestigioso, Gerald Reitlinger, afirma que fueron 4.200.000 las víctimas de la Shoá. Otro historiador muy reconocido, de los más importantes, Raul Hilberg habló de 5.100.000. Por otro lado, un cura católico francés, Patrick Desbois tomó la iniciativa de ir a la zona de la ex Unión Soviética, estuvo en Bielorrusia y en otros lugares investigando tumbas anónimas y planteó que de las víctimas contabilizadas hasta ese momento había que agregar al menos un millón más, es decir, planteaba un número superior a los siete millones. Pero de pronto viene un demógrafo como Sergio Della Pergola y me dice “mirá, no son cinco, ni seis ni siete millones. Son 18 millones”. Y ese número surge de que al contabilizar seis millones de asesinados, ellos impidieron que esas personas tuvieran hijos.  Por eso, hoy en día él plantea que el mundo judío no ha logrado alcanzar el número poblacional que debió haber sido de no ocurrir la Shoá. En resumen, cuando uno plantea el tema del número con las personalidades más importantes la diversidad de posturas es realmente sorprendente. Si, en cambio, uno consulta al investigador Abraham “Tito” Milgram, de Yad Vashem, que de hecho es de origen argentino, afirma que en Auschwitz fueron asesinadas cuatro millones de personas. Pero en 1989, un investigador polaco y uno alemán hicieron la misma investigación y llegaron a la conclusión que las víctimas en Auschwitz fueron 1.100.000. Entonces, si el número de Auschwitz no era cuatro millones y sí era 1.100.000 ¿cómo es posible que el número de seis millones no disminuyera?. En Majdanek se estimaba que hasta el final de la guerra habían sido asesinados 580.000 personas. Después de unos años hicieron la misma investigación y concluyeron que eran 360.000 personas. Años después hicieron otro estudio que arrojó 160.000 personas. Pero el último estudio, el más actualizado, plantea que fueron 70.000 las víctimas en Majdanek, entre ellas 50.000 judías.

Ahora, yo no tengo un interés especulativo en esta pregunta por el número. Los rusos sí estaban interesados en aumentar el número de víctimas para dar cuenta de la abominación nazi, pero no respondía a ninguna estadística. Había muchas formas diferentes de definir el número. Podía ser cotejando los listados de miembros de las comunidades judías con las víctimas contabilizadas. Pero entonces, ¿quién fijó el número de seis millones?

En julio de 1945, dos meses después de finalizada la guerra, Ava Kovner dijo frente a los soldados de las Brigadas Judías Británicas “Queridos compañeros, seis millones de nuestros hermanos fueron asesinados y el mundo sabrá de esto”. ¿De dónde salió ese número?. Enero de 1944, un año y medio antes del final de la guerra, llegó a Israel un miembro de la comunidad judía ortodoxa moderna, y en un discurso planteó “seis millones de nuestros hermanos serán asesinados en Europa”, eso fue reproducido en los periódicos de la época. Esto me dio la pauta de que el número estaba flotando en el aire durante todos esos años y que en determinado momento se cristalizó. En 1936 en un Congreso Sionista, Jaim Weizmann, futuro presidente de Israel dijo “seis millones de judíos europeos están en peligro”. En la zona que conquistó el ejército nazi vivían entonces alrededor de seis millones de judíos, y eso es una primera información.

Todo esto es lo que me llevó a hacerme la pregunta, a pesar de que cada tanto alguien me plantea que hacer tantas preguntas puede afectar la memoria de la Shoa. “Ahi está Fisher, primera generación post Shoá, hijo de sobrevivientes que dice que no fueron seis millones. Y yo lo que planteo es lo contrario. El número no es lo importante. Si fueron cuatro millones en lugar de seis eso no hace mejores a los nazis. El crimen sigue siendo un crimen horroroso.

  NS: ¿Qué pudiste aprender sobre la Shoá después de esta investigación?

 Nada, no aprendí nada. Lo que yo quiero entender es cómo un alemán común, una noche esuchaba Wagner, leía a Goethe, se dormía y al día siguiente se levantaba y su trabajo era asesinar judíos. Al día de hoy sigo sin comprenderlo.

 


Una historia oculta

Otro de los trabajos presentados en la retrospectiva de Fisher en el BAFICI fue “Lo enterraron pero vive” (1996). En una frase que a los argentinos nos recuerda el giro walshiano de “hay un muerto que vive”, Fisher indaga en un episodio poco difundido.

La década del setenta en Israel se convulsionó con el auge de distintos movimientos sociales, como fue el pacifista Shalom Ajshav, pero también uno más combativo que fue la versión local de las Panteras Negras, en este caso representando las demandas de los judíos provenientes de los países árabes.

Afiche del film «Buried Alive (“Lo enterraron pero vive”)

Uno de los líderes más combativos de ese movimiento fue Dani Sa´il, que encabezaba la regional telavivense del movimiento. Y usamos el tiempo pretérito porque Sa´il no está. Su destino es incierto aún hasta hoy, con acusaciones cruzadas entre sus compañeros de militancia y el Mossad acerca de su filiación. A mediados de los setenta, y luego de una serie de detenciones por parte de la policía israelí, acusado de vender armas a los palestinos, Sa´il comenzó a viajar a Europa con diferentes excusas. Según sus compañeros, presionado por el Mossad se enroló en la inteligencia israelí. En cambio, la mítica agencia de inteligencia exterior niega los créditos y atribuye el destino incierto de Sa´il a su militancia y las relaciones non sanctas derivadas de ella.

En esa pesquisa, el documental de Fisher se centra en la figura de Mazal, la esposa de Dani, que reclama al Estado israelí una respuesta por el paradero de su marido, en particular por una razón: Mazal es religiosa, y por normativa debe certificar su viudez para poder dar lugar a una nueva vida sentimental. Sin hijos en común, la suerte de su matrimonio se pierde en los tribunales religiosos, que en Israel tienen carácter legal.

Mazal no está dispuesta a salirse de su paradigma religioso. Por eso no da lugar a los consejos de quienes le sugieren dar por cerrado ese capítulo de su vida y dar lugar a un nuevo proyecto. Quiere que el tribunal rabínico la habilite. A partir de allí, pobre y solitaria, Mazal encara una lucha que incluye tribunales, medios de comunicación, ministerios y el propio parlamento israelí. Nadie está dispuesto a quebrantar la normativa que la ata a un marido que ya no está y del cual nadie tiene ni parece querer tener noticias. El propio Fisher alega que no sabe el paradero de Dani Sa´il, pero que “de saberlo tampoco lo diría, salvo que los organismos que rigen la seguridad nacional lo permitieran”.

Pero, lo dicho, este documental no sólo trata de seguir el derrotero de este activista social, del cual se sospecha con fuerza que fue agente doble, sino fundamentalmente el de su mujer, cuya condición de género, su adscripción religiosa y su condición económica la condenan al ostracismo, sin que nadie se escandalice por su situación, en una época todavía pre auge del nuevo feminismo.

Crédito de la foto de portada: Jonathan Jelin