Oriente Próximo

De los nacionalismos etno-religiosos a los postnacionalismos

Con el desmembramiento del Imperio Otomano, tras la Primera Guerra Mundial, se produjo la creación de diferentes Estados Nacionales, inspirados en conceptos nacionalistas y antisemitas surgidos en Occidente. Esto llevó a la región a sumirse en una sucesión de diferentes conflictos étnicos y religiosos. No obstante, según el autor, el cambio hacia un paradigma postnacionalista, pese a que aún no se perfila en Oriente Próximo, es la apuesta fundamental para construir nuevos modelos de convivencia, en sociedades interculturales y plurinacionales.
Por Ricardo Georges Ibrahim *

Del Estado moderno se relatan sus atributos vinculados a modernización, a la emergencia de sistemas educativos universalistas, a secularización y acceso de la mujer a algunos derechos, pero en menos ocasiones se relatan, los estragos de las ideas nacionalistas, y no sólo de los fascismos y totalitarismos, sino también de los Estados nacionales liberales, y sus políticas identitarias, que definen inclusiones/exclusiones.
En sociedades plurietnicas/plurinacionales, como las de Oriente Próximo, los mecanismos de creación de Estados Nacionales, concebidos en Europa central y oriental, basados en el dogma de que para ser racionales debían ser homogéneos, como un ethos que vinculara a un pueblo, con una lengua, con una tierra, con una etnia (única o hegemónica) y a veces con una religión «nacional», han sido la causa de las situaciones de caos y guerras fratricidas, genocidios, limpiezas étnicas, ocupaciones, desplazamientos forzosos de poblaciones, sometimiento de grupos étnicos a otros, conflictos abiertos que se eternizan, etc.
En Oriente Próximo, los nacionalismos étnico-religiosos alemanes, polacos o rusos, serán los que influirán en los posteriores nacionalismos armenio, griego, turco, judío, árabe, persa, y algunos nacionalismos locales y regionales (egipcianismo, sirio, fenicianismo). También en los más recientes nacionalismos kurdo, amazigh y asirio que parecen seguir los mismos esquemas mentales y cometer los mismos errores, aunque se trate de pueblos que no tiene Estados Nación.
Cada nacionalismo étnico de la región tendrá sus peculiaridades, pero todos bebieron de los mismos modelos.
Entre algunos de los postulados clave, pueden destacarse los siguientes conceptos:
1- El nacionalismo es una ideología que refleja el «espíritu de una época», desde una geografía, que luego se naturalizó y fue adoptado por multitud de pueblos, en forma acrítica, mitologizada y esencialista. Además, por historia está muy entrelazado con el antisemitismo. Y también genera filias y fobias, odios y prejuicios en relación a los «otros» cercanos.
Y como dice esta cita de Karl Deutsch, en Nationality and Its Alternatives: «Una nación es un grupo de personas unidas por un error compartido sobre su ascendencia y un desagrado compartido hacia sus vecinos».

2- Las consecuencias de los nacionalismos étnicos que se han impuesto en Oriente Próximo en el siglo XX, que han pretendido crear Estados Nacionales, son causa de la mayoria de los conflictos, dado que se impusieron a sociedades milenariamente pluriétnicas/pluriculturales, a base de exclusiones sociales, desplazamientos forzosos, presuntos derechos de unos sin reconocimiento de los derechos del otro, estratificaciones étnicas de ciudadanos con una estratificación de acceso a derechos basados en pertenencias étnicas y/o religiosas, matanzas/genocidios, y políticas asimilacionistas que vulneraron y vulneran el derecho de las personas al disfrute de sus respectivas culturas en igualdad de condiciones e igualmente reconocidas; en definitiva, se caracterizan en todos los casos por imponer modelos monoculturales de identidad nacional, basadas en la etnia (derechos «de sangre», no de nacimiento) con imaginarios reproducidos por sistemas educativos, que funcionan en gran parte como reproductores de las mitologías nacionalistas y religiosas que adoctrinan y legitiman la exclusión de quienes no se ajustan al «ethos» nacional.
Al respecto, Ernest Renan, quien se refiere a la necesidad del «olvido» de la historia real para construir una identidad nacional, mitologizada, sostiene en ¿Qué es una nación? (1882): “El olvido, e incluso diría que el error histórico, son un factor esencial en la creación de una nación, y de aquí que el progreso de los estudios históricos sea frecuentemente un peligro para la nacionalidad. La investigación histórica, en efecto, ilumina los hechos de violencia ocurridos en el origen de todas las formaciones políticas, incluso aquellas cuyas consecuencias han sido más benéficas. La unidad siempre se hace brutalmente; la reunión de la Francia del norte y la Francia del mediodía ha sido el resultado de una exterminación y de un terror continuados durante casi un siglo. La esencia de una nación es que todos los individuos tengan muchas cosas en común, y también que hayan olvidado muchas cosas».

Algunas citas de este autor nos permiten ver la conexión real que existe entre nacionalismo y antisemitismo, y porqué la figura de Renan es tan importante en esta relación.
«Podemos observar cómo en todos los aspectos de la vida la raza semítica parece incompleta debido a su simplicidad. Esta raza -si me atrevo a usar la analogía- es para la familia indoeuropea lo que el carboncillo para la pintura; carece de esa variedad, de esa amplitud y de esa abundancia de vida que es condición de lo perfecto. Igual que esos seres tan poco fecundos que, tras una infancia agradable, sólo alcanzan una mediocre virilidad, las naciones semíticas experimentaron su mayor florecimiento en su primera edad, pero nunca fueron capaces de la verdadera madurez».
“En los países que acabamos de enumerar no hay nada análogo a lo que encontraréis en Turquía, donde el turco, el eslavo, el griego, el armenio, el árabe, el sirio, el kurdo, son tan distintos hoy como en el día de la conquista. Dos circunstancias esenciales contribuyen a este resultado. En primer lugar, los pueblos germánicos aceptaron el cristianismo desde que tuvieron contactos algo continuados con los pueblos griegos y latinos. Cuando el vencedor y el vencido son de la misma religión –o mejor, cuando el vencedor adopta la religión del vencido, el sistema turco- la distinción absoluta del hombre por su religión no puede producirse. La segunda circunstancia fue el olvido de su propia lengua por los conquistadores”.
Si los pueblos semitas carecen de capacidad de madurez, necesitan ser gobernados por quienes sí han alcanzado dicha madurez y han creado la civilización, encarnada hoy en Estados Nación, es decir Europa. Los alegatos contra la existencia de “antinaturales” Estados multinacionales, como el Otomano, solo presagiaban y ambicionaban la fragmentación en naciones, susceptibles de ser controlada por la combinación de la fuerza y la diplomacia, y completar la ocupación del mundo de entonces por las potencias europeo-occidentales, como efectivamente ocurrió tras la Primera Guerra Mundial.
Lo que sucedió fue que esa era del colonialismo fue contestada por intelectuales nativos, educados en el mismo ideario nacionalista, asimilado en forma acrítica y lineal; es decir, con las interesadas estrecheces mentales europeas. Y lo mismo que el movimiento nacionalista sionista, nacido al calor de los ghetos de una Europa Oriental que creaba progroms, y una Occidental donde estallaba el caso Dreyfus. Una Europa secularizada, que al calor de las ideologias nacionalistas pasó a concebir a las ya marginadas comunidades judías desde nuevas narrativas basadas en conceptos de origen, raza y nación. La población judía comenzó a ser vista como un «cuerpo ajeno a la nación», con lo cual se extienden hechos de violencia antisemita en Polonia, Alemania y Rusia, no por casualidad los lugares de origen de los nacionalismos étnicos, trasladados pronto a Oriente Próximo.

El impacto de estas nuevas ideas en Oriente Próximo pueden sintetizarse en:
• La creación de «historias» nacionales para acomodarlas a los intereses, pretenciones y legitimaciones del poder de un grupo etnico nacional sobre los demás y sobre el control exclusivo o dominante de un territorio.
• La utilización de los textos religiosos interpretándolos como si fueran libros de historia, y en clave nacionalista. Lo mismo con leyendas y mitos populares.
• Políticas de trasvases de poblaciones para crear «Estados homogéneos» que sean reflejo de un «pueblo eterno» y puro (sin mestizajes, inmune a las invasiones de las que resurge una y otra vez en forma indemne e inmaculada, sin contacto íntimo con el opresor).
• Matanzas, limpiezas étnicas, etnocidios de los grupos considerados «inasimilables».
• Estados con pedigrí étnico (Estado Judío, República árabe, Turquía, Kurdistán) y que genera situaciones de estratificación étnica y de acceso a derechos según estamentos etnoreligiosos, incluso exclusión de amplios grupos de población.
• Negación de la diversidad de la región y relectura de la historia de un territorio como vinculado a una etnia en exclusividad.
• Políticas asimilacionistas a través del sistema educativo que ademas de impartir educación en una unica lengua oficial, adoctrina.

3- Estamos en un momento de cambio de paradigma, que es postnacionalista, pero este cambio aún no se perfila en Oriente Próximo. Sin embargo, es la solución a décadas de conflicto, desencuentros y atomización.

¿Será posible recuperar modelos de convivencia plurales, que se demostraron exitosos durante siglos, conciliando modernización, con aspectos positivos de nuestra praxis y tradición histórica, con derechos de ciudadanía, y la Carta Universal de Derechos Humanos, centrados en nuevas formas de identidad colectiva trasnacional y transreligiosa?
Quizá si somos concientes de los límites de las ideas nacionalistas que heredamos, y que tan sólo tienen 200 años de existencia, podamos ir deconstruyendo, volver a construir desde nuevas perspectivas, conocimientos y propuestas que alienten sociedades abiertas, inclusivas e igualitarias, y proyectos liberadores.
Estados que asuman la diversidad desde una perspectiva multiétnica e intercultural. No desde una perspectiva que asigne lugares fijos de las personas según etnia o religión, reconociendo a las personas de diversas identidades y culturasl en pie de iguadad real, con todas las culturas y lenguas como oficiales del Estado.
Y también, Estados seculares, que dejen lugar a las libertades individuales y faciliten espacios neutrales de convivencia, incluyendo interacciones positivas y mestizajes. Vasos comunicantes entre las personas de diferentes orígenes y tradiciones, que puedan optar también a formar familias mixtas.
Deberíamos poder tamizar lo positivo de las propias culturas, recuperando lo mejor, desechando lo obsoleto e incorporando lo mejor de las experiencias de otros pueblos. El ejemplo de sustituir las identidades complejas y los Estados multinacionales «orientales» (malos o malísimos, según los paradigmas de la época) por la idea de Estados Nación homogéneos, hemos visto que no es el camino y que ha llevado a callejones sin salidas y a nuevos horrores.

No en vano, en Identidades Asesinas, Amin Maalouf expresa: «No puedo evitar, yo que reivindico con voz bien alta todas mis diversas pertenencias, soñar con un día en el que la región que me vio nacer siga ese mismo camino, dejando atrás el tiempo de las tribus, el tiempo de las guerras santas, el tiempo de las identidades asesinas, para construir algo en común; sueño con el día que podré llamar “patria” a todo el Oriente Próximo, igual que llamo así a Líbano, a Francia y a Europa, y “compatriotas” a todos sus hijos, musulmanes, judíos y cristianos de todas las denominaciones y de todos los orígenes».

* El autor es sociólogo (UBA) y Diplomado en Estudios avanzados en Antropología Social en la Universidad Complutense de Madrid.