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Tras 20 años de Operación Salomón. Algunas reflexiones…

Hace dos décadas llegó a su fin una época en la existencia de la comunidad judía de Etiopía. Este aniversario nos otorga una oportunidad para reflexionar sobre los problemas de preservación de una cultura en un contexto radicalmente diferente a aquel que le dio origen.

Por Leonardo Cohen *

El 24 y 25 de mayo de 1991 se llevó a cabo la renombrada “Operación Salomón”, en la que 14 mil judíos etíopes fueron conducidos a Israel en un lapso de tan sólo 36 horas. La dramática operación se llevó a cabo con suma discreción y asertividad, en tanto que se trataba de explotar una oportunidad histórica que probablemente no retornaría. 
En 1989, Israel y Etiopía habían reanudado relaciones diplomáticas; pero se acrecentaba el temor por la suerte de los judíos en un país que se enfilaba hacia la incertidumbre. Es así que la comunidad israelita de Estados Unidos optó por unir esfuerzos con Israel para rescatar a los judíos de aquel país y transportarlos al estado judío, pagando por ello altas sumas de dinero al gobierno local. El gobierno marxista de Mengistu Haile Mariam se encontraba próximo a rendirse frente a las fuerzas rebeldes de Tigre y Eritrea, y ello colocaba a Etiopía en una situación de suma inestabilidad; y este hecho fue bien aprovechado con el fin de llevar a cabo este éxodo masivo. A partir de ese momento, sólo un pequeño remanente de judíos quedó en la zona noreste del país, y poco a poco todos fueron conducidos, de una u otra manera, hacia el Estado de Israel.

La transformación de una comunidad, y el “mito” de la preservación cultural
Ciertamente, el modo de vida y la cultura de Beta Israel –como se le conocía a esta comunidad en su contexto etiope– ha cesado de existir tal y como se desarrolló por cientos de años. A partir de su llegada a Israel, nuevas perspectivas y nuevos retos se presentaron ante la la necesidad de redefinir su identidad comunitaria en una nueva realidad. Este tema podría abordarse desde diferentes perspectivas: los cambios en la estructura familiar, las relaciones de género, los ritos y la observancia de prescripciones religiosas, etc.  Sin embargo, aquí haremos alusión a sólo una de ellas, la que está constituida por el “mito” que alimenta los programas de preservación cultural y las serias contradicciones que han caracterizado a los fenómenos que se ubican dentro de esta rúbrica.
Es verdad que varias instituciones del Estado de Israel han sido claves para otorgar la legitimidad universal a esta comunidad, al tiempo que han mostrado una actitud paternalista que procura “proteger” los supuestos valores de una sociedad tradicional como la etíope en su enfrentamiento con la modernidad. Es en este sentido que el rabinato oficial ha desempeñado un papel fundamental: ha brindado legitimidad a los judíos de Etiopía de cara al judaísmo universal y a la vez ha mostrado la voluntad de ayudar a conservar la identidad tradicional de la comunidad. De hecho, el rabino sefaradí Ovadia Yosef promulgó un edicto rabínico en 1973 que estableció que los judíos de Etiopía son tales por ser descendientes directos de una de las tribus perdidas, en específico de la tribu de Dan.
Es por demás interesante que esta versión ha sido prácticamente descartada por los historiadores, quienes establecen con un grado mucho más alto de plausibilidad que los judíos del país africano son un fenómeno que se originó al interior de la sociedad cristiana etíope, y que sólo a partir del contacto con los judíos de Europa, a principios del siglo XX, asumieron una conciencia judía.
Varios historiadores han destacado la confusión  que persiste entre dos fenómenos que están íntimamente relacionados pero que no significan lo mismo: Beta Israel es la comunidad que se desarrolló en el contexto etiope a partir de la Edad Media; pero modificaría varios aspectos de su identidad durante el siglo XX y terminaría por utilizar el término “judíos de Etiopía” para redefinirse como grupo al interior de la sociedad israelí.
Sin menospreciar significativas diferencias y en especial su condición de casta de artesanos, puede decirse que sus integrantes fueron durante varios siglos muy similares a sus vecinos cristianos en lo referente al lenguaje, vestimenta, alimentación, estructura familiar e incluso desde el punto de vista religioso. Sus textos sagrados estaban en idioma ge’ez, misma lengua litúrgica de la Iglesia Etíope. Hay que mencionar, incluso, que no hay cristianismo más marcado por influencias “judaicas” o veterotestamentarias que el cristianismo etiope, en el cual la observancia del sábado como día sagrado, la circuncisión de los varones al octavo día de nacimiento y la prohibición de comer cerdo, eran normas reconocidas y aceptadas por la Iglesia local como legitimas.
Una transformación sustancial en la identidad de Beta Israel ocurre al desarrollarse una relación más intensa con los judíos de Europa a partir de la visita que el judío francés, Jacob Faitlovich, llevará a cabo a Etiopía en 1903. Desde ese entonces comienzan a estrecharse los vínculos entre comunidades judías del exterior, y la comunidad de Beta Israel gradualmente comienza a identificarse con símbolos judíos de carácter más universal. Se introduce el hebreo como lengua litúrgica; las festividades de Jánuca y Purim comienzan a ser celebradas por primera vez y la aspiración de retornar a la tierra de Sión se retoma con renovado énfasis.  

Tradición no es homogeneización
El hecho de que el rabinato ostente en Israel el monopolio sobre el judaísmo, ha generado una serie de complicaciones al confrontar la visión que los historiadores presentan con respecto a los orígenes de los judíos de Etiopía. Como el rabinato es quien otorga la legitimidad de lo judío, en el discurso popular se ha vuelto imprescindible aceptar su versión de los hechos con el fin de reconocer el carácter judío de la comunidad de Beta Israel. Y si en cambio, uno se adhiere a la visión que proponen los historiadores, de que se trata de un fenómeno indígena etiope, parecería que uno está cuestionando o minando su legitimidad como judíos. Pienso que es en este punto donde se vuelve necesario recuperar la definición secular de comunidad judía como entidad orgánica e histórica y no como entidad meta histórica. De hacerlo así, podemos dar paso a una versión histórica más compleja de la trayectoria de esta comunidad en Etiopía. Si su pertenencia al pueblo judío es de origen ancestral o por el contrario se trata de una incorporación tardía, ello no posee significado alguno una vez que se ha sellado un destino común entre ellos y nosotros.
 Resulta sumamente curioso ver que la manera en que el rabinato oficial de Israel se ha aproximado a la realidad religiosa y tradicional de los judíos de Etiopía se asemeja a la forma en que misioneros católicos percibieron a cristianos etíopes en el siglo XVII: a saber, considerándolos como inocentes, personas de una positiva inclinación religiosa, pero desviados del buen camino como consecuencia del aislamiento que habían sufrido por siglos. Tal como lo expresaron Steven Kaplan y Chaima Rosen en un artículo publicado hace más de 15 años,  pocas instituciones en Israel tienen tan persistente y penoso record de intentar “corregir” (es decir, minar) la vida religiosa de los judíos de Etiopía, como aquellas que están ligadas al rabinato oficial del país.” Al resumir las actividades del primer representante de la Agencia Judía en Etiopía, hay dos autores comentan en la sección de un capítulo denominado “Correcciones en la vida religiosa conforme a la Halajá”, que “considerable progreso se ha conseguido en hacer volver a los etíopes al judaísmo”. Así, estos programas de “preservación” poco tienen que ver con aquello que es único y específico de los judíos de Etiopía y, más que nada, aspiran a homogeneizar sus prácticas y creencias bajo una única tradición universal, es decir, la tradición rabínica de denominación ortodoxa.
Podemos decir, en resumidas cuentas, que uno de los obstáculos para la comprensión adecuada de la transición por la que pasa esta comunidad se deriva de pensar la tradición como un conjunto de prácticas que se han quedado congeladas en el tiempo. No es así. Tradición significa cambio. Ningún grupo se ha recluido voluntariamente como pieza de museo para asegurarse de que lo que ha sido hasta ahora es lo que será. Solamente, cuando una comunidad se percibe amenazada desde el exterior, es que decide construir muros para asegurarse su preservación pero, en última instancia, puede decirse que en condiciones “normales” todo grupo humano tiende a preservar lo que le es útil e importante en términos identitarios y a desechar lo que no lo es. La cuestión en este caso es que deben ser los propios judíos etíopes los que determinen qué es relevante y qué no en el contexto israelí del siglo XXI, y no ninguna institución, como el rabinato, que ha tendido a depositar en ellos sus propias fantasías acerca de lo que han sido, o les gustaría que llegarán a ser.

*  Nacido en México D.F., es Dr. en Historia por la Universidad de Haifa y actualmente es Titular de la Cátedra de Historia de Etiopia en la Universidad Ben Gurion del Neguev.