Teatro - Fanny y el almirante

Memoria, lenguaje y poder

La obra de Luis Longhi ambientada en los días de la caída de Perón en 1955, puede ser analizada desde dos dimensiones, la histórica y la relación entre el lenguaje y el poder. En la primera mirada se aborda un ficcional encuentro del almirante Isaac Rojas con la actriz Fanny Navarro, vinculada con el suicidado Juan Duarte. En tanto que una segunda perspectiva de la obra expresa la visión arquetípica de ambos personajes en el marco de un contrapunto ideológico.

Por Ricardo Feierstein

Dos puntos de vista para presenciar (descifrar) una puesta original y sugerente.
El primero es la mirada histórica, más accesible para los recuerdos de adultos mayores. Presidencia de Perón. Noviazgo de la actriz Fanny Navarro y Juan Duarte, el hermano de Evita. Bombardeo a la Plaza de Mayo en junio de 1955 por aviones de la Marina, con centenares de muertos. Triunfante Revolución (autodenominada Libertadora) que persigue con saña al líder depuesto y a sus acólitos. Abusos y brutalidades que se suceden, aquí representados en la escena final por lo que el siniestro “Capitán Ghandi” realizó con el cadáver del dudosamente suicidado Juan Duarte. Algo que seguramente terminó por enloquecer a la diva caída en desgracia y tempranamente fallecida, con sólo 51 años de edad.
Intercalado en esta sucesión de datos reales, se imagina un encuentro ordenado por el almirante Isaac Rojas con Fanny Navarro -que, aunque ficcional, resulta probable-, acudiendo para su desarrollo a la esencia del grotesco (género definido por David Viñas como “la forma superior del contenido de una forma inferior, el sainete”) para encontrar la clave dramática sobre la que gira la acción.
Ajustado texto y cuidada dirección actoral remarcan características de protagonista y antagonista. Ella es una actriz melodramática de los años ’50 del siglo pasado, con sus mohines, sus ademanes exagerados -mientras repasa una y otra vez el discurso de despedida de Eva Perón-, la “necesidad” de que el texto enunciado “pase por dentro de su cuerpo” y sea asumido sin mediaciones por la diva. También la inconsciencia del peligro, enfrentando al dictador con exabruptos sensibles e impulsivos, antes que con el prudente pragmatismo, que inútilmente trata de inculcarle su madre. Él, militar rígido y cercano al fantoche, pero temible en su desprecio por la vida, seguro de sojuzgar a la mujer que tiene a su disposición con el terror de sus amenazas y la fragilidad de la interlocutora. Secundado, además, por un guardiamarina simpático y atolondrado, pero dispuesto a obedecer ciegamente a su amo.
El segundo abordaje circula por la relación entre lenguaje y poder. El golpista vicepresidente oscila entre la elementalidad castrense de los lugares comunes y cierta intuición que viene de su melomanía (camina entre cerdos, pero sueña con valkirias operísticas o el misterio de “El espectro de la rosa”, que el coreógrafo Michel Fokine creara en 1911 para Vaslav Nijinsky y los Ballets Rusos de Diaghilev, cuyo oculto significado se desespera por comprender).
Ahora pretende obtener de la frágil estrella de cine el secreto alquímico que encierra el lenguaje del arte: metáfora, símbolo, analogía, matices de interpretación, connotaciones subliminales. Todo aquella profundidad de lo que él carece y cuya adquisición, supone, le permitirá consolidar -en su representación pública- la potencia fáctica de la que ya dispone. Quiere obtener de esos “locos” -los artistas- la posibilidad de salir de uno mismo para fingir ser otro y, de esa manera, hipnotizar al pueblo simulando reflejar su imagen.
La trama contiene tanto la visión arquetípica de ambos personajes como el delicado contrapunto que se juega entrelíneas. La muy precisa actuación de los cuatro intérpretes se completa con una original escenografía de cubos superpuestos -entre los cuales se desliza el pequeño almirante, que con este recurso queda siempre por encima de sus interlocutores-, un perfecto juego de luces y una delicada coreografía que posibilita el sabio deslizarse de figuras y espacios sobre el limitado escenario.
En este diagrama ajedrecístico puede encajar una absoluta contemporaneidad: la “grieta” que separa dos formas de entender el mundo. El lamentable balbuceo de quien detenta el poder pero es incapaz de reunir dos tiempos verbales correctos en una frase y su inquina hacia quienes manejan otro lenguaje, desde una formación cultural razonable. La inasible capacidad del arte para los extraños a él.
Sobrevive todo aquello que el espectador puede imaginar, mientras disfruta durante un divertido desarrollo que, en el fuerte epílogo, lamenta no siguiera por un rato más. Y así poder saborear ese nudo existente -no mediático- que se vislumbra entre la memoria recuperada y su intersección con la aporía del lenguaje y el sueño del poder. Lo real, lo simbólico y lo imaginario.

FICHA TÉCNICA:
TÍTULO: “FANNY Y EL ALMIRANTE”. AUTOR: Luis Longhi. INTÉRPRETES: Luis Longhi, Rosario Albornoz, Karina Antonelli, Lalo Moro. ESCENOGRAFÍA: Andrea Mercado. ILUMINACIÓN: Sebastián Irigo. COREOGRAFÍA: Laura Figueiras. VESTUARIO Y MAQUILLAJE: Ana Nieves Ventura. DIRECCIÓN: Tatiana Santana. SALA: Teatro La Máscara.