Mis (des)encuentros con Bashevis

“Querido Daniel: Leí con gran placer tu nota en Página12. Compartí con otros estas anécdotas mías, entre ellos con mi cuate Ilán Stavans, que escribió sobre Bashevis un par de libros. Yo también crecí oyendo que lo de Itzjok Bashevis Singer es pornografía y que su hermano Iud Iud, en cambio, era un excelente escritor. Cuando lo decía mi abuelo Shmuel, que fue uno de tus profesores de idishe literatur, era con una mueca. Esa expresión de “feee” que sólo otro idish-hablante puede interpretar”. Así comienza la carta , cargada de historias personales vinculadas a Bashevis, enviada por Eliezer Nowodworski al rabino Dany Goldman al encontrarse con su nota sobre Bashevis Singer, publicada luego de la actividad de Tzavta, Nueva Sion y Betel, a 30 años de la muerte del escritor.
Por Eliezer Nowodworski *

Primer encuentro – Junio de 1973

Domingo por la mañana, mis padres y mi abuelo fueron al hospital a ver a mi abuela que estaba internada. Pero en el camino los chocó un colectivo desde atrás. Mi abuela esperaba y no sabía que los demás estaban internados en otros pisos. Mi viejo me llamó urgente para que fuera a quedarme unos días con mi bisabuela, que con la hija y el yerno internado, quedó sola en el departamento. Y allí fui. Ese día, mi zeide tenía que grabar un saludo telefónico para no sé quién en Nueva York, que cumplía ochenta años y le hacían un homenaje en una estación de radio, KEVD, si la memoria no me falla. A las 13, como habían quedado, lo llaman desde Nueva York y expliqué que iba a ser imposible, main zeide iz in shpitol (mi abuelo está en el hospital), etc. Y lo dijeron en el noticiero de esa radio, tras lo cual empecé a recibir llamados desde Estados Unidos. No eran tan comunes entonces las llamadas de larga distancia. Todo el who´s who del mundo idishista parecía haber oído el noticiero ese. Y entre ellos… Bashevis, que también llamó interesándose. Hablamos unos cuantos minutos. Estuvo encantador y me dijo que si algún día estoy en Miami o en Nueva York que lo llame.

Segundo (des)encuentro – 1974-75

Tanto oí hablar de sus escritos pornográficos, que un día mirando en la biblioteca de mi abuelo vi varios de sus libros y me abalancé a leerlos. No encontré nada digno de mención. Para la misma época leí a Chaim Potok, que fertilizaba mucho más los terrenos masturbatorios. Ni que hablar de Malamud o Philip Roth. Decepcionado, me volqué a otros autores con erotismo más explícito.

Tercer (des)encuentro – diciembre de 1976-enero de 1977

Mi abuelo viajaba a Estados Unidos a dictar unas conferencias y con diferencia de un par de días yo viajé a Israel. Entre otras cosas, estaba preparando una antología de Bashevis y justo anunciaron que ganó el premio Manger. Unos meses antes, recibió a Borges en el IWO y lamentó como muchos que no le dieran el Nobel. Antes de viajar, me dijo que cualquier cosa que encuentre en los diarios israelíes sobre IBS, que se lo recorte y lo traiga. Mi primer destino europeo: Zurich. En Kloten veo la edición europea de Playboy, por entonces prohibidísima en Argentina y su titular: “Interview with I. Bashevis Singer”. En Suiza, la revista venía envuelta en nylon y no se podía vender a menores. Me tiré el lance. El canillita alpino me miró de reojo:
Are you 18 years old? (“¿Tenés 18 años?”)

It´s not for me, it´s for my grandfather… (“No es para mí, es para mi abuelo”)
Todavía deben retumbar las carcajadas del buen hombre.

Cuarto (des)encuentro – septiembre de 1981

Estoy en el Upper West Side, no muy lejos de Riverside Drive. Se acerca Rosh Hashana y el viento otoñal neoyorquino pega fuerte junto al río. De pronto me acordé que en mi agenda tengo el número de Bashevis. Sabía por los reportajes que se publicaron cuando ganó el Nobel que no invitaba ni se dejaba invitar, pero la perspectiva de poder decir como quien no quiere la cosa a mi amiga local “ah, sí, a la tarde estuve un rato con uno que ganó el Nobel” justificaba el intento. Lo llamé y atendió él mismo. Se lo oía impaciente; al día siguiente o en dos días se iba a pasar una temporada en Miami y me daba a entender que yo lo estaba molestando. Le recordé que cuando yo era chico y hablamos una vez fue muy agradable.
– Ni idea por qué pude estar agradable ese día.
– Bueno, quizás un poco de empatía. Mi abuelo estaba en el hospital…
– ¿Y qué? ¿Por eso yo tengo que ser simpático con todos los que tienen a alguien en el hospital?
Empecé a entender que por ese lado no voy a recibir una invitación a visitarlo… De pronto se descuelga con otra frase:
– Además, nunca soporté ni la Argentina ni a los argentinos.
– ¿Por qué?
– Cuando estuve en Argentina, cada uno se ocupó de llevarme donde preparan “el mejor bife del país”. No servía de nada que les explique que soy vegetariano. “Cuando pruebes esta carne se te va a pasar”, trataban de convencerme. Era imposible pedir algo sin carne, sin pollo. En restaurantes, en casas…
– Ah, bueno. Dicen que los vegetarianos son gente en general mucho más tranquila.
Narishkaitn (tonterías). Hitler era vegetariano…
Y me cortó. Pocas veces me sentí tan humillad.

Quinto (des)encuentro – abril de 1993 y julio de 1994

Mi abuelo recibió en Tel Aviv el Manger, el mismo premio que años antes ganó Bashevis. El día antes de la ceremonia me muestra el borrador del discurso y habla sobre la persistencia del ídish. Me retumba la frase azoi vi aingueladn als a gast tzu main eiguene leváie (como invitado a mi propio entierro). Le cito La cigarra de María Elena Walsh. Recordamos que cuando era chico me llevó a un espectáculo de ella en el San Martín. A la mañana siguiente voy con cassettes con varias versiones de esa canción: M.E. Walsh., Mercedes Sosa, Cuarteto Zupay… Para mi sorpresa, o no, la que más le gusta es la que menos me gusta a mí, la de Susana Rinaldi. Esa noche pronuncia su discurso de memoria (ya veía bastante mal).
Meses después, a los pocos minutos del atentado en Pasteur, me repite la frase en cuanto lo llamé desde Tel Aviv. Escalofríos que no se pueden describir. Y la vuelve a decir una y otra vez en varios reportajes que le hacen el mismo 18 y en los días siguientes: Néstor Ibarra, Fanny Mandelbaum, Antonio Carrizo, Pepe Eliaschev, etc. Pero me llama la atención: el hiperlaico y el hiperexquisito de las palabras y sus matices, al decirla en castellano dice “mi sepelio”, no “mi entierro” como Maria Elena Walsh ni “mi funeral”. Hay en la palabra sepelio una denotación de ceremonia religiosa. S´past nisht (hay algo que no encaja). Y siento mucha culpa de pensar en semejantes boludeces cuando todavía están buscando sobrevivientes.
Esa noche, hablando con mi tío Rubén, y comentando, me dice que no deja de sorprenderse, pero no por el uso de sepelio. “Papá siempre aborreció a Bashevis precisamente por el cuento que incluye esa frase”. Y como no recordaba de qué me hablaba, me dijo que es un cuento que se publicó primero en su traducción inglesa, La colonia, donde cuenta sobre un viaje para ir a hablar ante colonos que no estaban interesados en ir a escucharlo. En el cuento, narra que viaja con una poeta polaca ficticia, Lopata, con la que por supuesto pasa la noche. Y mi tío me cuenta: “a ese viaje a Entre Ríos fue con papá y con Simje Sneh. Años llevan compitiendo a ver quién se ofendió más con ese cuento”.
Al día siguiente, primera plana de Maariv, foto en que sacan a un herido de los escombros en Pasteur. Miro: es Simja Sneh. Fin del epílogo, al menos por ahora.
Un abrazo,
Eliezer

*  Traductor e intérprete. Reside en Ramat Gan, Israel