La Hagada – un libro que nunca termina de decir…

Un clásico es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir.
Italo Calvino, ¿Por qué leer los clásicos?

Dos historias nos cuenta la Hagada de Pesaj.

 

Por Yoel Schvartz

La primera, la que judíos de todas las corrientes leemos o recordamos con mayor o menor paciencia, con mayor o menor fidelidad al texto canónico, con mayor o menor atención a las prácticas pedagógicas que enmarcan la narración en un proceso ejemplar de transmisión intergeneracional, el Seder, que engloba una apelación constante a todos los sentidos.

Una historia que nos habla de la arbitrariedad de la tiranía, de la injusticia de la esclavitud, del duro camino de la liberación que no soslaya su origen violento (recordemos que el nombre y la fecha de la festividad remiten a un momento preciso, el “salteo” del Ángel de la Muerte por sobre las casas de los hijos de Israel la noche de la muerte de los primogénitos). Acaso esa complejidad sea la que ha convertido la  Hagada en el texto más conocido de la liturgia judía, el que menos ha sufrido la erosión del tiempo desde su origen, aproximadamente en el siglo I de la Era Común, el texto más editado, traducido y comentado de una tradición hermenéutica de dimensiones oceánicas.

La segunda historia que puede contarnos la Hagada surge a partir del mandato de memoria que la instaura en el imperativo de que “cada generación debe verse a sí misma como si hubiera salido de Egipto”…  Si cada generación debe “verse a sí misma”, y no meramente conmemorar la experiencia de un pasado remoto, entonces la Hagada invita a un proceso de re significación constante, convoca a cada generación y a cada judío a apropiarse de su tradición y transformarla en herramientas para la reflexión y la praxis del aquí y el ahora. La Hagada puede contarnos, entonces, la historia oculta de la percepción de cada generación “su” esclavitud y “su” Egipto, sus hijos sabios y sus hijos necios, su sueño de liberación y sus plagas…

El historiador Yosef Haim Yerushalmi publicó en 1976 un monumental estudio, “Hagada & History”, en el que intenta describir, a partir de la investigación textual e iconográfica de cientos de Hagadot publicadas a lo largo de los siglos, cómo funciona ese proceso ejemplar de la memoria judía en el que un pasado remoto interpela al presente de cada generación. En ese momento (1976) y desde los inicios de la imprenta en el siglo XV (es decir, sin tener en cuenta manuscritos), se habla de alrededor de 3.500 ediciones diferentes de la Hagada de Pesaj!

Yerushalmi demuestra (y me atrevo a decir, humildemente, que se queda corto, porque la tarea en si es infinita), cómo cada época elige leer la Hagada desde su presente,  cómo cada generación elige retratar su ideal de futuro (el hijo sabio), sus temores y rechazos (el hijo necio) y su sueño redentor, un sueño que podemos afirmar casi sin tapujos que será siempre el negativo utópico de aquello que en cada generación asumimos como realidad.  De esta manera, la Hagada de Pesaj se transforma en el modelo a partir del cual se formula, se nutre, se estructura, el camino de la memoria judía.  No una memoria que se conforma con preservar un conocimiento estático, enciclopédico del pasado, sino una memoria activa que recupera la tradición y la trae al presente.

Creo que esa y no otra es la causa por la cual todos los movimientos religiosos, culturales, políticos de la historia judía, aún los más atravesados por la dimensión secular (y tal vez precisamente ellos) han invertido sus mejores esfuerzos intelectuales en construir su propia Hagada, en rescatar en cada generación el mensaje que la Hagada atesora desde siempre para ellos, como esperando que cada generación lo descifre.

¿Nos habla hoy, en pleno siglo XXI, la Hagada de Pesaj? ¿Cuáles serian las coordenadas éticas, culturales, históricas de nuestra Hagada del principios de 2011? ¿De nuestra Hagada judía global, israelí o latinoamericana? ¿Nos vemos hoy “como si hubiéramos salido de Egipto”? ¿Es Pesaj hoy un paréntesis en el tiempo que nos permite reflexionar sobre nuestra esclavitud cotidiana? ¿Sabemos hoy reconocer nuestras esclavitudes? ¿Sabemos hoy articular nuestra esperanza de liberación? ¿Sabemos hoy interceptar los mensajes y las herramientas que la tradición nos ofrece para mirar nuestro presente?

¿O le hemos entregado la preservación de “la tradición” a aquellos que la transforman en un festival ritualista? La pregunta es retórica. ¿Acaso frente a cada evento de la tradición judía no se apela, en el mundo secular precisamente, al concepto de “cumplir”? Cumplir con el ritual, cumplir con el imperativo cultural de una autoridad que se desconoce, cumplir con el evento culinario familiar del año, cumplir con una tradición de la que no nos apropiamos, cumplir o rechazar pero no convertirlo en un espacio de reflexión y de cambio. Cumplir como un mandato del pasado, o rechazar como anacrónico lo que desconocemos.

La Hagada de Pesaj nos ofrece la invitación permanente a sumergirnos en una civilización judía que sólo puede sobrevivir coherente consigo misma revisitándose, reviviéndose, renaciendo. Cada generación debe verse a sí misma como si hubiera salido de Egipto. Walter Benjamin lo escribió muy parecido, en su Sexta Tesis: En cada época es preciso intentar arrancar nuevamente la tradición  al conformismo que quiere apoderarse de ella. Ese judío que quiso articular la síntesis entre la Revolución y el Mesías sabía que el rechazo a la tradición o su cooptación festivalera y ritualista mantienen  tranquilo a un secularismo berreta y conformista. Cuando de lo que se trata es justamente de dar la batalla también en ese terreno, en el de la tradición que nutre la memoria.

A lo mejor, este Pesaj nos permite a todos, los hijos ausentes que hemos olvidado preguntar,  encontrarnos en el relato, encontrar nuestras preguntas y quién sabe, reconocer en la pluralidad de lecturas que nos convoca la Hagada, aquella lectura que nos interpela y nos hace otra vez sentirnos un hombre en un desierto buscando azarosamente el camino de su libertad. 

* Educador. Formado en Historia judía, Sociología y Antropología en la Universidad Hebrea de Jerusalén.