Opinión

El maremoto y la República de Cromañón

El horror se desató en la agonía del 2004. Jugar a la ruleta rusa convierte a la vida en un azar. El mismo azar que generalmente juega a favor en la inmensa mayoría de salas y lugares públicos que carecen de las medidas de seguridad que faltaban en la discoteca República de Cromañón. Una serie de factores concurrentes precipitaron la tragedia. Un estado desmembrado y jibarizado, un apetito irracional de maximización de la rentabilidad empresaria, la complicidad vía corrupción entre el mercado y el estado, la irresponsabilidad de muchos de los concurrentes nacidos y criados en los años oscuros donde se desarticularon los lazos sociales y se enalteció la figura del “ganador” sin escrúpulos.

Por Hugo Presman

Una época donde la trasgresión frívola e insolente se consideraba la quintaesencia de la viveza y hoy los jóvenes son entre otros las víctimas sociales que transitan un escenario de desocupación y falta de futuro.
En el sudeste asiático no se previno el maremoto informando que el alerta está dado por el alejamiento sorpresivo del mar para no ahuyentar el turismo. En el boliche República de Cromañón se cerraron las salidas de emergencia para no incurrir en el costo de pagar sueldos para custodiar las salidas e impedir que por ahí entraran los que no pagarían la entrada.
Si se hubiera explicado que cuando el mar se aleja, hay diez minutos para huir en dirección contraria, miles y miles de personas podrían hoy estar vivos.
Si la sociedad argentina no hubiera sido bombardeada durante treinta años con que el mercado es un distribuidor eficiente de la riqueza y el Estado es un estorbo para ese propósito, hubiera resultado más difícil que el empresario de Cromañón introdujera cuatro mil clientes donde sólo están autorizados mil trescientos.
A partir de la Caída del Muro de Berlín las sociedades tienen mejores o peores niveles de progreso y probabilidades de un futuro mejor conforme a la mezcla y proporción de Estado y Mercado que hagan.
Si el Estado no hubiera sido vaciado para reducirse a levantarles la mano a los ganadores, es posible que hubiera llegado a tiempo para clausurar una discoteca con media sombra y materiales altamente inflamables. Esa, que el padre de una víctima calificó con dolorosa precisión como “centro de exterminio juvenil”.
Si los países del sudeste asiático no hubieran temido que medidas preventivas del tsunami podían ahuyentar al turismo, el mar no se hubiera engullido a tantos seres humanos.
El maremoto es un fenómeno de la naturaleza pero la prevención es una decisión política.
Hay un hilo sutil que vincula la catástrofe del sudeste asiático con la República de Cromañón.
Es la base de un sistema despiadado basado exclusivamente en el lucro. Y donde el mercado es un dictador que se alimenta diariamente de seres humanos. Como los cincuenta y cinco chicos que mueren diariamente en nuestro país por causas evitables sin cámaras de televisión ni movileros, en el anonimato de la miseria. Sin la visualización apabullante de un boliche incendiado. Sin los cadáveres de jóvenes tirados en la calle en su frustrado intento de divertirse con su banda favorita.
Sin escenas que parecen arrancadas de los trenes que conducían a las víctimas a los campos de concentración nazis. Como cuenta Gustavo Carabajal en el diario ‘La Nación’: “Policías y bomberos, con barretas y a manos limpias, intentaron durante quince minutos abrir la puerta de emergencia desde afuera, pero no tuvieron éxito. En cada uno de los tironeos, las hoja se entreabría sólo unos centímetros: por allí brotaban brazos y manos en una desesperada señal de auxilio y gritos desgarradores”. O el relato conmovedor del periodista Néstor Machiavelli: “…Al llegar a la avenida Rivadavia nos cruzamos con pibes ennegrecidos, descalzos y atontados que deambulaban pidiendo ayuda. Pero todavía no habíamos pasado las puertas del infierno que se abrieron al llegar a Bartolomé Mitre. Las veredas y las calles estaban tapizadas de pibes desparramados en el suelo, algunos jadeando, otros inmóviles. Al grito desgarrador de padres que buscaban a sus hijos sumé los nuestros. Me agachaba a ver a cada pibe moribundo mientras buscaba a Jazmín. Aún no había camarógrafos, las ambulancias partían repletas de chicos entre la vida y la muerte”.
El desorden posterior a cada una de las tragedias que nos azotan volvió a hacerse presente. Los socorristas voluntarios, con sus limitaciones, reemplazan a un organismo ausente como Defensa Civil.
Como en toda situación límite, afloró lo mejor y lo peor de la condición humana. Lo destacable fueron los voluntarios que arriesgaron sus vidas y algunos la perdieron para salvar a semejantes. El sistema hospitalario que funcionó como los restos sobrevivientes del país distinto que hace unas décadas fuimos.
La falta de una presencia activa de la estructura política del gobierno de la ciudad y de la militancia de los partidos políticos volvió a abrir una brecha entre la gente y la política.
Si la política se ausenta ante el dolor y la tragedia, sumado a la negligencia preventiva el abismo que se abre es insalvable.
Más de ciento cincuenta mil muertos en el sudeste asiático. Las cifras definitivas nunca se conocerán pero seguramente no es exagerado suponer que redondearán como mínimo las cuatrocientas mil. Ciento ochenta y cinco muertos en la República de Cromañón, las que lamentablemente se incrementarán con muchos de los que están graves.
Las bolsas del mundo, la exteriorización sensible de los mercados ni se inmutaron. Y eso es obvio. La vida no cotiza en las bolsas. En los mercados la existencia humana no tiene valor y por lo tanto tampoco precio. Eso es sólo para los productos. Fundamentalmente para los no renovables como el petróleo. La vida, en cambio, es un recurso renovable, en esa fábrica ancestral e inagotable que es el apareamiento.
Comienza la hora de la búsqueda de los responsables. El empresario inescrupuloso, el jefe de gobierno que ignoró un informe del defensor adjunto, Atilio Alimena del mes de mayo, denunciando que el 70% de los boliches estaban en infracción, los inspectores, los bomberos, los… En medio del desconcierto, el silencio del presidente Kirchner resultó extremadamente sonoro. Su cambio de actitud posterior fue tardío. Su distancia de los familiares de las víctimas reveló su tendencia a concurrir donde estén garantizados los aplausos. La sensibilidad basada en la especulación de las encuestas es una hipocresía inadmisible.
Los actores implicados son los responsables directos. Y como muestra gratis de un estado de descomposición empresarial conocido, empresas truchas, testaferros en los directorios, carencia de seguros en el local bailable. El control de los elementos pirotécnicos a la entrada parece más que una medida de seguridad, una forma de garantizar la exclusividad de su venta en el interior del local.
Pero más allá de las promesas, de la reiteración del “nunca más”, las tragedias siempre nos estarán esperando con más intensidad que una probabilidad estadística. El sistema es el que escribe el libreto. Está basado en la desaprensión, en el desprecio a la vida, en el lucro como único objetivo.
El Estado y la concientización de la sociedad son los únicos que le pueden poner una valla a la desaprensión e impunidad posterior. Y pensar que en un tiempo de confusión y desprecio se pregonó la presencia excluyente de la mano invisible del mercado.
Así se construyó una sociedad manca. La regresión a una República del hombre de Cromañón.