Argentina:

El peronismo y la Triple ‘A’

En una sociedad tan poco propensa a la autocrítica, tan inclinada a la ciclotimia, es casi normal que los partidos políticos no suelan analizar sus zonas oscuras. El radicalismo no ha realizado una evaluación crítica de la Semana Trágica o de los fusilamientos de los peones rurales de la Patagonia. El peronismo ha decidido prescindir de una evaluación crítica del gobierno de Isabel y López Rega o del menemismo. Y en ningún caso debe atribuirse la omisión a “la falta de tiempo” o no tener la suficiente distancia de los hechos que impidan realizar una evaluación histórica.

Por Hugo Presman

En el caso del peronismo, su verticalidad favorece el ponerse distintas camisetas ideológicas como si fueran una continuidad y nunca una ruptura. Así el senador Miguel Ángel Pichetto, un ejemplo entre miles, puede pasar de ser ultramenemista a ultrakirchnerista sin tener que aclarar nada. Apoyó por ejemplo la privatización del correo con el mismo entusiasmo que su estatización. Es muy fuerte observar que el peronismo atravesó la mayor traición a su historia, como fue el menemismo, sólo con una minúscula ruptura como fue “El grupo de los ocho”. Se aceptó, en muchos casos con una euforia deleznable, el remate de sus banderas, la traición a su historia, el abrazo ideológico al neoliberalismo y concreto con el establishment y la familia Alsogaray. Hoy hacen colas para criticarlo los que asumieron el menemismo y fueron importantes actores. Pero será inútil buscar alguna interpretación partidaria que explique como eso fue posible.

El tercer gobierno peronista

El peronismo, en sus dos primeros gobiernos, estuvo conformado por los trabajadores, las Fuerzas Armadas, sectores del empresariado, lo que constituía la burguesía nacional, franjas de clase media y en buena parte de los primeros diez años con el apoyo de la Iglesia. Su caída se produjo, cuando esta coalición de intereses se desarticuló produciéndose la deserción de sectores de clase media, de las Fuerzas Armadas y la oposición del clero. En diez años, el peronismo cambió la sociedad económica y culturalmente. Alentó la industria, redistribuyó el ingreso, nacionalizó los servicios públicos, fortificó YPF, creo Gas del Estado, desarrolló y aplicó una notable legislación laboral, fortificó al trabajador en la relación laboral, mejoró significativamente la salud, realizó un notable plan de obras públicas y viviendas y esbozó y aplicó con consistencia variable, la política exterior de la tercera posición en un marco de visión latinoamericana como el ABC con Brasil y Chile. La transferencia de ingresos hacia la industria y los trabajadores se realizó expropiando parte de la renta agraria.
Cuando el peronismo accedió al gobierno en 1973, después de un largo período de proscripciones y persecuciones, no lo pudo realizar con su candidato lógico que era Juan Perón, limitado por la cláusula proscriptiva de la residencia en el país al 25-08-1972, sino a través de Héctor Cámpora. En palabras del ensayista Alejandro Horowicz: “Perón no era candidato porque la Libertadora no había sido vencida y esto ocurría porque el peronismo era incapaz de vencer. De ese empate, surgió la candidatura de Cámpora”.
Durante esos 18 años se intentó, con diferente intensidad, en buena parte, desmantelar lo creado y/ o consolidado de 1945 a 1955. La fortaleza de la estructura social y política evitó la profundización de esa política suicida.
La sociedad de 1973 era mucho más compleja y radicalizada que la de 1955. El Frente Justicialista de Liberación Nacional, tenía una conformación diferente. No estaban las Fuerzas Armadas y se habían sumado franjas importantes de la pequeña burguesía nacionalizada y que soñaban con un Perón al tamaño de sus deseos. El empresariado, representado por la CGE, integrado por los medianos y pequeños empresarios, había mermado como consecuencia de las políticas antiindustriales aplicadas. Los sectores juveniles, disputaban la conducción del movimiento, a diferencia de lo ocurrido en la anterior década de gobierno peronista. La Iglesia mantenía una actitud expectante.
Esos sectores juveniles habían sido la base de sustentación de la campaña electoral de Cámpora, un dentista conservador de San Andrés de Giles y cuya mayor virtud reconocida hasta ese momento era su inclaudicable lealtad.
La idea de Perón era volver a aplicar un pacto social entre la CGE y la CGT, cuyos primeros escarceos aproximativos se produjeron durante el gobierno de Agustín Lanusse. A partir del acuerdo social se proponía consolidar la industria nacional y mejorar la distribución de los ingresos de los trabajadores, abrir el comercio con los países del socialismo real, al tiempo que se amenazaba a los sectores agropecuarios con la aplicación del Impuesto a la Renta Normal Potencial de la Tierra, que debía cumplir la función que anteriormente había realizado el IAPI y el congelamiento de los arrendamientos. Ese proyecto nunca llegó a ser ley, a pesar que el peronismo tenía mayoría en las cámaras.
Los sectores juveniles vinculados a la Tendencia y a Montoneros tenían una visión crítica de las dos patas del Pacto Social: Gelbard y Rucci, al tiempo que enarbolaban la consigna de la Patria Socialista. A su vez los sectores más recalcitrantes vinculados al sindicalismo y buena parte de este, querían el apoyo de Perón para desembarazarse de los llegados recientemente que además aspiraban a reemplazarlos de sus puestos de poder.
Encontrarían en José López Rega, secretario y mucamo de Perón, Ministro de Bienestar Social, el coordinador de la contraofensiva que acorralaría a los sectores más contestarios.
En los 49 días de “la primavera camporista” la toma de fábricas, edificios públicos, hospitales, estuvieron a la orden del día.
Esa situación se contradecía con la posibilidad de consolidar el Pacto Social
La confrontación se produjo el 20 de junio de 1973, día del retorno definitivo de Perón, en la Masacre de Ezeiza, en donde los sectores coordinados o aglutinados alrededor de López Rega obtuvieron una victoria que se consolidaría en el discurso del General del día siguiente donde anunciaba la etapa dogmática y el retorno a las 20 verdades peronistas.
Ese día quedó sellado el futuro de Cámpora que viajaba en el avión de regreso y que le llevó a Madrid las insignias presidenciales, la banda y el bastón. También, aunque entonces parecía mucho menos claro, el desplazamiento de los sectores juveniles.
En “Los Cuatro Peronismos” Alejandro Horowicz sostiene: “No se trata del carácter izquierdizante del presidente (Cámpora) ni de los programas explicitados públicamente por las distintas corrientes internas del peronismo, sino de la naturaleza contradictoria de la base social del Frejuli. Era posible que la pequeña- burguesía jacobina se aliara con la clase obrera, a caballo de una transformación de la dirección sindical, o que la burocracia sindical -de común acuerdo con la CGE- quebrara los puentes entre el radicalismo juvenil y el movimiento obrero. Cámpora expresaba la indeterminación entre estas dos alternativas, y precisamente por eso era un aliado difícil de sostener y simple de atacar… Con extremo rigor, Cámpora cae porque no refleja exactamente los intereses de la alianza CGT – CGE… Estaba fuera de los límites de Cámpora auscultar que el arco de fuerzas que lo había llevado al triunfo no podía ser el que lo sostuviera en el gobierno. No solo estaba fuera de sus alcances, ni siquiera formaba parte de la comprensión de la “jota pe” o al menos de su dirección política: los Montoneros”.
Perón, viejo y muy enfermo, convalida su enorme respaldo el 23 de septiembre con el 62% de los votos. De vicepresidenta va su esposa. Perón decidió congelar los problemas internos proyectándolos hacia un futuro incierto cuando su muerte abriera un enorme cráter en la relación de fuerzas. Y ahí los sectores juveniles cometen un gigantesco error. A dos días de ese rotundo triunfo asesinan a José Rucci.
Dice el ensayista, licenciado en filosofía y escritor José Pablo Feinmann, revista Debate del 18 de enero 2007: “Cuando Montoneros mata a Rucci, hace pasar la siguiente bola: hay que tirar el mejor fiambre para negociar del mejor modo. Esta era una frase ya hecha. Es decir, hay que tirar el fiambre apropiado para negociar. Si vos tenés que negociar paritarias, tirás el fiambre de un sindicalista. Los montos estaban contra el Pacto Social. Y los vértices del Pacto eran José Gelbard, Rucci y Perón. Nadie tenía razón. Solo había violencia, muertos y un estado de incerteza”.
Durante 1973 y 1974, el país crece y mejora la distribución mientras el ERP asalta cuarteles, con la insostenible argumentación que no ataca al gobierno popular sino solo a las Fuerzas Armadas y de Seguridad. Empieza a exteriorizarse un accionar de grupos armados de derecha, los mismos que ganaron en Ezeiza.
Perón avanza en sus definiciones. Deja en situación desairada a los diputados de la Juventud Peronista que renuncian. Coloca como intermediario entre él y la Juventud Peronista a López Rega. La conducción de la Tendencia y Montoneros se desliza por un camino de errores. Tratan de hacer sentir el peso de su presencia, el primero de mayo de 1974 en la Plaza, al tiempo que insultan a Isabel y critican a Perón. El General, un temible contragolpeador los denuesta. Los puentes se han roto.
El Pacto Social da algunos síntomas de agotamiento. Perón habla y se despide el 12 de junio, luego de ser descuidado en un viaje increíble al Paraguay, para un hombre que llevaba sobre su cuerpo dos infartos, problemas renales, un adenoma de próstata, pólipos en la vejiga y algunas otras disfunciones menores.
Muerto Perón, Isabel continúa en un clima de notable incertidumbre. López Rega consolida su poder y se asienta en Olivos.
El 5 de julio se concreta la primera reunión de gabinete. Balbín es invitado y habla con circunloquios de las funciones poco claras del Ministro. Gelbard calla y su silencio suicida adelanta la proximidad de su salida, mientras la presidenta respalda a López Rega.
El gobierno de Isabel, junto con algunas medidas positivas, ley de contratos de trabajo, nacionalización de estaciones de servicios, es presionado por el establishment. Empieza, entonces, aplicar las medidas deseadas por los golpistas para evitar el golpe, mientras el accionar de la Triple A, amparado desde el Ministerio de Bienestar Social, asesina y crea un clima de notable terror. El Rodrigazo es el intento de realizar bajo un gobierno peronista desvaído, la política de la Libertadora y un adelanto del Plan de Martínez de Hoz. Es una especie de infarto económico. Su artífice fue el liberal Ricardo Zinn, que durante el menemismo sería el gestor y ejecutor de la privatización de Entel y el que allanó el camino para la privatización de YPF. Capaz de afirmar: “Somos Kriegeristas para devaluar, gomez-moralistas en cuanto a la austeridad, alsogarayistas en la indexación, frigeristas para la adopción de políticas graduales, ferreristas para los retoques periódicos, en suma, iconoclastas sin ideología”.
El Rodrigazo es un escándalo en el contexto social de 1975. La fortaleza social, el accionar de los sindicatos que habían roto con el Brujo, expulsan a López Rega y Rodrigo.
El gobierno se arrastraba hacia el final. Luego de un breve interregno de Cafiero en el Ministerio de Economía, aparece Mondelli, retomando algunas de las premisas de Rodrigo.
Las crisis de salud de Isabel, llevan a su reemplazo transitorio por Luder. La crisis es profunda y es fogoneada por el establishment agrupado en APEGE (Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias). En octubre, el decreto 261 establece el exterminio del accionar de la subversión. En diciembre, el brigadier Capellini levantándose desde la Aeronáutica y Santucho atacando el cuartel Domingo Viejobueno, son el escenario propicio para que Videla, al mando del ejército, de el ultimátum de 90 días.
La suerte estaba echada posiblemente desde la muerte de Perón. Pero el Rodrigazo y la resistencia social que lo esterilizó, convenció a los sectores concentrados de la economía que, para liquidar definitivamente el modelo de sustitución de importaciones y sus sectores dinámicos -trabajadores, sectores politizados de clase media- no alcanzaba con la Triple A, ni con un gobierno que adelantaba varias de las decisiones que se profundizarían en la noche posterior al 24 de marzo.
Los Montoneros, en su pronunciada pendiente surcada de errores, pasan a la clandestinidad, con lo que se aíslan de su base juvenil. A partir de ahí los fierros determinarían definitivamente su política. Y como bien afirmaba el jefe de la FAR, Carlos Olmedo, tempranamente asesinado en 1971: “Los fierros pesan pero no piensan”.
Una muestra de la mezcla de ingenuidad y soberbia de los sectores juveniles lo da la confesión de José Pablo Feinmann en la revista Debate del 18-01-2007: “Nosotros sabíamos que había que crearle hechos de poder a Perón, para que tuviera que aceptar. No teníamos ninguna confianza en Perón. Perón era el tipo que nosotros habíamos fabricado. Alguna vez voy a publicar una foto en la que hay un póster de Perón y yo estoy apoyado en la pared y lo miro así, con una sonrisa sobradora, como diciéndole “yo te voy a dar ideología”. La idea nuestra era darle ideología realmente, una ideología de izquierda. Veníamos del marxismo… Y queríamos encontrar el sujeto revolucionario en el peronismo”
A su vez, desde la ultraderecha, La Triple A, creaba y acentuaba el clima de terror Fueron bandas paraestatales que mataban a nivel minorista, lo que luego las Tres Fuerzas Armadas harían a nivel mayorista. Estas últimas, colocando al Estado íntegro como instrumento, en buena parte clandestino de un plan criminal, cuyo objetivo era implantar un nuevo modelo económico, conformaron lo que técnicamente se conoce como terrorismo de Estado.
Gómez Morales, Rodrigo y Mondelli, afectaron al gobierno de Isabel, mucho más que el deleznable terrorismo de aquellos días, vaciando la relación con la base de sustentación histórica del peronismo.
Las concesiones nunca serían suficientes, y las defecciones aislaban a un gobierno que al final sólo conservaba la legitimidad de origen. Y aún así, sus derrocadores y los intereses que lo alentaban enarbolaban los defectos de este gobierno que, potenciados, aplaudirían como virtudes meses después bajo la dictadura criminal.
El 24 de marzo de 1976, no quedaba nada del frente que, tres años atrás, abrió una enorme esperanza.

El gobierno y los jueces

El gobierno de Kirchner, con sus continuidades y ruptura con la década del noventa, se referencia históricamente con los sectores de la Tendencia desplazados por Perón. Por eso pudo decir, en el acto del 25 de mayo del 2006: ¡Volvimos!
Las declaraciones del Secretario de Derechos Humanos Eduardo Luís Duhalde, en sede judicial, parecieron apuntar no sólo a Isabel sino también a Perón.
En la década de los setenta levantaron la figura de Evita muerta, a la que le atribuían todas las virtudes revolucionarias que no encontraban en el Perón vivo que los combatía. Eso continúa en la actualidad donde la mayoría de las agrupaciones de apoyo al gobierno llevan el nombre de la excepcional mujer. A su lado enarbolan la figura de Cámpora, cuya reivindicación histórica sobreactuada la inició Miguel Bonasso en su libro “ El Presidente que no fue” y continúa José Pablo Feinmann en una reciente nota en Página 12 titulada “La hora de Cámpora”, escrita después que el Presidente recibiera el bastón de mando del Tío en la Casa de Gobierno. Ahí sostiene: “Los milicos lo odiaban como a uno de sus peores enemigos: esto lo honra. “Fue un hombre digno”, dijo Kirchner al recibir los atributos que el hijo y los nietos le entregaron. “Che, Camporita, ¿qué hora es?” Es la suya, querido Tío. La hora en que lo recordamos como lo que usted fue. Algo insólito, extraordinario: un hombre bueno. Llevamos su primavera en el corazón. La llevamos, entre otras cosas, porque nunca más tuvimos otra. Pero todavía estamos aquí, y esperamos”.
Lo que resulta innegable es que la relación entre Perón y Cámpora estaba rota. Lo envió de embajador a Méjico y la firma de la aceptación de su renuncia fue su último acto de gobierno antes de morir. En ella no se reconocen, como es de estilo, los importantes y patrióticos servicios prestados.
Por eso, cuando jueces no caracterizados por su arrojo como Héctor Acosta y Norberto Oyarbide libraron la orden de detención contra Isabel, no resultaba demasiado aventurado suponer que contaban con la cobertura gubernamental. A su vez, los sectores más tradicionales, sindicales e históricos del peronismo percibieron con certeza que esto terminaba en Perón y llenaron las paredes de la Capital con afiches “No jodan con Perón”.
En algún momento, la peligrosidad de la apertura de esta caja de Pandora que podría alcanzar a algunos funcionarios del gobierno integrantes de lo que entonces se calificó como “juventud maravillosa” llevó a la voz del presidente, el diputado Carlos Kunkel, su antiguo jefe en la militancia universitaria, a declarar al diario Clarín, el 24 de enero: “Perón ni remotamente tuvo que ver con la Triple A; Isabel, no creo”.
A la semana siguiente, el juez Oyarbide sostuvo lo mismo.
El Perón muerto incluso fue trasladado con poca pompa y cuidado a San Vicente, donde se volvió a consumar una remake trucha, con otros protagonistas, de la Masacre de Ezeiza, afortunadamente sin víctimas mortales.
Jorge Rulli, un referente histórico de la resistencia peronista escribía en su editorial semanal del 28 de enero: “Durante muchos años, los apresurados y violentos de entonces, muchos de ellos reconvertidos hoy en doctrinarios de los derechos humanos, solo quisieron ver y juzgar las consecuencias de lo que ellos mismos ayudaron a desatar, pero nunca las propias responsabilidades en el desbarranque de la Nación”
Julio Bárbaro, diputado en la década del setenta, en Debate del 18 de enero escribe: “Si el paso del tiempo no nos demostró que el General la tenía más clara que nosotros, es que no aprendemos ni con la razón ni con la derrota”.
Lo que se abrió inevitablemente fue un debate histórico cuya perdurabilidad estará posiblemente sujeta a los avatares y necesidades de las urgencias políticas actuales.