Fin de la coalición de Bennett: ¿crónica de una muerte anunciada?

Con motivo de la disolución de la Knesset anunciada por el primer ministro israelí, Naftali Bennett, Leonardo Senkman repasa la configuración partidaria de la coalición gobernante en Israel, analizando sus tensiones internas. ¿Cuál es la raíz de la actual crisis política israelí? ¿Cuáles son los desafíos económicos, nacionales, religiosos y partidarios que se abren camino a las próximas elecciones?
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

Emblemático el destino de la coalición del primer ministro israelí, Naftali Bennett, que acaba de anunciar su disolución al cumplir el primer año. Pudo nacer gracias a que un partido árabe islamista, por primera vez en la historia de Israel, ayudó a formar un gobierno muy heterogéneo de 61 diputados. Pero, tal como Bennett reconoció, el detonante que liquida su coalición es el vencimiento de la legislación de emergencia en Judea y Samaria. “A diferencia de la oposición, no acepté dañar al Estado de Israel”, acusó Bennett. Sin embargo, se abstuvo de acusar a diputados de su propio partido ultranacionalista que se niegan a votar con la coalición para prorrogar regulaciones que garanticen el apartheid en territorios palestinos de Cisjordania. Acusarlos habría sido reconocer públicamente su fracaso como líder fundador de Yamina.
Sin contar con una base política cohesionada de derecha religiosa, Bennett hizo malabarismo en la cuerda floja parlamentaria con una coalición gobernante integrada desde junio de 2021 por ultranacionalistas religiosos junto a militantes antisionistas musulmanes de Ra’am (Lista Árabe Unida, afiliada a la rama Sur del Movimiento Islámico), excepcional antecedente positivo en la historia política israelí. Además, el Premier también tuvo que hacer malabarismos con ministros y diputados tanto del centro (Kajol Labán de Ganz), con derechistas ex Likud (Tikvá Jadashá de Guideon Saar e Israel Beiteinu de Avigdor Liberman), y ministros y diputados sionistas “progresistas” de izquierda (Meretz y el Laborismo).
Significativamente emblemáticas fueron las contradicciones políticas y los antagonismos ideológicos dentro del partido Yamina, que provocaron la deserción de Idit Silman y Amichai Chikli. En abril, la ecléctica coalición perdió su mayoría parlamentaria tras el abandono sorpresivo de la diputada Idit Silman, jefa de la formación Yamina. El muy publicitado encontronazo con el ministro de salud, Horowitz de Meretz, una semana antes de la renuncia de Silman (alegando la introducción de jametz en alimentos leudantes en hospitales), fue un catalizador, no la causa real de la crisis política. Según Uri Misgav (Haaretz, 7 de abril), Silman pretextó una querella identitaria oponiendo “judaísmo versus israelidad”, al denunciar que el “carácter judío de Israel” no estaba siendo asegurado por una coalición “tref”. Y pese a que había trabajado “por mantener la unidad política de la coalición”, su verdadera motivación es religiosa, étnica y nacional anti árabe: “desgraciadamente, no puedo perjudicar a la identidad judía de Israel”, indicó Silman en un comunicado. No extraña que, enseguida, Netanyahu la bendijo: «Idit, acabas de demostrar que lo que guía tu comportamiento es la identidad judía de Israel, la Tierra de Israel, y te recibo de nuevo en el campo nacional”, le dijo en un video.

Remolinos políticos en la derecha religiosa dentro de la coalición
Desde las últimas semanas, la coalición estaba haciendo agua desde adentro y se ahogaba en numerosos remolinos políticos dentro de la minúscula base partidaria de Naftali Bennett. La ausencia de un partido de derecha sionista religioso homogéneo y con cohesión no es reciente en la trayectoria del frustrado primer ministro.
En diciembre de 2018, Bennett estuvo entre los parlamentarios que abandonaron el partido El Hogar Judío (Habait Haiehudí), antecesor de Yemina, y formaron el partido disidente Nueva Derecha, que en las elecciones a la Knesset de abril de 2019 no logró cruzar el umbral electoral mínimo: Bennett perdió su escaño. En junio de 2019 dejó el gobierno después de que Netanyahu lo destituyera de sus cargos como Ministro de Educación y Asuntos de la Diáspora.
Luego de una segunda elección en septiembre de 2019, Nueva Derecha formó una alianza electoral con El Hogar Judío y la Unión Nacional-Tkumá, denominada Derecha Unida, la cual poco después pasó a llamarse Yamina, liderada por Ayelet Shaked. La lista ganó siete escaños en las elecciones y Bennett recuperó el suyo en la Knesset. En noviembre de 2019, se reincorporó al gobierno de Netanyahu como Ministro de Defensa. Después de disolverse brevemente, la alianza Yamina se recompuso en enero de 2020 antes de las elecciones de la Knesset y Bennett sucedió a Ayelet Shaked en la jefatura de Yamina, que ganó seis escaños. En mayo de 2020, Rafi Peretz, líder de El Hogar Judío, decidió separarse de la alianza y Yamina anunció que pasaría a la oposición, poniendo fin al mandato de Bennett como Ministro de Defensa. Tkumá, que cambió su nombre a Partido Sionista Religioso, se separó de Yamina en enero de 2021. A pesar de la deserción, Yamina ganó siete escaños en las elecciones de la Knesset en marzo de 2021.
En el trasfondo de estas secesiones previas no extraña que la ministra del Interior, Ayelet Shaked, el viceministro Avir Kara y el diputado Nir Orbach, todos ellos del partido del primer ministro, también amagaban con marcharse. Orbach lanzó su primer ultimátum si Bennett no aprobaba la construcción de más unidades de asentamiento y se comprometía a no evacuar el asentamiento ilegal Eviatar, aprobado en febrero pasado por el ex fiscal general Avichai Mandelblit y acordado por Bennett, Shaked y el ministro de Defensa, Benny Gantz.
Shaked, Orbach y Kara dieron un paso atrás después de las promesas de nuevas unidades de asentamiento, pero Orbach se negó a retirar su ultimátum, mientras negociaba entrar en el gobierno alternativo que prepara Netanyahu. Si no quisiera enfurecer al presidente estadounidense Joe Biden durante su próxima visita a Israel, Bennett podría haber congelado su aprobación de nuevas unidades de asentamiento en Jerusalén, pero tuvo miedo que pudiera empujar a Orbach a abandonar la coalición.
El segundo ultimátum fue lanzado por Orbach el martes 14 de junio al conminar al primer ministro a lograr una votación positiva en la Knesset hasta el 1 de julio para hacer pasar la legislación que regula el apartheid en los territorios. Orbach tiene el respaldo de otros tres diputados dispuestos a desertar de la coalición, mientras dejaba trascender que Netanyahu ya le ofrece un ministerio en el futuro gobierno.
Simétrica, pero inversamente, la diputada palestina israelí Ghaida Rinawie Zoabi de Meretz prioriza tópicos identitarios árabes en su disidencia partidaria: primero, al votar contra un proyecto de ley sobre el reclutamiento a Tzahal de ultraortodoxos; después, al protestar por otro proyecto de ley de la coalición que restringe la unificación familiar de palestinos casados con israelíes; finalmente, Zoabi votó contra la reanudación de la vigencia de legislación colonial en los territorios, en vigor desde 1967 y que el parlamento prorroga cada cinco años. Regula nada menos que el sistema de apartheid impuesto a los palestinos, además de garantizar la identidad judía de los colonos israelíes en los territorios conquistados. Pero Tzahal prefiere la aséptica nomenclatura en hebreo de la latina “occupatio bellica” (B. Michael, “El Estado de Israel contra la «ocupación», Haaretz, 6.6.22).
La parlamentaria de Meretz renunció a los cargos en la coalición, pero se negaba a dejar su escaño: “Voté contra la ley para extender la vigencia de las así llamadas regulaciones de emergencia en Cisjordania. Es mi deber estar en el lado correcto de la historia al no dar legitimidad a la ocupación, apoyando el derecho básico del pueblo palestino a establecer un estado junto al Estado de Israel”, declaró Zoabi.
Otro diputado de Meretz, Mazen Ghanayim, votó en contra, junto con Rinawie Zoabi. Cuatro parlamentarios se ausentaron en la primera lectura, tres de Ra’am, al igual que Idit Silman de Yamina, quien ya había renunciado a la coalición semanas atrás.

Lealtades étnicas e identitarias y crisis política
Sin duda, lealtades étnicas e identitarias jugaron un rol decisivo en la actual crisis política de la coalición, tanto por diputados árabes de la izquierda sionista como entre diputados rebeldes palestinos israelíes islámicos. Así, Mansur Abbas de Ra’am no logró impedir que uno de sus diputados, Mazen Ganaim, vote en contra, emulando la conducta de Ghaida Rinawie Zoabi. En resumen, fracasó la votación para prorrogar la vigencia de la legislación “provisional” que extiende desde 1967 los derechos civiles israelíes a cerca de 450.000 colonos en territorios palestinos, detonante de la caída de la coalición.
El bloque de la oposición, integrado por el Likud y partidos nacionalistas religiosos comprometidos desde siempre con el apartheid en los territorios, exhibió la hipocresía política de su jefe populista. Por primera vez, el bloque de Netanyahu estuvo dispuesto a traicionar su ideología votando en contra de prorrogar las regulaciones del apartheid: su designio de derribar a la coalición de Bennett-Lapid- Mansur Abbas-Zoabi cree que haría olvidar la traición. “Netanyahu y sus amigos han abandonado a los colonos”, acusó el ministro de Finanzas, Avigdor Lieberman, quien vive en un asentamiento al sureste de Belén. Cínica y maquiavélicamente, el dedo acusatorio del bloque populista de derecha y fundamentalistas ortodoxos apuntaba solamente a los diputados árabes de los “partidos traidores”, esa “quinta columna” del Meretz izquierdista y los islamistas de Ra’am.
Una vez más, la política fundamentalista de la derecha israelí azuza el fantasmagórico peligro que acecharía a “la identidad judía israelí” de los colonos en Judea y Samaria. Y una vez más, el fin justifica los medios, exactamente igual tanto para la derecha conspirativa como para los parlamentarios de Meretz y el Laborismo quienes creen que, en política, “el anti Bibi” lo justifica todo.

Frustración y rabia del electorado árabe
La frustración y rabia del electorado árabe respecto al gobierno de Bennett, que suponía poder comprar su adhesión política solo con millonarios presupuestos, fue recientemente cuantificada por una diputada de la Lista Árabe Unida. Según estadísticas de B’Tselem, durante el año del actual gobierno fueron muertos 102 palestinos por fuerzas de seguridad del ejército y la policía, 640 palestinos continúan bajo arresto sin proceso alguno, además de 570 edificios residenciales que fueron destruidos en los territorios ocupados. Y, según datos de Shalom Ajshav, 7292 unidades de vivienda han sido programadas en Cisjordania y fueron licitadas 1550 unidades adicionales. También el gobierno continúa el plan de construcción de 3500 casas en Jerusalén Este (MK Aida Touma-Sliman , Haaretz, 8.6.22, p. 11)
Asimismo, el gobierno hizo oídos sordos a las protestas internacionales de la Unión Europea (UE) que condenó el fallo judicial en Israel aprobando el desalojo “por razones militares” de más de mil ciudadanos palestinos en Cisjordania para instalar un campo de práctica de tiro.
A pesar de su apoyo general a la solución de dos estados, los israelíes palestinos estuvieron bastante divididos sobre el destino del gobierno de Bennett. Por un lado, la coalición gobernante disfrutó del apoyo en la Knesset de Ra’am. Su líder, Mansour Abbas, declaró a la periodista Rina Matsliah en TV Canal 12 que no permitirá la disolución de este gobierno, “incluso si recibo un compromiso de Netanyahu para estar en su coalición después de las elecciones”. Abbas y sus partidarios afirman que hasta el 68 por ciento de los palestinos en Israel aprueban la participación de Ra’am en el gobierno. Aunque las afirmaciones de Mansour Abbas suenan egocéntricas y exageradas, según una encuesta de la Universidad de Haifa recordada por la periodista, el 32 por ciento restante del público palestino en Israel no apoyaba al gobierno de Bennett, al cual calificaban como la coalición más racista en la historia de Israel. Otros miembros palestinos de la Knesset se negaron a unirse a la coalición y no les importa verla colapsar. De hecho, los miembros de la rival Lista Conjunta de Ayman Odeh, Ahmad Tibi, Aida Touma-Sliman y Sami Abu Shahadeh han instado a Abbas y sus colegas de Ra’am a retirarse de la coalición para dejar de legitimar sus políticas anti-palestinas.
Conforme a una encuesta en diciembre 2021, realizada por el Programa Konrad Adenauer para la Cooperación Judeo-árabe en el Centro Moshé Dayan de la Universidad de Tel Aviv, el sector árabe israelí habría estado menos que entusiasmado con el desempeño del gobierno de Bennett-Lapid. La mitad de los encuestados (51 por ciento) sentía que la coalición no durará cuatro años completos hasta las próximas elecciones. La mayoría (56,2 por ciento) opinaba que Ra’am debería exigir un cargo ministerial en el gobierno (ministro o viceministro) en lugar de simplemente ser parte de la coalición. Solo el 14,4 por ciento apoyaba la decisión de Ra’am de unirse a la coalición sin exigir un cargo ministerial y el 15,5 por ciento estaba convencido que no debería haberse unido a la coalición en absoluto. Una gran mayoría de los encuestados (71,4 por ciento) apoyaba la idea de que la Lista Conjunta (Hadash, Ta’al y Balad) incorpore a Ra’am.
La estrategia de la derecha opositora parlamentaria del Likud y sus aliados religiosos ortodoxos fundamentalistas, además de diputados de la extrema derecha, para derribar a la coalición Bennett-Lapid carecía de escrúpulos para echar mano de los más cínicas coartadas: no solo la violencia denigratoria fascista sino también la incitación anti árabe para combatir a Mansur Abbas quien había sido “blanqueado” en su momento por el mismo Netanyahu. Similar canallada ya utiliza Netanyahu para inaugurar la quinta campaña electoral.
Lamentablemente, la impotente respuesta de Bennett a la agresiva ofensiva contra su gobierno es la Carta Publica de veintisiete páginas en la que además se desentendía de las críticas de amplios sectores de la sociedad civil. Un aspecto descuidado por la coalición es la política económica que afecta a las clases medias en materia de vivienda y carestía de la canasta familiar. Bennett se consolaba imaginando ingenuamente una “mayoría silenciosa” que lo apoya. En sus propias palabras: “Si no queremos ir hacia atrás, debemos actuar. Esta carta es un llamamiento a la acción”, enfatizó Bennett en su misiva, donde fantasea que “la mayoría silenciosa” está “satisfecha” con la existencia de “un gobierno tranquilo y funcional”.
Algunos comentaristas incluso critican el lenguaje en algunos tramos de la extensa Carta Pública porque, torpemente, también ataca por extensión a sefardíes y orientales dentro del bloque de partidarios de Netanyahu a quienes responsabiliza por las “maniobras conspirativas” para derrocar a su gobierno.
No obstante, ni una palabra decía el primer ministro sobre candentes temas económicos populares como la suba de la vivienda, que afecta a más de dos millones de inquilinos que obviamente forman parte de la imaginada “mayoría silenciosa” porque acusan al gobierno de no cumplir las promesas electorales.

Cara y ceca de la moneda israelí
El ministro de Finanzas, Avigdor Lieberman, se jacta de que el gobierno haya logrado aprobar el presupuesto y que haya conseguido llegar a déficit cero. A tales efectos, la publicidad oficial en los medios giraba en torno a los impresionantes logros económicos que, en verdad, no tienen precedentes. El año pasado, las inversiones directas a la economía israelí vía empresas tecnológicas privadas subieron a 25.000 millones de dólares, más del doble de la cifra de 10.000 millones de dólares de 2020, que en sí misma fue un récord. En la primera mitad de este año, ya han ingresado 14.000 millones de dólares. Si la tendencia persiste, se prevé que la inversión interna este año superará el total del año 2021. El movimiento de capital hacia Israel comporta un aumento de la demanda de shekels y, consecuentemente, la moneda nacional queda fortalecida: en 2021 subió en un 20% frente al dólar.
El eco sistema de alta tecnología le ha posibilitado a Israel recuperarse rápidamente de la pandemia, generando nuevos puestos de trabajo y una veloz recuperación económica. Las Start-Up israelíes ocupan el primer lugar en materia de ciberseguridad y son también las primeras en el terreno agrícola (AG Tech), la medicina High tech (MedTech) e incluso – asombrosamente – disputan la primacía en la inteligencia artificial (AI) con las chinas y las estadounidenses. Más aun, en el último año, firmas Start-Up israelíes incluso han comenzado a comprar otras Start-up a escala global, tanto en Estados Unidos, como en Europa o la República Popular(1).
Estos deslumbrantes éxitos macro económicos, sin embargo, no explican por qué la clase media y los sectores populares están descontentos con el gobierno así llamado Shinui, “del cambio”. No solo el paro de maestros a nivel nacional lleva meses sin conseguir aumento y mejoras salariales, sino que también los precios de la vivienda en Tel Aviv aumentaron un 14% en el primer trimestre de 2022, según el Instituto de Bienes Raíces G City de la Universidad Reichman, mientras que el precio promedio nacional de una casa en Israel en el primer trimestre de 2022 aumentó el 3,4%.
Hasta marzo, los precios de la vivienda en Israel continuaron aumentando, más del 16.5% interanual y del 2% entre febrero y marzo, siendo los aumentos más pronunciados en una década. El continuismo de la política económica neoliberal a ultranza es una evidencia: “el gobierno tiene las mismas políticas que han estado vigentes durante más de diez años”, dijo Aarón Krasner, el jefe de Anglo Mortgages con sede en Jerusalén, a The Times of Israel. La población sigue creciendo más rápido que la oferta de viviendas en Tel Aviv, la sexta ciudad más cara del mundo (el año pasado ocupaba el séptimo puesto).
La polarización en sectores de la economía y las diferencias de salario en Israel se acentuó durante el último año. El sector de alta tecnología representó más de la mitad de las exportaciones totales del país. Según el reciente informe de la Autoridad de Innovación de Israel (IAA), la alta tecnología representó el 54% de todas las exportaciones de Israel en 2021. El informe muestra que más de uno de cada diez trabajadores, aproximadamente 362.000 personas, ahora están empleados en alta tecnología. En contraposición, el Ministerio de Finanzas y los sectores de empleadores se oponían a propuestas de aumentar con equidad el salario mínimo, el cual no se toca desde el año 2017. Tampoco se actualizan desde hace años las asignaciones a la vejez del Seguro Social.
La performance de la Histadrut fue lamentable: exigía el aumento del salario mínimo en dos o tres cuotas durante los próximos dos años. Pero los opositores sostienen que una suba de salarios aumentará la tasa de desempleo y perjudicará la reinserción laboral de muchos trabajadores jóvenes que se quedaron sin trabajo durante la pandemia de coronavirus.
Finalmente, la iniciativa de aumentar el salario mínimo fue presentada con éxito por el bloque opositor al gobierno: apenas se logró un aumento mendaz del 13,2% durante los próximos tres años, de tal modo que de 5.300 shekels el salario mínimo se elevará gradualmente hasta los 6.000, pero “tendría en cuenta el estado del mercado laboral y las limitaciones presupuestarias” (sic). Pese que la votación fue insignificante (23 votos a favor y 4 en contra en la Knesset), asestó otro duro golpe político a la acosada coalición gobernante. Los legisladores del Partido Laborista y de Meretz que abandonaron el plenario se desprestigiaron completamente.

Pájaro de mal agüero
Al finalizar estas líneas, oigo que el primer ministro Bennett, junto al titular de Exteriores, Yair Lapid, anuncian que presentarán una propuesta de disolución del Parlamento con el objetivo de convocar nuevas elecciones, la quinta en tres años. Mientras tanto, Lapid asumirá el cargo de primer ministro. Sin embargo, el pesimismo atraviesa la opinión pública, que teme que estas quintas elecciones no logren sacar de la crisis al país sin un profundo cambio del sistema electoral israelí.
Lamento concluir este artículo como pájaro de mal agüero, pero yo también temo que la fracasada coalición, en vísperas de nuevas elecciones, repita los mismos errores de las anteriores elecciones. Pese a la imperiosa necesidad de evitar el triunfo del bloque populista de derecha religiosa y fundamentalista, es necesario un programa alternativo que no sea otra vez solo la consigna “Frenar a Netanyahu”.
Posiblemente se logre un realineamiento entre las fuerzas de la coalición anti Bibi: tal vez desde la izquierda se podría superar la fragmentación sectaria que impide una alianza electoral entre el Laborismo, Meretz y grupos de centro-izquierda, mientras que en la arena política árabe se produciría una reconciliación táctica entre la Lista Árabe Unida y la Lista Reunificada Árabe que podría alentar el aumento de la participación electoral de los palestinos israelíes. Asimismo, el odio anti Bibi compartido podría conseguir alinear un frente de centro derecha entre Kajol Laban de Benny Ganz, Gideon Sa’ar de Tikvá Jadashá e Israel Beitenu de Avigdor Liberman.
Pero el anti-Bibismo no es suficiente para comprender cambios en la dinámica sociopolítica e ideológica del electorado, completamente polarizado en Israel. Por un lado, el sionismo de izquierda continúa resistiendo comprender el profundo proceso de palestinización de los árabes israelíes, quienes no están dispuestos a escindir de su ciudadanía israelí la nacionalidad y el destino del pueblo palestino que lucha contra el colonialismo civil-militar hebreo. Por otro lado, recíprocamente, el liderazgo y los intelectuales palestinos israelíes exigen legítimos derechos de ciudadanía e igualdad dentro del estado judío, al mismo tiempo que reclaman legítimos derechos nacionales como parte del pueblo palestino. Sin embargo, se niegan a aceptar la soberanía sionista de Israel. Más aún, muchos de ellos condicionan la reconciliación histórica de ambos pueblos a que los israelíes gocen solo de derechos democráticos de ciudadanía pero que renuncien a las aspiraciones nacionales sionistas del pueblo judío.
Sin embargo, ninguna posible coalición multisectorial contra el populismo de la derecha neoliberal del Bibismo y de sus aliados fundamentalistas sobrevivirá futuras crisis políticas y sociales si en su programa no cuestionan la injusta política neoliberal. Mucho menos sobrevivirán diputados de la izquierda judía y árabes que otra vez justifiquen, por “razones tácticas”, las regulaciones que legalizan el apartheid.
Pese a éxitos como el control de la pandemia con ocupación plena, recuperación rápida de la economía y el deshielo diplomático con países islámicos, ninguna futura coalición de centro izquierda con árabes consentirá que la policía reprima a manifestantes palestinos en Jerusalén durante el mes de Ramadán y se sigan autorizando marchas provocativas con banderas de decenas de miles de ultranacionalistas judíos en el barrio musulmán de la Ciudad Vieja.

Coda
Terminaba una versión anterior de este artículo (previa al nuevo llamado a elecciones) justo en los tristes momentos en los que estaban diciendo el Kadish al gran escritor A. B. Yehoshua, fallecido hacía pocos días. Este valiente y lúcido escritor israelí tuvo el coraje cívico y la heterodoxia ideológica necesaria para hacer pública su última convicción. Preocupado por la identidad judía en su patria, el talentoso intelectual escribió en 2018 un ensayo testimonio, un verdadero testamento político. Allí confesaba su esperanza de que el porvenir del sionismo estaría mucho más asegurado en un solo y compartido estado democrático israelí-palestino. También él se convenció de que la solución de dos estados ya había sido frustrada.
Pese a sentirnos huérfanos por la muerte del impar intelectual israelí, la valiosa obra literaria y el lúcido pensamiento crítico de A. B. Yehoshua ya forman su inescindible legado para invitarnos a reflexionar sobre la reconciliación nacional entre ambos pueblos enfrentados. Bendita sea su memoria.

1) “Economía de Israel cierra 2021 con crecimiento trimestral extraordinario”, Bloomberg Línea