Declaraciones exclusivas de un testigo en peligro

“La Traffic no existió”

“Juan Carlos Alvarez, ex empleado de la empresa de recolección de residuos MANLIBA -que hoy sobrevive como ciruja y ya tiene algunos intentos de suicidio en su haber-, es la prueba viviente de la falacia monumental sobre la que se erige toda la causa AMIA: la supuesta existencia de una camioneta bomba con conductor suicida. Este vehículo no existió por una sencilla razón: Alvarez se encontraba charlando con el encargado del edificio de enfrente -que murió en el atentado- y cruzó la calle Pasteur para tirar unos papeles en el volquete. Si la camioneta hubiera doblado por la calle Tucumán a toda velocidad para clavarse en la AMIA, como narra la historia oficial, sencillamente debería haberle pasado por encima”. Así se expresa el periodista Gustavo Pirich quien se acercó a nuestra redacción trayendo el artículo que se publica más abajo. El mismo fue chequeado con varias fuentes y contactos, y más allá de quienes opinen (o qué opinen acerca de la existencia de la Traffic), el testimonio resulta conmovedor dada la grave situación personal que atraviesa Alvarez (quien ya fuera considerado en otras investigaciones periodísticas llevadas adelante en relación a la Causa AMIA). Hoy, y gracias a la colaboración del periodista Gustavo Pirich, Nueva Sión, en exclusiva, presenta el testimonio de Juan Carlos Alvarez, un testigo en peligro; y dos columnas, de los periodistas que investigaron el atentado; Juan Salinas y Gabriel Levinas quienes afirman y ratifican los dichos de Alvarez acerca de que la Traffic nunca existió.

Por Gustavo Pirich

Juan Carlos Alvarez, el hombre que en el atentado sufrió múltiples heridas que lo mantuvieron internado en el Hospital de Clínicas más de un año, contó que el 18 de julio de 1994 trabajó “como todos los días desde las 6 a las 2 de la tarde, y retomé el recorrido que me llevó a la AMIA. Cuando llegué, me puse a hablar con el portero, que se llamaba Díaz, le pregunté la hora y me dijo que eran las diez menos cinco. Al rato me crucé frente al portón del edificio de la AMIA, miré bien para todos lados por precaución para que no me atropellara nadie, me puse al lado del volquete -que me llamó la atención por que estaba vacío- y cuando tiré papeles en su interior empecé a sentir un terrible dolor y a ver todo en cámara lenta…» siguió diciendo en medio de una emoción que lo llevó rápidamente al llanto.
«Nadie me quiere escuchar porque mis declaraciones no coinciden con la historia oficial, es decir con la existencia de un coche bomba que se clavó en la AMIA», dijo Alvarez al romper el silencio en declaraciones exclusivas al programa El Reloj, que se emite los sábados de 17 a 19 por 88.3 FM Urbana.
De no haberle pasado por encima, el supuesto coche bomba le hubiera pasado por el costado y es obvio que Alvarez tendría que haberlo visto, o por lo menos haber escuchado el chirriar de las gomas contra el pavimento al doblar. Y no sólo eso, sino que también debería haber salido corriendo para no morir atropellado. Nada de esto ocurrió y, a pesar de ello, el juez Galeano no mostró disposición alguna de interrogarlo, por lo que aunque estaba citado para el 15 de septiembre de 1994, recién se presentó el seis de febrero del año siguiente, es decir seis meses y veinte días después.

“Quieren que me muera”

Alvarez parece haberse convertido en el Estrada de la causa armas, el Cattaneo de IBM – Banco Nación, o en el Lourdes Di Natale de la investigación sobre los Yoma. Todos personajes que sabían demasiado, y que se tornaron peligrosos para el poder, con el denominador común de haber terminado su vida “suicidándose” o en sospechosos “accidentes” nunca esclarecidos.
Padece secuelas terribles del atentado y no dispone de ningún tipo de asistencia medica. Tiene heridas en todo el cuerpo, incluso algunas que lo atraviesan de lado a lado de su torso. Se le esta engangrenando la pierna por úlceras mal curadas y afronta problemas cardiacos.
“Parece que quieren que me muera solo”, reflexiona amargamente, en una conclusión que es muy difícil contradecir, sobre todo si se toma en cuenta que intentó suicidarse cortándose el cuello la primera vez que fue a declarar ante el Juez Galeano. La segunda, lo humillaron tanto los policías mientras esperaba, que sufrió una indisposición cardíaca y tuvo que ser internado.
Pero no solo se hicieron mil intentos y un invento para que su voz no se escuchara, también recibió presiones directas como las del inspector de la Policía Federal, José Luis González que lo amenazó para que atestiguara haber visto una Traffic, aunque el barrendero -a pesar de tener once hijos que proteger- se negó a cambiar su testimonio.
Anteriormente, mientras estaba internado en el Hospital de Clínicas, fue el secretario del juez Galeano, Javier de Gamas quien le sugirió que cambiara su declaración, según lo destaca el informe preliminar del periodista Gabriel Levinas.
En el estudio radial donde se realizó la nota estaba también presente, como invitado, el periodista Juan Salinas, quien viene sosteniendo “que la invención de un coche bomba es para dejar afuera de la investigación a personajes locales que estuvieron en la preparación del atentado y en el encubrimiento posterior”. “Con Alvarez, afirmó Salinas, fueron tan rudos y lo maltrataron tanto la primera vez que lo citaron que, con justa razón, está muy angustiado porque todavía tiene secuelas terribles del atentado. Nadie quiere escuchar lo que dice, porque con su testimonio tira abajo esta causa construida sobre un cúmulo de mentiras…» denunció Salinas.

Promesas incumplidas

Sobre el final de la entrevista, Alvarez dijo que está atravesando una situación económica terrible, que le cortaron el gas y el teléfono, que vive en una casa que le alquila el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, con quien mantiene una deuda por impuestos impagos; y también que después del atentado, Franco Macri -titular de MANLIBA- le firmó un compromiso, a través de su Fundación en el que le comunicaron que «han decidido contribuir con la educación de sus hijos, asignándole a cada uno de ellos un monto anual de $ 1.000 (mil pesos) mientras cursen sus estudios de preescolaridad, primarios y secundarios». Este compromiso, adoptado el 29 de julio de 1994, Alvarez lo muestra dejando en claro que nunca recibió la ayuda comprometida.
Todo parece una broma macabra o, como en aquel viejo chiste que decía: “a un hombre acusado de asesinato le dicen que hay alguien que lo vio hacerlo. Y él se defiende contestando: – yo puedo presentar a millones que no me vieron”. Con la diferencia de que en el atentado a la AMIA hay 85 muertos, y los que no vieron la Traffic, como Alvarez, estuvieron en el lugar de los hechos.
Para el final queda el acto fallido del propio Alvarez refiriéndose a una promesa, hasta hoy no cumplida, del juez Gerardo Larrambebere quien, conmovido por su declaración, le prometió ayuda económica. “Me va a conseguir un “suicidio” -dijo- mientras su rostro se alegraba por primera vez.