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Antisemitismo: ¿qué preguntas hacemos, qué preguntas nos hacemos?

La reciente difusión pública de una encuesta encargada por la DAIA a investigadores del Instituto Gino Germani de la UBA produjo en los autores de esta nota  una sensación  de perplejidad: ¿Estamos en un país que discrimina a los judíos de esta manera? ¿No importa lo que hagamos los argentinos-judíos, siempre habrá un numeroso grupo que se empecinará en despreciarnos? Estas preguntas no parecen encontrar respuestas satisfactorias en esta investigación.  

Por Ricardo Aronskind y Mario Roitter

Si, como parece deducirse del referido documento, los ciudadanos argentinos de identidad judía estamos en peligro inminente, creemos que hay algo que debería ser revisado, porque advertimos un fuerte desfasaje entre el “develamiento” opresivo que produce la encuesta, y la complejidad y diversidad de la vida cotidiana de los judíos en Argentina. En tal sentido, vale la pena mencionar las expresiones de  Raanan Rein, Profesor de Historia y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tel Aviv, quien en una entrevista publicada en la revista Ñ (26/09/11) desmiente la idea del supuesto antisemitismo visceral de la sociedad argentina:  “insisto en que se trata de una imagen falsa, siempre ha habido una corriente antisemita, pero los judíos lograron integrarse aquí mejor en que la mayoría de los otros países del mundo”.

¿Un mundo de puro antisemitismo?

Desde ya no desconocemos la existencia de rémoras antijudías, y de antisemitas –más pasivos o más activos- enquistados en diversos ámbitos de la vida nacional. Pero la presentación recortada de algunos problemas reales así como su desconexión de las diversas dimensiones que atraviesan el fenómeno, no sólo no contribuye a mejorar nuestra lectura de la realidad, sino que la distorsiona. Así, resultan un tanto desconcertantes algunas respuestas que no permiten formarse una idea clara del modo de construcción de antisemitismo en tanto relación social, uno de los objetivos del trabajo. Tal es el caso de las preguntas sobre si “los judíos son más leales a Israel que a este país” (53% lo convalida) y la que consulta acerca de si “los judíos que están en Argentina deberían irse a vivir a Israel” (sólo un 17% está de acuerdo). ¿De ambas repuestas, debería deducirse que son antisemitas pero no para tanto?

Además, generan dudas las supuestas derivaciones que se coligen de algunas preguntas, tal como sucede cuando se consulta sobre la disposición a “casarse con un judío”. Los autores del documento parecen darle a la cuestión del casamiento una importancia singular ya que señalan que es una interpelación que “va al centro mismo de la idea de tolerancia”, interpelación a la que, destacan, sólo el 54% respondió afirmativamente. Nos parece que esta lectura de los datos denota cierta propensión a buscar antisemitismo en un punto en que el que éste no resulta del todo claro. Nos preguntamos si no querer casarse con un judío es necesariamente una demostración concluyente de prejuicios antisemitas. ¿No podría ser, por ejemplo, una consecuencia de creencias religiosas por parte del que responde?, tal como sucedería en el caso de un judío observante al que se le pregunta “¿se casaría con un no judío?” Si la respuesta fuera positiva, ¿deberíamos deducir de manera lineal que ese judío odia o tiene prejuicios negativos hacia los no judíos…?

¿Será bueno para los judíos…?

En vista de lo que venimos discutiendo, quisiéramos plantear tres dimensiones a incorporar en futuras investigaciones para dar lugar a una reflexión más compleja, en vez de aportar a reforzar visiones anquilosadas de la realidad.
Por una parte, cabría indagar si los prejuicios hacia los judíos que alberga nuestra sociedad son particularmente más intensos que los existentes hacia otros grupos o sectores (migrantes latinoamericanos, gitanos, chinos, gordos, mayores, personas de piel oscura, mujeres, etc.). Un estudio realizado previamente por la DAIA pareciera desmentir la “excepcionalidad judía”.
Segundo, ¿estamos inmunizados los judíos contra el prejuicio y la discriminación al otro? Pensamos que no, ya que, como las demás minorías objeto de discriminación, solemos tener nuestros propios prejuicios en relación al universo de “diferentes” que componen la sociedad, y también tenemos nuestro mapa de preferencias y rechazos.

Tercero, ¿es Argentina un país en el cual se manifiestan particularmente altos niveles de discriminación hacia el diferente? ¿Son menos discriminadoras las sociedades “avanzadas”, como por ejemplo EE.UU.? ¿Alguien diría que en Europa los indicadores de prejuicios étnicos resultarían mejores que en nuestro país? Medio Oriente tampoco es el mejor ejemplo de comprensión y buena recepción de la cultura y los valores ajenos…

Entonces, resulta oportuno interpelarnos sobre el sentido de un estudio de esta naturaleza y sobre el uso que han hecho los medios masivos de comunicación, tan inclinados en su mayoría a la simplificación grotesca de los fenómenos sociales. Por una parte, nos preguntamos si acaso su diseminación no tiene un efecto contrario al buscado, en la medida en que refuerza una tendencia al repliegue dentro de la calle judía, donde se fortalecen las peores fantasías en relación al prójimo. Y, por la otra, esta clase de “evidencias” –difundidas tan luego por la DAIA- ¿no puede proporcionar “argumentación insospechable” al arsenal del antisemitismo militante?

En síntesis, nos genera más dudas que certezas la utilidad de este tipo de estudios que intentan capturar un fenómeno de tal complejidad a través de encuestas de opinión. Y, porque estamos seguros de que el antisemitismo no puede ser banalizado ni ignorado, nos hubiera gustado que un estudio sobre esta cuestión promueva la elaboración concreta de acciones novedosas a encarar a partir de evidencias más consistentes. Si no es esto lo que se buscaba con la investigación, vale decir, generar propuestas concretas, sería entonces conveniente que se evalúen los “efectos de poder” (Foucault, dixit) que produce la circulación del estereotipado recorte de la realidad a que conduce esta encuesta.