18ª Aniversario del Atentado a la AMIA

Del pelotero y el cementerio

Al conmemorar un nuevo aniversario del Atentado a la AMIA en términos tan despolitizados como marketinizados, por primera vez la dirigencia comunitaria consiguió vaciar de contenido a la calle Pasteur. Se trató de una puesta en escena banal, con merchandising de pelotero y un silencio fúnebre de cementerio, que sólo es útil para los partidarios del silenciamiento y el ocultamiento; para quienes prefieren sacralizar en lugar de denunciar.
Por Erick Haimovich*

Sobre el pelotero
Banalización, palabra de renombre en el reflexionar judío contemporáneo. Frente a la sospecha de estar perdiendo el monopolio de la interpretación de los hechos de la historia y ante el miedo de que se llegue a comparar nuestro dolor con el ajeno, no se demoran los gritos que saltan al son de “banalización, banalización”. Y ya que en la comunidad judía conocemos bien el concepto y lo manejamos con altura crítica, lo utilizaré para poder comprender la campaña generada por la dirigencia comunitaria en época del mes julio: la banalización de la memoria.

Parece ser que subrayar un texto con un resaltador que tiene el logo de la AMIA es recordar a los muertos de la AMIA, apretar un sinfín de veces una pelotita antistress es recordar los escombros de Pasteur, jugar al truco con cartas alusivas es recordar el Atentado de julio del 94, tragarte un sanguche de la memoria (¡con almendras y jengibre!) es recordar y transmitir lo sucedido hace 18 años, usar de agenda los post it producidos en vísperas del 18 es recordar a las 85 víctimas. Una carrera desenfrenada hacia la producción de artículos de consumo. Como un preservativo, se tira cuando pasó el momento. La memoria como producto se usa el 18, divierte y hace jugar a los que sorprenden con su originalidad y a los que no sabían, y se tira dos días más tarde. Merchandising para producir memoria en serie, que sea útil a las exigencias y susceptibilidades políticamente correctas del mes de julio, y que se agote en el tiempo más cercano posible.

Alimentemos la memoria. ¿Alimentemos la memoria? Quienes piensan que la memoria se puede alimentar, se olvidan que la memoria no es producto de un metabolismo natural y de la ingesta de productos que son afines a la actividad cerebral. Bajo una engañosa metáfora biologicista, la dirigencia comunitaria pretende quitarse todo tipo de responsabilidad respecto de la construcción social de la memoria, hacerle entender a quienes se dejan llevar por el marketing que “solo vas a recordar si comés jengibre y almendras” y que, tal como dijo un repetido micrófono comunitario, quienes encubrieron u olvidaron actuaron de esa forma porque “en estos 18 años, se olvidaron de comer el pan de la memoria”. Lejos de ser una necesidad básica, el recuerdo es una construcción social que responde a voluntades políticas. Si hay personas partidarias de la amnesia colectiva, no es porque no son asiduos visitantes de las dietéticas, sino por una malintencionada voluntad política de querer cerrar el tema para que la sociedad argentina hable lo menos posible del mismo.

La campaña pretende ser una juguetería para divertirnos unos días con la AMIA y denunciar lo menos posible. Cuando se hable sobre el Atentado se tiene que hablar de lo original que es la AMIA. La AMIA escupe juguetes y una sarta de chucherías que pretende transformar la calle Pasteur en un lindo pelotero. A propósito, por las miles de pelotas antistress producidas por la AMIA para tapar los escombros y las irregularidades. Zapping de la memoria, memoria de consumo, que se apaga con un parpadeo.

Sobre el cementerio
“No queremos que se use este acto para intereses políticos”, denuncian. La campaña de sacralización de la calle Pasteur es otro intento para evitar las denuncias. Que no sea cosa que, más allá de hablar del excelente servicio de empleo que tiene la mutual y la original campaña por la memoria que tiene la AMIA, se denuncie a los partidarios de la amnesia colectiva.
Se debe instalar un debate sobre el espacio público y sus utilidades. Quienes intentan monopolizar la calle Pasteur como un lugar para poner exclusivamente rosas y velas, pretenden transformarlo en un cementerio, un lugar de culto y homenaje a los muertos. Dicen que allí sucedió el horror, y los muertos merecen ser homenajeados en su lugar. Pero las calles y las plazas no son cementerios. Allí no hay muertos. Son espacios de circulación democrática, donde se debe dar la discusión pública y de donde debe escucharse la voz popular. Quien pretende que todos los lugares sean como el cementerio, silencioso y fúnebre, es partidario del silenciamiento y ocultamiento. Honrar a los muertos donde no están es un mecanismo para enterrar la exigencia de justicia en el funeral de las reivindicaciones por Memoria, Verdad y Justicia. Quien entiende que la calle tiene que ser un parlante de la denuncia, una manifestación colectiva frente a la impunidad y las impericias, pretende instalar la lucha por la Verdad y la Justicia en el seno de la sociedad argentina.

No es para sorprenderse. Querer transformar Pasteur en un pelotero para que los ingenuos se diviertan y un cementerio para que los sensibles lloren forma parte de la cínica estrategia en la que se mueve la dirigencia comunitaria para jugar con los muertos de la AMIA, que se transforman en útiles a sus intereses políticos. Paradójico, pero para beneficio de unos pocos esta antinomia puede manejarse con soltura y liviandad. Lejos de querer instalar el debate en la sociedad argentina, quieren generar una memoria tweet que no denuncie y que sea lo más cortoplacista posible.

Esta política de vaciamiento de la calle Pasteur no es novedosa. Ahora se pone de manifiesto frente a la decisión de censurar la voz de Familiares y Amigos de las Víctimas. Hay que aclarar que este proceso de monopolización del palco del Acto Central se inició hace años, puesto que una centena de familiares, sobre todo quienes están agrupados en Memoria Activa, fueron y siguen siendo silenciados. Fueron tratados de “locos”, “familiares que no pudieron salir del dolor” y hasta de “antisemitas”. Hoy, como siempre, los discursos del Acto Central y del acto independiente de Memoria Activa nos confirman cómo se cierra el círculo: como diría Eduardo Galeano, “la memoria del poder sólo escucha las voces que repiten la aburrida letanía de su propia sacralización”.
El Acto de Memoria Activa es un grito y un abrazo. Un grito eterno y que no cesa, como el hiriente sonido del shofar, así como un grito que jamás se ha desviado de su mandato inicial, cual versículo bíblico del “justicia perseguirás”. Y un abrazo, porque allí se da la manifestación más viva de un colectivo que exige. No es necesario conocer a la gente que asiste al acto para sentir un abrazo que trasciende y cubre Pasteur bajo un mismo grito de justicia. Porque existen las diferencias, pero te abrazan, porque ninguna valla me separa, porque todos tenemos voz, porque el palco está ahí nomás del público y porque puedo abrazarme con los familiares, porque el silencio denuncia y el grito es un tábano, porque quien es orador sale del público, porque puedo gritar con todos y porque sigo gritando lo mismo que se gritaba en los primeros actos: “Que se haga justicia”.

*Estudiante de Historia.