Pilar Rahola y la polémica sobre la propaganda en el conflicto del Medio Oriente 3:

Dimensiones de medios y periodistas

Escenario: situación del conflicto de Medio Oriente entre palestinos e israelíes. Visiones desde la Argentina. Medios de comunicación masivos que se ocupan del tema y una comunidad judía que se debate entre la defensa a ultranza del Estado de Israel y la indiferencia. En el medio, algunos que quieren (queremos) al Estado de Israel pero que conviven (convivimos) con la repulsión que provoca la violencia extrema de uno y otro lado…
Uno y otro lado. Palestinos e israelíes. Judíos y musulmanes. Diáspora y Nación.
Uno y otro lado. Expresión que supone la existencia de dos lados y una distancia que los separa y que parece perder dimensión a medida que pasan los meses: la dimensión de la vida humana.
Dentro de uno y otro lado seguramente, coexisten varias visiones que se debaten entre una y otra frontera.
Resulta difícil reducirlas, intentar dirimirlas tan sólo en “uno y otro” como un ‘x’ ‘y’ absolutos. Me resisto a pensar que ‘x’ e ‘y’ son absolutos. Quiero creer que hay muchos otros componentes en esa ecuación y que el orden de los factores, en este caso, sí altera el producto.
A la distancia, es decir “aquí” en Buenos Aires, la discusión (que no es debate) planteada entre los factores comunitarios que apoyan a ultranza al gobierno de Israel y quienes tenemos una visión más crítica sobre el accionar de Ariel Sharón, pierde sentido cuando uno de los componentes deja de percibir que aquello por lo que se discute es por el objeto humano (israelí o palestino), y más aún cuando se hace solamente humano en tanto tiene las características de mi semejante-igual-prójimo.
La paradoja es que, tampoco para Hamás, la existencia israelí o judía vale en términos humanos.

La carta

Un grupo de intelectuales, periodistas y preocupados judíos argentinos, envió semanas atrás una carta a la redacción del periódico Nueva Sión (y a otros periódicos comunitarios), en defensa de la escritora española Pilar Rahola, a quien consideran injustamente atacada desde nuestras páginas. De la carta, sorprende -entre otras cosas- la siguiente afirmación: «Cuando el debate es entre nuestro derecho a existir y el odio de los fanáticos, la sola idea de debate resulta una aceptación de la muerte violenta e injustificada».
Pareciera que al hablar de “la vida”, estamos hablando solamente de la vida de los israelíes o de los judíos, dentro o fuera de Israel. La “existencia” israelí pasa ser un objeto de defensa y uso propio, imposible de ser discutido, analizado, debatido o criticado, sin importar qué acciones se acometan en pos de la defensa o los intereses de la causa israelí o judía en el mundo.
Claro, quizás sacada fuera de contexto resulte indispensable que aclare, para no ser injusta, que la carta refiere al derecho a la existencia del Estado de Israel y que el odio de los fanáticos refiere a los palestinos.
Si la misiva hubiera sido enviada por Muhamad X., Ismail H. o Alí G., el derecho a existir sería el de los palestinos y el odio de los fanáticos referiría a los que deciden realizar un asesinato selectivo que impacta no sólo sobre la vida del “selecto” sino también sobre la de cientos que están a su alrededor. También podríamos estar hablando del odio fanático de grupos que deciden ir en contra de sus propios ciudadanos, y una noche, en el medio de una manifestación por la paz, asesinan a sangre fría al Primer Ministro de su propio país, tirando por la borda los sueños y las concreciones de un legítimo proceso de paz.

Hechos condenables

La idea de debate nunca puede ser una aceptación de la muerte. En todo caso, el rebaño uniforme que lleva adelante una única visión del mundo, sin aristas y esquemática, está mucho más cerca de la aceptación de la muerte violenta e injustificada.
Según este criterio, ¿las iniciativas de diálogo y paz propuestas por sectores israelíes y palestinos deberían ser juzgadas como formas de “aceptación de la muerte violenta e injustificada”? ¿Por qué se justifica un asesinato selectivo a través del aparato estatal y se denosta la figura de los suicidios asesinos del aparato terrorista? Ambos hechos son aberrantes y condenables.

Los medios

Ese criterio de rebaño es el que lleva a cuestionar la objetividad de los periodistas que analizan o escriben sobre la situación en Medio Oriente.
Resulta llamativa la campaña que llevan adelante algunos sectores de la comunidad judía contra medios y periodistas, especialmente contra el diario Clarín y quienes forman parte de su staff. Pareciera que las principales redacciones de los medios masivos argentinos formaran parte de una conspiración mundial, casi como si fueran una extensión de “Los Protocolos de los Sabios de Sión”.
¿Por qué a los medios de comunicación se les exige ser “objetivos” o “neutrales”, desde posiciones inequívocamente subjetivas y parciales?
La profesión periodística, aún cuando suela proclamarse lo contrario, no navega en mares de objetividad y pulcritud ideológica. Ni los periodistas, ni los medios en los que trabajan, les pueden asegurar a sus lectores o consumidores, que aquello que les brindan es un producto aséptico y desafectado de lo que cada periodista piensa, conoce o ha experimentado a lo largo de su vida.
Pero el objeto del trabajo del periodismo es tratar de mostrar la realidad -aún cuando esa realidad espante y perturbe-, dentro de límites éticos y “saludables”. Y también, mal que nos pese, dentro de los límites que imponen las empresas periodísticas. Es tema de otra discusión si lo que se produce es bueno o malo en términos de calidad periodística.
Los periodistas no son vengadores que luchan en contra de la corrupción, la injusticia o la inequidad social. Los periodistas son trabajadores que contribuyen y aportan a la construcción de una sociedad más informada y, por tanto, más esclarecida. Pero ese aporte no puede ser único o uniforme. Hay matices, tan complejos como la realidad. Y es responsabilidad nuestra como consumidores de medios, tratar de desentrañarlos.
Pedirle a los periodistas que escriban solamente lo que a nosotros nos gustaría leer, es pretender que la realidad sea tan sólo como a nosotros nos gustaría que fuera.
Muchos quisiéramos que la realidad de Israel fuera una realidad de paz, de justicia, tolerancia y equidad para sus ciudadanos y sus vecinos.
Por el momento, las acciones violentas del propio Israel y sus vecinos, ensombrecen esa perspectiva.
Para el gran público, queda fuera de escena lo que también es Israel en términos de desarrollo, de educación y de futuro. Ese país que muchos queremos y sentimos como nuestra segunda casa.
Como judía, me gustaría ver más a menudo notas sobre los desarrollos científicos israelíes o sobre la calidad de sus artistas e intelectuales. Pero la realidad de la coyuntura urgente es otra.
No son los medios los que corren el velo de la gran Israel anhelada: son los decisores políticos los que definen las agendas.
Es a ellos, en primera instancia a quienes hay que pedirles y exigirles cómo queremos que sea la realidad, y a la par de esa exigencia debería estar nuestra propia acción ciudadana, cotidiana y firme, en pos de una vida mejor.
Para los periodistas, el requerimiento debiera ser que sean tan sólo puentes entre nosotros y la realidad. No nuestros fiscales o abogados defensores.
Para tratar de tomar dimensión de las cosas, la gimnasia cotidiana sería la de intentar ser tan objetivos, tan veraces, tan inquisitivos como lo que exigimos que sean los periodistas.
De eso se trata: de tomar dimensiones.