55 años después

Reflexiones a la sombra del conflicto

Con vistas a un nuevo Día de la Independencia de Israel, algunos escenarios de la coyuntura del país parecen sombríos y otros promisorios. La crisis económica se profundiza, el plan económico propuesto no apunta a solucionar los problemas y la paz con los palestinos no termina de acercarse. Mientras los verdaderos dilemas de la sociedad israelí siguen ausentes del debate público, y a pesar de todo, hay motivos para festejar:

Por Marcelo Kisilevski (Desde Israel)

1. La vida cotidiana

Los atentados han disminuido en Israel. Con el fin de la guerra, los israelíes dejamos por fin las máscaras de gas en casa y quitamos los nylons y cintas adhesivas de los cuartos sellados. No es que alguien circulara de verdad con máscaras de gas por la calle, como no fuera turista o soldado. Pero uno sabía que debería estar llevándola, y por eso el alivio es para los «audaces transgresores» también.
Se podría hablar de una baja en la tensión, un alivio que se manifiesta en el hecho de poder viajar en autobús con una cierta despreocupación. Es cierto: la gente sigue mirando al otro de arriba abajo cuando, en especial en estos días de la rara primavera israelí donde, a días de hamsín -el caluroso y sofocante viento desértico venido de Arabia- le siguen días de sobretodo y gorro. Y si el gorro de uno es negro y de lana, eso suele asustar a pasajeros en alerta en los autobuses israelíes. Uno, que más allá del gorro parece un judío polaco del «shteitl», nada similar a un palestino suicida, se divierte un poco con la situación antes de quitarse el gorro y mostrar el «look» europeo, para alivio de los ancianos y los pobres, que son la mayoría de los clientes del transporte público.
Es que el conflicto con los palestinos ha cobrado ribetes de clase, debido a la agudización de la crisis económica, en estos años de Intifada. Si bien la gente sigue observando el café o el restaurante donde va a entrar, verificando si tiene o no guardia de seguridad, si hay mesas lejos de la entrada para que al terrorista le lleve más tiempo llegar y demás cálculos macabros por el estilo, ellos son para los que se pueden dar el lujo de tomar café en esa confitería o comer en ese restaurante.
Y no son todos. Cada vez son más los israelíes por debajo de la línea de pobreza. La recesión se ha vuelto galopante a partir de la última Intifada que no cesa y se agudiza con el paso del tiempo. Con el fin del proceso de paz iniciado en Oslo, los inversores extranjeros se fueron, los israelíes invirtieron afuera o especulan, y los pequeños inversores guardan el dinero para que no les falte qué comer, o tienen miedo de invertir y perder.
El nuevo plan económico impulsado por el ministro de Hacienda Biniamín Netaniahu es visto por muchos sectores como llovido sobre mojado. Según el sociólogo y economista político doctor Lev Grinberg, de la Universidad Hebrea de Jerusalem, se trata de un plan dictado por el Fondo Monetario Internacional para solucionar problemas que Israel no tiene. «Se trata de dictados del FMI destinados a que los países tengan estabilidad monetaria y cambiaria y puedan devolver sus deudas externas. Ocurre que a Israel no le falta estabilidad, y tampoco tiene problema de pagos de su deuda».
¿Cuál es el problema de Israel, entonces? Para él, es la falta de futuro, debido al conflicto con los palestinos. Incluso el primer ministro Ariel Sharón ha dicho que ese es el problema, y que cuando no haya más terrorismo e Intifada, los inversores volverán. «Si fuera un problema de la estructura inflada del Estado, los inversores no tendrían que haber venido tampoco como lo hicieron entre 1992 y 1996. Y si todos aceptan que el problema no es la estructura del Estado sino el problema con los palestinos, ¿por qué cambiar la estructura dejando a tanta gente en la calle?», explica.
Hay recesión porque la gente no tiene dinero para gastar. El Estado, entonces, ejecuta un plan según el cual la gente tendrá aun menos dinero. Entre los despedidos por el aparato estatal figuran unos 6.500 docentes, la gran mayoría mujeres. Así que también se verá afectado el sistema educativo israelí, cuyas aulas ya llegan a albergar a 40 y más alumnos.
¿Y qué dice Ariel Sharón a todo esto? Por un lado quiere que la economía mejore, y eso explicaría su apoyo al «Mapa de Rutas» para la paz en el Medio Oriente impulsado por George W. Bush para la post-guerra iraquí. Por otro lado, espera que el plan de Netaniahu fracase, porque ello lo quemaría como candidato a heredarlo, y por eso en principio estaría apoyando su plan hasta que sea aprobado, para atacarlo una vez que fracase. Sharón odia a Yasser Arafat, pero más odia a Bibi Netaniahu.
Israel, que alguna vez se enorgulleció de tener una brecha salarial de 3 a 1 entre los que más ganan y los que menos, tiene -al momento de festejar sus primeros 55 años- la mayor brecha del primer mundo: 20 a 1.
Y también un estado de bienestar social que se debilita a pasos agigantados, con planes económicos para solucionar los problemas de los que más tienen, y dejar en la calle a cada vez más desgraciados. Y eso que éramos todos judíos…

2. El Mapa de Rutas

Este Iom Haatzmaut nos encuentra atascados también en uno de los máximos ideales de la empresa sionista: la paz con sus vecinos. Los palestinos, a la hora de escribirse estas líneas, se debaten en un conflicto de poder sin precedentes entre dos titanes de la OLP, Yasser Arafat y Abu Mazen. Ello, así como la continuación de una Intifada que consiste nada más que en terrorismo contra inocentes, estaría una vez más jugando a favor de los sectores en Israel que buscan estirar la solución hasta el infinito.
Los analistas se dividen en escuelas, incluso a la hora de leer las intenciones de Ariel Sharón con respecto a los palestinos. Están aquellos derechistas que lo votaron y que lo atacan ahora por haberse vuelto demasiado izquierdista. Hace poco declaró para el diario Haaretz que apoyaba la creación de un estado palestino. Dijo que «Israel no puede darse el lujo de dominar por siempre a otro pueblo; ello traería consecuencias en lo político y en lo moral». Por un lado se trata de declaraciones hechas para los oídos norteamericanos y europeos, para que todo el mundo sepa que venimos en son de paz. Por otro lado, se trata de la primera vez que un líder de derecha como Sharón habla en términos de «dominación de otro pueblo» y sus «implicancias morales», lo cual no es para menospreciar.
Sin embargo, algunos izquierdistas descreídos y también sectores de derecha ligados a los colonos en los territorios creen ver en estas y otras maniobras sharonianas un plan de genialidad magistral para torpedear cualquier posibilidad de acuerdo con los palestinos. Los unos por supuesto lo denostan; los otros lo aplauden. El plan «maquiavélico» consistiría en dar todas las apariencias de apoyar el plan de Bush: acepta el Mapa de Rutas, acepta declarativamente la creación de un Estado palestino así como las invitaciones a encontrarse con quien haga falta. Por otro lado, pone dos condiciones que sabe que los palestinos no podrán satisfacer.
La primera es que no se negocia mientras Arafat esté en el poder. La actual crisis en la cúpula palestina demuestra que Arafat no ha dado el paso al costado que se le pide, y que no está dispuesto a darle a Abu Mazen los poderes que éste y las potencias le exigen. No importa que Miguel Moratinos, encargado del Medio Oriente en nombre de la Unión Europea, le haya expresado a Arafat que sólo Abu Mazen es un candidato potable para el viejo continente. Y no importan tampoco las presiones del secretario de Estado norteamericano, Colin Powell, para que se resuelva la crisis de una vez. Arafat no resigna jamás su poder. Ningún líder lo hace, y todos son vitalicios.
Véase, si no, a Hosni Mubarak, el moderado presidente de Egipto, que preside sin vice alguno desde hace más de veinte años. Como quiera que sea, Arafat está débil como líder, pero dará batalla hasta el final. Mientras tanto ganará tiempo, y Sharón, que esperará pacientemente a que los palestinos se maten entre ellos antes de volver a la mesa de negociaciones, también.
La segunda condición es que el reclamo palestino del derecho al retorno de los refugiados hacia sus hogares en territorio israelí de antes de 1948 sea quitado del orden del día ya en el momento de empezar a negociar. La exigencia, acuñada por la ministra del Likud Tzipi Livni, no deja de tener su lógica: si ya antes de empezar a hablar del Mapa de Rutas estamos aceptando un estado palestino, queremos un renuncio paralelo por su parte; por otro lado, no puede ser que los palestinos se queden con el pan y con la torta: Estado palestino sí, retorno de los refugiados también. Si hay Estado palestino, dijo Livni y convenció a Sharón, el peso de los refugiados debe ser quitado de nuestras espaldas, pues habrá ya un estado que los pueda absorber.
En los hechos, se trata de una precondición para negociar, que es lo que Sharón prometió a Bush no hacer, y una condición de tal naturaleza que los palestinos jamás podrán aceptar si no quieren ser catalogados de traidores por partida doble: por hablar con los sionistas y los norteamericanos, y por renunciar ya en la primera rueda a un reclamo histórico tan vital.
Esta lectura de las intenciones sharonianas propuesta con decepción o con entusiasmo por los «maquiavelistas» de izquierda y de derecha respectivamente, insinúa que los palestinos son doblemente imbéciles: una, por caer en la trampa de recurrir nuevamente al terrorismo, un terreno en el que a la larga, Israel siempre tiene las de ganar, como lo muestra la disminución del terrorismo gracias a las acciones de Tzahal en los territorios, el apoyo de Estados Unidos e incluso, en este terreno, el del liderazgo europeo. En resumen, el no logro de dividendos políticos. Dos, por no darse cuenta que si se dejan de tonterías (terrorismo e internas inconducentes) y vuelven a la mesa de negociaciones aceptando todo al estilo Sharón, éste perderá su gobierno casi sin remedio.
Pero la otra lectura, la que cree en un Sharón pragmático que busca la manera de prolongar su poder, satisfaciendo a su clientela doméstica y extranjera, indica que, si para continuar en el poder hasta 2007 tiene que acceder de verdad a la creación de un estado palestino, no dudará en hacerlo. Para ello, no tendrá problema en renunciar al ala derecha en el gabinete, formada por los partidos Ijud Leumí y por el Partido Religioso Nacional (Mafdal), y recurrir a un gobierno laico formado por el Likud, el Laborismo y Shinui.

3. ¿Y el perfil de Estado?

Mientras tanto, los dos grandes problemas de los israelíes siguen siendo el bolsillo y la seguridad. No obstante, siguen votando según la seguridad y no según el bolsillo, y siguen dando su voto a un partido que no da soluciones en el plano económico, porque consideran que trata de modo correcto el problema del terrorismo.
Como siempre, lo urgente posterga lo importante. Y lo importante postergado sigue siendo el tipo de Estado que está construyendo el pueblo judío en su hogar histórico, Eretz Israel. En la diáspora se habla más de estos temas que en Israel. Aquí, en cambio, las discusiones al respecto ocupan espacios respetables solamente en los cerrados claustros universitarios, en las secciones intelectualosas de Haaretz o del anglófono Jerusalem Post, o bien en los seminarios y cursos organizados por el Departamento de Educación de la Agencia Judía. Pero éstos también son para público judío diaspórico.
Lo que nos queda es que las preguntas acerca de Israel como Estado judío y/o democrático, o las cuestiones candentes para la vida cotidiana de tantos en el rubro religión y estado, están totalmente ausentes del debate público israelí.
Tomemos como ejemplo el primer tema. La cuestión de «estado judío» o «de todos sus ciudadanos», la pregunta de si esto es una dicotomía irreconciliable o un dúo que debe ir de la mano, aparece sólo anclado a la actualidad de sucesos periodísticos pasajeros. Previo a las elecciones dos diputados árabes, Azmi Bashara, líder del partido árabe Pacto Nacional Democrático, y Ajmed Tibi, uno de los líderes del partido comunista judeo-árabe Jadash, fueron sometidos a propuestas de recusación como candidatos a diputados, por sus declaraciones de apoyo a la lucha palestina. El caso fue tratado por el Comité Electoral y apelado en la Corte Suprema de Justicia, y ambos pudieron postularse en las últimas elecciones.
El asunto también aparece cuando algún árabe con ciudadanía israelí participa de modo más o menos indirecto en la perpetración de atentados terroristas. Pareciera ser que de a poco, con cuentagotas, los árabes israelíes van subiendo peldaños de participación. A principios de la Intifada actual se inmoló un primer terrorista suicida originario de éste lado de la Línea Verde. Hace pocas semanas se publicó la noticia del primer taller de fabricación de cinturones explosivos para terroristas suicidas en una aldea árabe israelí.
Fuera de eso, el tema del status de los árabes en Israel, que constituyen un 18% de la población, sigue pendiente. Su agenda político-social no es como la de los palestinos de los territorios. Ciertamente reclaman por un proceso de paz que lleve a la creación de un Estado palestino en los territorios que ocupa Israel desde 1967. Pero al mismo tiempo protestan -no por los medios más civilizados, por cierto- contra la desigualdad de derechos y oportunidades para ellos como ciudadanos israelíes plenos. Es cierto que, en su opinión, los símbolos básicos del Estado de Israel -la bandera, el himno y la Ley del Retorno- no los representan y querrían verlos desaparecer o modificarse. Pero en los hechos, cualquier árabe israelí estará de acuerdo que con sólo mejorar su status económico, las inversiones públicas en sus ciudades y aldeas, en educación, en salud y en una integración social que iguale aunque más no sea en parte sus oportunidades en el campo laboral y cultural, esas exigencias de esencia pasarían a segundo plano.
Es una cuestión de punto de vista. Personalmente opino que si bien Israel tiene mucho que hacer en el campo de los derechos de las minorías, no es el país que peor trata a sus grupos periféricos. El hecho de que los mismos árabes israelíes que se quejan de discriminación siguen manifestando satisfacción de ser israelíes, por comparación al trato que recibirían en cualquier otro país no debe ser menospreciada.
Y su exigencia (y la de sectores ultraizquierdistas judíos, y la de los antisionistas supuestamente humanistas en el mundo) de un estado «de todos sus ciudadanos» que deje de lado la definición de «estado judío», al mismo tiempo que gritan «dos estados para dos pueblos» es de una incoherencia que grita a los cielos. Esos mismos sectores son los que dicen apoyar el derecho de autodeterminación de los pueblos… pero Israel debe ser «de todos sus ciudadanos». De lo cual se desprende que el único pueblo que no tendría derecho a la autodeterminación sería el pueblo judío. Como judío y como humanista, tal visión de incoherencia y deshonestidad intelectual rayana en el antisemitismo me rebela.
Mi posición en este punto es la que apoya «un Estado judío y también de todos sus ciudadanos». Un Estado en que ambos términos no sean contradictorios, haciendo honor al legado de los precursores y teóricos sionistas, desde Borojov en la izquierda a Jabotinsky en la derecha, que hablaban de un Estado judío y al mismo tiempo del respeto a los derechos civiles de todos, hasta las últimas consecuencias.
Pero de esto no se habla en Israel, sino de si Azmi Bashara dijo lo que dijo, si apoya o no el terrorismo palestino, o si hay árabes israelíes que colaboran con el Hamás. Como se siga sin debatir cuál es el lugar de respeto que el estado judío dará a sus minorías, esos casos, y en general el descontento árabe israelí, sólo habrán de crecer.

4. Lo que sí hay que festejar

A esta altura, al lector se le habrán ido las ganas de salir a festejar Iom Haatzmaut. Creo, por el contrario, que la creación del Estado de Israel sigue siendo un motivo de asombro y alegría que debe maravillar no sólo al pueblo judío sino a la humanidad entera. Los problemas expuestos forman parte de la dinámica de un país recién nacido que todavía está buscando su camino. Como todo niño o adolescente, le cuesta mirarse a sí mismo y decidir qué quiere y cuál es su identidad. Difícil es criticarle los miedos, inseguridades y negaciones. Aquí sólo podemos recordarle a Israel algunas cosas, sugerir rumbos.
Por lo demás, sí celebramos la existencia de Israel como Estado judío al que las cuestiones de su identidad y de su estatura moral le importan. Sí festejamos el hecho de que exista un Estado en el que el pueblo judío se haya normalizado, con lo bueno y con lo malo. Como lo soñaba Herzl, que quería un Estado en el que en cada esquina hubiera un policía judío y también una prostituta judía. Es decir con gente normal: proletarios, científicos, empresarios y empresarias, yuppies, punks, amas de casa y mujeres de carrera, estudiantes y profesionales judíos y árabes, ashkenazim y sefardim, en fin. No todos tienen igual acceso, creo que lo he dejado en claro, pero todos tienen alguno. Y pueden discutir, reclamar, pelear los espacios, construir, realizarse, criticar y crecer. Y no hablo de las realizaciones israelíes, de la alta tecnología, la ayuda al Tercer Mundo y esas cosas, que de lugares tan comunes se han convertido en slogans.
Prefiero sí mencionar que Israel ya ha hecho la paz con dos países árabes, y eso es medio vaso lleno, no vacío.
Y ahora me voy a la calle a festejar Iom Haatzmaut, a bailar un ora, a comer falafel y a escuchar a los excelentes músicos israelíes en las calles de Jerusalem. Para preocuparme otra vez ya tendré tiempo mañana.