El llamado “Fenómeno Milei” es análogo al cuadro de un embotellamiento inducido por la curiosidad, o más bien del morbo, de aquellos automovilistas que aminoran o detienen sus vehículos para observar los detalles de un accidente que, al costado del camino, ha dejado cadáveres exánimes entre los hierros retorcidos de lo que hasta hacía minutos fuera un auto. La sensación de que “el muerto es el otro” permea los discursos en este enrarecido presente político, como si los dislates, amenazas y ataques de rabia del candidato tuvieran como destinatarios a “mi pariente estatal, a mi vecina que percibe una ayuda social, a quienes acuden al hospital y la escuela pública, a quienes investigan la fisión nuclear”, pero nunca “a mí”.