Votame, votate

Es evidente que los argentinos tenemos un intenso año electoral por delante. Y la comunidad judía ya comienza a experimentar ese clima con las elecciones en AMIA que tendrán lugar durante el día de hoy.
 

Con la excepción de los catamarqueños y chubutenses, y próximamente también los salteños que habrán de tener mañana también su elección para gobernador de la provincia, hasta el momento no obstante podría decirse que la población permanece en buena medida ajena a estos procesos. Al menos si se juzga por la ausencia de movilización que se observa en este sentido.
 
Podrá argumentarse en favor de ello que la dirigencia no contribuye a despertar un ánimo diferente, si se considera la falta de articulación de propuestas convocantes.

No obstante ello, parece importante detenerse a pensar qué elementos entran en juego en estas elecciones. Y es allí donde, una vez más, el juego político se constituye en una suerte de tablero para dirimir pujas de poder, en favor de alcanzar una definición que arrojará como resultado ganadores y perdedores. Y no solo en términos de quienes vayan a obtener más o menos votos, sino en función de la orientación de las políticas que podrán esperarse según quien vaya a asumir la conducción de la AMIA en el nuevo período.
 
Es frecuente advertir la presencia creciente de un público que se manifiesta abiertamente desinteresado de estos procesos: «a mi la política no me interesa» resulta un cliché que repiquetea en los oídos de cualquier hijo de vecino.
 
Sin embargo, y más allá de la absoluta legitimidad que le cabe a sus adeptos, la enunciación de esas palabras parece desconocer la verdadera dimensión que conlleva el proceso electoral.
 
Así las cosas, la orientación y profundización de las políticas sociales, que habrán de focalizar su objeto más en favor de uno u otro grupo social según quien la vaya a determinar, es sólo un ejemplo de las fuertes implicancias que se derivan del resultado de una eleccion. Por no mencionar la disponibilidad de dinero con que habrán de contar las familias, dependiendo de la orientación de la estructura impositiva -más o menos progresiva- que determinará quienes son los que podrán contar con mayor o menor disponibilidad de recursos económicos.
 
Es evidente que, lejos de pretender apelar a nociones básicas de teoría política, el propósito no es otro que el de un llamado a la reflexión en torno al panorama que se inaugura para la comunidad judía a partir de este lunes, una vez se conozca el resultado electoral.
 
Atendiendo a la particularidad del caso, las opciones en juego podrían resumirse en si, según cual sea el resultado, podrá esperarse una representación incluyente para toda la comunidad judía, o que sólo se proponga interpelar a un sector restringido de esa población en función del nivel de cumplimiento de sus preceptos religiosos.
 
Esta cuestión estructural se convierte en un eje transversal que atañe a toda la orientación de las políticas que habrán de implementarse a partir del lunes, y de las cuales ningún miembro de la colectividad judía argentina puede considerarse ajeno. Por mencionar sólo algunos ejemplos, la posibilidad o no de ser enterrado en un determinado cementerio / sector del mismo, el reconocimiento o no a muchas personas en su condición de judíos, que han decidido realizar un proceso de conversión teniendo en cuenta su no condición judía de origen; una cuestión que habrá de permitir, o no, la celebración de muchos matrimonios bajo la ley judía.
 
Es evidente entonces que resulta imposible no sentirse afectado por el resultado de las elecciones en AMIA. En este contexto, el espíritu de la nota no es alentar el voto hacia Francisco De Narváez, que compite en otra liga, pero si en favor de una elección capaz de contener la riqueza del pluralismo, una de las grandes riquezas del pueblo judío a lo largo de la historia.
 
Cualquier semejanza con la propuesta electoral disponible no es pura coincidencia.