¡No perdonaremos! Pero olvidaremos… *

Jair Bolsonaro, el "Bibi" brasileño, dijo: "Los crímenes del Holocausto pueden ser perdonados, pero no deben ser olvidados". Tal su insolencia.
Por B. Michael

No hubiera sido de extrañar que nuestro Bibi lo condenara de inmediato arrojándole fuego y azufre… Es decir, que hubiera derramado fuego y azufre sobre él si no fuera un hombre como los que a él le gusta: racista, homofóbico, misógino, amante de tiranos, aficionado a la tortura e ignorante absoluto de la historia, y un incondicional amante de Israel. Por lo tanto, nuestro Bibi se contuvo y no pronunció una palabra. Una alianza entre “bibim”(1).
Pero hubo quienes se enojaron. Y por costumbre, el enfado se derramó solo sobre la primera parte del Evangelio según Bolsonaro. ¿»Pueden ser perdonados», dijo? No. No pueden ser perdonados y no permitiremos que se perdonen. No solo por la interminable monstruosidad de esos crímenes, sino también porque… ¿cómo decirlo suavemente? «No perdonar» es una propiedad bastante productiva. Eficaz. Útil. Tanto a nivel político como financiero. Así que gracias, pero no. No perdonaremos.
«Olvidar» es otra cosa. «Olvidar», a diferencia del evangelio según Bolsonaro, en realidad está permitido. Incluso es deseable. De hecho, ya es bastante habitual entre nosotros. No olvidamos, Dios no lo quiera, a las víctimas del Holocausto. Dios no lo quiera. Ni siquiera olvidamos las cámaras de gas ni los campos de exterminio. Tal olvido negligente podría dañar nuestro victimismo vital. Pero, ¿cómo y cuándo comenzó toda esa abominación, aquella por la que nunca perdonaremos, pero que estamos acostumbrados a olvidar? Y lo hacemos diligentemente, con cuidado y con entusiasmo. Para nosotros, el Holocausto comenzó en Auschwitz. Los años entre 1930 y 1939 son un agujero bastante negro en nuestra memoria.
Hemos olvidado cómo un pequeño grupo de arrogantes y malvados racistas, convencidos de que ellos son el pueblo elegido, se han hecho cargo de un país y han convertido a sus ciudadanos en animales depredadores.
Hemos olvidamos cómo nosotros y nuestros antepasados éramos seres inhumanos. Ratas de cloaca, lascivas, estafadoras, ladrones, villanos y conspiradores subversivos despiadados que traman destruirlos.
Hemos olvidado las inscripciones pintadas en los frentes de nuestras casas, de nuestros negocios, nuestras ropas, nuestras casas de oración y, a veces, incluso grabadas en nuestra carne, que exigía que el pueblo de los elegidos no comercie con nosotros, no nos empleen ni permitan que nos introduzcamos en sus comunidades.
Hemos olvidado a los matones de la pureza racial que perseguían, golpeaban, humillaban y discriminaban a los «asimilacionistas» que se atrevían a «mezclar sangre con sangre» nación con nación, a conversar con nosotros en el banco de un jardín, a «mezclar» en la escuela a nuestros hijos inferiores con sus hijos puros.
Hemos olvidado a la muchedumbre nacionalista orgullosa que encontró una salida a sus oscuros impulsos a nuestra cuenta. Animales humanos que ni siquiera se abstuvieron de abusar de los padres ante los hijos.
Hemos olvidado el permiso que se les otorgaba, primero con un guiño de ojo y luego explícitamente, para matarnos como si fuéramos pájaros durante la temporada de caza.
Hemos olvidado cómo fuimos expulsados de nuestros hogares y de nuestra patria. Cómo violaban nuestra propiedad y se la cedían al pueblo elegido. Cómo fuimos encarcelados en guetos decrépitos, rodeados de cercas y soldados de gatillo fácil.
Hemos olvidado la variedad de leyes de «nacionalidad» promulgadas para determinar quién puede casarse con quién. Quién vivirá dónde y dónde no. Quién pueda adquirir bienes raíces y quién no, quién tenga derecho por su sangre a la ciudadanía y quién no, quién será genéticamente afectado y quién agraciado, quién está genéticamente predestinado a sobrevivir y quién no.
Hemos olvidamos todo esto. Lo olvidamos, y nada aprendimos. Porque así es más facil administrar el imperio. Porque solo de esta manera podemos hacer lo que hacemos a los demás, sin sentir la venenosa burla de la historia, y sin perder una pizca de nuestro derecho sagrado de nunca perdonar a quienes nos lo hicieron.

1) NdT: en Hebreo Bibim es el plural de Biuv, cloaca y el autor lo usa como plural de Bibi (bibim).

* Fuente Haaretz, 21 de abril 2019.
Traducción de Oded Balaban