El rescate del soldado Guilad

Uno apuesta a buscar en lo contingente, en lo que exteriorizan y convierten en agenda los medios, los signos o síntomas de las transformaciones culturales más profundas, las costuras de la realidad que nos permiten traslucir el “ethos” de un determinado tiempo histórico.

Por Yoel Schvartz

Así, mientras escribimos estas líneas a fines de mayo todo es la “pelea” Obama-Bibi-Abbas (la “Semana de los Tres Discursos” podrían titularla los hipotéticos Ibañez y Astolfi de los manuales digitales del futuro), alrededor de la invocación del mantra “fronteras del `67”.

Pero hace pocas semanas todo era Guilad Shalit. Que Guilad es el hijo de todos, se dice, y se repite en las redes sociales. Que el primer ministro y su esposa invitan a los padres de Guilad a salir de la carpa que mantienen frente a la residencia oficial y a tomar un café con torta.  Que la familia Shalit no pase otro Pesaj sin Guilad. Y luego, que no pase otro Yom Haatzmaut. Que no tendrían el hemano Yoel y su novia que haber interrumpido el acto oficial de Yom Haatzmaut a los gritos…

Y que el ministro de Defensa expresa solidaridad con los Shalit (Ehud Barak ha edificado una carrera alrededor de la incoherencia entre el decir y el hacer. Una vez declaró que entendía tanto el drama palestino que si hubiera nacido palestino él también sería terrorista. Ya como Primer Ministro o Ministro de Defensa no ha hecho gran cosa para acabar con ese drama, y hay quienes aseveran que lo ha incrementado notoriamente. En forma análoga, expresa su solidaridad con los Shalit como si él, el poderoso ministro de Defensa de Israel, no tuviera nada que ver con el estancado proceso de liberación).

Porque, a diferencia de historias pasadas de soldados secuestrados, hay en el caso Guilad Shalit un interlocutor claro, el Hamas.  Desagradable, si. Lamentablemente el soldado Guilad no quedó como prenda de un caballerezco partido de criquet entre Etton y Cambridge, sino que lo secuestró una organización islámica integrista que si pudiera borrar al Estado de Israel del mapa lo haría probablemente con inmenso entusiasmo. “Feos, sucios y malos”, como el viejo spaguetti western, son nuestros enemigos. Es lo que hay. Y no estamos por cambiar de vecindario.

¿Soldados anónimos?

Entonces Guilad. Hay interlocutor y hay precio. El Hamas exige la liberación de 450 militantes palestinos de las cárceles israelíes. Entre esos militantes hay terroristas confesos con “sangre en las manos”, y otros activistas con diferentes grados de responsabilidad en el aparato militar y civil de la organización. “No a cualquier precio” ha dicho Netaniahu y ha encontrado como siempre quienes lo corean.

¿Pero que es “cualquier precio”? ¿Y cuál es el precio que paga la vapuleada sociedad israelí por esto?

Israel, que ha construido su narrativa nacional en torno a la pureza de su fuerza defensiva y a la idea de que “no tenemos soldados anónimos” (como escribió alguna vez Jehuda Amijai), de que tenemos comandantes que gritan “Ajarai” (atrás mío) en el combate, y de que nunca, bajo ningún concepto, dejamos heridos en el campo de batalla. Israel, que envió sus Hércules al confín de Africa, con otro Netaniahu a la cabeza, para rescatar ciudadanos secuestrados.

El mismo Israel, que liberó 1150 presos de seguridad en 1985 (durante el gobierno de unidad nacional Avoda Likud y con el apoyo de todos los ministros del Likud), incluyendo al archiasesino Kozo Okamoto y al futuro líder de Hamas Ajmed Iassin. Y que en una decena de ocasiones más liberó prisioneros a cambio de los cuerpos sin vida de soldados caídos en el Líbano.  Israel que hoy vive, también en esto, una transformación de su “ethos” nacional.

El ethos de una sociedad funciona como el contrato social que da coherencia a una identidad, aquello que permanece en el tiempo. El contrato social israelí implica la prevalencia de lo militar como una constante de la vida cotidiana. Tzahal no es, desde el punto de vista de las identidades sociales,  un ejército sino un marco de vida para la mayoría de los israelíes, tan natural como la escuela primaria. De esa naturalización se desprende también el compromiso del Estado hacia sus ciudadanos-soldados. El soldado israelí no es un desconocido porque, de serlo, se perdería la noción de unidad entre la sociedad civil y su instrumento de defensa, lo militar. Noción que viene siendo cuestionada por lo menos desde 1982, cuando la primera invasión al Líbano puso en tela de juicio la imagen de Tzahal como última barrera de defensa de Israel, cuando surgió la sospecha de que Tzahal podía también ser el instrumento de una estrategia política de reingeniería del Medio Oriente. Noción cuyo cuestionamiento se fue ampliando en las sucesivas intifadas, con el aumento de los fenómenos de “objeción de conciencia”. Y que tal vez encuentra hoy en el prolongado cautiverio de Guilad Shalit un simbólico golpe de gracia.

Guilad Shalit representa una reforma del contrato social en Israel. La desesperación de la familia Shalit, evidenciada en las declaraciones de las últimas semanas, apuntan a un cambio.  Mas allá de la identificación emocional, el gobierno de Israel ni puede rescatar ni quiere pagar el costo de la liberación. Ya nadie está seguro de que el Estado de Israel hará todo lo que esté a su alcance por rescatarlo, si cae prisionero de un enemigo. Pasamos a ser todos soldados desconocidos. Malas noticias para el sueño de construcción de una identidad colectiva…

* Educador. Formado en Historia judía, Sociología y Antropología en la Universidad Hebrea de Jerusalén.