Noviembre de 2019, la fecha imaginada por el clásico de ciencia ficción

Blade Runner: el futuro ya llegó

El destino sombrío de la Tierra y la humanidad retratado en la genial distopía de Ridley Scott puede que no haya llegado tal cual fuera profetizado a comienzos de los ’80, pero seguramente sí perviven los dilemas fundamentales del film, como el poder de la memoria, la evolución despiadada del capitalismo, la resiliencia del romanticismo, la deshumanización de lo humano y la humanización de lo artificial…
Por Mario Hamburg Piekar *

El menú de películas clásicas de Netflix es parco. El lento recorrido de las flechas del cursor condujo a mi mano al hallazgo. Blade Runner aparecía ante mis ojos más de treinta años después de que sus ojos se posaran en mí. La provocación estaba instalada y decidí dedicarle los minutos iniciales de la película a saciar mi curiosidad. Después de la presentación de los replicantes (robots ultra-inteligentes rebelados ante el poder que los creó) se indicaba la fecha: “Noviembre de 2019”. Me sorprendí. El futuro había regresado, pensé, para después corregirme: no, el futuro ya llegó.
Me dejé arrastrar por la emoción. Harrison Ford estaba demasiado joven o yo demasiado viejo. Desde el principio de la película me di cuenta todo lo que había cambiado en ella, cuánto le costaba acomodarse a mi recuerdo del filme. La explicación fue contundente, el que había cambiado era yo. Mis ojos observaban que la película estaba ambientada en un ambiente más oscuro y decadente que en mi recuerdo adolescente y que de entrada nomás me interpelaba, cuestionaba mis interpretaciones. Entonces fue la hora de hacer languidecer mi cuerpo en el sillón y dejar que mi mente recibiera los flechazos con formas de preguntas.
La primera que llegó a mí fue causada por las enormes propagandas de parloteo incesante que ocupaban gran parte de la escenografía ciudadana. Parecía que no eran las personas las que miraban sino las observadas cuan gran ojo hipertrofiado vigilando o, peor aún, invadiendo el espacio físico de los humanos, el espacio de lo real, incitándolas, confundiéndolas ¿Hasta dónde llega su roce sobre los cuerpos? ¿Qué es real y qué no lo es?
En una de las escenas iniciales, unos de los replicantes mata a un blade runner (cazador de replicantes) que lo sometía a preguntas para comprobar su humanidad. El autómata parecía bastante humano pero no lo era, por lo menos en forma completa. ¿Pero acaso nosotros lo somos? Cuántos tenemos ya partes mecánicas en nuestro cuerpo. Tenemos prótesis en las rodillas, prótesis en los dientes y corazones que no funcionan sin artilugios tecnológicos. ¿No afirma la película que los replicantes no son solo máquinas vulgares, que tienen gran parte de su cuerpo hecho de materia biológica? Entonces, ¿somos tan diferentes? ¿soy tan diferente? Ah, claro, el viejo asunto del alma.

El poder de la memoria
El filme hace hincapié en Rachel, una replicante que no sabe que lo es. Un caso único, diferente. Ella no duda que es humana. Deckart , el cazador, tampoco. ¿Qué la hace excepcional? Que le insertaron memoria. Inevitable cascada de cuestiones. ¿Es la memoria la que nos da humanidad? Son los recuerdos los que fundan nuestro ser. Lo más dramático fue comprender que la intención del creador de esta ¿mujer? fue de dominio, de hacerla más manejable, más sometida a su poder. ¿No será que tenemos todos memorias insertadas desde pequeños para ser más fácilmente dominados? ¿Cómo es mi memoria? ¿Se ha adaptado a mí o me ha convertido en un barro manuable de sus designios? ¿Es “mi” memoria o es una memoria que la cultura determinó insertar en mí? La cultura o el gran otro o, mejor dicho, el poder. Y es que me doy cuenta cuán fundamental es la memoria en nuestras vidas, cuánto nos afecta. La memoria puede hacernos reír, puede hacernos llorar, puede hacernos matar.
Escenas posteriores nos muestran el uso despiadado que el poder capitalista, ¿post capitalista?, hacía de ellos. Utilizados para trabajos inconfesables, para trabajos denigrantes, para nuestro divertimiento, para nuestro placer. Todo lo que no podemos hacer con un otro (humano) lo hacemos con estos androides. Podemos todo con ellos. Trabajan por nosotros, eliminan nuestros desechos, nos dan placer. El psicoanálisis nos habla de la necesidad de la castración, la norma máxima de que todo no se puede. Pero este poder que crea replicantes como esclavos, este poder absoluto, este poder corporativo, supranacional, supra-estatal, niega la castración. Es un poder que todo lo quiere, todo lo domina, todo lo puede.
Pero no todo es terrible en la película. Está el amor entre el “cazador” y una replicante. En esta época con tantos tipos de amor que exceden con mucho la definición “oficial” del diccionario de nuestra Real Academia Española, estamos sin duda frente a una película romántica; romántica en todos sus sentidos, el de movimiento cultural que se aferra a lo original del individuo y a lo personal, romántico en el sentido propio del amor entre seres, y romántico en el sentido sentimental y soñador, porque los humanos sueñan, porque los replicantes sueñan, porque soñar es también esperanza y todos los protagonistas esperan algo, en especial Deckart (Harrison Ford) y Roy, el jefe de los replicantes (Rutger Hauer, excepcional en su papel al punto de lograr, no solo por la trama sino por su propia actuación, la empatía de todos los que hemos visto la película).

Conocimientos que se tornan peligrosos
Volvamos otra vez a lo oscuro de la película. Promedia la película y Roy accede a su creador, el jefe de la poderosa empresa Tyrrel y dueño de la “corporación”. Es la casa de Tyrrel y la escena desemboca rápidamente en la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Roy declama el sentido de su visita: busca más tiempo, se sabe limitado y quiere trascender ese límite. Inquiere, cuestiona, repasa todas las posibilidades del conocimiento científico para prolongar su existencia. Pero una por una, sus ideas son rechazadas. Roy se acerca físicamente a su creador, lo toma de cabeza y lo besa para segundos después matarlo. Quiere a través de ese beso, unirse a su creador, ¿acaso no lo queremos todos y no solo en su sentido religioso? Luego lo asesina. Ante la imposibilidad de su creador de darle más vida le aplasta la cabeza con sus propias manos (acaso nosotros frente a alguien que hace visible nuestra finitud, nuestra mayor vulnerabilidad, la muerte, ¿no deseamos aniquilarlo?).
Pero a esta interpretación, que quizás sea la de muchos, quiero agregarle algo. Quizás nos está diciendo la película algo obvio que solemos soslayar en esta era posmoderna: que todo conocimiento que se escapa de las manos del hombre es peligroso. Mi idea es que todo conocimiento que no es usado con fines morales tarde temprano combatirá a sus creadores. Idea abierta a la discusión en la que creo firmemente; más aún frente a una tecnología hiperdesarrollada e hipertrófica. Seguramente no es difícil para ninguno de nosotros comprobar los perjuicios de un elemento básico de nuestros días, el celular, prótesis eterna de nuestra mano hábil.
Finalmente llegamos a la escena final, sin duda la mejor de la película. Para llegar a ella y no excedernos en este espacio de análisis dejaremos de lado todas las consideraciones ideológicas, fuertemente críticas a un capitalismo decadente u oscuro que ya devastó la Tierra. También habremos desechado la tan mentada discusión de irnos a vivir a las “colonias” fuera de la tierra, discusión con dos sentidos bien definidos, el primero de los cuales es para qué irnos a vivir a otro planeta si terminaremos devastándolo como al original; y el segundo determinado por la interesante cuestión de que a las “colonias” solo van los humanos no defectuosos, con todo lo que ello significa simbólicamente.
Por último arrojaremos al tacho la especulación y el análisis de si el protagonista, el cazador de replicantes, es o no humano, disyuntiva planteada varias veces en la película para el intenso debate de los millones de admiradores que dejaron tanto la película como el libro que le dio origen: “Sueñan los androides con ovejas eléctricas”, de Philip K. Dick, prolífico autor de ciencia ficción muerto poco antes de ser estrenada la película, lo que no evitó observar y admirar las profundas diferencias respecto del libro que Ridley Scott, el director de la película, introdujo en el filme.
Los replicantes tienen una particularidad, han nacido adultos. Es decir, en su afán de humanizarlos, de hacerlos indistinguibles de los humanos, salvo si se quiere por sus bellos rostros, sus cuerpos estéticos, su voz atractiva, se los ubica en el tiempo y espacio preferido por los humanos: adultos jóvenes, fuertes y bellos. ¿No hubiera sido más fácil crearlos con un solo ojo en el medio de la frente para ser más fácilmente reconocidos y eliminados, o sea “retirados”?

Recuerdos reales
El hecho de no haber tenido evolución física y psicológica los hace instrumentalmente peligrosos, incapaces de asimilación del dolor del otro, de la cultura del otro, de la empatía. Sin embargo, en la escena final, el replicante en jefe, Roy, solo y herido de finitud, es decir, consciente ya de la inmediatez de la propia muerte, salva la vida de Deckart, de su cazador. Y lo hace para poder contarle, para poder hablarle, para decirle cuántos recuerdos “reales” se perderán, cuantas cosas vividas y sentidas por él, desaparecerán con su muerte. Palabras poderosas donde sella la verdadera y real humanidad del replicante ante la mirada sorprendida de Deckard, el cazador cazado por su presa, el humano azorado por la humanidad del robot.
La fenomenal pulsión de vida de Roy, acentuada por su acercamiento a la muerte física se plasma como un cuadro perfecto, llamémosle hiper-cyber-realista, cuando el jefe de los replicantes fallece y para confirmar su deceso, suelta una paloma blanca que había atrapado mientras perseguía a Deckard. Suelta la vida muriendo, otorga vida, pereciendo, otra de las genialidades del director.
Voy a finalizar este intento de glorificar un recuerdo ¿No es eso lo que estoy haciendo, hacer que un recuerdo del pasado vuelva al presente de una manera que aun siendo remoto se vuelva absolutamente actual? Lo voy a hacer con un cuestionamiento a los apocalípticos de ayer, de hoy y de siempre. La película presentada en 1982 nos habla de un terrible futuro con fecha en noviembre 2019. Hoy hemos llegado a esa fecha y a pesar de todo lo que podemos cuestionar el estado actual de nuestro planeta y su nocivo sistema económico y social dominante, sin duda podemos afirmar que no estamos tan mal como nuestra agorera película afirma. Si esto es motivo de franco regocijo o de oportuna alerta lo dejo a discreción de nuestros muy “humanos” lectores.

* Farmacéutico, óptico y escritor. Ha publicado dos novelas: «La ciudad de los recuerdos equivocados» y «La otra sombra del sol», y un libro de poemas: «Poemas para Noa y Zirel».