Pinceladas de Abrasha Rotemberg

Franz Kafka y Max Brod

Compartimos esta breve narración de Abrasha Rotemberg, quien navega -desde su propias recuerdos y experiencia de vida- en torno a la figura de Franz Kafka y su amigo Max Brod.
Por Abrasha Rotemberg

Tal vez los desconcertantes avatares políticos que padecemos me remiten a menudo a Franz Kafka. A los 20 años leí La metamorfosis, un relato perturbador que se puso de moda a fines de los cuarenta. Luego descubrí varias novelas (El Proceso, el Castillo) y algunos cuentos de Kafka y lentamente ingresé en su singular universo porque, en parte, imaginé que también era el mío.

A medida que aumentaba la fama de Kafka también crecía la imagen de su amigo Max Brod a quien Franz confió su obra antes de morir y al mismo tiempo, y esto suena a oximoron, le encargó que la incinerara, lo que Brod no cumplió. Al contrario: difundió con pasión sus creaciones y su historia personal.

Max Brod

En 1939, antes de que estallara la segunda guerra mundial, Max Brod, que era sionista, emigró al futuro Estado de Israel. En 1950 yo estudiaba en la Universidad de Jerusalem y me ganaba la vida produciendo audiciones de radio que se retransmitían en varias países latinoamericanos. Cuando me enteré que Max Brod residía en Haifa le solicité varias veces que me concediera una entrevista. Nunca respondió pero como yo era un joven osado y sabía que Max Brod colaboraba con el prestigioso teatro Habima decidí visitarlo sin previo anuncio acompañado por mi amigo Leo Filer, un talentoso actor argentino que formaba parte de su elenco estable. Caímos un mediodía a la casa de Max Brod, abusamos de la aldaba sin pudor, y para mi sorpresa nos abrió la puerta el mismísimo amigo y salvador de la obra de Franz Kafka quien no esperaba nuestra intempestiva visita.

-¿Quiénes son ustedes? Me estoy yendo y tengo mucha prisa- dijo anteponiéndose a la puerta entreabierta. Confieso que me siento confundido con mi memoria. Yo lo recuerdo de escueta estatura, algo cargado de hombros o incluso un poco giboso. Estaba muy irritado por nuestra inesperada presencia.

-He venido desde Jerusalem a hacerle un reportaje para las radios latinoamericanas y mi amigo Leo Filer, actor del Habima, quiere presentarle un proyecto muy interesante sobre Kafka.

-Imposible, debo irme. Será en otro momento. Sin embargo, tras una breve insistencia, me permitió que le hiciera la inevitable y convencional pregunta.

Max Brod respondió:  Franz sentía que en pocos días iba a morir y a pesar de saberlo corregía obsesivamente su última obra. ¿Tiene sentido que al mismo tiempo me pidiera que quemara sus libros? Creo que no lo desobedecí. Franz me conocía bien: yo era un escritor, no un pirómano.

Pese a mis peticiones Max Brod nunca me concedió una entrevista, pero hoy me enternece recordar ese brevísimo encuentro. Lamentablemente mi amigo Leo Filer no pudo plasmar su kafkiano proyecto teatral. Murió muy joven, como Franz Kafka, pero esa es otra historia.