Del avance de la extrema derecha a la oportunidad (¿perdida?) de la izquierda

El débil triunfo de Macron y la Unión Europea

Los franceses y las francesas le confiaron un nuevo mandato a Emmanuel Macron, quien gobernará por cinco años más un país cuyas posiciones políticas se encuentran fragmentadas y con vistas a que se mantenga, aunque con alianzas estratégicas, de la misma forma para las próximas elecciones legislativas de junio de este año.
Por Federico Glustein

En una jornada marcada por el alto nivel de abstencionismo electoral, que con un 28,2% representó el más alto desde la elección de Georges Pompidou en 1968 y un 6,7% de sufragios en blanco, el actual mandatario obtuvo el 58,5% de los votos, mientras que su rival, la ultraderechista Marine Le Pen, poco pudo sumar en cantidad de votantes, sobre todo porque un solo candidato, Eric Zemmour, le dio abiertamente su apoyo público tras la primera vuelta.
Emmanuel Macron, el primer presidente en ser reelecto en veinte años, tiene un papel fundamental para esta nueva magistratura. Con el conflicto en Ucrania que aún no finaliza, la inflación en Europa comienza a acercarse a dos dígitos, la Unión Europea pierde fortaleza y posición global, mientras que los dos extremos políticos en Francia plantean cuestiones opuestas a la hora de llevar a cabo las políticas públicas, sumado a la conflictividad social producto de la pandemia y el escenario caldeado relacionado con el exponencial crecimiento de musulmanes en territorio francés.

Centroizquierda a centroderecha, las facetas de un presidente con poco apoyo
Dependiendo del analista en cuestión, Emmanuel Macron puede ser catalogado de derecha, para los izquierdistas más puristas, de izquierda para los derechistas más extremos, o de centro, de acuerdo al alineamiento europeo de su partido, La República En Marcha, que integra el bloque “Renew Europe” o Renovar Europa, de demócratas a liberales, junto a otras fuerzas denominadas “de Centro Liberal” que van del centro a la centroderecha o de su alianza en Francia, Ensemble Citoyens (Juntos Ciudadanos), que integran al movimiento de centroizquierda verde En Común, al Partido Radical -histórico aliado del socialismo- hasta el centroderechista Horizontes, del exdiputado de Los Republicanos Édouard Philippe.
Sin embargo, no es casualidad que este político que empezó en el “ala derecha” del Partido Socialista francés, quien fuera funcionario del primer ministro de centro derecha François Fillion, y Ministro de Economía del presidente François Hollande, tenga como premisa “romper la bipolaridad” entre izquierda y derecha, o entre “socialistas y republicanos” para hacer algo nuevo, “superador” y que no lo pueda llevar a cabo plenamente.
Esa superación no solo no se vislumbró en la primera vuelta electoral, donde la diferencia con Marine Le Pen fue de cinco puntos y con Jean Luc Melenchon de menos de siete, sino que esta división de a tercios pone en jaque la gobernabilidad, dado que probablemente se complejice debido a que si bien en la actualidad cuenta con una mayoría parlamentaria, puede que tras las legislativas de junio de este año se acabe la hegemonía y haya que buscar consensos, algo difícil por la polarización a la que llegó la política francesa.
La suma total de votos de la segunda vuelta -18,7 millones, duplicando en cantidad a los obtenidos en la primera- no condice con la cantidad de apoyos resultantes de los otros espacios políticos. Según la consultora IPSOS, el 42% de los sufragios a Macron fueron para “frenar a la ultra derecha”, es decir, una gran cantidad de votantes de las distintas expresiones de izquierda y centroizquierda eligieron al “mal menor”. En efecto, el andamiaje del gobierno se ralentiza cuando no hay un sustancial sustento popular y no solo eso, sino que hasta sostener el destino que lleva actualmente adelante va a tener resistencias.
No es casualidad que los estudiantes de La Sorbona, quienes mayoritariamente apoyaron a las distintas variantes de izquierda, se hayan movilizado previo a las elecciones de segundo término en contra de ambos candidatos, a quienes consideran de derecha y que van a profundizar las desigualdades. Tampoco lo es con las manifestaciones de chalecos amarillos en las principales ciudades francesas y otros movimientos de derecha contra el globalismo, la “islamización” de Francia o la entrega del país a minorías y al “movimiento woke”.
La población le ha demostrado que no tiene una green card para hacer de la gestión de gobierno lo que quiera y cada vez son mayores las protestas. El partido de Macron no gobierna ninguna de las trece regiones de Francia y quienes concentran el poder son las estructuras tradicionales partidarias, la izquierda y la derecha dominan los sindicatos y el único factor de poder que le queda es la escala regional europea y su posición global, aunque puertas adentro no signifique mucho.

El crecimiento sin precedentes de la extrema derecha –y Marine Le Pen- y sus consecuencias
A lo largo de los recientes números de Nueva Sion recorrimos el escenario global de crecimiento de la extrema derecha, analizamos los porqués, pormenores y contextos. Es un fenómeno que está sucediendo en forma ascendente y amenaza con derribar y cercenar derechos sociales, políticos y culturales conseguidos mediante varios métodos, sobre todo luchas populares y movilizaciones multipartidarias y convenciones básicas sobre estándares de vida en el sistema en el que estamos inmersos.
En esta oportunidad analizamos a Francia y la extrema derecha francesa. Qué decir de Eric Zemmour, el francés judío rama africana, que no haya dicho Enrique Herszkowich en estas páginas hace unos días. Por eso me voy a detener en la derrotada en la segunda vuelta electoral, Marine Le Pen.
Ella es la hija de Jean-Marie Le Pen, quien fundase el Frente Nacional en 1972, un movimiento político racista y antisemita, negador del Holocausto y supremacista. En 2011, luego de escalar varias posiciones en el partido, logró expulsar a su padre tras que este dijera públicamente que “las cámaras de gas de los nazis no habían sido más que un detalle de la historia”. Es así que en algún aspecto buscó “suavizar” la imagen partidaria, hasta cambiando su nombre a “Agrupación Nacional”, no muy distinto, aunque con mayor presencia de mujeres y personas LGBTI en el armado, algo que Jean Marie no permitió ni hubiera permitido. Es más, como dato de color: Jean Marie pidió el voto para Zemmour y no para su hija, un poco por resentimiento pero otro tanto por inclinación ideológica. Votar a un judío ultraderechista o a una supuesta defensora LGBT era el quid de la cuestión.
Ese reperfilamiento de la imagen de ella y del partido trajo consigo un crecimiento en el caudal electoral del viejo Frente Nacional. En las elecciones presidenciales del año 2012 sacó el 17,9%, en 2017 tuvo un 21,3% en primera vuelta y un 33,9% en la segunda vuelta, mientras que en las recientes obtuvo el 23,2% en la primera y un 41,5% en el balotaje. Sin embargo, no toda la derecha se abroqueló en su figura, dado que Valérie Pécresse -presidenta de la región Ile de France y candidata de Los Republicanos, el partido de los expresidentes Jacques Chirac y Nicolás Sarkozy- apoyó públicamente a Macron, mientras Jean Lasalle decidió no hacerlo por ninguno de los candidatos. Los límites a sus ideas y a su figura en la derecha todavía es fuerte y podría llevar algunos años unir a todo ese arco político.
Con un marcado perfil de campaña contra la inmigración, sobre todo los islámicos, sus principales ejes se basaron en suprimir la “ideología de género”, prohibir el velo en público, nacionalizar la industria y el comercio y dirigir el programa social solo para “los franceses”. Sin embargo, Le Pen fue abandonando algunos de sus preceptos, como la eliminación del euro y la salida de Francia de la Unión Europea, así como aminorando su cercanía con Vladimir Putin, quien en varias oportunidades la ha destacado.
Pese a todo ello, su dialéctica nacionalista y la petición de sacar a Francia de la OTAN, suprimir el FMI, la OMS y la OMC, la ha acercado a dirigentes nacionalistas de izquierda y a una masa de votantes de ese espectro al punto tal que para la campaña admitió que permitiría en su eventual gabinete a ministros de izquierda, sobre todo de La Francia Insumisa, de Melenchon. Sin entrar e detalles, eso le pudo haber cerrado la puerta para seguir creciendo a futuro.

La fallida y futura unidad de la izquierda
La izquierda en Francia no pudo llegar a la segunda vuelta, y por ende perdió una oportunidad histórica de dejar en tercer lugar a la derecha extrema, la cual crece no solo en el país de la liberté, egalité y fraternité, sino en Europa y el mundo. A Jean Luc Melenchon, el líder de Francia Insumisa, el partido de izquierda popular, le faltaron 450 mil votos para dejar atrás a Marine Le Pen.
Melenchon fue miembro del Partido Socialista, en el que ocupó varios cargos a lo largo de su derrotero político, alcanzando el Ministerio de Educación en el gobierno de Lionel Jospin. Sin embargo, en 2008 decidió dejar las filas del PS junto a un número de dirigentes del ala izquierda para formar el Partido de Izquierda, con el cual conformó posteriormente una alianza denominada “Frente de Izquierda”, junto a los Verdes y el Partido Comunista, para entrar al parlamento. Sin embargo, en 2016 formó un movimiento por fuera de la estructura partidaria tradicional y logró captar votos de todas las fuerzas de izquierda al centro, para alcanzar los 19 puntos en 2017.
Esos votos salieron principalmente de un solo lugar: el PS francés. Sí, el de Miterrand. De los 10 millones de votos de la presidencial de 2012 que dio lugar a la presidencia calamitosa de François Hollande, a los 8 millones de votos menos al golpeado Benoît Hamon y culminando con los apenas 600 mil para Anne Hidalgo, logrando así el peor resultado electoral de su historia. La fuerza de la rosa que gobierna más de la mitad de las regiones y departamentos del país está por desaparecer por falta de votos y dinero: se declaró dos veces en bancarrota.
Perdiendo votos por izquierda y centro, solo le queda la fuerza territorial, sostenida por figuras de peso que ganan elecciones para alcaidías, entre otras, pero que no logran transpolar a nivel nacional.
En este escenario, la izquierda se une para las legislativas de junio, donde las encuestas los dan encabezando por al menos 8 puntos a Macron y por 10 a Le Pen, aunque falta bastante. A pesar del personalismo centrado en Melenchon y el comunista Roussel, pasando por los verdes y su único escaño, y el PS, la futura coalición gauche tiene por delante cinco años para salir de la apatía socioliberal de Macron y combatir la amenaza de la extrema derecha.
Cada vez que gobernó la izquierda en cualquiera de sus formas, dejó huellas en la sociedad francesa. El primer paso para llegar nuevamente al poder parece estar dado y solo falta salir a cancha. El segundo es sentar las bases programáticas para llegar a todos los trabajadores que en los últimos años abrazaron al nacionalismo derechista y la escalada es mantenerse unidos en las elecciones presidenciales, sosteniendo el programa que le permita ser gobierno. El final es lograr candidaturas de consenso, algo que no se logró en 2022 y lo sacó del balotaje pero que, a partir de la experiencia, les deja la unidad para las legislativas. Una unidad que por ahora parece endeble.