Un peronista inédito

Kirchner en la Internacional Socialista

La invitación de Lula, como dirigente de la Internacional Socialista, al Presidente Néstor Kirchner, a la reunión de la socialdemocracia mundial que se realizará en San Pablo, el 27 de octubre próximo y que Kirchner figure entre los oradores junto a dirigentes europeos, asiáticos, africanos y latinoamericanos, replantea la pregunta ¿qué es la socialdemocracia en este comienzo del siglo XXI? Lula ha invitado a Néstor Kirchner para que participe del Congreso de la Internacional Socialista (I.S.) a realizarse el próximo 27 de octubre en San Pablo. Ese día coincidirá con el cumpleaños de Lula, así que habrá fiesta suplementaria. Para Kirchner, participar como orador en la apertura del cónclave socialdemócrata, lo coloca en la escena internacional, más allá del juicio que pueda tenerse de la I.S. actual. El Presidente argentino tendrá la misma tribuna junto a Massimo D'Alema, ex primer ministro de Italia; Mijail Gorvachov, ex presidente de la ex Unión Soviética; Felipe González, ex presidente del gobierno español; José Luis Rodríguez Zapatero, secretario del PSOE español; Ricardo Lagos, presidente de Chile; Alan García, ex presidente de Perú y Thabo Mbeki, presidente de Sudáfrica e integrante del Movimiento de Nelson Mandela; Antonio Gutiérres, ex primer ministro de Portugal y Shimon Peres, ex primer ministro de Israel. Por lo tanto, para Kirchner, su participación en ese cónclave es todo ganancia política y no lo compromete para nada, si se tiene en cuenta la multiplicidad de tendencias dentro de la socialdemocracia. Una socialdemocracia que, desde la muerte de sus líderes históricos, giró bastante del socialismo al liberalismo.

Por Emilio Corbière

¿Qué es la socialdemocracia?

Mucho se habla en estos días de socialdemocracia. Se analiza también una hipotética ‘tercera vía’ entre el capitalismo y el comunismo, que en realidad, con Tony Blair, demostró que es una vía muerta.
No debe pensarse que la socialdemocracia llega a los gobiernos para cambiar radicalmente la orientación económica. Mucho menos ahora, que con la necesidad de los europeos de afianzar la nueva moneda comunitaria (el euro), los ajustes no tendrán fin. A lo sumo, tratará de atenuar los rigores del capitalismo impuesto por la llamada globalización. Algo a lo cual se refirió de manera sarcástica Federico Engels cuando dijo que pretenden la ilusión de ‘un capitalismo sin sus defectos’. En esa misma línea ridícula se han colocado, en los años noventa, Carlos ‘Chacho’ Alvarez y ahora Lilita Carrió con su capitalismo ‘serio’.
De todas maneras, hay tres cuestiones: con gobiernos social-demócratas seguramente se reconstruye el tejido sociopolítico de las clases subalternas; por otro lado, los escandinavos y la izquierda de la socialdemocracia germana, aún con la caída del carismático Oskar Lafontaine, junto con algunos de los movimientos ‘verdes’, preparan alternativas ante las opciones neoliberales. Vale también consignar que el Tratado de Maastricht incluyó algunas cláusulas sociales.
Hasta hace poco dominaban varios países pero la honda crisis de insatisfacción de las grandes masas europeas explotó y precipitó a varios de esos partidos del poder. Frustrada la experiencia de los socialdemócratas los votantes prefirieron votar a los dueños del circo, los partidos conservadores.
¿Qué es la Internacional Socialista?
¿Que otras internacionales políticas funcionan en el mundo? Tales son algunos de los interrogantes que trataremos de responder en esta nota.
En el transcurso de su historia, la Socialdemocracia o Internacional Socialista debió luchar permanentemente contra dos leyendas: tanto sus amigos como sus adversarios sobrestimaron sus posibilidades de acción e influencia, y vieron en ella una especie de gobierno mundial secreto o una conspiración de carácter universal, lo que condujo, en algunos períodos, a su brutal represión. Eso ocurrió, por ejemplo, en tiempos del nazismo alemán, del fascismo italiano y de las tiranías de Francisco Franco, en España y de Antonio de Oliveira Salazar, en Portugal. El estalinismo no fue ajeno tampoco a esa persecución.

Socialdemocracia y poder político

La socialdemocracia nunca cambió el poder para reemplazar el sistema capitalista, ni trató de hacerlo, como sí lo hizo la revolución comunista en la Rusia de 1917. Pero creó espacios de democratización generando las grandes organizaciones sindicales, reformando la economía a favor de las clases populares, impulsando el feminismo, los movimientos juveniles, autogestionarios, pacifistas, antirracistas, entre otros.
También se ha menospreciado la importancia de la I.S., considerándosela como un foro de discusión poco influyente e ineficaz dentro del mundo globalizado.
Ni ‘gobierno mundial’ ni foro ineficaz. Esto último lo demostró en la búsqueda efectiva de la coexistencia pacífica en tiempos de la guerra fría (la ostpolitik de Willy Brandt) o con la defensa de los Derechos Humanos en la Argentina durante el último gobierno de facto. La I.S. es una comunidad de trabajo de partidos soberanos que parten de convicciones comunes (Brandt solía repetir que la I.S. es ‘una idea’) y cuya colaboración no se caracteriza en órdenes o acuerdos de mayoría, sino por impulsos políticos. Hay más de una tendencia interna en la socialdemocracia y, por eso, el primer error es el de considerarla un bloque homogéneo. Las diferencias internas son muy profundas en algunos casos, aun cuando un telón de fondo común hizo que recobrara vigor después de haber atravesado períodos agónicos. De todas maneras, la I.S., como los internacionales democristiana, liberal y conservadora, son parte del capitalismo en esta etapa de su descomposición.

Los orígenes

La Primera Internacional, cuyo nombre oficial fue Asociación Obrera Internacional, fue fundada por Carlos Marx y Federico Engels, durante el congreso realizado en Londres, en el St. Martin’s Hall, el 28 de septiembre de 1864, para ‘encontrar un punto de contacto y de acción común planificada entre las sociedades obreras de los diferentes países, que persigue las mismas metas: la protección, el avance y la emancipación integral de la clase trabajadora’.
Pocos años después de su fundación, el enfrentamiento entre los socialistas y los anarquistas la llevó a disolverse, en tanto los partidos socialistas, socialdemócratas y laboristas nacionales, lograban expandir su poderío político.
Casi tres décadas después, otro congreso obrero, realizado en 1889 en coincidencia con el centenario de la Revolución Francesa, dio vida a la Segunda Internacional (o Internacional Socialista). La reunión se realizó en París, el 14 de julio de 1889, en un salón de la rue Petrelle, con la participación de 393 delegados provenientes de 22 países, Allí se dieron cita los franceses Jules Guesde, Charles Longuet, Paul Lafargue; los alemanes August Bebel, Guillermo Libknecht, Eduard Bernstein, y Clara Zetkin, el belga Emilio Vandervelde, el austríaco Víctor Adler; el italiano Felipe Turatti, el ruso Jorge Plejanov, el español Pablo Iglesias, entre otros muchos.

Muerte y resurrección

La Internacional Socialdemócrata sufrió dos crisis importantes. Su carácter eurocentrista ligó esas crisis a las dos grandes guerras mundiales. Con el estallido de la de 1914, su sector más radicalizado, que se oponía a la guerra y encabezaba Lenín, se separó e impulsó la Tercera Internacional (Comunista) fundada el 2 de marzo de 1919, en Moscú, con la presencia de 54 delegados. La Segunda Internacional se desgarró al solidarizarse cada partido con su gobierno en guerra, lo que se tradujo en un enfrentamiento intestino. Por defender la causa de la paz, el socialista francés Jean Jaurés fue asesinado por un joven chauvinista, alentado por el grupo Acción Francesa del reaccionario Charles Maurras, luego colaboracionista de los alemanes durante la ocupación nazi de Francia. La segunda guerra también eclipsó a la I.S., relegada a una oficina en Estocolmo.
Al finalizar las dos contiendas la I.S. resurgió con renovado dinamismo, en los congresos de Berna (Suiza) el 3 de Febrero de 1919 y de Hamburgo (Alemania) de 1923 y, tras la caída hitlerista, en el congreso de Francfort del Meno, el 30 de junio de 1951.
Ese día, 106 delegados de 34 países renovaron el pacto inicial de 1864. Cuando hablaba Kurt Schumacher, cuatro halcones rojos (Rote Falken) -una especie de pioneros socialistas- ingresaron a la sala portando una gigantesca bandera roja y los delegados se pusieron de pie y entonaron ‘La Internacional’.

El giro de Oslo

Desde su reconstitución, la Internacional Socialista mantuvo su tradicional postura eurocentrista hasta 1962. Es cierto que con la aparición de los nuevos estados asiáticos y africanos, se creó la Conferencia Socialista Asiática, especialmente a partir del crecimiento socialista en Japón y Vietnam.
Fue la crisis de Argelia, a fines de los años cincuenta, la que obligó a muchos dirigentes socialistas europeos a replantearse una estrategia para el Tercer Mundo. La lucha argelina arrasó con la mentalidad eurocentrista, incluso pulverizó al viejo socialismo francés de la SFIO, capitaneado por el veterano tránsfuga Guy Mollet, quien encabezó uno de los tantos gobiernos franceses con participación socialista que reprimieron a sangre y fuego los movimientos anticolonialistas que estallaban en el imperio galo. En la reunión del Consejo General de la I.S., realizado entre el 2 y el 4 de junio de 1962, los socialistas europeos, junto a delegados asiáticos, africanos y de América latina, replantearon el papel de la organización a nivel mundial. Los problemas de la dependencia, del neocolonialismo, de las libertades democráticas en los países atrasados y periféricos aparecieron nítidamente en la agenda de la Internacional Socialista.
En la reunión del Consejo General de la IS, realizado entre el 2 y el 4 de junio de 1962, los socialistas europeos, junto a delegados asiáticos, africanos y de la América latina, replantearon el papel de la organización a nivel mundial. Los problemas de la dependencia del neocolonialismo, de las libertades democráticas en los países atrasados y periféricos aparecieron nítidamente en los documentos de la I.S., aunque antes se los hubiese mencionado como al pasar. El apoyo a la insurgencia en Guatemala y El Salvador y a los sandinistas nicaragüenses fue significativo.
De allí en adelante africanos y asiáticos comenzaron a tener cada vez más preponderancia en los organismos regionales y mundiales de la socialdemocracia.

El término ‘socialdemócrata’

Corresponde precisar qué quiere decir ‘socialdemócrata’ o ‘socialdemocracia’. En sentido estricto se llamó partidos socialdemócratas, en la Europa de mediados del siglo XIX, a los partidos obreros de origen marxista. Con ese título se diferenciaron de las otras corrientes especialmente de la anarquista. El partido madre fue el alemán, creado por Fernando Lassalle, Augusto Bebel y Guillermo Liebknecht en los años sesenta del siglo XIX. Justamente Marx creía que la revolución socialista estallaría en Alemania, modelo de país industrializado. Los hechos ocurridos en Rusia en 1905 y 1917 desmentirían esta previsión del autor de El Capital.
Posteriormente, con el surgimiento del comunismo soviético, el término ‘socialdemócrata’ fue utilizado para diferenciar a los partidos socialistas y laboristas de los de factura bolchevique. Otro tanto ocurrió después, cuando aparecieron los grupos trotskistas (que fundaron la Cuarta Internacional) y otras variedades escindidas del comunismo. Lo cierto es que la Internacional Socialista es la única que subsiste en este comienzo del siglo XXI.

América latina: entre el populismo y Marx

En la América latina, los grupos marxistas ortodoxos fueron débiles y salvo escasas excepciones, no tuvieron un gran desarrollo. Salvo en el Río de la Plata -Argentina y Uruguay- cuyos partidos socialistas datan de fines y principios del siglo XIX o comienzos del XX, en el resto del continente las tendencias de origen popular se inclinaron hacia los movimientos nacionalistas y antiimperialistas, sin mayor influencia socialista y monoclasista.
Hubo, sin embargo, importantes figuras intelectuales o gremiales con orientación socialista y marxista: Luis Emilio Recabarren, en Chile; José Carlos Mariátegui, en el Perú; Julio Antonio Mella en Cuba, y en la Argentina, Juan B. Justo, Enrique del Valle Iberlucea, Manuel Ugarte y José Fernando Penelón. El único partido socialista que logró un desarrollo amplio de masas (lo mismo ocurrió con el comunista trasandino) fue el Partido Socialista de Chile.
El carácter de la revolución nacional latinoamericana fue signado por acontecimientos no necesariamente ‘clasistas’ (en alusión a la ortodoxia ‘de clase’ de la tradición marxista y socialista), como la Revolución Mexicana de 1910 y posteriormente el movimiento iniciado por la Reforma Universitaria de 1918. Mariátegui, el gran Amauta peruano, fundador del Partido Comunista fue el ideólogo que supo unir lo nacional-indoamericano con el marxismo creador y revolucionario.
Por lo expuesto, la Internacional Socialista no tuvo gran contacto durante décadas con las fuerzas populares latinoamericanas. Los delegados que llegaban a los cónclaves mundiales, casi todos pertenecían al Río de la Plata: los argentinos Juan B. Justo, Nicolás Repetto, Manuel Ugarte, Enrique Dickmann y el uruguayo Emilio Frugoni, entre otros.

Populismo y socialismo

Si las corrientes ‘clasistas’ tuvieron poco eco en las masas populares, sobre todo entre los intelectuales y obreros calificados, fueron otros los movimientos autóctonos que atrajeron a los grandes sectores campesinos y pobres del continente.
La ideología del populismo aparece muchas veces confusa, ya que en él se mezclan conceptos socialistas, democratistas, cristianos, humanitarios, y, especialmente, del nacionalismo antiimperialista. Socialmente, estos movimientos son policlasistas, en desmedro del ideologismo de las izquierdas clásicas. Estos movimientos agrupan tanto a obreros y campesinos como a intelectuales y a sectores medios del empresariado, las famosas ‘burguesías nacionales’ en países dependientes o coloniales.
Desde sus ortodoxias doctrinarias, las izquierdas tradicionales -socialistas o comunistas- miraron con desdén las prácticas populistas. Para los socialistas liberales, para el estalinismo y el clasismo abstracto de los trotskistas, el nacionalismo fue ‘autoritario’ o ‘fascista’. Se trataba, en muchos casos, de un trasplante sin mediaciones de la realidad europea y sus tradiciones políticas a nuestro continente.
Para los comunistas y socialistas, el populismo debía ser enfrentado y lo enfrentaron -como en el caso de Perón, Vargas e Yrigoyen- fundando, a veces, coincidencias con sectores políticos y económicos tradicionales y derechistas.
El populismo latinoamericano tuvo un modelo clásico: el APRA peruano (Alianza Popular Revolucionaria Americana), creado por Raúl Haya de la Torre, el 7 de mayo de 1924, en México, durante uno de sus exilios. El aprismo fue un vasto movimiento indoamericanista, pionero del nacionalismo popular continental.
‘No sólo queremos a nuestra América unida -decía Haya de la Torre, en 1924- sino a nuestra América justa. Sabemos bien que nuestro destino, como raza y como grupo social, no puede fraccionarse: formamos un gran pueblo, significamos un gran problema, constituirnos una vasta esperanza’. Era el ideal bolivariano de la Patria Grande renovado por el aprismo. Ese mismo ideal, en los años veinte, en la Argentina, fue encarnado por dos socialistas, Alfredo L. Palacios y Manuel Ugarte.

Sindicatos, movimientos y partidos

Dependientes, coloniales o semicoloniales y atrasados con respecto de los modelos del capitalismo moderno, los países latinoamericanos han procesado, en algunos casos, un desarrollo capitalista desigual y combinado relativamente importante: en consecuencia, han crecido en ellos, desde la última guerra mundial, numerosos sectores técnicos, profesionales y obreros. Esa situación se revirtió en la década del noventa por la imposición del neoliberalismo expoliador y criminal.
Hacia fines del siglo XIX comenzó a constituirse la clase obrera, como consecuencia de las inversiones extranjeras en la minería, transporte, frigoríficos y puertos. El trabajo asalariado en el campo se hizo intenso, y los sectores empresarios nacionales-comerciales e industriales enfrentaron en algunos casos los esquemas gubernativos y administrativos de las elites tradicionales. Esto se ha llamado ‘temprano desarrollo de enclave’, producido por la inversión del capital extranjero, que hasta 1914 impulsó la formación de una nueva estructura social, particularmente en la Argentina, Chile, Brasil (la poderosa burguesía paulista) y México. Es en ese momento cuando se fortalecen los sindicatos y asociaciones profesionales, cuyo papel será decisivo en los cambios políticos.
En la Argentina, con una tradición sindical ya firme y arraigada, el peronismo logró sin embargo, en los años cuarenta, incorporar masivamente a los trabajadores a las nuevas organizaciones sindicales y políticas, desplazando a socialistas, anarquistas y comunistas. Los cambios sociales seguían alterando cualquier previsión sociológica.
El boom urbano y el peso de los asalariados (industriales y de servicios) posibilitó que los grandes partidos -en realidad ‘movimientos’- pudieran realizar reformas sociales y económicas de amplios efectos. Con ello nació el ‘movimientismo’ -basado en frentes políticos o electorales- de carácter policlasista, que rompieron con las estructuras clásicas de los partidos de cuño europeo o norteamericano.

De Oslo a Santo Domingo

La Primera Conferencia Regional de la Internacional Socialista para la América latina, realizada entre el 26 y 28 de marzo de 1980, en Santo Domingo, significó en primer término, el interés de la I.S. por el proceso de transformación política en el continente latinoamericano.
Después de una década estrecharon vínculos con partidos populistas que fueron desde la liberal Acción Democrática de Venezuela a otros como el Sandinismo nicaragüense, lo cual indica la heterogeneidad de sus componentes. La I.S. busca una base política en suelo americano disputándole, palmo a palmo, hegemonías tanto a los democristianos como a los viejos partidos comunistas en crisis.
Sus primeras experiencias fueron negativas. Carlos Andrés Pérez (Acción Democrática de Venezuela), resultó un corrupto de los peores y fue reemplazado por la revolución bolivariana de Hugo Chávez Frías; Alan García (APRA peruano), que tuvo un gobierno conflictivo y ahora ha resurgido electoralmente y Raúl Alfonsín (UCR de Argentina) que concluyó su mandato en medio de una crisis política y económica.
Respecto al lamentable gobierno de Fernando de la Rúa, se trató de un elemento conservador, de derecha liberal, catapultado por una vaga ‘centroizquierda’ y que terminó derrocado por una insurrección popular.
Ahora, sus delfines latinoamericanos son el socialdemócrata chileno Daniel Lagos y el intendente de la Ciudad de México Cuauthémoc Cárdenas (Partido Revolucionario Democrático).
También la I.S. mira con interés al Partido de los Trabajadores del Brasil del Presidente Lula y al Frente Amplio del Uruguay. En el club político de la socialdemocracia hay muchos socios pero los únicos miembros ‘plenos’ son los que se definen como socialistas. Las otras membresías (‘observador’ o ‘consultivo’) están reservadas a los partidos amigos o aliados.
Con diversos matices, en la I.S. conviven -curiosamente- socialistas, socialdemócratas, laboristas, populistas, nacionalistas revolucionarios y no pocos liberales. Europeos, africanos, asiáticos, latinoamericanos, caribeños. Allí revistan los partidos del Congreso de Kenya y la India, los dos partidos socialistas japoneses, los socialistas armenios, el centenario BUND judío no sionista, o los partidos israelíes de izquierda.
La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Yasser Arafat también está enrolada como observadora. Varias corrientes socialdemócratas signan la interna del Partido Demócrata norteamericano y, ahora ha recibido como miembros ‘consultivos’ a varios partidos ex comunistas del Este.
Lo cierto es que la I.S. ha prevalecido.
La Tercera Internacional y la Cuarta, del trotskismo, ya no existen. Stalin disolvió la Tercera durante la Segunda Guerra Mundial y, las trotskistas, están divididas en un cúmulo de siglas sin representación. Varios pensadores de izquierda, como el economista belga Ernest Mandel o el egipcio Samir Amin, colaboraron con publicaciones de la I.S., especialmente con la revista Nueva Sociedad, que se edita en Caracas.
Los vendavales políticos como el nazifascismo, el estalinismo, el thatcherismo, la caída de ‘muros’, no la aniquilaron. De cada crisis salió más robustecida, tal vez porque como sostenía Brandt, más que una estructura monolítica es ‘una idea’. No sabemos como saldrá de la ‘globalización imperialista’. Es posible que cambie o desaparezca bajo los truenos de la historia.