26 años del atentado contra la AMIA

Tinta roja en el gris del ayer

Aquel lunes, 18 de julio de 1994, los titulares matutinos hablaban de Piana: “Ayer falleció Sebastián Piana”. Piana, que le dio música a la letra de Cátulo Castillo en "Tinta Roja": "Paredón, tinta roja en el gris del ayer...", el tango que Fiorentino grabó con Pichuco en octubre de 1941. Pero Silvana Alguea de Rodríguez, de 28 años, hincha de River Plate, buscó la nota de fútbol: el domingo, Brasil se consagró campeón mundial,venciendo 3 a 2 a Italia por penales.
Por Moshé Rozén, desde Nir Itzjak, Israel

A las ocho y media, Silvana alcanzó a tomar un café con leche en el Babel de la calle Tucumán. Unos minutos antes, con Daniel, dejaron en la guardería a Gabi, la hija de ambos, de ocho meses.
Comenzaba otra semana. Silvana cruzó la esquina de Pasteur. Como cada lunes, la calle amaneció apurada, nerviosa, con el tráfico impaciente de taxis y colectivos. Entre un bocinazo y otro, Silvana alcanzó a escuchar desde alguna radio que la temperatura pronosticada alcanzará los 13 grados.
Al entrar en AMIA, Silvana rozó un volquete repleto de material de construcción: se estaba refaccionando el edificio y había ya un ir y venir de albañiles, aparte de la cola de gente que esperaba ingresar.
Seguramente vienen a verme mí, pensó. Ella trabajaba en Asistencia Social. Mucha gente necesitaba ayuda; la era menemista había alcanzado a sembrar pobreza y desocupación, golpeando a una clase media que desconocía hasta entonces el verbo pedir.
A las diez menos cuarto Silvana pensó en Gabi, siempre pensaba en ella, pero esa mañana de invierno la extrañó con mayor intensidad, después del fin de semana totalmente compartido.
Me vendría bien otro cafecito, le dijo a una compañera que fotocopiaba unos papeles. Como en una película de cámara lenta, Silvana vio que los papeles volaron, la compañera resbaló, la fotocopiadora se desarmó, las ventanas se hicieron añicos, el piso, las paredes y el techo se derrumbaron.
Por un brevísimo segundo, Silvana recordó algo de Silvio Rodríguez: «Ojalá que las paredes no retengan tu ruido de camino cansado», pero inmediatamente todo fue silencio, un silencio absoluto como aquella total oscuridad.
Todo se derrumbó: desde las nueve y cincuenta y tres de ese día, estamos sumidos en el silencio, sin Silvana Alguea de Rodríguez y otros ochenta y cuatro seres, otros ochenta y cuatro sueños apagados en la oscuridad de aquel crimen.
Hace veintiséis años que no hay juicio ni condena. Veintiséis años de complicidad y encubrimiento.
Todo se derrumbó, menos el ritual propio de cada aniversario, prorrogando la causa, estirando el venenoso chicle de la inacción.
Amós de Tekoa levantó su voz en tiempos bíblicos contra la injusticia y la impunidad. «No soy profeta ni hijo de profeta» decía, pero su advertencia de castigo y sanción se cumplió al pie de la letra.
Tal vez muy tarde, pero indefectiblemente, Silvana Alguea de Rodríguez y todos los muertos de la AMIA emergerán de los escombros y la oscuridad, y encontrarán la única paz posible, la única memoria valedera, la paz y la memoria que nacen de la justicia y la verdad.