Diego Paszkowski:

“Me gustan las novelas judías”

Diego Paszkowski, ganador del Premio La Nación -con dos novelas publicadas-, no se considera un escritor judío. “La división por géneros, escritor judío o escritor católico o escritor musulmán me gusta menos que la división entre buena y mala literatura” afirma este joven escritor. A pesar de ello, y como “para cualquier artista”, su judaísmo lo ayudó a referenciarse en un marco histórico que sí influyó en cuanto a la lectura de autores como Bashevis Singer o Woody Allen.

Por Sebastián Kleiman

¿Te considerás un escritor judío?

Sí me considero un escritor judío, pero no por la temática de mis obras, sino porque -en todo caso- soy un hombre judío que escribe. Soy judío y soy escritor. Si lo tomamos por la temática, no. En cuanto a la temática, mis novelas son policiales en las que no hay personajes judíos. Pero la literatura que más me gusta, probablemente, sea la literatura judía por Bashevis Singer.

¿Crees que tu condición judía se refleja en tus obras?

Hasta ahora no aunque no sé qué puede pasar en una próxima novela.
Las novelas o cuentos que escribo, en general, no tienen que ver con esa temática, salvo en una novela que escribí y decidí no publicar porque no era lo suficientemente buena.
La división por géneros, la división escritor judío o escritor católico o escritor musulmán me gusta menos que la división entre buena y mala literatura. Yo intento ser un buen escritor.

¿Pero no crees que, en tanto judío y argentino, esa doble pertenencia influye a la hora de escribir?

Para mí es todo unificado, porque mi participación en la vida judía de Buenos Aires fue escasísima o casi nula. Mi formación fue laica porque mis padres no eran religiosos, ni practicantes, ni miembros activos de la comunidad.
Recién a los diecisiete, dieciocho años, cuando empecé a escribir, decidí ir por mi cuenta en busca de literatura judía, en busca de toda la colección Raíces, de Bashevis Singer y de un montón de cosas que me acercaban a mi condición de judío y que me situaban en un marco histórico.
Eso me parece interesante para cualquier artista. Me parece que cualquier artista, en algún momento crucial de su obra -en mi caso fue apenas al inicio-, se pregunta de dónde viene, cuáles son sus raíces y trata de imaginar hacia dónde va. La poca formación judía que tengo me la busqué solo y me gustó mucho hacerlo. De hecho, sigo investigando el campo de la literatura judía. Hay escritores que me parecen lamentables, falsamente graciosos como Efraím Kishon, y hay escritores que me parecen fenómenos como Woody Allen. Pero sí me gustan novelas particularmente judías.

¿Por ejemplo?

Me gusta una novela que se llama Foco, de Miller, porque me parece que plantea una posición judía progresista que va conmigo.

¿Pensás que tu condición judía influyó a la hora de dedicarte a la literatura?

No. Me parece que mi condición judía tuvo mucho más que ver con mi elección del clarinete como instrumento de música. Me parece que el clarinete tiene un sonido que me remite a cosas interesantes desde lo judío y el día que decidí hacer música me compré uno.

¿Cómo y cuándo empezaste a escribir?

Empecé a escribir a los dieciséis años. Escribía mal, muy mal. Y empecé a escribir porque tenía un amigo que escribía y leía sus cuentos en el medio de las reuniones y era el centro de las fiestas leyendo sus cosas. Y a mí me molestaba un poco que él fuera él el centro de la fiesta.
Quería tener al auditorio pendiente de lo que yo leyera. De la misma forma podría haberme dedicado a tocar la guitarra. Pero en este caso mi identificación era con este amigo. Podría decirse que empecé a escribir por envidia y luego fui descubriendo, gracias a gente que me corrigió, formas muy interesantes de escribir y de enseñar a escribir.
Tuve la suerte de no publicar las primeras cosas que escribí, los primeros diez años de escritura. Digo suerte porque ahora estaría arrepentido de ello. Publiqué mi primera novela a los treinta y dos años, cuando gané el Premio La Nación, y no publiqué nada de lo anterior.
Las cosas que se publican no pueden ser descuidadas, tiene que ser irreprochables. Por eso, con treinta y siete años, tengo sólo dos novelas publicadas: Tesis sobre un homicidio y El otro Gómez.

¿Tenés alguna disciplina para escribir?

El hecho de tener un hijo te cambia un poco todos los horarios. Yo tengo un bebé que se llama Iván quien hace que mis horarios estén supeditados a las necesidades de mi hijo. Pero trato de escribir todo lo que puedo en todos los espacios que me quedan libres ente mis clases y mi vida familiar. Y cuando no escribo estoy pensando en qué voy a escribir, no dejo de pensar ni un minuto en escribir, en qué escribir y en cómo lo voy a escribir.
Ahora estoy escribiendo una tercera novela, la primera que no va a ser policial, es una historia de amor.

¿Notás que la crisis incrementó el número de jóvenes que se vuelcan a disciplinas artísticas?

Me parece que sí, que hay una idea de “si de todas formas no voy a conseguir trabajo como contador, prefiero hacer lo que me gusta”. Y la gente se dedica a la música, a la literatura o a actividades más placenteras -al menos para mí- que los disciplinas exactas o trabajos burocráticos o administrativos.

¿Qué le recomendarías a un chico o una chica de quince años que piensa dedicarse a escribir?

Le recomendaría que trate de aprender a escribir. Hay un montón de talleres y me parece que el hecho de encontrar un buen profesor que marque dónde y por qué algo está bien es algo valioso. Otra cosa que les recomendaría es que lean muchísimo. Cuanto más se lee, más cosas se aprenden. Y por último les diría que no se droguen, porque el talento no viene por ese lado, y si tenés el cerebro embotado por la droga difícilmente puedas engañar a los demás, que es una de las cosas que busca la literatura.

¿Cómo definirías a la literatura en una frase?

La literatura, básicamente, es contar bien una historia.