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Hay recuerdos que mienten. Un poco.

Emmanuel Kahan escribe para Nueva Sión sobre su reciente libro, “Recuerdos que mienten un poco. Vida y memoria de la experiencia judía durante la última dictadura militar”, publicado por Editorial Prometeo.
Por Emmanuel Kahan *

Vamos a hablar de un libro comenzando por otro. O, mejor dicho, vamos a hablar de los dos. En su reciente novela de no ficción El impostor, Javier Cercas, aborda la trayectoria de Enric Marco, un hombre como cualquier otro que promediando sus cincuenta años se inventó un pasado. A Marco se lo consagró públicamente como un sobreviviente de los campos de exterminio del nazismo, joven combatiente anarquista durante la Guerra Civil Española y miembro de la resistencia al franquismo tras su regreso de Alemania. Recibió premios, presidió la Amical de Mauthausen y ofreció conferencias en los más diversos ámbitos. En los tiempos en que se debatía y ponderaba la Memoria Histórica en España, Marco era un superstar.
Fue la sospecha y el trabajo de un historiador de oficio, Benito Bermejo, el que descubre la impostura de Marco. Su testimonio era mentira. Marco había estado en Alemania durante aquellos años, incluso preso; pero su derrotero era distinto al de las víctimas raciales y políticas del nazismo. Lo mismo pasó con su trayectoria republicana y su militancia antifascista. El escándalo- y el escarnio- fueron inmediatos: a Marco se lo condenó públicamente por su farsa.
Cercas- que no es condescendiente con Marco- tiene el buen tino de advertirnos que el impostor es en verdad como cualquier español promedio. Que así como Marco se inventó un pasado heroico, España también lo hizo: todos tras la muerte de Franco tuvieron algún testimonio de resistencia que contar y sin embargo fueron pocos los que enfrentaron al franquismo. La mentira de Marco era creíble porque toda España mintió un poco. Y, como señala Cercas, la credibilidad de esas mentiras se sostuvo porque se amasó en verdades: el nazismo y sus campos de la muerte existieron, los anarquistas confrontaron con los falangistas españoles, algunos resistieron al franquismo.
Entonces, ¿por qué desconfiar del testimonio de una presunta víctima en tiempos que consagraron el lugar de las víctimas como testigos privilegiados de la historia? ¿Acaso no sostenemos nosotros también a la figura del “testigo” o la “víctima” como depositario de la “verdad histórica” de una experiencia sensible- llámese nazismo o terrorismo de Estado? Cercas escribió en El País una columna cuyos fragmentos quisiera replicar aquí:
“No falla: cada vez que en una discusión sobre historia reciente, se produce una discrepancia entre la versión del historiador y la versión del testigo, algún testigo esgrime el argumento imbatible: ¿Y usted que sabe de aquellos, si no estaba allí? Quien estuvo allí, el testigo, posee la verdad de los hechos, quien llegó después- el historiador- posee apenas fragmentos, ecos y sombras de la verdad. Elie Wiesel, superviviente de Auschwitz y Buchenwald, lo ha dicho con un ejemplo: para él, los supervivientes de los campos de concentración nazis tiene que decir sobre lo que allí pasó más que todos los historiadores juntos”, porque “solo los que estuvieron allí saben lo que fue aquello; los demás nunca lo sabrán”. Esto, me parece, no es un argumento: es el chantaje del testigo. […] Este no siempre tiene razón; la razón del testigo es su memoria, y la memoria es frágil y, a menudo, interesada: no siempre se recuerda bien, no siempre se acierta a separar el recuerdo de la invención; no siempre se recuerda lo que ocurrió sino lo que ya otras veces recordamos que ocurrió, o lo que otros testigos han dicho que ocurrió, o simplemente los que nos conviene recordar que ocurrió. De esto, desde luego, el testigo no tiene la culpa (o no siempre): al fin y al cabo, él sólo responde ante sus recuerdos; el historiador, en cambio, responde ante la verdad. Y, como responde ante la verdad, no puede aceptar el chantaje del testigo; llegado el caso, debe tener el coraje de negarle la razón. En tiempo de memoria, la historia para los historiadores”.

Como en España, en Argentina son tiempos de preponderancia de la memoria histórica. Y no está mal; pero como en el caso de Marco, ese retorno al pasado tiene menos fidelidad a la verdad histórica que a los modos en que diversos actores elaboraron su trayectoria en relación a ese pasado. En estos tiempos proponerse bajo la condición de “víctima”, “testigo” o “afectado” actúa como un “paraguas” que brinda legitimidad tanto en el escenario político como en la ejecución de una condena moral sobre lo actuado durante la dictadura militar. Como se sabe al respecto, en la comunidad judía argentina las cartas están echadas: la DAIA fue “colaboracionista”, otras instituciones fueron “víctimas” y algunos otros “resistieron” a la dictadura militar. Eso en la voz de la “víctimas” y los “testigos”.

Algunas declaraciones públicas de sus dirigentes durante aquellos años y la poca acción o eficacia en el “salvataje” de quienes caían en los Centros Clandestinos de Detención fueron los pilares de una acusación que se ha sostenido desde el final de los tiempos dictatoriales. Y, en parte, es cierto. Ahora bien, ¿estarían dispuestos otros actores del espectro comunitario a revisar sus posiciones durante aquellos tiempos y ver qué dijeron sobre el gobierno militar- al que ninguno llamó “dictadura” hasta la derrota en Malvinas? ¿Podrían señalar qué acciones desplegaron para salvar a jóvenes de las fauces de la represión dictatorial?
Recuerdos que mienten un poco. Vida y memoria de la experiencia judía durante la última dictadura militar aborda un conjunto amplio de actores, publicaciones e instituciones durante los años del terrorismo de Estado con el objeto de reponer un horizonte más vasto de los posicionamientos fraguados durante el período. Y lo que allí descubre es que aquellos que “acusan” no tuvieron posiciones muy distantes de quienes son acusados. E incluso, que hubo muestras públicas de apoyo a la dictadura militar que ni la propia DAIA se hubiera atrevido a manifestar.

El “Saludo del ICUF al presidente Videla” realizado en agosto de 1978- si, tras la finalización del Mundial de Futbol que hoy consideramos como una estrategia publicitaria del régimen para acallar las denuncias en el exterior- era para felicitar su reelección en el cargo de presidente y le auguraba “los más fervientes votos de que su manifiesto propósito de propender a la instauración de una democracia renovada, republicana y pluralista que garantice el pleno ejercicio de los derechos y posibilite el cumplimiento de los deberes ciudadanos, se vea coronado por el éxito con el apoyo del el pueblo argentino todo”.

El libro, a su vez, permite poner en suspenso algunos juicios sobre los acusados. El director de la revista La Luz, Nissim Elnecave, fue acusado como “delator” en las postrimerías del régimen y fue, sin embargo, su publicación la primera en abordar el tema de la desaparición de jóvenes judíos -sí, antes que Nueva Presencia- a través de la publicación de unos artículos de Marcel Zohar desde diciembre de 1977.
El libro que estas palabras presentan, se hizo bajo la siguiente premisa: las investigaciones sobre la comunidad judía durante la dictadura militar deberán recuperar un cúmulo de experiencias y trayectorias que estarán en tensión con la memoria de esa misma experiencia. Y no es un problema menor, porque entonces también tendremos que poner en suspenso algunas nociones sobre la responsabilidad, la complicidad y la resistencia de diversos sectores del amplio marco comunitario judío frente a la dictadura militar.
Hay recuerdos que mienten. Un poco.

* Doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata – Coordinador del Núcleo de Estudios Judíos (IDES).