Nisman, 18F y los judíos

Juegos y tragedias

Según el autor de esta columna, el rol activo de la dirigencia comunitaria en ayudar a volcar a los judíos argentinos a opciones de derecha, junto con su participación en el 18F con muchos de los que jamás se les escuchó ninguna preocupación por los muertos de AMIA, nos lleva a un camino peligroso que habrá que desandar.

Por Guillermo Levy

Nisman significante vacío
Ernesto Laclau contaba esta anécdota para explicar el concepto de significante vacío. Una vez una piba en 1970 fue a un hospital público para pedir que le realicen un aborto, frente a la negativa agarró una piedra rompió un vidrio y gritó “¡Viva Perón carajo!”.
Perón, que seguramente, en su exilio en España, nada tenía que ver con el aborto ni con la prohibición de él, se había convertido en un símbolo de la resistencia que podía articular broncas y luchas de todo tipo y color. Por supuesto que estamos hablando de un articulador simbólico de millones de personas y de diversas políticas recostado en el líder argentino más importante del siglo XX, ese significante vacío como articulador, no había sido construido por ninguna campaña mediática, por alguna corporación o alguna  agencia de publicidad.
Hoy asistimos al intento de armar un eje articulador de lo disperso (la oposición política con sus varios candidatos), que además sirva en la batalla de un sector del Poder Judicial contra este gobierno, sumando a gran parte del poder económico y mediático interesado en debilitarlo para condicionar al próximo, como ya lo experimentaron exitosamente en 1989 en la transición de Alfonsín a Menem.
El dato de esta etapa es la capacidad de movilización que ninguna fuerza opositora corporativa o política por sí misma puede lograr, creando, a partir de la muerte dudosa del fiscal Alberto Nisman, el nacimiento de un mártir de la democracia y la república.
El relato del mártir nos dice que lo inducen al suicidio o muere asesinado por su búsqueda honesta e implacable de la verdad en la masacre de la AMIA. Esta ficción se vuelve posible como relato verdadero, debido a la comprobación desde  hace unas décadas en el mundo de las ciencias sociales, de la política y del espectáculo, que las ficciones, los mitos y los relatos históricos exitosos, no necesitan tener ninguna conexión con la realidad. La realidad puede ser sólo producción simbólica. Los laboratorios del cine, los medios de comunicación y las operaciones de inteligencia más diversas han logrado, y continúan logrando, cosas asombrosa en este plano desde por lo menos el comienzo del siglo XX.
La construcción del Nisman muerto como ícono (sin meternos en si la muerte de él es parte de la operación o no, cosa que no sabemos) cuya función es unir a los que pretenden salvar la Republica de un “gobierno corrupto que avanza aceleradamente hacia una dictadura, hostigando empresarios,  jueces y medios”, se vuelve un experimento que habrá que ver su efectividad por fuera de los ya asumen como propio el relato de que el actual gobierno sólo se sostiene por la suma de clientelismo entre los pobres, redes de corrupción, discurso de épica para jóvenes ingenuos y la compra de intelectuales y artistas.
La construcción artificial de un mito movilizador, que con su carácter de clase y origen le otorga mayor potencia nacional e internacional, como un intento de crear un clima “venezolano” es difícil en momentos de estabilidad económica, sin desabastecimiento ni clima de guerra civil en la costa Atlántica abarrotada de argentinos consumiendo. Este intento viene a mover el tablero después del fracaso de todos los intentos insurreccionales de devaluación y/o producción de climas apocalípticos de los últimos tiempos.

La escuela alemana
Si es por rastrear en la historia la producción artificial de hechos políticos para crear climas que permitan aplicar o modificar determinadas políticas, condicionar gobiernos, tirarlos o mandar mensajes a los próximos, todos se inspiran en la obra maestra que fue la quema del Reichstag en febrero de 1933 por parte de los nazis. Los nazis fueron vanguardia en usar operaciones de inteligencia al interior de su propia población.
Como otro ejemplo que nos remita más a un asesinato político seguido por la construcción artesanal de inventar ficciones exitosas, tenemos como una de las operaciones más sofisticadas en la historia, la realizada el 22 de noviembre de 1963 en Texas cuando se asesina al presidente Kennedy. Toda la Justicia, el poder corporativo, los medios de comunicación trabajaron sin grietas en la tesis del asesino suelto Lee Harry Oswald. El relato de Oswald, que como agente soviético, asesina a Kennedy ya había salido, por el huso horario, en algunos diarios de Oceanía antes de la consumación del asesinato en Texas. Un ejemplo de primicia periodística.
Su asesinato y el relato posterior permitieron destrabar lo necesario para ir hacia la intervención en Vietnam del Sur.

AMIA y el relato
La camioneta blanca conducida por un suicida, comprada por iraníes para volar la AMIA fue el relato oficial desde las primeras horas del atentado. Relato dominante aún hoy a pesar de no reconocer casi pruebas ni testimonios en su apoyo, cuando sí abruman pruebas y testimonios que por lo menos ponen en duda un relato que interesó siempre más desde lo geopolítico que desde la Justicia para con los muertos.
Sin embargo, la efectividad de ese relato, que sobrevivió a la falta de pruebas, al descarte de decenas de testimonios que afirman que no vieron ninguna camioneta, a la caída del juicio en el 2003 por comprobarse la manipulación de pruebas que implicará el juicio por encubrimiento en el que está procesado el máximo dirigente comunitario de entonces, tuvo y sigue teniendo un éxito atroz hasta el punto que logra ponerse por encima de los hechos que dicen que en diez años el fiscal Nisman no avanzó nada por fuera de esa hipótesis, como tampoco avanzó en la conexión local ni en el encubrimiento en sintonía con las sugerencias de la embajada de los EE.UU a la que reportaba como documentan los archivos publicados en Wikileaks nunca desmentidos.
La realidad es transformada por el relato necesario, algunos datos molestos se ocultan y otros –por mecanismos que me exceden analizar- logran pasar de nuestras conciencias a la papelera de reciclaje sin interpelarnos y modificar nuestra mirada. La necesidad política de algunos sectores y candidatos se articula con la complicidad de parte de la sociedad civil que gusta comprar un mártir, que la haga sentir, sin hacer mucho esfuerzo, protagonista de una gesta nacional y que le permita también, de dar rienda suelta sin culpas a una cantidad de prejuicios, ignorancias y dobles morales, en la medida que el mártir de la Republica también es como nosotros.
Claramente, el mártir de la República no podría ser alguien que reporte a una Embajada extranjera, sin embargo ese hecho no quiebra el guion. El fiscal que muere por su causa, no es compatible con que su fiscalía tenía por lo menos dos contratos de gente de la que nadie conocía sus tareas  y que insumían cerca de un millón de pesos por año puesto por todos los argentinos para investigar la masacre. Una acusación tan cara al tipo de manifestante del 18F como el mal uso de fondos públicos, es pasada olímpicamente por alto al no ser funcional al mártir que salva la República y que nos permite ser mejores ciudadanos por una tarde.
La figura del mártir de la Republica no se compadece con una madre, que en medio del dolor, aparentemente tuvo tiempo de vaciar cajas de seguridad de su hijo produciendo de hecho obstrucción de la labor judicial llamativamente por nadie insinuada.
El mártir de la República no se compadece con la vida de lujos, ni con vínculos orgánicos con embajadas extranjeras ni con una relación de subordinación con agentes oscuros de la SIDE.
Sin embargo, la operación funciona y consigue un ejército de cientos de miles de ciudadanos que creen marchar salvando al país de su gobierno, detrás de fiscales algunos inclusive cuestionados por encubrimiento al atentado.
Dirigentes políticos y empresariales a los que los muertos de AMIA nunca les interesó, lograron a cambio de dos horas de silencio y algunas gotas de lluvia sobre sus caras acongojadas para las cámaras, decenas de horas luego en los medios en los que tienen abono.

El color de la calle
En la Argentina particularmente, la movilización callejera desde fines de los ‘60 hasta el año 2001 estuvo siempre en manos de los sectores populares: el progresismo, el movimiento obrero, la izquierda y en nuestra especificad argentina, de los organismos de Derechos Humanos.  Las movilizaciones de grupos de la sociedad civil por fuera de estructuras pre existentes, siempre mantuvieron su sesgo progresista como en el caso de las movilizaciones en contra de la impunidad por asesinatos policiales o de hijos del poder o contra las consecuencias sociales de las políticas neoliberales de la década del noventa.
Junto a esto, desde la recuperación democrática, coexistieron las movilizaciones puntuales de partidos políticos en coyunturas electorales. Ahí, y solo ahí, la derecha liberal-conservadora argentina hacia fines de los ‘80 tuvo por primera vez desde los años de la caída de Perón, movilizaciones  importantes acotadas a un partido político: el fundado por Álvaro Alsogaray (UCEDE), que logró aglutinar a muchos de los que antes apelaban a los golpes de Estado para llegar al poder. Hasta ese momento, las únicas presencias masivas en las calles de sectores conservadores en democracia, había sido motorizada por la Iglesia católica en contra de la política educativa de Alfonsín en su primer año y en contra de la Ley del divorcio vincular hacia 1987.
La década del ‘90, como se enunció antes, sumó una protesta social que excedió a la calle más ideológica y partidaria de los ’80, en sintonía con un clima mundial de crisis ideológica. El retroceso social dio pie a puebladas masivas en contra de las políticas de privatizaciones y aumento de la desocupación que excedían las marchas con bordes más claro de las de los ‘80. La marcha del Silencio en Catamarca en 1991 a partir del crimen de la joven María Soledad dio origen a otra tradición, heredera y signataria de madres y abuelas de marchar contra la impunidad de crímenes cometidos por fuerzas de seguridad o hijos del poder político siempre apañados por policías, jueces y funcionarios. Bajo todo ese legado mezclado, junto con el hartazgo de sectores medios no progresistas y la emergencia del “corralito”, se produce un nuevo tipo de ocupación de las calles a partir de explosión de diciembre de 2001, que abrió un nuevo surco en el uso de la calle para hacer política. Esta vez, las cacerolas, las asambleas y el repudio en las calles, sumó ideologías y sectores muy diversos.
Las movilizaciones de 2001 tienen un padre de izquierda pero dos hijos: Uno de izquierda y otro de derecha: Esta irrupción que barrió con el gobierno radical expresó la continuidad de las movilizaciones por la consolidación democrática en contra de la impunidad, por los derechos humanos y en contra del neoliberalismo de dos décadas anteriores. El hijo de izquierda de esas movilizaciones es el kirchnerismo o más precisamente, el kirchnerismo, como producto de la crisis, logrará articularlo, contenerlo y darle sentido.
El hijo de derecha que nace en ese 2001, y que fue parido en línea gruesa por los que –consciente o inconscientemente- protestaban por el fin de la fiesta de los ‘90, aprendió a apropiarse de las calles y los sectores dominantes fueron aprendiendo a que podían articularlos en movilizaciones masivas para debilitar gobiernos progresistas que defendieran la autonomía del poder político.
En los momentos en que el kirchnerismo, por la efectividad de la oposición política, mediática y corporativa o por sus errores y miserias propias, se fue debilitando, los bordes entre la población de las dos calles se hicieron más borrosos y seguramente varios herederos de alguna participación callejera vinculadas a las luchas democráticas fueron gradualmente sintiéndose más interpelados con la construcción programada de un hartazgo social, moral y republicano. Aun así, ese hartazgo desde hace diez años a esta parte, nunca rompió la delimitación de una clase social y en un color de piel. De ese límite, los ciudadanos hartos, construyeron una virtud que los diferenciaría de los que, desde otra clase social y otra coloración de piel, se movilizan supuestamente por alguna sabrosa prebenda o algún plan social.
La marcha del hartazgo contra la inseguridad de 2004 a la que fueron 150.000 personas convocadas por Blumberg y los principales medios de comunicación, fue la primera, luego la apropiación de la forma del cacerolazo y las masivas movilizaciones detrás de las corporaciones agrarias en el 2008 fortalecieron esta tendencia y lograron juntar en la calle a algunos cientos de miles de Argentinos.
El 2001 parió, junto al kirchnerismo, una nueva derecha civil, que ocupa las calles democráticamente pero con convicciones democráticas muy acotadas en momentos en que las operaciones arrecian y el horizonte de un final anticipado se convierte en una utopía de muchos difícil de asumir públicamente.
El PRO hoy es quizás, luego de la desaparición de la UCEDE, el primer partido político argentino de una derecha civil, con un programa de las clases dominantes que aspira seriamente a ganar elecciones. El 18F fue fundamentalmente una marcha opositora en la ciudad de Buenos Aires, fue abierta o sutilmente una marcha del PRO independientemente de que miles de sus concurrentes no piensen votarlo.
El limite democrático de este civismo de sectores medios está dado tanto por su desprecio a los sectores populares como por su articulación con corporaciones, operadores financieros, grupos mediáticos sin vocación democrática alguna, que descubrieron estos años que a sus habituales operaciones de lobby y hostigamiento, podían agregarle un gran poder de movilización de una porción de nuestra clase media y alta que en el 2001 le encontró sabor a las calles y que cada tanto se siente orgullosa de sus épicas blancas, que siempre se encarga de diferenciar de las otras manifestaciones impregnadas por “los planeros” o “los que marchan por el chori”. Esta comparación casi obsesiva y permanente en los comentarios de los manifestantes, además de bordear el racismo, confirma la mirada acotada de su concepción democrática.
El respeto que se exige a la marcha masiva de los sectores medios urbanos, el respeto a “la democracia” que se pide frente a cada descalificación, las críticas sistemáticas a cualquier impugnación a los manifestantes, nunca implica un pedido de respeto a las manifestaciones de los sectores populares a las que siempre se estigmatiza suponiendo que la manipulación las gobierna. Esa manipulación siempre existente en todo hecho político de masas, es infinitamente inferior a la que se opera sobre tantas conciencias blancas creídas en su independencia de criterio frente a los planes y los choris pero nunca frente a las clases dominantes, que se ríen una y otra vez de ellos a los que movilizan a cambio de nada y muchas veces en contra de sí mismos.

Nisman y Sábato
Al final de la dictadura militar, el alfonsinismo construyó como emblema de los Derechos Humanos al escritor Ernesto Sábato. Esa elección política reconocía entre otras cosas la necesidad de opacar a Madres y Abuelas que no se prestaban a la política de algunos juicios emblemáticos con que Raúl Alfonsín quería cerrar el período dictatorial y por otro lado no mezclarse con ninguna reivindicación de las víctimas de la dictadura genocida que enarbolaban Madres y familiares. Sin embargo, la efectividad del símbolo Sábato como emblema de los DDHH, reconoce una operación social más compleja.
Si el Sábato reunido con Videla en 1977, el Sábato que nunca denunció a la dictadura hasta después de la derrota de Malvinas, el Sábato que iba al exterior a denunciar a las campañas contra la dictadura de los exiliados argentinos era el símbolo de los Derechos Humanos, las preguntas sobre nuestro propio silencio, nuestra propia complicidad, nuestros propios viajes, vía plata dulce y dólar barato, dejaban de ser lugares molestos.
La mayor amnistía del periodo Alfonsín no fueron sólo las leyes de impunidad sino la construcción de un relato que, con Sábato a la cabeza, amnistiara junto con él a una porción muy importante, seguramente mayoritaria de nuestros sectores medios y altos urbanos, que pidieron la dictadura, avalaron la represión y gozaron del dólar barato haciendo oídos sordos a las denuncias de adentro y de afuera del país. El volantazo de Sábato después de Malvinas fue el volantazo de gran parte de nuestros sectores medios y medios altos.
Sábato como símbolo de los Derechos Humanos permite sentirse parte de una épica democrática a muchos que tenían cuentas con su conciencia, los personajes vinculados a la lucha y el compromiso contra la dictadura nunca podían erigirse en los representantes simbólicos de esta nueva fuerza masiva en los sectores medios, que abrazaba la democracia pero prefería resinificar su pasado de complicidad, de silencio o simplemente de indiferencia, sin demasiadas preguntas.
Meir Margalit dijo que los judíos argentinos cuando dicen “Yo soy Nisman” están en lo correcto, ironizando con el compartir en esa identificación el ser utilizados por grupos de poder que después los desecharán. Este “yo soy Nisman” que lo emparentaría al “yo soy Sábato” habla de una identificación perfecta con un personaje, que puesto en el lugar de símbolo de lo que no merece ser, hace merecedores de una épica, en este caso republicana, a muchos de los caminantes bajo la lluvia del 18F. Seguramente el Nisman mártir rodeado de la construcción mediática absolutamente impune que insinúa que el gobierno lo mandó matar (justamente ese hecho final lo convierte en mártir), invite a muchos a sentirse mejores y a dar rienda suelta con formato silencioso o ruidoso al repudio tan bien cincelado contra gobiernos, que más allá de sus errores y miserias, tienen en común la no subordinación en su política económica ni exterior a poderes acostumbrados a dirigencias políticas que sean gerentes de sus intereses.
La dirigencia de DAIA y AMIA convocó y asistió a la mayor marcha opositora al kirchnerismo, hasta hoy, meses antes de las elecciones en el distrito donde el principal candidato opositor tiene su principal bastión. DAIA y AMIA jamás participaron de una de las cientos de marchas de Derechos Humanos de los últimos 30 años. Nunca inclusive marcharon o adhirieron planteando la reivindicación particular del pedido de justicia para más de los 1.000 desaparecidos judíos durante el gobierno militar. Reparación que lentamente logra este gobierno juzgando y condenando a los autores de esos crímenes en una forma que ningún Estado ha hecho hasta hoy con asesinatos ocurridos en sus propios países.
Primera aparición pública en la calle por fuera de las concentraciones en los aniversarios de los atentados o del aniversario del Estado de Israel, junto con demás instituciones empresarias al lado de esta nueva derecha cívica, que se apresta de algún modo a recuperar el Estado y que reconoce sus terminales políticas no en partidos sino en grupos empresarios, financieros, mediáticos y gobiernos extranjeros. Sólo de ser cierto que hubo un fiscal asesinado por investigar a fondo el atentado y que ese asesinato huele a un asesinato encargado por el gobierno justificaría esa participación, pero nadie en sus cabales cree ese razonamiento. Las organizaciones existentes de familiares de AMIA que son las únicas que hoy tienen actividad como tales no participaron de una marcha convocada por fiscales que nadie un poco avezado en el Poder Judicial puede creer en su preocupación por la impunidad en la masacre de la AMIA.
La creciente pérdida de independencia frente a los poderes fácticos locales y los intereses norteamericanos y del gobierno israelí de nuestra dirigencia comunitaria, junto con la penetración cada vez mayor del macrismo en el seno de la política comunitaria, se junta con el clima cada vez más hostil contra los que nos resistimos a no dejar aplastar una tradición plural y progresista que signó a gran parte de la comunidad judía argentina, absolutamente integrada a la vida cultural, profesional, laboral, política y económica del país.
El proceso de derechización creciente de las representaciones de lo judío en Argentina y en el mundo viene siendo visible desde el asesinato de Itzhak Rabin hace ya casi 20 años, que junto a una ola de atentados casi diarios, logró el primer triunfo de Netanyahu. La derechización de la sociedad y el gobierno de Israel más la rápida construcción del Islam como el enemigo de la civilización Occidental, junto al peso creciente de las instituciones de lobby judío en los EE.UU -cuyo coletazo estamos viviendo en Argentina en el conflicto con los fondos buitres- está creando un peligroso clima entre los judíos de nuestro país.
El rol activo de la dirigencia comunitaria judía en ayudar a volcar a los judíos argentinos a opciones de derecha, el ataque verbal permanente de algunos de sus dirigentes contra los que se resisten a aceptar esta conversión de lo judío en parte del establishment local e internacional junto con su “salto” a las calles con muchos de los que jamás se les escuchó ninguna preocupación por los muertos de AMIA, nos lleva a un camino peligroso que habrá que desandar.