Derecha, dre…

Los resultados de las elecciones en Israel dejan muy claro que el tema de la seguridad nacional monopolizó el razonamiento y las emociones de la mayoría de los ciudadanos a la hora de decidir por quién votar.

Por Alberto Mazor

Sólo de esta manera puede explicarse el vertiginoso ascenso de los partidos nacionalistas de derecha y ultraderecha religiosos o laicos, que en conjunto obtuvieron 65 de las 120 bancas de la Knésset.
Aún más, si se considera que el partido Kadima, encabezado por Tzipi Livni e integrado por una gran cantidad de ex miembros del Likud, expone una línea ideológica de centro derecha, el cuadro que ofrece la inclinación mayoritaria de la población hacia este bloque es elocuente.
El ánimo general está marcado de manera abrumadora por el estado de guerra que con altibajos reina desde el año 2000 en que estalló la segunda Intifada.
Los ocho años y medio que transcurrieron desde el fracaso de las negociaciones de paz en Camp David han constituido un turbulento período en el cual la vida cotidiana de la población israelí se vio trastornada tanto por un sinnúmero de actos de terrorismo suicida, como por la tormentosa y polémica decisión de evacuar unilateralmente la Franja de Gaza.
Además, se registraron dos guerras, una contra Hezbollah en Líbano durante el verano de 2006 y otra, apenas hace algunas semanas, contra Hamás en Gaza, luego de años de sufrir lanzamientos de misiles desde la Franja hacia las poblaciones sureñas de Israel.
Si a ello se le agrega la amenaza derivada del empeño iraní por obtener armamento nuclear, acompañada de reiteradas declaraciones en el sentido de que Israel "debe ser borrado del mapa", queda perfilado un cuadro de altísimas tensiones cuyas consecuencias naturales son una intensificación del ánimo nacionalista y una creciente popularidad de políticos y partidos que usan los demagogos discursos sobre la necesidad de la fuerza para enfrentar los peligros amenazadores desde los distintos frentes hostiles.
En ese círculo perverso, la orientación fundamentalista de varios vecinos musulmanes ha producido a su vez una radicalización de la opinión pública israelí, escéptica de que el camino de la negociación y los acuerdos puedan conducir hacia la paz.
Fue así como el partido laborista quedó relegado a un cuarto lugar, con tan sólo 13 bancas en su poder, luego de haber sido durante décadas el eje político más importante alrededor del cual se creó y desarrolló el Estado de Israel.
Igual suerte corrió el partido izquierdista Meretz, con su agenda basada en la negociación política, la defensa de los derechos humanos, la separación entre religión y Estado, los derechos de las minorías y la protección de los sectores más débiles de la sociedad.
La obtención de Meretz de tan sólo 3 bancas es elocuente de que la inmensa mayoría de los temas que normalmente preocupan a cualquier nación en situación de estabilidad – economía, desarrollo social, combate a la corrupción, ecología, etc. – se ubicaron en un plano muy secundario cuando se trató de decidir por quién votar.
Eso explica el fenómeno del fortalecimiento de un partido como Israel Beitenu (Israel Nuestro Hogar), encabezado por Avigdor Liberman, el cual con sus 15 bancas ganadas expresa el alto grado de receptividad que ha conseguido el discurso antiárabe militante, racista y agresivo.
Es temprano aún para saber cuál será la conformación final del próximo gobierno. Binyamin Netanyahu recibió el mandato para intentar formarlo, dado que sus posibilidades de conseguirlo son mayores que las de Livni a pesar de que su partido, Kadima, fue el más votado.
La incógnita mayor es qué tipo de coalición puede o quiere construir Bibi. Aliarse sólamente a fuerzas que se ubican más a la derecha que él mismo le significaría manejar un gobierno rígido sin ningún margen de acción política, sobre todo en lo concerniente al conflicto con los palestinos y en la relación con el resto del mundo árabe, EE.UU y la Unión Europea.

Tres ejemplos permiten comprender la complicada situación:

1) Una coalición de derecha y ultra derecha no admitiría ningún tipo de negociación con la Autoridad Palestina basada en la "Hoja de Rutas" y la fórmula de "dos Estados para dos pueblos".

2) Difícilmente un gobierno de extrema derecha esté dispuesto a negociar la liberación del soldado secuestrado, Guilad Shalit, a cambio de entregar un elevado número de presos palestinos entre los cuales se encuentren los principales planificadores y ejecutores de los peores actos terroristas que causaron la muerte de miles de israelíes inocentes.

3) Cuando en 1979, el entonces primer ministro, Menájem Beguin, firmó el acuerdo de paz con Egipto y se retiró de Sinaí, lo hizo con la aprobación de la amplia izquierda opositora. También Ariel Sharón consiguió llevar a cabo la desconexión unilateral de Gaza en 2005 con el apoyo total de la izquierda. En ambos casos, la mayoría de la derecha se opuso a dichos procesos. Netanyahu no podrá contar con esos lujos; la izquierda, debilitada como nunca, lo deja en manos de los colonos mesiánicos, la derecha intransigente, la ultra derecha nacionalista y ortodoxa y los discípulos del xenófobo Meir Kahane.

El menor de los males podría ser que Netanyahu y Livni intenten formar juntos un gobierno de unidad nacional. Bibi no quiere el gobierno que tiene y Tzipi no tiene el gobierno que quiere. Además, la actual canciller no muestra demasiadas intenciones de lo que ella define como "salvar a Bibi de sí mismo". Para la situación del Estado podría ser una salida razonable, aunque a nivel personal ambos podrían verse políticamente perjudicados.
Por ahora es una incógnita si las exigencias mutuas lograrán conciliarse para cogobernar con mayor solidez y flexibilidad.