La comunidad judía y el 2001

¿Recuerdos del futuro?

Una mirada retrospectiva sobre las implicancias de la crisis económica del 2001/2002 en la comunidad judía argentina, que es una perspectiva sobre el pasado con proyecciones que nos permiten pensar el presente.
Por Pablo Gorodneff

«La clase media, a la que pertenecían la mayoría de los 200 mil judíos argentinos ha soportado lo más fuerte de la crisis. El 30 por ciento de los judíos está desocupado y 44 mil judíos viven bajo la línea de pobreza. La tres clases de judíos pobres incluyen: judíos que pertenecían a la clase media y en los últimos cuatro años se convirtieron en ‘los nuevos pobres’, judíos ricos que rápidamente se convirtieron en ‘pobres repentinos’ durante los tres últimos meses, y judíos que eran históricamente pobres y que siguen siendo responsabilidad de la comunidad. Algunos miembros de la comunidad judía no cuentan con suficiente comida para comer. Otros perdieron los suministros de electricidad o gas, y no pudieron cumplir con sus pagos de alquiler o hipoteca a tiempo. Los diferentes centros de asistencia social reciben llamados de ayuda por parte de judíos en el interior del país y se hallan luchando heroicamente. Ha habido alertas de suicidios. Los casos de asistencia social aumentaron de 15 mil (7.300 familias) a 21 mil. Una consecuencia, bien publicitada sobre la nueva pobreza es el incremento de la inmigración judía argentina a Israel (Aliá) en un momento cuando tanto la situación de seguridad como la situación económica sufren serios problemas».
Informe  de Barry Jacobs,  director de asuntos estratégicos del American Jewish Comitee, sobre la visita que realizaron a Buenos Aires junto a Jacobo Kovadloff en abril del 2002.

A fines de 1998, el llamado Plan de Convertibilidad comenzaba a mostrar su debilidad congénita. Si bien fue un año de crecimiento moderado en el mundo, el intento de las autoridades argentinas de explicar la crisis debido al comportamiento de los mercados externos no funcionó y a fines de ese año, el crecimiento de la economía se detuvo de manera abrupta en el tercer trimestre. El índice de desempleo, bastión de la lucha antiinflacionaria, había trepado al 13%, en 1997 y junto con ello, el oxígeno que le había brindado al plan económico la privatización de las empresas públicas se había terminado. En el informe anual del Banco Central de 1998, si bien se reconoce el freno que indicaban las estadísticas, las autoridades lo adjudicaban a cuestiones externas, y proponían como solución la búsqueda de más financiamiento externo, un costoso parche para llegar a las elecciones con una tranquilidad comprada. De manera silenciosa el país entraba en la recesión.
En 1999 se celebraron los comicios donde triunfó la Alianza para el Trabajo y el Progreso, un coalición de radicales y peronistas de centro izquierda, cuya fórmula encabezada por Fernando de la Rua y Carlos ‘Chacho’ Alvarez derrotó a la presentada por el Partido Justicialista, que conformaban Eduardo Duhalde y Ramón Ortega.
Ante la complicada situación externa que incluía un fuerte endeudamiento, más las crisis asiática y brasileña, el gobierno de la Alianza optó por la vía del ajuste ortodoxo de la economía, que incluyó una baja del salario a los empleados estatales y un descuento similar de los haberes jubilatorios, medida que la entonces ministra de Trabajo, Patricia Bullrich, calificó de ‘valiente’. Se realizaron costosísimas operaciones de salvataje financiero, que incluyeron el recordado ‘Megacanje’, que sólo sirvió para financiar la fuga de capitales hacia el exterior. La desconfianza publica en el sistema financiero hizo el resto: ante la amenaza de un retiro masivo de los depósitos, el gobierno estableció la prohibición del retirarlos, autorizando sólo transferencias bancarias. El final es por todos conocido: en dos años, la desocupación trepó del 13 al 20%, llegando en algunas zonas del país, como Mar del Plata, al 25%. El 50 % de la población quedó sumergida por debajo de la línea de pobreza. Entre 1998 y 2002 el PBI argentino descendió un 28%.

Señales
A fines de la década del ’80, la comunidad judía había entrado en un proceso de cambio que se aceleraría de manera dramática en los años subsiguientes. Al igual que en el país, una nueva clase media ligada a los servicios financieros y a la importación de mercaderías, se comenzaba a trasladar de los barrios originales de los inmigrantes, como Once, Villa Crespo y Almagro a la zona norte de la Capital Federal.
Paradójicamente la apertura de las importaciones perjudicó de manera directa a pequeños comerciantes y/o pequeños fabricantes, que no tenían capital suficiente para reconvertirse. Muchos de ellos pertenecían a la comunidad judía. Los números de la macroeconomía hablaban de una baja sensible en los índices de precios al consumidor; la convertibilidad trajo la ilusión de un país caro al que el mundo le resultaba barato. Mientras en las zonas de Canning, Pilar y Tigre, entre otras, se abrían nuevos country clubs o se expandían los existentes, las instituciones de la educación judía entraban en crisis. Así fue que entre fines de los ‘80 y la década del ‘90 cerraron al menos veinte instituciones educativas, entre ellas: Escuela Ana Frank de Avellaneda, Escuela Integral Rambam, Instituto Dr. Hertzl de la calle Tucumán, Escuela Bialik de Aguirre, Escuela Scholem Aleijem de Mataderos, Escuela Jerusalem, Seminario de AMIA, el Instituto Schejter, Escuela Hertzlía, Escuela de Formación de Morim (Mijlalá), Instituto de Formación de Docentes de Jardín de Infantes Agnón, Escuela Hebrea de Lanús, Ramat Shalom, Instituto Peretz, Escuela Secundaria Weitzman, Instituto Integral Amós y la Escuela David Wolfsohn. Esta última (en cuyo auditorio –valga la anécdota- se presentó en 1972 Pescado Rabioso, la banda musical liderada por Luis Alberto Spinetta) reabriría luego sus puertas como institución de Jabad Lubavich.

Quedándote o yéndote
Con excepción del período 1976-1982, donde gran parte de la emigración a Israel tuvo razones de persecución política (recuérdese que los judíos argentinos representan el 0,5% de la población y los desaparecidos de ese origen fueron el 12% del total), hasta los ‘90 se podría afirmar que la alía repartía sus motivos: en algunos casos afectiva, por lazos familiares, o de manera decreciente por el ideal sionista.
Cuando las autoridades del Ministerio de Absorción de Israel recibieron información sobre el deterioro creciente de la situación económica argentina, comenzaron a destinar recursos para incentivar la emigración desde nuestro país. Es así que luego del informe que citamos al principio, se comenzó una colecta en la comunidad judía americana. Se estima que se recaudaron cerca de 200 millones de dólares, de los cuales el 70% se destinó a fomentar la emigración de los judíos argentinos a Israel y con el 30% restante se constituyó un fondo local manejado por el American Joint Distribution Comitee, a través de los Centros de Ayuda Social Solidaria (CASS) destinados a sostener a la población judía local hasta que pudieran reubicarse laboral y socialmente en el país.
La cifra es coherente con la ayuda prestada, ya que ocho mil personas emigraron a Israel entre 2002 y 2003 y la ayuda previa al viaje incluía la enseñanza del idioma, la preparación en oficios requeridos en Israel y ayuda económica para paliar la situación en el país hasta el momento de la emigración. Luego se pagaban los pasajes, la mudanza internacional, y también ayuda en efectivo para los seis primeros meses en Israel en tanto que la ayuda social local llegó a veintidós mil integrantes de la colectividad durante el pico de la crisis, asistiendo a las familias a través de los centros de atención desde la comida, el pago de expensas y gastos de salud. Se hablaba del fenómeno de ‘pobreza puertas adentro’: familias propietarias de pisos o semipisos en zonas residenciales de la Ciudad de Buenos Aires , cuyo jefe de familia había quedado sin ingresos ya sea por la pérdida de su empleo o el cierre de PYME o local comercial, y no podían mantener sus propiedades.
Más allá de esto, otras instituciones, con la supervisión de farmacéuticas y ayudantes voluntarias, armaban bancos de medicamentos: en el centro comunitario Tzavta, por ejemplo, se llegaron a atender 120 personas diarias tres veces por semana, que se acercaban con recetas de medicamentos que no podían pagar.
En un reportaje de Pagina/12 de enero de 2008, el rabino Daniel Goldman aportaba un concepto importante: hasta la crisis del 2001, un judío que iba a pedir algo a una institución judía era considerado ‘nuestro amigo judío que está acá’ y a partir de la crisis fue nombrado ‘beneficiario’. Así podríamos describir la realidad socioeconómica de la comunidad como ‘beneficiados’ y ‘beneficiarios’.
Las instituciones socio deportivas también sufrieron el impacto de la crisis, que en algunos casos condicionó su futuro. Ejemplo emblemático fue el fallido intento de fusión entre la Sociedad Hebraica Argentina y el Club Náutico Hacoaj, financiado también por el American Joint, y que sólo sirvió para evitar el quiebre de ambas instituciones. En un informe a los socios del año 2004, Hebraica detallaba una pérdida del padrón de asociados del 30% durante la crisis y expresaba las dificultades financieras de la institución en vista de devolver su parte del préstamo  hecho por el American Joint para la fusión, una cifra cercana a los U$S 400.000. Hubo acusaciones cruzadas entre los dirigentes y socios de ambos clubes, hasta que se decidió volver la situación a cero.
Es para la misma época que los sectores religiosos ortodoxos de la comunidad, encabezados por Jabad Lubavitch, salen de su encierro decididos a influir en la vida de la comunidad judía argentina. Durante el verano 2001/2002 organizan la colonia Morashá, en las instalaciones del viejo club CASA de la avenida Libertador: mil chicos de entre seis y quince años son becados de forma completa para concurrir a la colonia, cuyos servicios incluían el transporte puerta a puerta, desayuno, almuerzo, merienda y en algunos casos, alimentos para llevar a sus casas. Durante el año, organizarían charlas en sus centros para adolescentes, quienes recibían una paga por concurrir.
A partir del segundo semestre del 2003 se hizo evidente la recuperación de la economía argentina, que terminaría ese año con crecimiento del 8,7% y una inflación anual de 3,7%. El motor de la recuperación fue la demanda doméstica, lo que marcó una pronta recuperación de sectores como el comercio y de las pequeñas y medianas empresas ligadas al mercado interno. Esto, junto al incremento del rol del Estado en la ayuda a los segmentos de la población más golpeados por la crisis, hizo que en poco tiempo bajara sensiblemente el número de beneficiarios de los diferentes planes de ayuda dentro de la comunidad. Al mismo tiempo la amenaza creciente de una ola antisemita en Francia, hizo que los recursos fueran destinados para atender la situación en el país europeo.

Beneficiados, beneficiarios
Han pasado quince años desde aquella crisis: un agrupación religiosa maneja los destinos de la AMIA; es un secreto a voces que los directivos de los clubes quieren el formato de ‘un socio, una casa’: lo que implica la reducción del espacio común y social en beneficio del espacio individual y privado. La crisis del 2001 es un mal recuerdo del que nadie quiere hablar: la ayuda recibida, un secreto bien guardado. El centro del judaísmo se ha mudado a la zona norte de la ciudad y la gente parece feliz: los rabinos son los nuevos gurúes comunitarios, que han descubierto la prosa talmúdica al mismo tiempo que los buenos negocios. Hay un colegio para cada padre, y un informe para cada chico. La derecha argentina, tradicionalmente antisemita, ha recibido la bendición rabínica, y se han ahuyentado los fantasmas. Parafraseando a Enzo Traverso, la modernidad judía ha llegado a su fin, y estamos viviendo, quizás, la posmodernidad judía: individualismo, judaísmo a la carta y las delicias del poder.