Profesor Detlev Claussen, discípulo de Adorno

La angustia de la modernidad

Detlev Claussen estudió filosofía, sociología, literatura y política en Fráncfort del Meno, entre 1966 y 1971. Fue alumno de Theodor W. Adorno, sobre quien escribió la brillante biografía: “Adorno, uno de los últimos genios”, publicado en castellano en 2006. Es profesor emérito de la cátedra de Teoría Social, Sociología de la Cultura y Sociología de las Ciencias de la Universidad Gottfried Wilhelm Leibniz de Hannover. Sus temas centrales de investigación son el racismo, el nacionalismo, las sociedades en transformación, los movimientos migratorios y el psicoanálisis y fútbol, en especial fútbol y migración, xenofobia, antisemitismo, etc.
En un pequeño café del barrio de Westend en Fráncfort del Meno, entrevistamos a Claussen en forma exclusiva para Nueva Sión, para hablar de la crisis griega, de los movimientos populistas en Europa y el antisemitismo creciente, entre otros temas de actualidad.
Por Guilermo Atlas, desde Alemania

No dejarse estupidizar ni por el poder de los otros ni por la impotencia propia.
Theodor Adorno

– Profesor Claussen, el tema más preocupante en Europa y, sin exagerar, una de las cuestiones más controvertidas a nivel internacional, es la crisis griega y el fantasma del “Grexit” (la salida de Grecia de la zona Euro) ¿puede explicarnos la etiología de esta cuestión?
– El euro vino al mundo con un “defecto de fábrica”. Después de la unificación alemana, Europa diseñó una herramienta para frenar el poder de este país. Los socios europeos vieron que sin una moneda común era imposible competir con Alemania. Sin embargo y paradójicamente, Alemania “digirió” en diez años ese nuevo cuerpo, es decir, logró integrar a los estados que formaron parte durante 40 años la República Democrática Alemana y convertirse en el país más fuerte del continente. Los demás países costearon su crecimiento con préstamos bancarios. El problema surgió cuando las tasas de interés subieron y esos países se vieron en la obligación de tener que atender sus enormes obligaciones financieras.
Cuando se produce la crisis de Lehman Brothers se vendió en Europa una imagen falsa del crash, ya que se dijo que el problema era una cuestión meramente norteamericana. En realidad era un problema del sistema financiero internacional. Así como los bancos norteamericanos habían prestado en forma descontrolada dineros para la compra de propiedades inmobiliarias, fenómeno que se conoce como la “burbuja inmobiliaria”, en Europa los bancos concedieron créditos a los Estados para financiar el crecimiento económico.
– ¿Y qué pasó entonces en Europa?
– Cuando los países deudores vieron que no podían pagar esas deudas astronómicas, se implementaron los famosos programas de austeridad y paralelamente los Estados de los bancos acreedores implementaron una política para rescatar estas entidades. Creo que hubiese sido más sabio y más barato aplicar una quita a todas las naciones deudoras antes que implementar esas medidas draconianas de ahorro que comprometen el bienestar de los países afectados, y de esta forma también se hubieran evitado gastos para rescatar los bancos en quiebra. En este caso, es peor que la famosa frase de Lenin: “El capital manda sobre la política”, ahora se puede decir que “el capital financiero dirige la política”.
– Además del impacto y las consecuencias sociales y económicas derivadas del endeudamiento, ¿qué otros problemas surgieron en el marco de esta crisis generalizada?
– Un cuadro como el que acabo de describir es la base ideal para el desarrollo del antisemitismo. El papel del judío como financista que se mueve entre las tinieblas y maneja a los políticos como sus marionetas.
– Perdone que lo interrumpa, pero ¿qué papel jugaron entonces los partidos tradicionales de izquierda, socialdemócratas, agrupaciones excomunistas, etc., en un contexto tan sensible?
– Los partidos socialdemócratas se volcaron hacia las políticas neoliberales, piense en el “new labour” o los nuevos programas de SPD alemana y su coalición nacional con la democracia cristiana. En los países del sur de Europa, partidos socialdemócratas corruptos como el PASOK en Grecia y los escándalos del PSOE en España.
– Esto significa que se produce también una crisis de representatividad en el espacio de la protesta. Además los partidos comunistas o excomunistas en el continente prácticamente desaparecen y surgen otros movimientos menos tradicionales con reclamos puntuales y como expresión del descontento de grandes sectores sociales.
– En efecto, surgen movimientos que en términos estrictos son difíciles de encasillar, todos ellos, no obstante, pueden ser definidos como populistas. Justamente una de las características del populismo es su ambigüedad. Tanto aquellos con reivindicaciones de izquierda, como aquellos con claros valores de derecha, surgen como una respuesta plausible a la angustia de la modernidad, en este caso a la modernidad postindustrial y el crecimiento y fortalecimiento del papel del capital financiero en el contexto internacional. Estos movimientos populistas canalizan el temor del proletariado industrial de ser desclasado. No casualmente se produce una suerte de coincidencia entre las huestes de la izquierda tradicional, de la derecha y de los grupos xenofóbicos con consignas contra el capital financiero y contra las instituciones internacionales que lo representan.
– El Frente Nacional de Francia, por ejemplo…
– Por supuesto, el Frente Nacional de Le Pen saluda con algarabía el triunfo de Syriza en Grecia y la victoria del No en el referéndum. Para todos estos grupos, la diferenciación entre derecha o izquierda no es lo importante, lo importante es un supuesto pueblo imaginario, el pequeño hombre subalterno. Si ello se extrapola a los países, se puede decir, el país pequeño y débil que lucha contra las potencias, una especie de Asterix que defiende su pueblito de Galia y sus costumbres contra la ingerencia romana.
Todos estos grupos agudizan el discurso identitario. No se habla de cambio, más bien se glorifica un pasado imaginario, una especie de “Invention of tradition” como lo plantea E. J. Hobsbawm. Se exacerban categorías de honor: orgullo, dignidad nacional, etc. y todos ellos tienen un componente xenófobo.
– Como alumno de Adorno, ¿cómo hubiese reaccionado el gran filósofo frente a la situación actual?
– Aquí cabe citar Minima Moralia: “Weder von der Macht der anderen, noch von der eigenen Ohnmacht sich dumm machen zu lassen”, que en castellano se podría traducir como “No dejarse estupidizar ni por el poder de los otros ni por la impotencia propia”.
– ¿Podemos hablar de un nuevo antisemitismo en Europa?
– El antisemitismo es idéntico en su núcleo a sí mismo. Cambia sólo sus formas. Un cambio se observa en la escisión existente entre el antisemitismo abierto, sin tapujos y el antisemitismo oculto, solapado, más aggiornado. Este nuevo antisemitismo aprovecha el islamismo y proyecta “los islamistas son los antisemitas”. Una forma de esconder su propio resentimiento. Evidentemente también existe el antisemitismo de los islamistas que llegan a Europa. Este es intrínsicamente antisemita y no tiene nada que ver con el conflicto en Medio Oriente como algunos afirman.
El antisemitismo es la forma que adopta la impotencia de los perdedores sociales frente a los privilegiados a los que se les atribuye y sobre los que se le proyecta una identidad judía.
– Por último, quería consultarlo sobre la recomendación que hizo la presidente de Argentina, Cristina Fernández a unos niños de una escuela primaria, a quienes les aconsejó leer El Mercader de Venecia, de William Shakespeare, para «entender los fondos buitres». Además, en su Twiter escribió: «La usura y los chupasangre ya fueron inmortalizados por la mejor literatura hace siglos».
– Si alguien recomienda una obra sobre los fondos buitres, debería entonces escribir o referirse a ese tema específico. La obra de Shakespeare no tiene nada que ver con este fenómeno. Me parece que hay un interés deshonesto al extrapolar la obra al conflicto entre los fondos financieros y la Argentina. Se traslada la obra de teatro a la actualidad en forma compulsiva y artificial. El que lleva al presente esta obra para ilustrar la cuestión de fondos especulativos, tiene algún interés de índole antisemita. Parece que algunos ignoran que el antisemitismo forma parte de la denominada “Hochkultur”, la cultura clásica universal. El Mercader de Venecia es una obra muy sensible y depende mucho de su puesta e interpretación. Si alguien tiene interés de conceder a los personajes un carácter antisemita, entonces la obra tendrá indudablemente ese sesgo.