De Marx a Dios sin escalas

Por Federico Amos

Pocas transformaciones  se revelan tan claras en un ser humano como las que experimentaron  los  militantes de la izquierda revolucionaria de los años 60 y 70. Muchos de ellos adoptaron un nuevo culto: lejos de Lenin, Trostky y de la utopía socialista, ahora le hablan a Dios. Aunque el contraste entre los postulados políticos  y religiosos parezcan a priori contradictorios, es bueno poder abordar el tema  para intentar discernir si realmente lo son y para entender el porqué de este camino sin escala de un paradigma a otro.

Los protagonistas de esta historia son dos: la izquierda, como ideología que se presenta a sí misma como transformadora,  y la religión. Durante los 60 y 70, en su tiempo de esplendor, y según definió el politólogo Norberto Bobbio[1], la izquierda ponía el acento en la igualdad entre los seres humanos. Así, las luchas de la izquierda se desarrollaban en pos de un mejor reparto de las riquezas. Sus militantes luchaban  por la igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos y, en el caso de la izquierda marxista, por la abolición de las clases sociales. Sus demandas eran amplias: luchaban por la libertad de los pueblos y por garantizar las libertades individuales. Era la época en que mediante la secularización se trasladó a la política la función integradora que hasta entonces cumplía la religión. La religiosidad era señalada por estos grupos y por los intelectuales que los sostuvieron ideológicamente, como un obstáculo en el camino hacia la  reivindicación definitiva de  la política: era ubicada del lado de lo reaccionario. Es decir,  lo religioso era considerado uno de los mayores obstáculos para alcanzar el éxito revolucionario: el oscurantismo religioso de las creencias se opone al progreso de la ciencia. La política, en cambio, era identificada como un lugar de privilegio para satisfacer el espíritu de toda una generación. El objetivo: la posibilidad de construir  un mundo mejor.
A fines de la década del 90 se materializó el cambio de paradigma y definitivamente se instaló en la sociedad argentina. Esto fue detectado con mucha precisión en  algunos análisis sociológicos que confirmaron la tendencia: “el 93 por ciento de los argentinos mayores de 14 años se define como una persona "religiosa"[2].”

Estos datos sirven como base empírica para cuestionar al mismísimo Sigmund Freud, quien a principios del siglo pasado pronosticaba que las disciplinas científicas que pudieran explicar los fenómenos de la naturaleza y de la cultura iban a ganarle terreno a las creencias religiosas. Era el pensamiento del siglo de la modernidad y la racionalidad. Esta afirmación del padre del psicoanálisis fue acompañada, y aún hoy es desarrollada y sostenida, por un grupo de cientistas sociales norteamericanos que utilizan  categorías de análisis que indican que se está dando una evolución continua y lineal de un proceso histórico de modernización y secularización en el cual las pautas de racionalidad van desalojando poco a poco el mito y lo sagrado. Según esta corriente, la secularización (en sus diferentes concepciones: mundo sin Dios, muerte de Dios, fin de las creencias, progreso infinito de la razón, o pérdida de las influencias de las instituciones eclesiales) es un proceso irreversible, que engloba por igual a todos los hombres de todas las sociedades; es una realidad en los países “desarrollados”. En los países “en desarrollo” dicho proceso acompañará a la modernización o industrialización[3]. Aunque algunos lo siguen sosteniendo, los números y los hechos parecen decir otra cosa.

Freud se equivocó” aseguró el psicoanalista Juan Carlos Volnovich hace unos años.  Este fin de siglo, en donde el desarrollo de la ciencia y de la técnica es inconmensurable, coincide con un auge de las creencias religiosas que ocuparon el lugar de los grandes proyectos emancipa torios como el marxismo”. Volnovich explica este nuevo paradigma en el derrumbe de los dogmas del marxismo y del racionalismo  han dejado un desierto en el que compiten por el dominio de esa tierra las religiones monopólicas y las creencias alternativas[4].

¿Lejos de la razón y cerca de Dios?
El filósofo Tomás Abraham es contundente a la hora de describir la actualidad y de responsabilizar a las religiones de las grandes tragedias de la humanidad. “Las religiones tienen que ver con las guerras entre pueblos. En este momento hay un choque no de civilizaciones sino de monoteísmos. El evangelismo fanático de Bush y el islamismo,  igualmente fanático, usan a la democracia y a la defensa de los valores autóctonos como blasones que encubren intereses que tienen que ver con grupos de poder. A esta guerra le podemos agregar el fundamentalismo judío que en Israel obstaculiza el proceso de paz, y la prédica intolerante e incomprensible de parte del Vaticano respecto al SIDA y a las políticas de la sexualidad”.
Sin embargo, Abraham rescata el papel de la espiritualidad en este comienzo de siglo. “Hay que distinguir espiritualidad y religión. No son lo mismo.  Los caminos de la espiritualidad son individuales y a veces ejemplares, las más de las veces anónimos. El camino de la espiritualidad, que antiguamente también  se llamaban de sabiduría, es difíciles de comprender, se hacen en voz baja, y tienen que ver con el modo en que el ser humano encara el dolor”.
En América latina este “nuevo” fenómeno religioso interesó cada vez más a numerosos científicos sociales. Lo que caracteriza a las investigaciones más recientes es la comprensión de lo religioso no solo como legitimador de un orden social, sino también como generador de resistencias, luchas y enfrentamientos a un determinado orden social que se concibe como no religioso, pecaminoso. El fenómeno religioso es analizado dentro de un contexto social y nacional, atravesado por tensiones y conflictos dentro y fuera de su propio campo. Esto permite descubrir que la religiosidad es vivida de manera diferente según los diversos sectores sociales, la que para algunos sirve de legitimación, a otros le sirve de fundamento para la resistencia. En estos trabajos se concluye que  la religión no es solo rezar e ir al culto, sino también cantar, hablar, participar, comprometerse, organizarse, festejar, peregrinar, solidarizarse, educarse, construir. Las funciones sociales que cumplen son infinitas y es posible organizar “toda la vida desde lo religioso”. 

Simultáneamente se resalta el papel altamente integrador de la religión en la sociedad: la religión viene a sacralizar el orden establecido, a dar sentido a la vida de los hombres, pudiendo así llegar a ser el instrumento más efectivo de legitimación.

¿Se produjo un cambio paradigmático en la sociedad en la cual los hombres cambiaron aquella idea de la revolución como salvación colectiva por esta búsqueda de lo religioso como lugar ideal para depositar las expectativas?
El psicoanalistas Natan Sonis, si bien detectó este fenómeno, cree que es importante no generalizar cuando se tratar de entender porque se produjo esta reacción. Prefiere detenerse y analizar solo la mutación que sufrieron algunos militantes de los 70 que hoy no se reconocen ni ellos mismos. “Aquellos jóvenes que abrazaron la causa progresista pero con la rigidez del fanatismo, una vez extinguida la causa de los setenta encontraron nuevas causas para vincularse del mismo modo. Una de esas es la religión”. 
Sonis eligió para “ilustrar” su pensamiento una frase de Bertrand Russell: "Es preferible una incertidumbre fundada a una certidumbre infundada. El problema con el mundo es que los imbéciles y los fanáticos están siempre tan seguros de si mismos y las personas razonables tienen siempre tantas dudas."
Aquellos que no dudan, que no tienen más que certezas probablemente hayan sido militantes de los setenta pero con una modalidad religiosa que en nada aportaba a la construcción de una alternativa en que la duda y la creatividad que exige la búsqueda de respuestas hayan encontrado espacio”,agrega Sonis.
En una misma línea de pensamiento, el filósofo y ensayista Ricardo Forster cree que este auge de la religiosidad se debe a las  profundas crisis de los ideales de izquierda. “La ausencia de referencias discursivas más la caída del mundo soviético con el descubrimiento de la falacia de ese sistema provocaron un vació en mucha gente que solo la religión parece haber podido llenar. No se  encontraron alternativas seculares luego del fracaso de los grandes proyectos emancipa torios. Quizás la democracia apareció como la construcción política y social en la que los viejos militantes de izquierda podrían haber canalizado sus demandas pero la profunda crisis que experimenta este sistema no lo permitió”.
Para Forster, el éxito de la alternativa religiosa está  ligado a la crisis de los grandes relatos y tiene que ver con la profunda crisis que experimenta el individuo. “El retorno a lo religioso tiene que ver con el avances gigantesco de la soledad, con la destrucción de los lazos sociales y la perdida de los vínculos.”, concluye.
La fallecida periodista Viviana Gorbato, quien se dedicó a explorar estas nuevas tendencias reconoció hace algunos años que no existían demasiadas diferencias entre lo que pensaban los “revolucionarios de los 70 y lo que piensan los “religiosos” de las posmodernidad: “Los que cambian son los dioses. Me consideraba atea en los 60 y no lo era. Era supersticiosa de la revolución y nada más. Eran otros dioses. La necesidad religiosa, en el sentido amplio es inherente al hombre. La humanidad nunca perdió su religiosidad”[5].
Este “triunfo” de lo religioso sobre lo política que se experimenta en este inicio de siglo parece apoyarse en una paradoja de difícil explicación. En un mundo globalizado y extremadamente comunicado, los seres humanos se sienten solos. El fracaso de los proyectos colectivos de los años 70 y 80 impactaron fuerte y la religión vuelve a aparecer como el único refugio que tienen aquellos que necesitan creer. Los racionalistas mientras tanto esperan el momento con la conciencia muy tranquila: están convencidos que la religión no es ni más ni menos que un fenómeno social creado por el hombre para canalizar sentimientos colectivos de gente sin rumbo.

 


[1] “Derecha e Izquierda” Taurus, Madrid, 1998.

 

[2] Diario La Nación., 2 de mayo de 2001. Encuesta de Gallup. Por Agustina Lanusse.

 

[3] Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas. Torcuato S. Di Tella. Paginas 604-605

[4] Nueva Sión. 29 de marzo de 1995. Por Damián Szvalb. Páginas 12 y 13.

[5] Idem 4