Reflexiones acerca de Iom HaShoá

Recordar los exterminios

El autor de esta punzante columna plantea el dilema de interpretar el día de la recordación del exterminio judío desde una mirada que exalta una particularidad que se considera única y especial o bien como una oportunidad para reflexionar y recordar también a aquellas otras matanzas que no alcanzaron la visibilidad y las reparaciones que les corresponden.

Por Guillermo Levy

¿Qué es lo que se vuelve necesario repetir año a año al conmemorar, en un día prefijado, el exterminio de mano del Estado nazi y sus millones de colaboradores a toda la población judía europea a la que pudieron alcanzar antes de ser derrotados?
¿Se vuelve necesario reproducir imágenes del horror? ¿Contar historias mil veces contadas? ¿Fortalecer una idea de memoria que se concibe a si misma como fijación de hechos, fechas y relatos estáticos que penetran y duermen en compartimentos estancos en nuestro cuerpo y en nuestra alma? ¿ Hechos, fechas y relatos quietos pero presentes, imposibilitados de ser útiles para preguntarnos sobre el género humano, sobre las condiciones de posibilidad en las que estados pueden decidir, diseñar, ejecutar el exterminio sistemático, impersonal, industrializado y masivo de millones de seres?

Los relatos disputan espacios simbólicos: al interior de cada uno y al interior del espacio social en el que nos movemos. Relatos diversos sobre el exterminio judío pelean por nuestra percepción. Los que quieren mostrar al exterminio judío como único e irrepetible, los que se ofenden y denuncian cualquier intento de comparación que implique restituir el exterminio al escenario de la historia contra los que quieren, en otro extremo, banalizarlo, quitarle cualquier particularidad. En el medio los que intentan sacarle toda connotación mágica, única e inexplicable porque suponen que son las sociedades y los seres humanos los que construyen la posibilidad de los exterminios y en el entendimiento de estos procesos y todas sus implicancias está la posibilidad de la no repetición.
El día de la memoria del exterminio reaparecen los que intentan desnudar el carácter de sociedad capitalista, moderna, racional y burocrática que produjo el exterminio para «desalemanizar» las memorias construidas a partir del intento de indultar a la sociedad occidental de sus pulsiones genocidas, de sus potencias cómplices, y acotarlas en una especial particularidad alemana que sólo se puede intentar probar bordeando esquemas de razonamientos fronterizos con el racismo y la búsqueda de la particularidad de cada sociedad en hechos donde justamente se develan más generalidades que particularidades. También, como vano intento de respuesta a esa mirada anticapitalista, están los que buscan un “equilibrio ideológico” denunciando las muertes tan diferentes y difíciles de articular en un conjunto común, como las que se dieron en el nombre del socialismo por parte de la Unión Soviética en los ’30 y por parte del régimen de Pol Pot en los años 70 en Camboya.

En el día de la memoria aparecen los nombres del extermino judío; el anglosajón HOLOCAUSTO que nos remite a un sacrificio religioso muy lejos de la historia humana, el hebreo SHOA que nos habla de una catástrofe particular con un término único y particular en un idioma que no era el hablado por las víctimas que pusieron en medio de la destrucción sus palabras en idish para intentar nombrar lo que estaban viviendo, idioma que desapareció de Europa en las cámaras de gas pero vuelto a desparecer en los juicios de Nuremberg, donde no fue aceptado como lengua para testimoniar, y de los discursos de memoria que paradójicamente fueron construidos en homenaje a las victimas cuya lengua materna no era inglés ni hebreo.

El día de la recordación en todo el mundo, las víctimas obviamente no pueden hablar y los sobrevivientes lejos están de ser los principales beneficiarios de las políticas de reparación (considerando el mainstream),  habiendo sido parias en muchos lados del mundo, inclusive en el renaciente Estado de Israel, en sus primeras décadas, cuando la imagen del “judío – soldado” se erigió desplazando la imagen del judío representado por el estereotipo antisemita europeo: “El judío errante”, encorvado y débil, que termina siendo arrasado a mitad del siglo XX por la acumulación -en formato de fusilamientos masivos, camiones de la muerte y campos de exterminio- de siglos de odio y persecución.

El día de recordación del exterminio judío, puede ser la exaltación de una particularidad que se considera única y especial o puede obligarnos a pensar con honestidad intelectual y moral la cantidad de matanzas que no lograron el pequeño triunfo de la visibilidad y la reparación por más sincera o hipócrita que muchas veces sea.

¿Donde esta el día internacional por los cincuenta millones de africanos y asiáticos muertos entre el siglo XIX y principios del XX en el marco de la conquista colonial que las crecientes potencias modernas europeas, en muchos casos con sus democracias liberales a cuestas, como Gran Bretaña, Francia, Portugal, Bélgica, Italia y Alemania, condujeron en busca de recursos naturales y nuevos mercados? ¿Cuales son las reparaciones que los estados europeos han pagado a los descendientes de estas millones de víctimas?
¿Y las conmemoraciones internacionalmente fijadas para los armenios que no consiguieron todavía que el Estado turco, de plenas relaciones con todas las democracias del mundo, acepte, reconozca, pida disculpas y repare al millón y medio de asesinatos hace menos de un siglo? ¿Cuál sería el impacto sobre Alemania si no reconociera el exterminio judío?

En vez de pujar por el ranking de la tragedia, por contar muertos para demostrar lo incomparable de nuestra propia tragedia, usando muchas veces poderes y recursos de potencias que violan los derechos humanos todos los días, podemos serles fieles a los que no están de otras maneras; asumiendo las tareas historiográficas y políticas que implican pensar en la sociedad moderna el papel del exterminio masivo, la facilidad con la que estados pueden eliminar millones de seres humanos, el camino hacia el exterminio posible de nuestras propias estigmatizaciones y deshumanizaciones, y no permitir que nuestra matriz de representación articule repudios fríos y de ocasión con las necesidades historiográficas y políticas de paradigmas de sociedades y estados neocoloniales cuyos intereses lejos están del objetivo de que la humanidad erradique las causas de la deshumanización, de la indiferencia y de la criminalidad que nada tiene de excepcional en nuestra especie.