Historia de un crimen, ¿la justicia al servicio de la impunidad de la historia?

Las huellas del nazismo que surgen a partir de la óptica de las nuevas generaciones alemanas se hacen visibles en el film basado en la novela "El caso Collini", que narra la historia de un joven abogado que debe defender al asesino de un criminal de guerra nazi devenido en empresario.
Por Natalia Weiss

Historia de un crimen, título ofrecido por Netflix, plataforma en la cual se encuentra disponible, es originalmente El caso Collini, y fue la película de apertura del festival de cine alemán 2020 que tuvo lugar en diferentes países, ese año en versión virtual. Esto resulta significativo respecto al interés sobre la posguerra en dicho país, y en particular, el lugar de la justicia alemana respecto a los crímenes de la Segunda Guerra Mundial. Resulta inevitable, en este sentido, ponerla en comunicación dentro del corpus de un cine alemán de nuevas generaciones, enfocado en revisar el pasado de su nación y el de sus propios familiares.
Detrás del relato de un crimen y su correlato judicial, existe aquí una mirada sobre el rol de Alemania durante la guerra, pero, aun más, sobre su elaboración posterior. Este director alemán, de 44 años, Marco Kreuzpainter (Tormenta de verano), realiza una transposición elegante y convencional de la novela best seller del escritor y abogado criminalista Ferdinand von Schirach. Este libro forma parte de una colección denominada “Crimen y culpa” que posee como eje al Tercer Reich y su vinculación con la literatura policial. En el caso de este escritor, se trata del nieto del criminal de la SS Baldur von Schirach. En palabras del autor: “A los doce años comprendí por primera vez quién era mi abuelo. Había una foto de él en nuestro libro de historia”. Es que su abuelo fue líder de las Juventudes Hitlerianas, diputado del Reichstag, gauleiter y gobernador de Viena, se casó con Henriette Hofmann, hija del fotógrafo personal de Hitler, Henrich Hoffmnann, y el mismo Führer fue testigo de la boda y cercano al abuelo del escritor. Lo condenaron en Núremberg (fue uno de los pocos en mostrar algún arrepentimiento) a veinte años en la cárcel de Spandau por la participación en la deportación de judíos de Viena.
En resumen, muchas expresiones, literarias, artísticas, de las nuevas generaciones, en este caso alemanas, son parte de la intención de quebrar el silencio frente a su propia historia, y muchas veces encuentran en la misma praxis una forma posible de reparación personal y construcción identitaria.

La trama y la historia
Un hombre ingresa al lujoso hotel Adlon, en Berlín, cercano a la puerta de Branderburgo, y se dirige a una habitación con vista a la ciudad. Al ser reconocido como un supuesto periodista que es aguardado por el huésped alojado en la misma, ingresa sin problemas y lo asesina. Quien lo recibe es Meyer (Manfred Zapatka), un exitoso empresario industrial que fue un criminal de guerra nazi y que llevó a cabo una cruel matanza en Italia, más precisamente en el pueblo de Montecatini. El personaje se basa en el oficial SS, director del servicio de seguridad SD, Friedrich Engel, que, frente a la negativa de extradición, debió ser juzgado en ausencia en Italia por el asesinato de 59 partisanos en 1944. Escondido bajo un nombre falso y convertido en un vendedor de madera en Hamburgo, fue condenado en el 2001 (año en el que se ubica esta ficción) a 7 años de prisión domiciliaria por su avanzada edad. Quien ingresa al cuarto de hotel es Collini, y está interpretado por el mítico Franco Nero, que, como el hombre duro de sus viejas épocas, dirá poco, pero esta vez expresará su dolor a través de su triste mirada.
Por supuesto, esta escena inicial marca la narración en un doble sentido, por un lado, nos hace entender que no se tratará aquí de develar “quién es el asesino”, sino que en este drama, la pregunta se refiere al porqué lo hizo, lo que se conoce como el móvil del crimen. Por otro lado, sin duda nos encontramos ante un debate ético fundamental, que se basa en la noción misma de justicia por mano propia. Es por esto que la misma narración, desde la identificación emotiva del espectador, nos conducirá a tiempos de guerra, hasta la escena misma que Collini está vengando, que es de una perversión extrema por parte de este oficial SS. Por el otro, la cuestión legal será un tema en sí mismo en el film, y se demostrará que este hombre había intentado anteriormente, en vano, buscar justicia. Y, finalmente y sin adelantar demasiado, puede decirse que parte de final debe pensarse en relación con la complejidad de la resolución de esta problemática ética.
El encargado de defenderlo, de oficio, en los tribunales, es Caspar Leinen (Elyas M´Bareck), cuya presentación se da en montaje paralelo, se lo ve pelear en un ring de box, lo que aparentemente busca ser una suerte de anticipo de su rol combativo en adelante. Es un abogado novato (de quien se ríen durante el proceso por su inexperiencia) de origen turco. “Si no fuera por mi abuelo estarías vendiendo kebabs”, le espeta la nieta de Hans Meyer y antiguo amor del abogado, Johanna (Alexandra Maria Lara), debido a que aquel hombre, justamente, había sido su benefactor. Porque sí, en esta suerte de causalidad abusiva, Caspar no solamente conoce a la familia del oficial nazi asesinado, sino que prácticamente formó parte de ella. Dando cuenta también de una extraña y perturbadora (pero sin embargo no llamativa) generosidad de Meyer, que tal vez pueda unirse con una búsqueda de lavado de imagen, o tal vez, porque ni siquiera pareció hacerle falta hasta allí en su lujosa vida sin escollos, a cuestiones internas aun más intrincadas.
Caspar es también el encargado dejar en evidencia la connivencia del poder judicial con los criminales nazis. Se trata aquí, en particular, de la Ley Dreher, promulgada en 1968, es decir veintitrés años después de finalizada la guerra, la cual amnistió a criminales nazis de menor rango. Lleva su nombre por Eduard Dreher, quien fuera fiscal jefe del tribunal especial de Innsbruck durante el nazismo y que, luego de la guerra, llegó a ser subsecretario del Ministerio de Justicia de Alemania Federal.
Como se mencionó en un principio, películas alemanas recientes, como Laberinto de mentiras/ La conspiración del silencio (Giulio Ricciarelli, 2014, premiada como mejor película alemana del año en ese país), y Agenda Secreta (Der Staat gegen Fritz Bauer, Lars Kraume, 2015) toman como marco el sistema legal y permiten dar cuenta de hasta qué punto se buscó acallar y proteger a criminales de guerra por parte del propio Estado.
La historia personal y la historia “con mayúsculas” se unen así en este drama procesal que recorre distintos tiempos y ofrece un elegante planteo clásico de tipo “hollywoodense”. Y hacia el final, la nieta, ante la manifestación innegable de los crímenes de su abuelo, deja nuevamente la pregunta que apunta a la culpa entre generaciones: “¿También soy todo esto?”. Similar al propio escritor de la novela, Von Schirach, en el artículo “Eres quien eres. Por qué no puedo dar respuestas a las preguntas sobre mi abuelo”, publicado en el libro Die Würde ist Antastbar (La dignidad es violable). El espectador puede quedarse con la pregunta, el escritor, por su parte, en cierto modo, adelanta allí una respuesta: “La culpa de mi abuelo es la culpa de mi abuelo. El Tribunal Federal de Justicia la tipifica como lo que se puede achacar personalmente, a un ser humano. No hay castigo colectivo, no hay culpa heredada, y cada persona tiene derecho a su propia biografía.” Lo que queda claro es que probablemente sería un error dar estas cuestiones por zanjadas, y, por el contrario, es prudente pensarlas hoy en toda su amplitud y actualidad.