Mariano Winograd, creador de Refugio Humanitario

Un primo llama a otro primo

En septiembre de 2015, Mariano Winograd vio con asombro e indignación las imágenes difundidas por la televisión que mostraban a una reportera que les hacía zancadillas a refugiados sirios que escapaban del cordón policial para entrar en Hungría. Esas escenas, difíciles de creer y entender, le trajeron a su mente aquellas fotografías que testimoniaban situaciones denigrantes atravesadas por nuestros abuelos en la vieja Europa. Y decidió no permanecer indiferente. Se constituyó en llamante de una familia siria y la alojó en su casa, para luego profundizar su labor a través de la creación de la red social Refugio Humanitario, una organización que ayuda a establecerse en Argentina a personas que escapan de ese país azotado por la guerra.
“Ya estamos trayendo unas 70 familias -cuenta este ingeniero agrónomo judío, en diálogo con Nueva Sion-. Hay muchos llamantes, voluntarios, donantes, toda gente que siente en algún punto lo mismo que yo, que debemos devolver al país y la humanidad algo de lo que nos dio hace cien años atrás cuando vinieron nuestros abuelos inmigrantes”.
Por Darío Brenman y Gustavo Efron

-¿Qué fue lo que te motivó para armar Refugio Humanitario?
-Como todos los argentinos, vi las imágenes en televisión de la guerra en Siria, los refugiados cruzando el Mediterráneo en barcos y balsas, y la imagen de aquel niño muerto en brazos de un soldado. Pero voy a ser honesto: todo eso no me conmovió tanto porque en definitiva ya tenemos el alma dura, vemos fotos de las guerras y hasta nos parecen algo normal. Lo que en mi caso no pude tolerar fueron aquellas imágenes de Budapest, de los refugiados rodeados por policías y perros dóberman, alambrados de púas, llantos y aquella zancadilla que le hizo una pseudo-periodista a una señora. Ahí me dije: le están haciendo a los sirios lo mismo que nos hicieron a los judíos hace 80 años atrás y la verdad que en Europa esto es inconcebible después de una guerra, después de un genocidio, después de un holocausto. Podría ser que no haya podido hacer nada, pero resulta que el embajador argentino en Siria era un ingeniero agrónomo que había sido compañero mío en la facultad, con el que compartimos un grupo de Whatsap, así que le escribí y le dije que quería ayudar. Me respondió que en Argentina existía desde hace un tiempo el Plan Siria que te permite llevar una familia de este país a tu casa.
En ese momento me sugirió una parejita de jóvenes drusos de una aldea en el sur de Siria. Me anoté y me convertí en lo mismo que un señor cuyo nombre desconozco, que le dio refugio a mi abuelo en el año 1922. Porque ya en aquella época había llamantes que mandaban una carta a Europa y que invitaban a otros paisanos a venir a la Argentina.

-¿En qué consiste ser llamante?
-El llamante asume un compromiso por dos años, durante los cuales ayuda a los inmigrantes a establecerse, conseguirles trabajo, idioma, vivienda y brindarle relaciones sociales. Con Majd y Madlin, la parejita que alojé en casa, el intercambio inicial fue muy básico porque ellos hablaban muy poco castellano y casi nada de inglés. Me preguntaron “¿Dónde hay WiFi?”. Entonces hicieron su primera comunicación, con sus padres, y les comentaron “Mariano y Buenos Aires existen y no hay ruido a bombas. Nos vamos a dormir”.
Les di la llave de mi casa y una tarjeta SUBE. Como yo vivo en San Fernando, los asesoré donde estaban, y les mostré las estaciones de tren. Y les dije si se llegan a perder me envían un whatsapp y los voy a buscar. A los seis meses un día me dijeron: “Estamos listos para irnos a Buenos Aires, alquilar nuestra casa y desarrollar nuestro proyecto”. Hoy están por tener su primer hijo argentino.

¿Qué situaciones  tuvieron que atravesar para llegar a la Argentina?
-Ellos no cuentan demasiado, y nosotros preferimos no preguntar. Sueida, de donde esta parejita vino, no es de las ciudades más afectadas por la guerra, eso depende de que haya grupos rebeldes, pero en todos lados hay jóvenes que han ido al servicio militar y han muerto, hay atentados, explotan bombas. Todos tienen algún hermano muerto, un novio muerto…

-¿En tus charlas con los inmigrantes, pudiste recoger historias o relatos de guerra?
-No hablamos mucho de la guerra, nos enfocamos en los problemas humanos. Nos miramos a la cara, no nos entendemos bien pero sí entendemos qué es lo que dejaron allá: dejaron recuerdos, tristezas, su escuela primaria, los actos patrios. Ese tema me hace pensar: ¿Que le habrá dicho mi abuelo a su mamá en Horodetz cuando en 1922 se subió al tren o a un caballo o se escapó por el río? ¿Qué le habrá dicho esa bisabuela judía a su hijo, probablemente sabiendo que no los iba a ver nunca más? Hoy la gran diferencia es que todos los sirios tienen teléfono y pueden diariamente enviar whatsapps a Siria.

-¿Qué le pasa a una familia que llega a un país tan distinto luego de haber pasado estas situaciones tan duras de vida?
-Ellos vivían en un país socialista, donde había un Estado benefactor que tenía bastante resueltas las cosas, salvo la opinión. Y vienen a un país donde no está resuelto casi nada, excepto la opinión. Siria es un país muy paternalista en donde las estructuras familiares y de clanes son muy formales. En Argentina, en cambio, las relaciones entre varones y mujeres o padres e hijos son bastante laxas.  Nosotros estamos en una etapa de rebeldía incierta y ellos al menos en los últimos 70 años hay vivido un régimen autoritario. En Argentina funciona todo un poco atado con alambre por eso los cambios que viven los sirios son muy intensos.

-Contanos un poco más de Refugio Humanitario y su labor.
-Nuestra organización está trayendo unas 70 familias. Luego de Majd y Madlin vinieron veinte familias cristianas de Alepo vinculadas con un sacerdote argentino que está allí. Fueron apareciendo de a poco llamantes, y nos fuimos convirtiendo en una red social; no es una ONG porque no tenemos cuenta corriente, sede, teléfono, estatuto… Esto nos ha dado un gran dinamismo: tenemos establecidos nodos en el NEA, Tucumán, Santiago del Estero, Córdoba, San Luis, Mendoza, Lagos del Sud, La Pampa, Buenos Aires.
Hay muchos llamantes, voluntarios, donantes, toda gente que siente en algún punto lo mismo que yo, que debemos devolver al país y la humanidad algo de lo que nos dio hace cien años atrás cuando vinieron nuestros abuelos inmigrantes.

-Vos conectás mucho tu experiencia judía con esta militancia. En algún punto te sentís como un puente de culturas, ¿verdad?
-A los 60 años me agarró un poco de misticismo y voy a dos templos, uno más moderno, Amijai, y el otro más ortodoxo, Lubavich de San Fernando, pero siempre entiendo este desafío que tenemos en cada sábado frente a la lectura del libro, hacernos preguntas. El otro día le preguntaba al rabino: ¿qué pasó con los hijos de Esaú, que también son hebreos pero no son israelitas? ¿Qué pasó con los hijos de Ismael, que también son hijos de Abraham, tienen el mismo padre que nosotros?
Mi abuelo nunca decía cosas tristes, salvo en Pesaj, cuando se permitía en medio de esa alegría de los chicos, de las preguntas, del Ma Nishtaná, hacer un minuto de silencio por los muertos en Europa. No por nada el levantamiento del Gueto de Varsovia fue en Pesaj. Y las personas por las que pedía un minuto de silencio no eran cualquier gente, eran sus padres y sus hermanos. Así que creo que Pesaj es una oportunidad interesante para entender qué pasa cuando a los pueblos de los esclaviza.
Recuerdo una lectura de la salida de Egipto en el cual el rabino preguntó: “¿Tal vez nosotros seamos los egipcios de aquel entonces, no?”. Hoy vale la reflexión: ¿Quiénes son los egipcios, los abusadores, los esclavos hoy? La verdad es que vi a esta gente en Europa, en particular en Hungría, y pensé que si en Hungría después de todo lo que ha pasado se elige a un presidente que piensa que la solución es garrotear a los inmigrantes, parece que no se ha aprendido nada.
La verdad es que la historia está contada apenas, porque los nazis alemanes no fueron los únicos nazis que había en Europa. Los húngaros y los rumanos, los franceses y los norteamericanos, todos tenían sus nazis y por lo visto todavía los tienen, habiendo presidentes del mundo que piensen que las cosas se van a resolver haciendo muros o alambrados para impedir a un extranjero desplazarse de un lugar a otro. Nuestro libro nunca dice que a los extranjeros les tenemos que pegar, dice que los tenemos que recibir.

-¿Cómo fue el recorrido diplomático para traer a los refugiados sirios a la Argentina?
-A principios del 2016 se conformó la Mesa Siria, cambió la reglamentación, apareció por un lado un Estado Llamante, que fue San Luis, y además surgió la posibilidad de que organizaciones se puedan ocupar de estos temas. Antes eran algo de uno a uno, concentrado en familias que traían a los suyos desde el exterior. En el ínterin, Macri estuvo en las Naciones Unidas y asumió el compromiso de traer a 3.000 sirios. Por otro lado, Susana Malcorra quería ser Secretaria General de las Naciones Unidas, todo tiene un componente político.

-¿Notaste que exista alguna discriminación hacia los sirios en la sociedad argentina en lo cotidiano?
-Cuando uno hace un posteo en una red social siempre aparecen xenófobos o fascistas. En la calle no lo vi nunca jamás. No lo veo cuando mi vecina de San Fernando anda con velo. ¿Hay fascistas en Argentina? Sí. ¿Se atreven a decirlo en voz alta y postularse a la Presidencia de la Nación? No.

-¿Cuál es la reacción de los sirios cuando se dan cuenta de que sos judío? ¿Alegría? ¿Sorpresa?
-Con las instituciones se puede dar algún tipo de reacción de extrañeza, pero cuando hablás con la gente común no aparece ningún tipo de asombro. Es un planteo que no se da en la cotidianeidad. Inclusive muchas veces me han dicho primo. Tal vez es misma alegría que tenemos nosotros de poder ayudarlos. Si uno lo toma desde el punto de visto filosófico o profético podría ser una suerte de desafío que tenemos, porque finalmente, ¿qué futuro tiene Israel y los judíos si en algún momento no vamos hacer una paz con nuestros hermanos? Imagino que cualquier judío se tiene que preguntarse esto.