La hipocresía de Occidente ante el drama del pueblo kurdo

Los kurdos de Stalingrado

En el conflictivo damero que forma Medio Oriente, el derecho del pueblo kurdo a un Estado independiente es sin dudas uno de los más ninguneados y reprimidos. Pero ante el arrollador avance de la guerrilla del ISIS, este calvario fue hipócritamente sacado del ostracismo por gran parte de la prensa internacional, que pasó a erigir al pueblo kurdo como una de las últimas fronteras ante islamismo fundamentalista; hoy enemigo acérrimo de Occidente y las democracias, aunque hace no mucho tiempo eran considerados aliados en el marco de la guerra civil siria.

Por Guillermo Levy

El pueblo kurdo es hoy el pueblo más numeroso del mundo entre aquellos que fueron relegados de la posibilidad de conseguir una soberanía nacional unificada y viable.
Este pueblo, que habita en su gran mayoría en Turquía, en el norte de Siria, y en Irak e Irán, (con un enorme exilio europeo, cerca de un millón en Alemania), había logrado un reconocimiento a su independencia en 1920, luego de la Primera Guerra Mundial. Pero luego, en el intento de contener a Turquía, que recién terminaba su tarea genocida contra el pueblo armenio, y en el marco del miedo de las potencias europeas y de los EE.UU. a que se pasen al lado soviético, los kurdos son traicionados en el tratado de Lausanna en 1923. El pueblo kurdo permaneció entonces disgregado en varios Estados hasta el día de hoy, con casi un siglo de luchas para conquistar su independencia de por medio.

Los kurdos siempre fueron olvidados. Como cuando decenas de miles de ellos fueron masacrados por los turcos en las postrimerías de los años setenta, o más recientemente por el ejército de Saddam Hussein, hace poco más de veinte años. Pero hoy son recuperados y visibilizados por los medios internacionales como los defensores de Occidente y de la democracia frente al avance, aparentemente imparable hasta hoy, de los islamistas del ISIS.
En Kobani, ciudad kurda de Siria cerca de Turquía, hoy se pelea casa por casa, como en aquella Stalingrado del otoño-invierno de 1942, donde se jugaba no sólo el destino de la Unión Soviética sino el destino de la humanidad. La Unión Soviética, enemiga máxima del Occidente capitalista, por unos años se había vuelto aliada frente al común enemigo nazi del que, fundamentalmente, ella nos salvó pagando con más de 20 millones de muertos.

Los kurdos, que todavía hoy defienden su patria en soledad, son sacados del ostracismo y de la indeferencia para ser puestos por la prensa internacional como una de las últimas fronteras ante el avance arrollador de los islamistas decapitadores; hoy enemigos acérrimos, aunque hace no mucho, no tanto.
Sin embargo, a pesar de ser enunciados como el bastión de la humanidad, los kurdos, sólo tienen armas livianas, y el valor de sus hombres y mujeres, dentro de las cuales está Arin Mirkán, una adolescente que se inmoló contra siete milicianos islámicos.
Arín no se inmoló por fanatismo religioso esperando un cielo glorificador, sino porque decidió, seguramente, en medio de un combate desigual, que su vida biológica valía menos que la posibilidad que llenarse de explosivos y estallarlos en medio de una columna del Ejército Islámico.

A los que hoy EE.UU. ayuda con la continuidad de su política torpe e imperial mediante bombardeos que se muestran inútiles, paradójicamente, sólo tienen armas livianas. Sin embargo, los nuevos cortadores de cabezas enemigos de la humanidad, que rápidamente reemplazaron a Irán en el podio del mal, que antes rápidamente había desplazado a Al Qaeda, no fabrican las armas que usan sino que las tienen por millares a partir de las millones de armas que EE.UU. y varios países europeos regaron en la zona en el marco de su geopolítica, sin dejar de realizar inmensos negocios para los que las comerciaron y fabricaron, y para los que vendieron negocios de sus agencias de seguridad durante diez años de guerra.
El ISIS tiene armas pesadas que los norteamericanos regaron por Irak y que fueron capturando en la medida que éstos ocuparon las principales ciudades iraquíes de las que huían los soldados mercenarios que formaron los EE.UU después de destruir el régimen de Hussein: Mosul, Samarra, Tikrit, y hoy, a muy pocos kilómetros de Bagdad.
También el ISIS tiene armas de otro aliado de Occidente, por ejemplo Croacia, que vía una monarquía absoluta del Golfo, aliada también del mundo libre, Arabia Saudita, le hizo llegar a algunos de los grupos de la oposición Siria de la que el ISIS era y es parte. Hoy, sin duda, la parte más fuerte.
Asimismo, disponen de armas chinas y rusas que capturaron en las zonas de Siria que ocuparon, y la inestimable ayuda, por acción u omisión, de la gran potencia OTAN de la región: Turquía. Hoy, los turcos, que siempre ayudaron a la oposición siria, no dejan pasar milicianos kurdos para ayudar a sus hermanos en Kobani ni prestan ayuda humanitaria en su frontera con Siria y juegan a la caída del régimen sirio mientras contemplan como sus eternos enemigos kurdos se desangran.

En este juego de tremendas hipocresías, los kurdos tienen su propio Stalingrado pero sin aviones ni tanques ni refuerzos, defendiendo casa por casa su ciudad y su país nunca delimitado ni logrado. Lo defienden también con mujeres que se inmolan como aquellas rusas que se tiraban con explosivos debajo de los tanques alemanes, en una geografía tan diferente pero no tan lejos de donde se pelean los kurdos hoy.
Los nuevos enemigos del Occidente libre y democrático avanzan con las armas que ellos y sus mercaderes regaron por la región, mientras los kurdos resisten en soledad en sus enclaves, tratando de evitar el genocidio y el exilio que seguramente les espere si caen. Aunque todos los medios internacionales lloren por su heroísmo, nada de eso hasta ahora, parece ayudarles demasiado.