Entre Bergoglio y Spinoza

Francisco, bajo la lente de Benedicto

La noticia de la entronización de un argentino a la cabeza de la Iglesia Católica generó los más diversos análisis y suspicacias, que van desde un determinado rol a futuro en Latinoamérica hasta las versiones que lo vinculan con la detención de dos de sus subordinados durante la dictadura. Además de desmenuzar estos aspectos, rápidamente convertidos en lugares comunes, el autor de esta columna también propone analizar la figura de Francisco desde la perspectiva de la premisa filosófica de Spinoza, quien postuló la supremacía de la razón como modo de aproximación a la verdad, por sobre el dogmatismo religioso.

 

Por Mariano Szkolnik

La designación de Jorge Bergoglio como autoridad máxima de la Iglesia Católica detonó reacciones a dos bandas. Muchos entienden que el papa fue elegido por intervención del poder celestial (la revista Caras encarnó fanáticamente esa perspectiva, titulando esta semana: “El papa Francisco: Dios eligió a un argentino”) y, embarcados en el éxtasis religioso y nacionalista, echaron a llorar de emoción en el aire de la radio (lo cual nos parece sincero, y sobre lo que poco o nada podemos opinar). Pero también, y en paralelo, el nombramiento despertó la suspicacia de algunos analistas respecto al por qué de la elección, el probable rol del nuevo papa en el contexto nacional e internacional, y la controversia respecto a las versiones que lo vinculan con la detención y martirio de dos de sus subordinados durante la dictadura.

¿Religión o política?
Fue otro Benedicto –y no el renunciado Ratzinger– quien postuló la relación entre religión y política. Baruj Spinoza vivió en el siglo XVII en Holanda, y fue hijo pródigo de la comunidad judía de Ámsterdam, hasta la cherem que lo expulsó de su seno en julio de 1656. Spinoza pateó el tablero al afirmar la supremacía de la razón como modo de aproximación a la verdad, por sobre el dogmatismo religioso –el cual persigue la obediencia–, estableciendo que nada había de sobrenatural en los milagros: la suma de contradicciones acumuladas en las Sagradas Escrituras no podían eludirse a la luz de la razón. Profetas y profecías constituían actores y hechos políticos, manifestaciones del ejercicio del poder temporal. Para el filósofo, el análisis permitía disolver los límites entre lo sagrado y lo profano, al establecer el carácter netamente político de las instituciones religiosas. Spinoza pagó caro su apego a la verdad: en un contexto de tolerancia religiosa, sus ideas resultaron intolerables. Sin familia y excomulgado, sobrevivió como pudo, puliendo cristales.

Las ideas del filósofo judío resuenan inevitablemente en estos días, con la entronización del nuevo papa. El siglo XX ha sido generoso en ejemplos de cómo la Iglesia no sólo se ocupa de la salvación de las almas, sino que actúa en el contexto político, en tanto detenta un formidable poder e influencia. Todavía hoy se discute la posición del Vaticano en relación con la Guerra Civil en España, o su reacción frente al genocidio perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Muchos analistas e historiadores atribuyen a Juan Pablo II, designado papa en 1978, el rol de ariete contra el comunismo durante los últimos estertores de la Guerra Fría y del combate contra la Teología de la Liberación en América Latina.

¿Juan Pablo 2.0?
Resulta claro que la elección de un cardenal determinado no es inocua ni neutral, sino que responde a intereses temporales que van más allá de la “misión pastoral” de la Iglesia. En este sentido, el origen americano del designado papa no es casual, aunque es aventurado arriesgar cuál será el carácter de su pontificado. Se ha dicho que Bergoglio puede ser a América Latina lo que Wojtyla fue a los países del este de Europa. Desde ya, ambas realidades históricas y regionales carecen de punto de comparación. Escribió por estos días Ricardo Aronskind (también él habitual columnista de Nueva Sión): “En los países ex-comunistas, la desintegración interna de los regímenes era tan grande, la falta de convicción de la dirigencia de los partidos comunistas era tan profunda, el alejamiento de la población en relación a los gobiernos era tan marcado, que la acción de un papa activo e inteligente como Juan Pablo II ayudó, sobre todo en Polonia, a demoler un régimen que ya estaba carcomido por adentro”.
Distinta es la realidad actual del continente americano, caracterizado por un proceso de integración regional creciente bajo el auspicio de gobiernos de sesgo nacional-populares. Ambos papas parecen poco comparables en este aspecto. Entonces, ¿en qué se asemejan?

El Código Spinoza
Bergoglio ha sido cuestionado por sus enérgicas manifestaciones en contra de la reforma de la ley de matrimonio civil, la cual habilitó la unión entre personas del mismo sexo. Sería inexacto impugnar a Francisco por sostener este punto de vista. ¿Qué otra cosa se espera de un papa? ¿Que consagre el carácter sagrado del divorcio? ¿Que apruebe la libre elección del género? ¿Que promueva la despenalización del aborto? ¿Qué proponga el reparto gratuito de anticonceptivos en todas las parroquias del mundo?
El papa es la cabeza de una institución dos veces milenaria, celosa guardiana de dogmas y tradiciones que son a la vez el sustento de su constitución política. El proyecto spinoziano suponía distinguir la filosofía de la religión, la razón de la fe, en cuanto éstas habitan en esferas diferentes y exclusivas. El Vaticano, en tanto monarquía teocrática, debe negar necesariamente este principio si pretende seguir existiendo. En esto, más allá de los gestos, todos los papas son idénticos.