Gira al Medio Oriente

Trump y Netanyahu, Capítulo II

La visita de Trump al Medio Oriente, y en particular sus 30 horas en Israel, constituyen un nuevo capítulo en las relaciones entre el presidente norteamericano y el primer ministro israelí. Tal como aventuramos en un artículo anterior, en esta ocasión, la brecha entre la retórica pública –o la "narrativa" que los líderes intentan imponer-  y la realidad política, se ha abierto aún más.
Por Mario Sznajder

A nivel público, la breve visita a Israel del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, fue una suma de halagos mutuos con el primer ministro israelí, Bibi Netanyahu, caracterizado por el uso de los nombres propios (Donald y Benjamín) y mucha interacción social y hasta cotilleo, en la que la principal actriz fue Sara Netanyahu. Melania Trump, caracterizada no sólo por su buena y elegante figura, sino también por su recato, atrajo la atención de las cámaras pero no suplió material a los micrófonos. Sara Netanyahu, intentando fortificar los puntos comunes entre ambas parejas, ya autodefinidas por éstos mismos como amigos personales, mostró a los Trump que uno de los factores comunes es la animosidad de la prensa local contra cada una de las parejas. Esto, captado por los micrófonos y las cámaras en el aeropuerto Ben Gurión, fue objeto de comentarios muy irónicos por parte de los medios de prensa en Israel.
Horas más tarde, en la visita de Trump y sra. a la residencia oficial del primer ministro de Israel, Sara Netanyahu insistió en que Melania y Donald Trump apreciaran la renovación de la casa en sus detalles, desde la mano de pintura y hasta los pisos, respetando la costumbre israelí del «tour de la vivienda» que se usa cuando nuevos visitantes llegan a una casa aquí.
No interesan los protocolos, pero en tan pocas horas de visita, hacer hincapié en este tipo de detalles, en forma pública, cuando los problemas de fondo son tan serios y siempre falta tiempo para analizarlos con profundidad, es un lujo quizás innecesario. En los encuentros entre ambas parejas, Sara era la voz dominante y hasta acallaba a su marido (el primer ministro Netanyahu), erigida en maestra de ceremonias. Los detalles de lo relatado no tendrían importancia si no sugirieran que la esposa del primer ministro de Israel posee, sobre su marido, una autoridad e influencia no contemplada ni por las formas, ni por los contenidos políticos. De ahí, que pareciera convertirse en un factor –para el cual no hay lugar legal– en el juego político de este país.
En la ceremonia de llegada de Trump, en el aeropuerto Ben Gurión, cada ministro o líder intentó, mientras estrechaba la mano del presidente, transmitirle un mensaje político, sin efecto real. Bennett, el líder del Hogar Judío y ministro de Educación, insistió en la celebración de la reunificación de Jerusalén que tenía lugar esos días. La respuesta norteamericana fue la visita de Trump al Muro de los Lamentos y al Santo Sepulcro en forma privada y siendo recibido por las autoridades religiosas, dejando de lado al gobierno –y si se quiere, también al Estado– de Israel y reafirmando, a través de este hecho, la política del último medio siglo del Departamento de Estado, que no reconoce la anexión de Jerusalén Oriental por parte de Israel.
El miembro de la Kneset Oren Hazán (Likud) –personaje escandaloso en general– logró que Trump posara con él para una selfie tomada con su teléfono celular, contra todo protocolo y el fallido intento de Netanyahu de impedirlo. Este episodio mínimo circuló por todo el mundo poniendo en ridículo la ceremonia de recepción.
Quedó claro que la muy favorable a Israel retórica de Trump, expresada en sus declaraciones y discursos, en los que acentuaba su cercanía a Netanyahu mismo, al pueblo y los intereses de Israel y a la necesidad de enfrentar a los enemigos comunes, a la cabeza de los cuales colocó a Irán –para satisfacción de Netanyahu, para quien la demonización de Irán es un tema predilecto- y al terrorismo islámico, le reportó muchos aplausos y simpatía popular. Se generaba una narrativa en la cual el presidente norteamericano se identificaba públicamente, aunque en forma imprecisa, con las líneas generales del primer ministro israelí y su gobierno de derecha.
Pero una revisión más minuciosa de los detalles y aún de los discursos de Trump revela algo más. El presidente norteamericano, en base a sus conversaciones con los líderes del mundo árabe e islámico sunita, en Arabia Saudita, y luego sus encuentros con Netanyahu y Abbas, proclama que existe buena voluntad para negociar la paz en todos los líderes con quienes se ha encontrado en este periplo. Las negociaciones significarán compromisos para todas las partes, pero si EE.UU. logra desatar -o cortar- el nudo gordiano del conflicto palestino-israelí -así lo afirmó el secretario de Estado Rex Tillerson ya en el vuelo de Tel Aviv a Roma-  se abrirán avenidas de resolución para el resto de los conflictos del Medio Oriente.
La derecha israelí respiró con alivio al irse Trump de Israel sin haber mencionado la solución de Dos Estados (israelí y palestino) aunque tampoco recordó a Trump la promesa electoral de trasladar la embajada de EE.UU. a Jerusalén. Previamente a la llegada de Trump, el gobierno israelí, bajo presión norteamericana, anunció una serie de medidas tendientes a aliviar la situación de la población palestina de Cisjordania, entre las cuales estarían permisos de construcción a palestinos en el área C, controlada por Israel y donde se encuentran también la mayoría de los asentamientos israelíes. Esta exigencia americana fue un duro punto de fricción en el seno del gobierno israelí y Netanyahu logró hacerla aprobar con dificultad.
¿Cuál sería la realidad política detrás de los discursos y las imágenes públicas? El Departamento de Estado sigue intentando implementar su visión de resolución del conflicto palestino-israelí. No casualmente publicaron un mapa de Israel en las fronteras de la Línea Verde (armisticios de 1949 hasta el 5 de junio 1967) y tampoco casualmente se vuelve a hablar del Plan Clinton y la Iniciativa de paz Árabe (2002-2007) cuyos elementos comunes giran alrededor de la frontera previa a la Guerra de Seis Días, con intercambios territoriales menores en el Plan Clinton.
Los grandes acuerdos de venta de armamentos de EE.UU. a Arabia Saudita, por un monto más de diez veces mayor a la ayuda norteamericana a Israel, acordada para la próxima década, deberían constituir un punto de preocupación en Jerusalén, pero no se hizo mención pública de éstos. Esto será tratado en las negociaciones con EE.UU. que ya van siendo reasumidas con la visita de Jason Greenblatt, enviado especial de Trump para el Medio Oriente.
La florida de retórica de Trump y Netanyahu no logra cubrir los problemas de fondo en el conflicto palestino-israelí ni los problemas de la coalición de gobierno en Israel. En el fondo, Trump, personaje de reacciones inesperadas y a la vez jefe de Estado de la gran potencia, puede ser un As en la manga del Departamento de Estado que, a largo plazo dirige la política exterior norteamericana porque su meliflua retórica cubre las contradicciones y tensiones que implica un serio proceso de paz israelí-palestino. Todo esto sin entrar en el futuro político de Trump en los EE.UU. Para comprender todo esto, recordemos que la brecha entre la retórica y la realidad política es siempre muy ancha.