Segunda entrega:

La pareja mixta en la literatura judía

En la primera parte de “La pareja mixta en la literatura judía” nos hemos aproximado a dos personajes que se animaron a transgredir el precepto que nos prohibe mezclarnos con pueblos Otros. Se trataba de dos mujeres: Jave (de “Tevie el lechero”) y Miryam (de “Los gauchos judíos”). Oscilando entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX ambas novelas abordaban (aunque de muy diferente forma) la temática de la asimilación, siendo la pareja mixta su consecuencia previsible y temida a la vez. Jave, vuelve con su padre y acepta los destinos de su pueblo luego de un periplo exogámico con goy-escritor-sensible. Miryam, huye con goy-peón morochazo-símil Catriel, derechito al crisol de razas. No sabemos si llegaron o no. Gerchunoff no nos lo cuenta. De esto se encargará una nueva generación de escritores judeo-argentinos.

Por Laura Kitzis

De la supervivencia a la identidad

“Sión está allí donde reina la alegría y la paz. A la Argentina iremos todos y volveremos a trabajar la tierra” (y a cosechar… ¡Doctores!)

Loa años ´60 y ´70 nos muestran una comunidad judía plenamente incorporada al paisaje urbano. Los “nietos” de los “gauchos judíos” pueblan las profesiones liberales, los claustros universitarios, o recorren las calles de Buenos Aires en perfecto lunfardo. La integración es una realidad. Atrás quedaron el español cocoliche y las penurias económicas de la primera generación de inmigrantes.
En el medio hubo de todo: golpes militares y peronismo, Shoá y creación del Estado de Israel, Cuba y psicoanálisis, Beatles y Mayo del ´68, Sartre y ‘la Noche de los bastones largos’.

Para el judío argentino, la angustia de la supervivencia quedó atrás, en los relatos de los padres o (si los había) de los abuelos. Una nueva generación del Pueblo del Libro será realista y buscará (como los chicos del 68’) lo imposible: definir una identidad judeo-argentina.
Después de todo, si a una venerable barba jasídica se le agrega una boina, se obtiene un hombre nuevo… y aunque es preferible hacer el amor y no la guerra, si el hombre nuevo es judío y el amor es goy, algunos, van a tener que hacer las dos cosas…

¿Sabés quién viene a cenar?

“¡Uno puede ser amigo de ellos! ¡Pero casarse no!
Después vienen los insultos y las ofensas, los hijos y
los problemas. ¡Casarse no!”
“Réquiem para un viernes a la noche” Germán Rozenmacher

Respecto de María, sabemos que es cristiana y que David Abramson la ama, nada más… pero tampoco nada menos. Sholem Abramson, su padre, ha visto defraudadas una a una las expectativas depositadas en su hijo varón: no ha triunfado en una profesión, no será jazán como su padre (y como lo ha sido una vasta tradición de Abramson), quiere ser escritor, pero las profusas páginas de su novela no han visto aún la luz…
María se instala como un abismo entre un padre y un hijo que ya no pueden habitar juntos ni el tiempo, ni el espacio:
“No, papá, no me entendés…Entro aquí y me siento en otro mundo. Entro aquí y me siento a mitad de camino de todo, no soy nada, no soy nadie. Estoy cansado de hablar mitad idish y mitad en castellano!…¡Estoy cansado de vivir en el pasado, estoy cansado de ser un extranjero! ¡Abrí las ventanas papá, salí a la calle, volvé los ojos sobre esta calle, sobre esta gente con la que yo nací y que es mía!
Si el padre representa el “allá” y el “antes” y el hijo el “aquí” y el “ahora”, ¿cómo debemos leer este extenso y doliente lamento de David en el que conviven el arraigo y la extranjería?
¿Es acaso María el ingreso definitivo de David a una argentinidad sin fisuras? ¿Es el pasaje para salir del ghetto? ¿Para dejar de ser un turista que habla “mitad idish y mitad en castellano”?
El “salto al afuera” que tan imperiosamente le reclama David a su padre… ¿será atajado por “esta gente con la que yo nací y que es mía”? (De hecho, al padre de María, no le gustan los judíos…).
Tal vez David necesite transitar ese camino hacia el exterior con María, y con su padre. Tal vez sospeche que se sentirá demasiado solo.
Por otra parte, su casa natal es para él una eterna puesta en acto del pasado. Sólo una alcancía del Keren Kayemet, convoca al presente un tiempo histórico –judío- real. El resto es mito. Desembarazado de los ritos ancestrales de su religión, no le queda a David manifestación positiva judía de ningún tipo. Sholem, desgarrado, invoca la culpa:
“¿Acaso no sentís toda la sangre y las lágrimas que se guardan entre estas paredes? ¿Acaso no sentís que esa sangre es tu sangre, la de tus hermanos? ¿Acaso no sabés que vos estás vivo por accidente, que si yo no hubiera venido aquí, ahora vos y yo y todos estaríamos muertos?”
Pero David tiene 26 años y está enamorado. No quiere cargar sobre sus hombros la memoria judía, ni sabe cómo apropiarse de una historia anterior a sí mismo: quiere disolverse en la utopía iluminista del “hombre universal” ¿Lo conseguirá?
Despojado del gregarismo judío, ¿podrá ser tan sólo un “ser humano”? ¿Lo será para el padre de María?

Crossing Canning

“…porque desde hace años vengo gritando, clamando
para que me permitan ser distinto, para que no me
obliguen a ser igual…”
“Donde sopla la nostalgia”, de Mauricio Goldberg

Mario Gurovitz fue a la escuela pública a la mañana y al ‘shule’ (escuela judía) a la tarde, fue ‘janij’ (integrante de un grupo) en la infancia y ‘madrij’ (líder) en la adolescencia. Militante de un movimiento sionista de izquierda, los 18 años lo encuentran entre la ‘aliá’ (inmigración a Israel) y el ingreso a la Universidad de Buenos Aires. La historia de tantos. Para hacer aliá hay tiempo. Elige el ingreso. Elige la militancia en una agrupación universitaria en un partido de la izquierda nacional y elige a la señorita Graciela Di Paola.
Quiere, ¡él también!, dejar de ser un extranjero “un invitado que debe ser complaciente so pena de serle recordado su carácter de extraño”
En un auto impuesto exilio de los marcos comunitarios, caminando por una geografía habitada antes sólo por judíos y que ahora se ha tornado lejana y ajena, Mario buscará una guía, un lazarillo: Graciela.
A lo largo del viaje iniciático que emprende Mario para sortear el desarraigo y ejercer, sin ambivalencias, su condición ciudadana, la ilusión del amor le permitirá tender un puente, no hacia el afuera -a la manera de David- sino hacia sí mismo, hacia su exilio interno, hacia su identidad fragmentada de judío-porteño- errante.
Graciela hubiera podido ser un objeto más que válido de amor para Mario en calidad de mujer, pero jamás en calidad de paliativo de su desarraigo judío. Ella, mujer enamorada al fin, y bastante perspicaz en relación a la neurosis judía de Mario, le arroja esta cruel verdad:
“…Ya no necesitás atarte conmigo a esa Buenos Aires que tanto te aterró… porque hace una semana el señor se descubrió capaz de reventar una botella llena de nafta en pleno Corrientes y Maipú… y tirar volantes pidiendo acabar con Onganía… y claro, si sos capaz de eso quiere decir que sacaste pasaporte de ciudadano de este país y eso significa que ya no precisás tu relación con una piba “gentil” para que te reconozcan como uno de los de acá…”
¿Sólo eso? No. Oscuramente Mario intuye que para que su amor con Graciela prospere, debe abandonar otros amores: el “ken”, las canciones de su infancia, el fogón de la “tnuá” (movimiento), y aun sus dolores judíos, y su pasado, y su futuro. Porque hay cosas que Graciela no puede entender:“¿Es que todavía no te basta con todo lo que te llenaron la cabeza tus viejos, o pretendés seguir repitiendo la guerra y la barbarie de entonces para toda la vida y encima traspasársela a tu hijo? ¿Si a vos te ataron una cadena así de pesada ¿Por qué la aceptás para tu hijo? ¿Por qué demonios el también debe ser judío?”
“Porque mi hijo no va a vivir ignorando aquello por lo cual mataron a mi abuelo y mis tíos, aquello por lo cual mi padre sufrió y precisó cruzar medio mundo para encontrar un sitio donde no le gritaran judío de mierda y porque cada uno tiene un compromiso con sus raíces y cada uno necesita saber qué cosa es para poder rebelarse y cambiar o continuar arando el mismo surco… Y, Graciela, contestame vos, ¿por qué no habría mi hijo de ser judío él también, por qué no?”

La Tierra Prometida

Parejas mixtas, parejas metáfora siempre de otra cosa: judíos integrados al país y desintegrados hacia el interior de sí mismos…
Tal vez sean ciertas las palabras de Albert Memmi: “El éxito de una pareja mixta depende de la dosis de desarraigo que cada uno pueda soportar”.