Comentario:

Los pies dentro del plato

Por Juan Salinas

Si es por la existencia de «pruebas espurias» sería imposible condenar a Telleldín (lo que inexorablemente, parece evidente, ocurrirá) y en esto no tiene nada que ver el hecho de que no haya habido una Trafic-bomba: está claro que la Trafic, tanto física como, digamos, ideológicamente ( «la idea» de la Trafic) fue un elemento clave e imprescindible en la planificación del atentado.
Poco importa que, como Jacoby, yo crea que Telleldín “encubre a la verdadera persona que se llevó la Trafic y tiene más temor a revelar ese dato que al veredicto del Tribunal” (siempre que se tenga en cuenta que no se trata sólo de una persona, sino de un miembro de una tenebrosa organización (capaz, por ejemplo, de matar a su hijo) algo que Telleldín parece haber averiguado, o confirmado, a posteriori de la voladura y en sede policial.
Pero ¿qué importa lo que Jacoby y yo creamos? Sólo puede condenarse a alguien con pruebas, no con presunciones. Y lo que está probado es que Telleldín fue escogido como «el pato de la boda» (lo que no quiere decir que haya sido inocente, como tampoco parece haber sido inocente Lee Harvey Oswald) con anterioridad a la aparición como por arte de birlibirloque de un pedazo del block del motor entre los escombros de la AMIA (que tenía los números, el arcano, que supuestamente habría conducido hasta ‘El Enano’ Telleldín) ya que está probado que los policías del disuelto DPOC (Departamento de Protección al Orden Constitucional) le pidieron al juez Galeano y éste ordenó la intervención del teléfono del chalet de Villa Ballester con anterioridad a dicho hallazgo.
No se trata sólo de que el acta del supuesto hallazgo se haya revelado en el proceso oral tan falsa como una perla de cristal, ni que un alto jefe de bomberos haya contado cómo, dicho motor, se encontraba en el Departamento Central de Policía días después de la voladura y días antes de su mágica aparición. También se trata, les adelanto, de que fueron estrechos allegados a los libaneses dueños del volquete sospechado de haber contribuido a la demolición de la AMIA a quienes Telleldín acusó veladamente de haber intermediado en el pase de manos de la dichosa Trafic, y que no hay dudas de que esos allegados intervinieron decisivamente en garantizar que la investigación se focalizase en Telleldín, alejándola tanto del volquete como de investigar la posibilidad de que los explosivos pudieran haber sido colocados adentro del edificio.
La liviandad de la única hipótesis (la de la Trafic-bomba) queda en evidencia cuando, según la crónica, Jacoby consideró probado que la mutual judía fue volada con un coche bomba en cuyo armado y preparación tuvo un rol fundamental Telleldín, quien lo acondicionó para que soportara el peso de 400 kilos de amonal y TNT.
Es gracioso: cuando el equipo contratado por la AMIA, que tuve el gusto de integrar, hizo una pericia, arrojó como resultado que bastaba la explosión de 125 kilos de amonal debajo del techo del porsche de entrada al edificio para garantizar su demolición. Otro hablaban de 150 kilos. García & Machiavelli, y la PFA llevaron la cantidad a 300. Y ahora se habla de 400 kilos. Pero, de todas maneras, se trata de un peso que una Trafic de caja corta puede transportar sin problemas. Entonces se inventó (a posteriori, muy a posteriori) lo de la tonelada de tierra para direccionar la explosión. Todo para justificar el hallazgo de unos elásticos correspondientes a una Trafic de caja larga.
En modo alguno está probado que Telleldín haya colocado u ordenado colocar elásticos semejantes en una Trafic de caja corta, pero es igual: se trata de condenar a Telleldín, lo que obliga a este «dibujo».
Por lo demás, coincido con Jacoby que no hay pruebas contra Ribelli y compañía, aunque no puedo dejar de sonreir irónicamente en lo que hace a Bareiro (y Barreda), íntimos de Telleldín y también sus entregadores, que no merecen mejor suerte que ‘El Enano’.
No hay ningún motivo para que Ana Boragni (esposa de Telleldín) y Miguel Cotoras, no hayan corrido la misma suerte que Telleldín, de lo que fueron exceptuados en virtud del pacto entre Telleldín y Galeano, es decir, a cambio de que Telleldín acusara a Ribelli y compañía.
En cuanto a la hipótesis de Claudio Lifchitz, ex secretario de Galeano, se basa en hechos evidentes, como que la SIDE venía siguiendo a Moshen Rabbani y a otros iraníes con anterioridad al ataque (al parecer, por asuntos más vinculados a tráficos ilegales que a terrorismo) pero difumina la intervención de miembros de la PFA -y particularmente en el DPOC- en el ataque y su encubrimiento.
No se trata de juzgar la buena o mala intencionalidad de Lifchitz. Se trata, apenas, de tener en cuenta que Lifchitz era «el hombre» del DPOC dentro del juzgado de Galeano.
La Policía Federal estaba obligada a identificar a cualquier helicóptero que vuele en el espacio de la ciudad. Hubo varios y coincidentes testimonios acerca de uno que quedó suspendido sobre la terraza de la AMIA la noche previa al atentado (un testigo sostivo incluso que bajo una escalerilla sobre la terraza), sin embargo la PFA jamás lo identificó. ¡Qué raro! Dice Jacoby que ese helicópetro enfocaba un reflector sobre la AMIA, un edificio que esa noche era recorrido por una cuadrilla de supuestos obreros de la empresa de limpieza La Royal, perteneciente a Orgamer SA: perteneciente al Grupo Yabrán. ¡Qué casualidad!
¿No es posible que esa noche se hayan colocado los explosivos que perforaron la medianera que separaba el edificio de la AMIA del contiguo hacia la calle Tucumán? ¿Por qué esa hipótesis, absolutamente lógica, jamás se investigó?
La verdad, Pablo Jacoby podría haber dicho bastante más de lo que dijo. Pero prefirió mantener los pies dentro del plato.