Irak:

Adiós al represor

Durante sus años de gobierno supo dividir y triunfar, inició dos guerras contra países vecinos, y entre otras cosas, hizo desaparecer a, por lo menos, 200.000 de sus compatriotas. Es verdad: sus esbirros no viajaban en coches tipo Ford Falcon, sin chapa, y no hablaban castellano. Pero supo darle a la palabra desaparecido su tono sudamericano en el Medio Oriente.

Por Jorge Hasper (Desde Israel)

Se trata del ex presidente y recientemente ejecutado Saddam Hussein. Como prueba de su «línea nacional y popular» podemos citar informes de Amnistía Internacional en los cuales se contaba de la desaparición de un líder chiíta opositor. Pero Hussein, para no ser menos, hizo desaparecer a otros 5.000 familiares cercanos y lejanos miembros de la ‘jamula’, del clan del líder chiíta.

Sus ‘grupos de tareas’ cruzaron también las fronteras de Irak, y hay quienes hasta el día de hoy quieren saber dónde están sus familiares esfumados de Kuwait durante la guerra de 1991.

El alcance de la política de desapariciones de Saddam saltó a la opinión pública después de su caída y la invasión norteamericana. A lo largo y a lo ancho de Irak se encontraron tumbas colectivas. Al parecer no se le ocurrió darles pentotal a las víctimas y tirarlos de aviones sobre el Golfo Pérsico o Arábigo. Y es que el ex presidente iraquí fue el ‘chupador’ número uno del Medio Oriente, ni la Mujabarat (servicio de inteligencia) de Jafez el Assad de Siria llegó a sus logros.

Fuera de su política de desapariciones, no podemos dejar de comentar otro de sus aportes a la región: el uso de armas de destrucción masiva. No solo tirar armas químicas sobre la aldea kurda iraquí de Jalabas, ya que ellos no le eran leales -asesinando a unos 8.000 civiles en minutos- sino también usando gases en su guerra iniciada contra Irán. Y por eso, el gobierno de Teherán pidió juzgarlo por esos crímenes.

Hubo un punto en el que Saddam no fue un renovador, ni un campeón, sino solo un fiel representante de la región: la importancia que él le concedió a la familia nuclear y al clan en su manejo de asuntos de gobierno.

Así como nombró a sus hijos en puestos claves de gobierno, lo mismo podemos decir de «Jimmy» Jamal Mubarak, el hijo del actual presidente egipcio que está pasando en estos años su época de preparación para sustituir a su padre. O Bashar el Assad, el actual presidente de Siria, que tomó el poder luego de la muerte de su padre. Todos ellos estiman de sobremanera el nepotismo y sus virtudes.

Lamentablemente, no podemos decir que la ejecución del ex dictador implica una nueva etapa en la vida de Irak.

Ya hace meses que una guerra civil no declarada, y negada por George Bush, estremece las calles iraquíes. Y quizás, éste sea el legado que quiso dejar el ex presidente a sus compatriotas: la continuidad de la violencia.