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El chiste y su relación con el inconciente colectivo

El debate sobre los límites del humor es tan antiguo como el de los límites a la libre expresión. Diego Capusotto dijo alguna vez que no se puede hacer humor de cualquier cosa: hay situaciones cuyo lado risueño no se puede resaltar, pues no lo tienen –en este caso, se refería a los desaparecidos-. Como sucede con otros rasgos de la personalidad, nuestro sentido del humor nos define. El cuestionamiento a la “gracia” de una tira cómica, y la ironía en una declaración “seria” de un periodista, recalentaron el siempre planchado enero.

Por Mariano Szkolnik

Semanas atrás, el historietista Gustavo Sala publicó en el suplementoNo de Página/12 una tira que causó revuelo inmediato en las redes sociales (y en las reales). En ella, un personaje presentado como “DJ David Gueto, el DJ de los campos de concentración”, incita al baile a un grupo de prisioneros. En el último cuadro, Hitler agradece al disc jockey, porque “si (los prisioneros) están relajados, los jabones salen mucho mejor”. No quisiéramos regresar a la polémica que se desató a partir del “chiste”, y que bien han reflejado Yoel Schvartz en Nueva Sión  y Bernardo Kliksberg en Página/12  –entre otros-. Sí nos interesa señalar un hecho que quedó obliterado bajo la tormenta desatada por la dudosamente graciosa tira de Sala.

Del progresismo al neorroquismo
El periodista Jorge Lanata, entrevistado por el diario La Nación, señaló en referencia a la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual que “los decretos no generan audiencia. Esto de ‘vamos a desmonopolizar los medios creando nuevos medios’, no significa que esos medios vayan a tener público. Una cosa no trae a la otra. Esta boludez de ‘hagamos la radio de los wichis’, ¿quién carajo va a escuchar la radio de los wichis? Y lo que es peor, ¿quién va a poner avisos en la radio de los wichis? ¿Y cómo le van a pagar el sueldo a los operadores? Esto es vida real. Es un negocio como cualquier industria».
Estas declaraciones, lejos de puntualizar las contradicciones de la norma reguladora del espacio radioeléctrico, postulan con un tono discriminatorio y despectivo que es absurdo que una comunidad indígena pretenda encarar una empresa de comunicación social. De este modo, Lanata reencarna a una rulerosa “Doña Rosa” (sujeto ficticio en cuyo nombre se justificó el desguace del estado social durante los años ‘90), al marcar que a nadie le puede importar lo que tengan para decir los pueblos originarios de la Argentina, si es que la relevancia de su mensaje es medido en términos de pauta publicitaria.
Atrapado en el laberinto de su propia verborragia, el periodista incurre en un exabrupto que lo coloca en la vereda de la reacción conservadora ante una sociedad que cambia y reconoce (aunque de a pasitos) que, en el universo multicultural, no hay un único sistema de valores –aunque nuestro billete de máxima denominación (cuyo reverso exhibe a un grupo de gallardos masacradores) aún no refleje este dato.

Mundos (no tan) paralelos

Lo notable del caso es que, ofensivas y altisonantes, las palabras de Lanata no corrieron la misma suerte que la tira de Sala.El sujeto de la gracia fue distinto, pero el ánimo de trasgresión fue el mismo. Pocas horas después de la publicación de “David Gueto” una catarata de declaraciones de repudio se alzaron en las redes sociales y los medios de comunicación. Muchos creyeron ver en esa tira “la pesadilla nazi que estaba nuevamente entre nosotros.” Tanto el autor de la historieta como el diario que la publicó salieron a pedir disculpas. A los pocos días, un colectivo de artistas gráficos complejizó la polémica, al respaldar al dibujante, rechazando “que el contenido de la tira exprese antisemitismo o incitación al odio, entre otras acusaciones maliciosas y agraviantes que se están multiplicando en medios gráficos y digitales.”  Firmaron la nota artistas de renombre, a quienes nadie en sus cabales podría equiparar con Matajacoibos, el mediocre filonazi que publicaba, hacia fines de los años ’30, sus tiritas en la ya olvidada revista Clarinada.
 
Lanata, en cambio, quedó relativamente indemne por sus desatinados dichos (vaya uno a saber si es que lidiamos ya con un inimputable, o se trata de que efectivamente los wichís no tienen siquiera el peso suficiente para concitar la adhesión del colectivo social y virtual, lo que resulta más que preocupante).
Quebró ese relativo silencio la voz de Lecko Zamora, periodista e integrante del pueblo Wichí del Chaco, quien afirmó: “Son preocupantes las expresiones de un periodista como Jorge Lanata, y que muestre mucho cinismo sin que se le mueva un pelo, nos recuerda que después de este tipo de expresiones o declaraciones se lanzaron ataques de diferentes formas a los pueblos indígenas, ya que se considera que lo indio o indígena no es más que problemas o algo que no merece ser atendido. Este es el juego de palabras que aprueban un genocidio;  este discurso es muy peligroso porque se empieza a estigmatizar al otro, al diferente.”  Si Sala transitó una delgada línea, es claro que Lanata la cruzó, aunque con diferentes y acolchonadas consecuencias.

Téster de violencia
El peso relativo de una comunidad está dado –sociológicamente hablando– por su capacidad de reacción (entendida como acumulación y movilización de recursos organizacionales, políticos y sociales) frente a los actos o declaraciones que le son o se perciben como adversos. Esta capacidad no es natural, sino resultado del desarrollo histórico. Grupos estigmatizados, colocados en el centro de la mofa, el escarnio público y la persecución, han logrado “dar vuelta la taba”, ganando en visibilidad, orgullo identitario y reconocimiento de sus derechos. En el proceso se aprende: Si le exigimos el imperativo de “tolerancia” a los demás, no podemos ejercer la tolerancia cero ante manifestaciones de dudoso gusto como la de Sala en Página/12.  Del mismo modo, ante las bravuconadas de un periodista, hubiese sido esperable (y deseable) una reacción mayor, enérgica y unánime.

Gustavo Sala no es, en nuestra opinión, un antisemita. Es un humorista que demuestra escasa sensibilidad y buen gusto, que no consideró que estaba incurriendo en “mala leche” al dibujar la tira sobre David Gueto (su ánimo trasgresor podría llevarlo a ironizar con los vuelos de la muerte, la apropiación de bebés y las vejaciones cometidas en las mazmorras de la ESMA). Bien apunta Kliksberg que Sala “no debe entender por qué ha concitado tanto repudio público.” Creemos que quizás la reacción en su contra haya sido desmesurada, actos reflejos más apropiados para “confrontaciones mayores”, pero de escaso alcance pedagógico. 

Mientras tanto, Lanata con sus declaraciones ofensivas hacia el pueblo Wichí, permanece impune. Lanata no es un pésimo periodista (su trayectoria profesional está sembrada de logros perdurables). Lanata es, a mi juicio, un racista mayúsculo, que ha decidido tirar por la borda las rémoras de su progresismo.