Al discutir sobre relaciones internacionales, el principio fundamental es: nosotros somos buenos. Nosotros es el Gobierno, una aceptación del concepto totalitario de que el Estado y el pueblo son uno solo. Nosotros somos benevolentes, buscamos la paz y la justicia, aunque tal vez cometamos errores en la práctica. Nosotros somos engañados por villanos que no están al nivel de nuestros elevados principios. Los hechos de las últimas semanas, entre ellos las elecciones en EEUU, el ataque a Faluya, la muerte de Yasser Arafat y los cambios en el Gobierno de George Bush dan sustento al principio enunciado y, a nivel humano, acrecientan el peligro de la guerra y del terror. La política militar de Washington ‘conlleva un riesgo apreciable de catástrofe final’, escriben los expertos en estrategia John D. Steinbruner y Nancy Gallagher en la última edición de Daedalus, una revista no muy dada a la hipérbole. Los autores expresan la esperanza de que la amenaza será contrarrestada por una coalición de países amantes de la paz, encabezados por China. Realmente las cosas están muy mal si debemos confiar en China. La democracia puede hacer algo mejor.