Una mirada rabínica sobre los extranjeros

Abraham y el paradigma de ‘el Otro’

Caballero de la fe y padre del monoteísmo ético, la figura de Abraham representa, junto con Iosef y Moshé, a los tres hebreos con mayores responsabilidades en todo el texto de la Torá. Cada uno a su manera, rompieron ídolos y descubrieron en el ser hebreo un nuevo lenguaje. Pero el que dio el puntapié inicial fue Abraham, quien tuvo la valentía y sabiduría necesarias para descubrir precisamente en el prójimo la presencia más tangible del Otro.
Por Marcelo Polakoff *

Avar
He aquí una de esas raíces absolutamente esenciales en nuestra cosmovisión. Y sin mucho suspenso, tal vez ya varios hayan reconocido en su sonido algo “hebreo”. Sin duda es así.
El primer hebreo, nuestro patriarca Abraham, es denominado de esta forma por la Torá העברי “haivri” (el “hebreo”) una única vez, cuando todavía se llamaba “Abram”.
Veamos:
Génesis 14:13
“Uno de los que escaparon fue y dio aviso a Abram, el hebreo, que habitaba en el encinar de Mamre, el amorreo, hermano de Escol y hermano de Aner, los cuales eran aliados de Abram”.

El contexto de este versículo es una guerra de confederaciones de reyes, donde interviene también el rey de Sodoma, ciudad en la que reside Lot, el sobrino de Abraham, que es tomado prisionero. De hecho, eso es exactamente lo que se le avisa al patriarca en el versículo 13, quien inmediatamente y sin pausa alguna organiza una expedición para rescatarlo junto a su familia, una acción que concluye exitosamente.

¿Qué significa “ivri” עברי (hebreo)?
Los historiadores, con no mucha sustancia, intentan asociar el término a los “habiru”, una tribu de nómades semitas que habitaron las tierras de Egipto, de Canaán y la Mesopotamia entre los siglos XVI y XIII a.e.c.
Pero al Midrash, a la homilética de nuestros sabios, le resulta mucho más coherente sugerir otros orígenes que elegantemente nos conducirán hacia otros destinos.
La colección del Midrash Rabá presenta tres alternativas etimológicas.
Bereshit Rabá 42:8
“…dio aviso a Abram el hebreo…” Rabi Iehudá dice: “Todo el mundo está מעבר (“meever”), es decir más allá (en un sentido de convicción religiosa) y él en la otra punta”. Rabi Nejemia decía que era descendiente de עבר “Ever”, (o sea hijo de Shem y nieto de Noé), y los sabios dicen que Abraham venía מעבר (“meever”), más allá del río (Eufrates) y que hablaba en lengua hebrea.

Curioso por donde se lo mire. Es que nunca la geografía es gratuita en la Torá: cada nombre tiene un sentido. Y el venir de מעבר (“meever”), es decir de “más allá”, fue lo que caracterizó principalmente a Abraham, a quien se le ordena iniciar la historia hebrea cuando se le pide que deje su tierra natal para dirigirse a lo que será la tierra prometida.
El verbo לעבר (“laavor”), fruto de esta raíz, implica “atravesar” y esta marca de errancia nos ha acompañado precisamente “a través” de todo siglo y de toda geografía.
Abraham debía dejar su pasado (en hebreo no casualmente עבר “avar”), para salir de la idolatría, del paganismo, de la violencia y de la despreocupación por el prójimo, para descubrir en un único Dios qué significa responder por el otro, como lo hizo en el acto con su sobrino Lot, en el versículo siguiente al que se lo denomina el “ivri” עברי (hebreo).
Abraham, “el caballero de la fe” y padre del monoteísmo, reúne en sí estas raíces con el ser ערב (“arev”), con el ser “responsable”.

¿De qué lado estás, Abraham?
La respuesta dependerá del momento en que le fue hecha la pregunta. ¡Y vaya que será distinta de acuerdo a cuándo la realicemos!
Afirmábamos que la colección del Midrash Rabá presenta tres alternativas etimológicas acerca del origen del término “ivri” עברי (hebreo).
La primera, en boca de Rabi Iehudá, dice que “Todo el mundo está מעבר (“meever”), es decir más allá y él en la otra punta”. Cuando lo tradujimos del hebreo original, entre paréntesis le agregué “en un sentido de convicción religiosa” para explicar con mayor precisión qué significaba estar מעבר, (meever), o sea “más allá”.

Nada sabemos de la niñez, de la juventud ni de la primera adultez de Abraham. Lo encontramos ya bastante maduro, cuando el Creador le pide -sin previo aviso- que abandone su tierra, la casa de sus padres y su patria para encaminarse hacia un lugar cuyo nombre incluso desconoce.
Este hueco textual es ejemplarmente llenado por decenas de conocidísimos midrashim que nos ilustrarán hasta el más mínimo detalle en qué ocupaba su vida nuestro primer patriarca, ya desde su poco tierna infancia.
El más clásico es el que sigue:
Bereshit Rabá 38:13
“Rabi Jiá, hijo de un hijo de Rav Ada de Iafo, enseñaba: Teraj moldeaba ídolos. En una ocasión salió de viaje y dejó a su hijo Abraham para que los vendiera en su lugar. La gente venía a comprarle los ídolos y Abraham les preguntaba cuántos años tenían. Le respondían cincuenta o sesenta, y Abraham les consultaba cómo no tenían vergüenza, con semejante cantidad de años, de comprar un dios que tenía un día de vida. La gente entonces se avergonzaba y se retiraba. En otra ocasión entró al local una mujer que traía una canasta con harina y le dijo a Abraham que la ofrendara a los dioses. Abraham se levantó, tomó un martillo, rompió todos los ídolos en pedazos y le colocó el martillo en la mano del más grande de ellos. Cuando su padre regresó preguntó quién había hecho aquello y Abraham le respondió que no le ocultaría nada. Le contó que vino una mujer con una cesta de harina y le pidió que la ofrendara a los ídolos. Cuando lo hubo hecho uno de los dioses dijo que él comería primero, y otro dijo lo mismo, hasta que el más grande entre ellos tomó un martillo y los rompió. El padre le preguntó si lo estaba cargando y le dijo “¿acaso ellos piensan?”, entonces Abraham contestó: “¡que tus oídos escuchen lo que dice tu boca!”.

Esta alegoría rabínica pone en evidencia una ecuación infalible, aquella que une idolatría con violencia. No es casual que los dioses se destruyan entre sí, como tampoco es casual que Abraham provenga de la tierra donde era moneda corriente sacrificar niños a los ídolos, o donde las autoridades tenían el rango de semidioses, lo que les garantizaba el ejercicio pleno y absoluto del poder sin control.

Abraham -con semejante juventud a cuestas- va a descubrir años más tarde de romper con el paganismo la ecuación opuesta, aquella que encima monoteísmo con ética, y prójimo con responsabilidad.

Jaime Barylko, en su libro “De Adán al Mesías”, lo expresa así:
El hebraísmo comienza con Abraham. Él se colocará en el otro lado. Él establecerá la categoría existencial del “otro lado”…
Oyó la voz. Como Adán. Como Noé. Como cualquiera dispuesto a oír. Pero en él incidió en forma particular. Dialogó con ella. Entendió la vida como compromiso de responder, de responsa-bilidad…
Él percibió a Dios no como objeto de adoración y de templificación, sino como objetivo de vida, como sujeto coagonista de esta vida terrenal, mortal, desesperadamente sedienta de eternidad.

Estar del lado correcto a veces es estar del otro lado. Quizás por eso la palabra hebrea para “justo” que es צדיק (tzadik) puede dividirse en dos: צד (tzad) y דיק (dik), entendiéndose por ambas “el lado justo” o “el lado preciso”.

Uno de los episodios más elocuentes de la historia de Abraham tiene que ver con ello, con saber priorizar los lados. Y aún cuando el sentido común nos indujera a creer que lo divino está por encima de lo humano, Abraham es quien también nos va a enseñar que ambos reinos se abrazan cuando captamos cómo -a través de lo humano- se despliega lo divino.
Para ello nos corremos al capítulo 18 de Bereshit.
“El Señor se le apareció a Abraham junto al encinar de Mamré, cuando Abraham estaba sentado a la entrada de su carpa, a la hora más calurosa del día.
Abraham alzó la vista, y vio a tres hombres de pie cerca de él. Al verlos, corrió desde la entrada de la carpa a saludarlos. Inclinándose hasta el suelo, dijo: —Mi señor, si este servidor suyo cuenta con su favor, le ruego que no me pase de largo. Haré que les traigan un poco de agua para que ustedes se laven los pies, y luego podrán descansar bajo el árbol. Ya que han pasado por donde está su servidor, déjenme traerles algo de comer para que se sientan mejor antes de seguir su camino.
—¡Está bien —respondieron ellos—, hazlo así!
Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara, y le dijo: —¡Date prisa! Toma unos veinte kilos de harina fina, amásalos y haz unos panes.
Después Abraham fue corriendo adonde estaba el ganado, eligió un ternero bueno y tierno, y se lo dio a su sirviente, quien a toda prisa se puso a prepararlo. Luego les sirvió requesón y leche con el ternero que estaba preparado. Mientras comían, Abraham se quedó de pie junto a ellos, debajo del árbol”.

La pregunta inevitable es ¿qué fue lo que hizo Abraham cuando se le apareció el mismísimo Dios al inicio del capítulo?
De acuerdo al contexto, nuestros sabios nos cuentan que como recién se había realizado su propio brit milá, su propia circuncisión, la visita del Creador era de “bikur jolim”, es decir una “visita a los enfermos”, muy justificada para darle aliento a nuestro primer patriarca que a sus 99 años no la tenía fácil…
Así y todo, ni bien Abraham percibe la presencia de tres extraños que pasan cerca de su tienda, es como si le dijera a Dios: “espere un ratito que tengo gente que atender”, y presuroso se dirige a complacerlos con bebida, comida, sombra y relax.
Una enseñanza clave que va a ser la base de una máxima rabínica que proclama que la atención a los huéspedes es más importante que la atención a la presencia divina, en hebreo גדול הכנסת אורחים מהקבלת פני השכינה 

Una digresión tardía (pero no tanto)
La mitzvá, el precepto de recibir a los huéspedes se dice entonces הכנסת אורחים o sea “hajnasat orjim”, siendo אורח (“oreaj”) el término que define al “huésped”, cuya raíz aliterada nos deja sorprendentemente ante el vocablo אחר (“ajer”) que significa ni más ni menos que “otro”. Vale decir que “el otro” termina siendo más relevante que “el Otro”, o mejor, que todo “otro” es un reflejo del único “Otro”.
¿Será casualidad que אחר (“ajer”) comience con אח (“aj”) que es “hermano”? ¿No habrá aquí un clamor hebreo ( עבריivri) para no pasar de largo de todo prójimo ya que es en última instancia un hermano?
El brillante filósofo Emmanuel Levinas seguramente percibió el nudo de estos conceptos cuando escribió así en su texto “La huella del otro”:
La epifanía de lo absolutamente otro es rostro; en él el Otro me interpela y me significa una orden por su misma desnudez, por su indigencia. Su presencia es una intimación a responder. El Yo no toma solamente conciencia de esta necesidad de responder, como si se tratase de una obligación o de un deber sobre el cual debiera decidir. El Yo es, en su misma posición y de un extremo a otro, responsabilidad…
Ser Yo significa, entonces, no poder sustraerse a la responsabilidad.

¿Saben cómo se dice en hebreo “responsabilidad”?
El interrogante suena un tanto tardío, ya que hemos estado girando alrededor de la raízערב  (arev) desde el principio sabiendo que “Kol Israel arevim ze laze”, lo que suele traducirse como “Los judíos somos mutuamente responsables”.
No es que sea una traducción incorrecta, pero no es tan fiel. Conviene recordar aquí que “responsabilidad” en hebreo se dice אחריאות o sea “ajraiut”, una palabra cuya raíz es insoslayablemente אחר (ajer), es decir “el otro”.

Ahora bien, aunque no es tarde para descubrirlo, esta digresión amerita que entendamos que hay algo encerrado en el אחר (ajer), en “el otro” que no podemos dejar para אחר (ajar), para “después”.
¿Se comprendió la maravilla? Llegar tarde es sencillamente ser irresponsable.
Nada mejor para percibirlo que la historia talmúdica de Najum Ish Gam Zu. ¡A ella!
Talmud de Babilonia, Taanit 21a
Se decía que Nahum Ish Gam Zu estaba ciego de ambos ojos, carecía de ambas manos y ambos pies, todo su cuerpo estaba cubierto con llagas y yacía en una casa a punto de derrumbarse postrado en una cama en la que en cada una de sus patas había un recipiente con agua para evitar que las hormigas subieran a su lecho…
Sus alumnos le preguntaron: «Maestro, dado que usted es un hombre tan justo, ¿por qué vuestro destino es el de sufrir tanto?».
Najum les respondió: «Hijos míos, yo fui el causante de que todo esto ocurriera sobre mí mismo. Cierta vez, yo estaba viajando en dirección a la casa de mi suegro, con tres asnos; uno cargado con comida, uno con bebida, y uno con todo tipo de manjares.
Repentinamente, un hombre pobre se acercó y me pidió comida. Yo le pedí que esperara hasta que lograra descargar al asno. No obstante, antes de que yo pudiera desmontar al asno, el hombre falleció. Yo caí cerca de su rostro y dije: ‘Mis ojos, que no han tenido compasión de tus ojos, deberían quedar ciegos; mis manos, que no han tenido compasión de tus manos, deberían ser cortadas; mis pies que no han tenido compasión de tus pies, deberían ser partidos; y no estuve satisfecho hasta que dije que todo mi cuerpo tendría que estar cubierto de llagas».
«¡Ay de nosotros que lo vemos a usted en estas condiciones!», dijeron los alumnos.
Najum respondió: «¡Ay de mí si ustedes no me hubiesen visto en estas condiciones!».
¿Por qué lo llamaron Najum Ish Gam zu (Najum, el hombre del “también esto”)? Porque frente a cada cosa que le sucedía, decía “gam zu ihié letová”, “también esto será para bien”.

Podemos afirmar que el relato es un tanto exagerado, pero su conclusión para nada lo es. La tardanza y la irresponsabilidad están enlazadas. La anticipación, en cambio, es señal de preocupación, o sea de ocuparse previamente de que aquello que de momento es una amenaza, quede tan sólo en ello.
La responsabilidad sigue siendo, con acento judío, la habilidad de responder por el otro. Y el otro (tampoco el Otro) no pueden estar permanentemente esperándonos.
Abraham lo entendió por completo.

Lazos de familia
Si volvemos por unos instantes al Midrash Rabá y sus tres alternativas etimológicas acerca del origen del término “ivri” עברי (hebreo) que se le aplicó a Abraham, veremos que la segunda opción, la de Rabi Nejemia, era que fue llamado así pues era descendiente de עבר “Ever”, (o sea hijo de Shem y nieto de Noé).
Nunca el midrash es inocente, y ligar a Abraham con Noé, pero a la vez despegarlo, no es obra del azar. Hay algo más aquí. Y lo develaremos ahora.
Acusamos a Noaj de demasiada “comodidad” (tal como lo indica su nombre), de demasiada pasividad. Y sin embargo está escrito sobre él que “caminaba con Dios” (Génesis 6:9). ¿No es ese suficiente mérito? Parece que no.
Se necesitaron diez generaciones para esperar hasta Abraham y fundar así el monoteísmo ético a la par del pueblo hebreo. Y Abraham, siendo como todos, descendiente de Noaj, es calificado como descendiente del nieto de aquel, de Ever (hijo de su hijo Shem). Evidentemente alguien se ocupó de poner en práctica el sentido de לעבור (“laavor”) el de “atravesar” hasta llegar a ser עברי, (ivri) hasta llegar a ser “hebreo”.

Abraham no caminaba con Dios. A Abraham el propio Creador le ordena que “camine delante suyo” (Génesis 17:1). Esta semejanza/diferencia no pasó desapercibida para nuestros jajamim, para nuestros sabios.
Bereshit Rabá 30:10
“Noaj caminaba con Dios” (Génesis 6:9). Rabí Judá dijo: esto puede compararse a un rey que tiene dos hijos, uno grande y uno pequeño. Al pequeño le dice “camina conmigo” y al más grande “camina delante de mí”. Lo mismo sucedió con Abraham, que tenía una mayor potencia moral, y le fue dicho “camina delante de mí” (Génesis 17:1), y de Noaj -cuya potencia moral no era buena- se dice que “caminaba con Dios”.

La graduación moral no es un tema menor para la Torá. El pueblo judío jamás comenzaría con Noaj. Y no se trataba solamente de cómo caminar. El contexto también tuvo un rol esencial, y la similitud entre ambos relatos lo pone sobre el tapete en cuanto a cómo ser o no ser responsable.
Lo explica muy bien David Hartman en “El pacto viviente”:
Como a Noé, a Abraham se le notifica de un desastre inminente que Dios va a llevar a cabo. Su actitud contrasta con la de Noé quien, silenciosamente, escucha el plan de Dios de “poner fin a toda carne” y quien, sin cuestionar, cumple con el mandato de Dios de construir el arca para salvarse, salvar a su familia y a un número específico de animales. Cuando a Abraham se le informa de la intención de Dios de ocuparse de los pecados de Sodoma y Gomorra, él debate con Dios.
“¿Vas a borrar al inocente con el culpable? Tal vez haya cincuenta justos en esta ciudad, ¿es que vas a borrarlos y no perdonarás a aquel lugar por los cincuenta justos que hubiere dentro? ¡Tú no puedes hacer tal cosa! ¿Dejar morir al justo con el malvado? ¿No debería el juez de toda la tierra obrar con justicia? (Génesis 18:13-25).
El silencio absoluto y la aquiescencia de Noé con respecto al plan de Dios de destruir toda vida contrastan con la confrontación heroica de Abraham con Dios.
Ser descendiente de Noaj no es garantía de humanidad. Empezar a ser denominado como descendiente de Ever es un paso adelante en la travesía hacia el otro, que más temprano que tarde, nos espera en el umbral de la responsabilidad.

¿Hay más hebreos en la sala?
La última propuesta del Midrash Rabá con respecto al sentido del vocablo עברי (ivri) o “hebreo” es la de los sabios, que afirman que Abraham venía מעבר (“meever”), “más allá” del río (Éufrates) y que hablaba en lengua “hebrea”.
Les planteo un enunciado: siendo que desde Abraham en adelante (salvo que vayamos para atrás hasta Adán), todo el pueblo siguió hablando el hebreo, ¿a quién sería lógico entonces catalogar como “hebreo” עברי (ivrí), por su idioma? Es decir, ¿a qué hebreo se lo llamaría “el hebreo”?
¿Lo han resuelto? Es casi como preguntar a quién llamarían “el cordobés”… Es obvio que a nadie lo llamarían así en Córdoba. Lo mismo sucede en la Torá, ya que más allá del que inauguró la cadena, solamente dos personajes más son denominados de igual forma: Iosef y Moshé. Y por supuesto, tendremos que entender el por qué.
Pero antes veámoslo en su original:
Génesis 39:14
“Ella llamó a los siervos de la casa y les dijo: ¡Miren!, el hebreo que nos trajo mi esposo sólo ha venido a burlarse de nosotros. Entró a la casa con la intención de acostarse conmigo, pero yo grité con todas mis fuerzas”.

El contexto es muy pícaro. Se trata del acoso sexual que sufre Iosef por parte de la esposa de su amo Potifar, un ministro de la corte del Faraón, quien lo había comprado como esclavo a unos mercaderes y lo había puesto como mayordomo de su casa.
Esa falsa acusación de intento de violación lo lleva a la cárcel, desde donde será liberado después de que un ex compañero de celda lo recuerde así ante el Faraón:
Génesis 41:12
“Allí, con nosotros, había un joven hebreo, esclavo del capitán de la guardia. Le contamos nuestros sueños, y a cada uno nos interpretó el sueño”.

Como corolario de este episodio, Iosef es nombrado el número dos de todo Egipto. O sea que quien es llamado “hebreo” עברי (ivrí) por segunda vez en la Torá es alguien que tuvo que venir de מעבר “meever”, de “allende” el Nilo, para instalarse como esclavo en un hogar egipcio. Pequeña travesía la de Iosef, casi como la de Abraham…

Nos queda Moshé:
Éxodo 2:6
“Cuando la hija del faraón abrió la cesta y vio allí dentro un niño que lloraba, le tuvo compasión, y dijo que se trataba de un niño hebreo”.

Otro protagonista (en realidad el principal de la Torá) que es denominado así, como un niño “hebreo”. De hecho a nadie más se lo llamará igual en todo el Pentateuco. ¡Y vaya que este bebé se ha venido מעבר “meever”, de “más allá”! De bebé condenado a muerte, su travesía lo llevará a ser el libertador del pueblo judío, y a hablar cara a cara con el Todopoderoso…

¿Qué une a estos tres personajes centrales de la Torá?
Parece difícil pero no lo es.
Al igual que Abraham, tanto Iosef como Moshé provienen de “más allá” (meever). No es un asunto geográfico solamente. Es una apuesta cultural, es un cambio absoluto de paradigma vital.
Los tres fueron sacudidos por la violencia en su propia carne. Abraham, con su padre en Ur; Iosef con sus hermanos en el pozo; Moshé con su persecución política (la egipcia, y la propia judía).
Los tres, a su manera, rompieron ídolos y descubrieron en el ser עברי (ivrí), en el ser hebreo un nuevo lenguaje. Abraham, en el monoteísmo ético y su responsabilidad con el otro; Iosef en la capacidad de cambiar, de perdonar y de reencontrarse con su gente; Moshé en el descubrimiento de su verdadero ser.
Los tres tuvieron que luchar con suעבר  “avar”, con su “pasado”, y atravesar situaciones de עברה “aveirá”, de “aberraciones”. Abraham con Sodoma y Gomorra (también con su hijo Itzjak); Iosef con la tentación del deseo y de la venganza; Moshé con cada una de las rebeliones en su contra.
Por último, ellos tres fueron los tres hebreos con mayores responsabilidades en todo el texto de la Torá. Cada uno, a su modo, con un pueblo encima. Y aún con dificultades, pasaron bien la prueba. Dieron cabal muestra de aprender el sentido del cuidado mutuo, el valor de la responsabilidad.
Pero el que dio el puntapié inicial fue Abraham, quien con pocos antecedentes para imitar tuvo la valentía, la sabiduría y la fe necesarias para descubrir en el otro, en el prójimo, la presencia más tangible del Otro que sigue clamando por más encuentro.

* El autor es rabino.