“Esto no es una institución”

Para analizar y comprender la evolución que tuvieron las instituciones en Argentina a partir de la crisis de 2001, el historiador Pablo Hupert propone en su último libro una palabra singular: “astitución”. A diferencia de la Modernidad, cuando eran estandartes de una continuidad sólida, actualmente las instituciones están signadas por una época de imprevisibilidad, inestabilidad, indeterminación y fluidez. En ese contexto, surge el interrogante acerca de si las instituciones siguen siendo lo que eran. Y si ya no lo son, ¿bajo qué mecanismos y con qué directrices operan?
Por Laura Haimovichi

En la era del píxel, del silicio y del emprendedurismo, frente al vértigo del presente y a la falta de formas nuevas de contar lo nuevo, de re-presentar lo de hoy que no estaba previsto, y de narrativas que den cuenta de las peculiaridades de la vida común contemporánea, el historiador Pablo Hupert propone y ensaya en este libro una palabra singular: “astitución”.
El autor de El Estado Posnacional, El Bienestar en la Cultura y Judaísmo líquido juega con el título del emblemático cuadro de René Magritte, “Esto no es una pipa”, aquella pintura que dejaba en claro que no podía fumarse porque no era el objeto sino su representación. Hupert evoca así aquel hiato significativo entre la cosa y su designación. Y nos invita a pensar no ya (ni solo) en lo engañoso que es inherente a toda imagen, sino en las nominaciones que habitan lo social como lengua y lenguaje y en su fecha de caducidad; es decir, en su valor histórico en un momento y en un lugar determinado, lo que nos recuerda que visto desde el punto de vista humano nada es para siempre, ni natural ni universal.
¿Cómo llamar hoy, entonces, a aquello que en el pasado eran, fueron, las instituciones, esas formas de organización social que detectaban los problemas de la gente y trataban de solucionarlos, organizaciones comunes, aunque no necesariamente comunitarias? ¿Cómo encontrar los conceptos que permitan construir el diagnóstico acertado para sacar el orden neoliberal de las cosas de una aparente eterna fijeza y se dé lugar a las transformaciones necesarias?
Atravesadas por la rapidez, por lo efímero y por la sorpresa (lo imprevisible), fluidas, que es como decir líquidas, ¿siguen siendo las instituciones lo que eran? ¿Cómo llamarlas hoy? ¿Astituciones?
Tal vez sea oportuno pensar con la escritora polaca premio Nobel de Literatura, Olga Tokarczuk, que hoy nuestro problema «radica, al parecer, en el hecho de que todavía no tenemos narraciones listas no solo para el futuro sino incuso para un ahora concreto, para las transformaciones ultrarrápidas del mundo de hoy. Nos falta el lenguaje, nos faltan los puntos de vista, las metáforas, los mitos y las nuevas fábulas. Sin embargo, vemos intentos frecuentes de aprovechar narraciones oxidadas y anacrónicas que no pueden encajar en el futuro, sin duda suponiendo que algo viejo es mejor que una nada nueva, o tratando de lidiar de esta manera con las limitaciones de nuestros propios horizontes».
Estamos en la era posterior a la de la solidez material y la reproducción repetitiva, ya no vivimos en la dominancia de la línea de producción como modo de producción, esas características de la Modernidad se des-configuraron, se desvanecieron. Las pantallas están en todas partes, ¿cómo nombrar entonces a los nuevos aglutinadores de gente, las acaso novedosas relaciones sociales que Pablo Hupert sitúa lógica, cronológica y espacialmente en estos lares a partir de aquel punto de inflexión que fue el 2001 para los argentinos?

 

¿Dónde está la propio? ¿Dónde la emancipación?
“Astitución”, una forma fluida de producir social fluido. Y esto: ¿qué significa? ¿Un dislate?, se preguntará el lector.
El contexto general es la globalización, la existencia mercantilizada y digital, seres humanos como mercancía, “aleatoriamente necesarios”, la subjetividad y las realizaciones colectivas como incertidumbres y enigmas.
El contexto criollo es la argentinidad al palo, el particular anclaje de lo peculiar en la pretendida homogeneidad planetaria que sustituyó con liquidez la materialidad pretérita.
Con “Esto no es una institución” nos preguntamos si es posible construir soberanía, lo propio, cuando detrás del brillo de las pantallas se agazapan y ocultan “las formas más extremas de dominación neocolonial, tecnológica y subjetiva”, tal como lo plantea la psicoanalista y crítica cultural brasileña Suely Rolnik.
Dice Hupert, siguiendo a su mentor Ignacio Lewkowicz, que a partir de los años ‘90 el mercado destituyó instituciones para que las ganancias fluyan a la velocidad vertiginosa de los bits. Entonces, el Estado –gran proveedor de lo institucional- se retiró como articulador de la vida social. Y así fue y siguió siendo, cada vez más.
Aunque parezca “(in) oportuno publicar este libro en el final del gobierno de los chetos”, Hupert lanza preguntas más que nunca pertinentes: ¿cómo nos relacionamos con el Estado sin anhelar su restitución sino desde el punto de vista y de vida de lo común? ¿cómo contarnos prácticas de emancipación que hagan de lo cambiante lo que nos separe de lo común?
Desde distintas praxis concretas en el campo de la educación popular, de las que da diversos ejemplos, desde la trama cooperativa y habitable de proyectos y encuentros que dieron y dan lugar a la vida solidaria, creativa, utópica, el autor de “Esto no es una institución” cree que la bestia neoliberal no es omnipotente y que la microfísica puede multiplicar experiencias emancipatorias.
“Esto no es…” es un libro que al nombrar diferente su objeto, la realidad líquida, también lo está creando. En tiempos de solidez, las instituciones rígidas y conservadoras casi por definición desconocían lo distinto, neutralizaban lo singular, se resistían a lo nuevo. No ocurre igual en tiempos flexibles donde el cambio constante está previsto, pero atención: las formas de dominación encontraron nuevos mecanismos de poder.
Bajo una informalidad aparente, pero lejos muy lejos de una real libertad y autonomía, estamos disociados personal y colectivamente de la potencia del hacer de nuestros cuerpos. La “astitución” propone caminos feriales, contingentes, de un stand a otro, de un servicio a otro. Vamos recorriendo ofertas como si fuéramos libres pero somos mercancía “eligiendo” mercancía. Como antes con la institución, con la “astitución” seguimos encadenados, aunque la grieta, la grieta que somos cada uno en nuestra diversidad interior porque somos múltiples (soy vasto, me contradigo, diría Walt Whitman), nos revela que, en la necesidad del otro, con el otro, junto al otro, cooperativa y solidariamente, está nuestra posibilidad de realización.
La institución trabajaba con moldes, la “astitución” trabaja con contingencias. Y aun si no hubiera fines de lucro las dinámicas mercantiles lo impregnan casi todo. No estamos frente a un proletariado sino a una red social de amigos, usuarios, navegantes en una existencia fluida, dispersa, conectiva, discontinua.

 

Hacia una cartografía de lo común
Los tiempos estatal-nacionales dominaron hasta los ‘70 y, para bien o para mal, las instituciones funcionaban acopladas a esa realidad: familia, escuela, Estado, entidades que facilitaban sujetos gobernables en convivencia. Pero en los ’90 ocurre la primera fluidez, un punto de inflexión en la transformación del Estado que deja de ser nacional para devenir técnico-administrativo.
En 2003, luego del “que se vayan todos”, nos encontramos con el Estado posnacional. El mercado lo domina todo y aparecen mecanismos nuevos de dominación que nos disocian de nuestros cuerpos, y de nuestro poder hacer individual y social. Pero esta especie de pulpo que es el poder, que aun en sus propias crisis se regenera, no es para siempre ni tiene pasaporte garantizado eternamente al porvenir.
¿Cómo hacemos para alcanzar un vivir juntos emancipado? ¿Y con qué palabras lo contamos? ¿Con el lenguaje sintético del dominio universal? ¿Con el analítico más cercano a los pueblos originarios? ¿Con el inclusivo? ¿O con la memoria híper detallada del Irineo Funes de las Ficciones de Borges? ¿Con uno que contenga a todos? ¿Construimos una forma de hablar del mundo “multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso” o nos tranquilizamos con una forma única de ver las cosas, una verdad que nos apacigüe pero que al mismo tiempo nos inmovilice?
Tal vez se trate de ver, por un lado, que no hay poder sin fisuras y que la reapropiación de lo común es el campo de la pulsión vital y ética del cuerpo social, del pueblo o como se quiera llamar al colectivo que pugna por liberarse, cuando toma la energía transformadora en sus manos y decide realizarse. Más allá de los miedos, de lo oscuro, del fango, hay una cartografía por construirse que es con otres. Y que lo que no es, la negación en la academia pero también, y sobre todo, en el pensamiento y la acción popular, es afirmación de una nueva posibilidad.
En el espacio del no saber, en la búsqueda de un diagnóstico y una resistencia que va de la micro a la macropolítica, en el contexto de la actual mutación neoconservadora y nacionalista del régimen financiero neoliberal, en la deconstrucción de un inconsciente social que ha sido capturado, se trata de desestabilizar las formas dominantes de subjetivación e imaginar nuevas formas de existencia para nuestros cuerpos, nuestros afectos, nuestros deseos.
De eso nos hablan las experiencias reales plasmadas en distintos territorios de la Argentina relatadas por Hupert, quien nos invita a pensar en otras que están sucediendo en familias, empresas, partidos políticos y otras organizaciones.
Algunas ya están en marcha, son posibles, horizontales y espiraladas desde abajo hacia arriba, solo se trata de expandirlas.