Testimonio de una luchadora de los guetos:

“La educación impartida en Hashomer Hatzair nos dió la fuerza para combatir en el gueto”

“En el septuagésimo año del Hashomer Hatzair conmemoramos también cuarenta años del levantamiento del Gueto de Varsovia. Me invitaron a disertar en una velada conmemorativa y nostálgica del aniversario del movimiento, en el kibutz Hazorea. Centenares de compañeros de los kibutzim y las ciudades participaron en el evento, entre ellos algunos de los que en diversos períodos ejercieron la conducción de Hashomer Hatzair en el exterior. Me pidieron que participe, dedicando algunas palabras a la actuación de Hashomer durante el Holocausto. Pensé: ¿Qué tengo que ver yo con esta velada? No puedo glorificar el pasado como lo hacen otros compañeros -que educaron y guiaron al movimiento y vieron cómo crecían sus educandos-. Mis recuerdos del pasado desgarran mi corazón, son recuerdos de dolor y orgullo”.

Por Jaika Grossman (z´l) *

Llegué a Hashomer Hatzair porque en las proximidades de mi casa había un pobre zapatero. Yo tenía diez años; me enviaron a entregarle zapatos para remendar y hallé un sótano mohoso, niños corriendo descalzos en el frío invernal y una miseria que me miraba desde todos los rincones. Corrí a mi madre para contarle lo que había visto, pero mi relato no la perturbó en absoluto. Tranquilamente, como hablando de algo sobreentendido, me explicó:-Así es la vida, hija. Hay pobres y ricos-.
Al día siguiente conté el hecho a un alumno de una clase superior y me dijo: – Hay un lugar donde dicen que los hombres tienen que ser iguales, y me dio la dirección del Hashomer Hatzair de mi ciudad natal. Así llegué al movimiento.
Desde entonces hasta los diecinueve años mi memoria quedó deteriorada. Ese periodo abunda en líneas borradas, como si las hubiera cubierto con un manto de olvido. Escarbé en mi pasado. Cuando me pidieron que intervenga en la velada conmemorativa, busqué un dejo de nostalgias y emoción. Traté de ignorar lo que sucedió después y aferrarme a alguna anécdota de mi adolescencia. Quise encontrar algún relato personal interesante. Pero nada.

Los recuerdos

Pero si me pidieron hablar sobre el Hashomer Hatzair durante el Holocausto, ¿por qué trato de beber de una fuente seca y rememorar etapas previas? Los cinco años transcurridos entre 1939 y 1944, están alineados frente a mí como en una formación militar, líneas apretadas de acontecimientos, situaciones, decisiones precedidas de amarguras y decisiones apresuradas adoptadas bajo la presión de los terribles hechos.
Recuerdo días de tristeza primaverales, días sin esperanza, recuerdo inviernos de desesperación.
Recuerdo la sensación del fin. Recuerdo el «estar juntos» del movimiento y la horrible sensación de soledad. Recuerdo los momentos sublimes y la sensación de ser un enviado, y también los caminos bloqueados allí donde nos dirigíamos. Recuerdo, sí, a mis educandos, los que se fueron, y a los rebeldes.
Se forman fila tras fila. Todos ellos en la segunda década de su vida y en la tercera de la de su movimiento Hoy podrían ser abuelos y abuelas, como yo y como ustedes.

Crecer de golpe

Participaban en seminarios, en simposios, estudiaban a Bialik y a Borojov, discutían el sionismo y su orientación británica, el socialismo y su orientación soviética. Estaban hambrientos y sus zapatos resonaban en las calles del gueto que rebosaban de moribundos. Y ellos no pudieron terminar la discusión. No la terminaron.
Los educandos del Hashomer Hatzair se convirtieron, de pronto, en los responsables por la vida de comunidades enteras. De pronto la teoría se convertía en praxis de un modo inesperado y terrible.
Niños que crecieron de golpe, madrijim que se convirtieron en dirigentes. Se preguntaban a sí mismos: ¿puede escapar un hombre como yo?

Infierno sin salida

La mayor parte de los activistas y dirigentes judíos, sionistas y no sionistas, buscaron la salvación en la huida del infierno nazi. Buscaron caminos de huida para ellos mismos y para sus familias. La mayor parte de ellos encontró refugio. Pero los miembros del movimiento buscaron y encontraron los caminos de regreso al infierno.
De Vilna volvieron a Varsovia, en un invierno especialmente frío y nevado, el invierno de 1939-1940.
Cruzaron las fronteras de Lituania y Bielorrusia, en la Unión Soviética, y de allí a la zona de dominación nazi. Llegaron a una terrible encrucijada de la historia, a una trampa sin escapatoria posible. Y la prueba era la siguiente: si la superas, morirás. Si no la superas, también morirás.

La voz interior
en Hashomer Hatzair

¿Quién podía entender en aquel entonces la situación? Tanto la comprensión como la respuesta debía buscarse adentro, elevarla desde las profundidades de la educación de Hashomer. A decir verdad, en la tristeza de las mañanas desesperanzadas, parecía como si -incluso- esa educación era carente de sentido. Pero de esa misma educación surgió una firme voluntad y la decisión de no caminar como rebaño hacia la muerte.
Los pies querían correr, huir. De todos modos, a todos los llevaba el viento. ¿Por qué tú, justamente tú, te quedas? ¿Qué te aferra a esta tierra traicionera? ¿Qué estorba tu pensamiento y tu sentimiento y te exige no huir y presentarte al combate?
Así fue. No podíamos no presentarnos. La orden no vino de afuera, de los dirigentes, del norte. Vino de adentro, del pensamiento propio en el cual uno creció, de aquella enfermedad infantil contagiosa consecuente de tu condición judía. La orden fue grabada con aquella entereza que se le exige al educando del movimiento.
En la invitación a aquella velada conmemorativa decía que es una velada de jeshbón nefesh (de autocrítica). ¿Qué autocrítica? ¿Del movimiento, personal? ¿Y no hay furia, enojo o rabia? La cuenta está abierta y el crédito otorgado es enorme: un movimiento que se sobrepuso a eso, se sobrepuso a todo.
Lo dicho es válido especialmente respecto al pasado. Pero todo día se convierte en un nuevo pasado y ojalá se renovara la cuenta y el crédito. Cada día hay que renovarse como corresponde a un movimiento que dio a Mordejai Anilevich a Iosef Kaplan a Tusia a Shmuel Baslau a Arie Vilner a Edek Burax y a los combatientes partisanos en los montes de Eslovaquia y Yugoslavia, y en la Maki francesa, y en Bulgaria, y en Bélgica.

Preguntas y más preguntas

Hace pocos días nos presentamos en Varsovia, sobrevivientes y continuadores, en donde está la tumba de Anilevich y sus compañeros. Pensé que, pese a todo, hay sucesores a su camino. Me emocioné. Pero no puedo huir de la verdad. Retorné a la realidad. Es falso que haya sucesores. Los nazis cercenaron la mecha de la vida junto con la exterminación de los judíos en Europa. En el movimiento sucedió lo mismo que en el pueblo judío. Estábamos parados frente a la casa de Mila 18. Hubo una formación emocionante de Hashomer Hatzair. Pero la emoción de un solo momento no puede reemplazar el espacio vacío. ¿Es posible continuar el camino? Parece que no. Hay que buscar los caminos de la renovación y no confiar en los sobreentendidos.
En el programa televisivo dedicado a la vida y obra de Iaacov Jazán me preguntaron sobre el primer encuentro que tuve con Iaari y Jazán en Londres, en 1945. Respondí que se encontraron en Londres dos mundos distintos. Era la verdad, pero no toda la verdad. Es cierto que no hubo entre nosotros un entendimiento total, que no todo se explicó adecuadamente. Testimonio de ello son las extrañas cartas enviadas desde Israel en pos de ese encuentro y que regodean a los actuales historiadores de la época, Pero no podemos quejamos. ¿Podría ser de otra manera? ¿Podían comprender lo que sucedió y lo que les relaté?
Más de una vez me pregunté: ¿por qué no pudieron abarcar inmediatamente la magnitud del Holocausto? ¿Por qué escarbaron en el tema de la fidelidad al movimiento en su más estrecho significado? ¿De dónde surgió ese localismo hermético de Eretz Israel que ocultaba el drama histórico y trágico que habíamos pasado? Más de una vez me interrogué a mí misma. ¿Merecía el movimiento el sacrificio de sus miembros durante el Holocausto?
Pero entonces vuelve la cordura y con ella la única verdad: aquella decisión definitiva de organizar a los judíos para la autodefensa, aquella decisión adoptada por los miembros de la conducción superior de Hashomer Hatzair, que dirigían al movimiento en la clandestinidad, en un encuentro en un monasterio en las cercanías de Vilna en 1941 con el comienzo del exterminio ¿a qué se debió? ¿De qué ocultas fuerzas espirituales surgió, sino del grupo y del campamento, de la conversación y de la frase literaria proferida en el centro de Hashomer Hatzair?

Algunas respuestas

A una distancia de cuarenta años, como una de las que llevan sobre sí el peso de la responsabilidad de esa decisión, me interrogo ¿Quién nos encomendó el tremendo yugo de destruir la ilusión de vida de los habitantes del gueto? ¿Quién nos dio el derecho de conducir a los judíos a este último combate perdido? ¿Quién nos otorgó la fuerza en esa época de impotencia, de cargar sobre los hombros del movimiento esa pesadísima responsabilidad? Quizás éramos demasiado jóvenes para comprenderlo.
Nuestra pertenencia al movimiento nos ayudó a sobrellevar las situaciones abismales que enfrentamos. Nuestra senda educacional, que parecía obsoleta, fue la que nos exigió esa acción.
Todo lo que llamamos “valores del movimiento” nos defendió como guardaespaldas: la idea, la visión, el ideal de justicia y la lucha por ella, y por encima de todo la conciencia la identidad, el conocimiento, y reconocimiento, de que somos judíos y seres humanos: todos ellos nos resguardaron y cuidaron.
El movimiento nos salvó de muchas desgracias, agradezco el hecho que no me dejó alimentar el odio enloquecedor y ruego que mi vejez no avergüence mi juventud.
Todo esto quise decir y no lo dije. Y agradezco que no tuve la oportunidad de decirlo. Aquella noche, en el kibutz Hazorea, no tuve ni un minuto de descanso. Se apoderó de mí la intranquilidad y una sensación de que estoy aquí sola, sola entre tantos queridos amigos.