Los mitos judíos y musulmanes acercan nuestro fin *

Mientras judíos y musulmanes no reconozcan que sus creencias son solo un legado, “cuentos de la abuela”, la realidad de la región continuará amenazándonos con hundirnos en un remolino de sangre y fuego. Una reflexión alrededor de los acontecimientos violentos de las últimas semanas en Israel.
Por Misha Ben David * Traducción: Tamara Rajczyk

 

El viernes, mientras nos preparábamos para la cena festiva o salíamos a vacacionar en las reservas naturales o en el extranjero, las fuerzas de seguridad detuvieron a decenas de amotinados musulmanes en el Monte del Templo, a judíos que programaron hacer allí un sacrificio y a decenas de planificadores de atentados en poblados árabes, a ambos lados de la línea verde. Unas horas más tarde, leímos en la Hagadá acerca de la aparición divina ante Moisés, la salida de Egipto y la travesía a la Tierra de Israel, un relato mitológico cuyos remanentes, al igual que los del mito musulmán sobre Jerusalén, amenazan con hundirnos en un remolino de sangre y fuego. En estos momentos es importante afirmar:

Mientras haya judíos que crean que nuestro patriarca Abraham descubrió a Dios, que le prometió la tierra de Israel y que esta promesa sigue vigente (y no se conforman con el argumento que el pueblo hebreo, que vivió aquí durante 1500 años hasta que su mayoría fue exiliada y continuó conservando relación con la tierra, comparte derechos históricos con quienes estaban aquí antes que ellos y vinieron después); mientras haya musulmanes que crean que Mahoma es el último profeta del mismo Dios, que cabalgó hacia Jerusalén en su caballo y se elevó desde allí al cielo y que esta tierra es tierra sagrada musulmana (y no se conforman con el argumento que fue conquistada por los musulmanes en el siglo VII, estuvo bajo dominio árabe durante 400 años y desde entonces estuvo sometida por extranjeros, y que comparten derechos históricos con los judíos que vivieron aquí antes e inmigraron después, exactamente como ellos); mientras haya judíos que crean que deben reconstruir el tercer Templo Sagrado en el monte Moriah y musulmanes que crean que ese es su lugar sagrado, y solo de ellos; mientras judíos y musulmanes no reconozcan, especialmente los ciudadanos israelíes judíos y los árabes israelíes musulmanes -los palestinos- que sus creencias son un legado, “cuentos de la abuela”, o lo que creían nuestros antepasados, pero no la verdad absoluta; mientras un lado no acepte el derecho del otro a sostener sus propios relatos, no se referirán a sus creencias como legado, como mito, sino como la verdad sagrada por la que deben luchar y morir; mientras los judíos acá no acepten el hecho que nuestro derecho y nuestra renovada vida aquí fueron reconocidos y permitidos por organismos internacionales (es cierto que nos vimos obligados a concretarlos con la fuerza de las armas); y los árabes no acepten la vigencia de esas decisiones y nuestro derecho a vivir en una porción de esta tierra; mientras ambos lados no acuerden compartirla y permitir a la otra parte vivir con tranquilidad en su parcela (la mayoría de los países del mundo reconocen las líneas del armisticio de 1949) y como se acordó, a partir de la realidad que cambió desde la guerra de 1967; mientras todo esto no suceda, estamos embarcados en un camino terrible de confrontación y muerte. Tenemos tanques y aviones, pero ningún F35 puede detener olas de suicidas. ¿Hasta cuándo podremos frenar a cientos de amotinados durante el Ramadán o en el Día de Jerusalén sin que se propague el fuego? Los sublevados vendrán desde Jerusalén y Nablus, desde Jenin, Umm al-Fahm y Rahat, y cuando aquí reine el caos, podrían sumarse a ellos nuestros vecinos. Nuestra vida podría darse vuelta y el mundo permanecerá en silencio. O rezongará y se quedará sentado de brazos cruzados. No podemos pensar que siempre triunfaremos. Ningún país ni ningún imperio duró “para siempre”.

Es cierto, es utópico pensar que es posible enseñar desde mañana que el concepto de Dios -y por supuesto el Dios que prefiere al judaísmo, al islam, al cristianismo, a la Tierra de Israel- es una fe creada por el hombre, que no tiene sustento (en un capítulo de mi libro “La vida, el amor, la muerte” lo sinteticé con la siguiente conclusión: “No es racional, para un hombre racional, aceptar la idea de la existencia de los dioses de las religiones”), pero es necesario comenzar.

No falta mucho para que estudiemos en las escuelas que nuestro derecho sobre esta tierra es un derecho histórico que compartimos con los árabes de esta tierra y que está basado en decisiones de organismos internacionales. Es utópico pensar que los textos anegados de odio de los libros de estudio palestinos sean cambiados próximamente por el reconocimiento del mismo derecho de los judíos, pero es necesario comenzar. Hay que construir un sistema educativo civilizado en ambos lados para convertir la utopía en realidad (tal vez, con ese objetivo, activar incentivos económicos y, como contraparte, sancionar económicamente a la educación religiosa y nacionalista extremista).

Es casi imposible declarar ilegales a partidos políticos y entidades que apoyan y estimulan creencias irracionales que niegan el derecho del otro. Pero si no limitamos a los extremistas de ambos lados y no estimulamos la moderación, el diálogo y el acuerdo, estamos encaminados a una guerra de Gog y Magog.

Los pueblos y las religiones tienen mitos, relatos relacionados mayoritariamente a los tiempos originarios de la religión (y que en muchos casos fueron tomados prestados de otros pueblos). Hay mitos que se acumularon y devinieron en mitologías, fortalecieron las creencias de los integrantes de los pueblos que, aunque no estén seguros de los detalles que se narran, creen que hay verdad en los principios que se describen y se consolidan a su alrededor.

No resulta fácil señalarlos como cuentos populares, como folklore carente de peso histórico o ideológico-religioso, más aún cuando están enlazados a acontecimientos históricos verdaderos e importantes para el pueblo. Pero al ver cada día cómo esos mitos nos conducen a la destrucción, a nosotros y a nuestros vecinos, debemos presentarlos como lo que son. El reloj de arena se está agotando para todos a nivel nacional.

* Publicado en YNET, 19.04.2022.

** Escritor y ex miembro del Mosad